Capítulo 14
Manu lo esperaba en recepción cuando James llegó al hotel.
Spencer pasó por el vestíbulo poco después y se acercó a saludarlo y a preguntarle por la boda.
—Ya te daré los detalles, no te preocupes —le dijo James pensando que quizás fuera mejor informar a su familia después de que se casaran.
Se despidió de Spencer y subió con Manu a la suite donde habían estado esa mañana. Estaba encantado de poder prescindir de sus servicios, pero no quería ofenderla. Sabía que era mejor no tenerla como enemiga. Sabía que, después de todo, podía necesitarla para que la pusiera en contacto con Zayn.
—Tengo que volver pronto a casa —le dijo James—. Voy a hablar con Leila.
—Pensé que te lo ibas a tomar en serio. Hoy vuelvo a Dubái.
—Lo sé —repuso James—. Aprecio tu ayuda, pero creo que es mejor que hable de esto con Leila.
—Necesitas mi ayuda, James. ¿Cómo va tu árabe?
—Muy mal.
James le dijo algunas de las frases que había aprendido y Manu se rio de él.
—Me alegra que te diviertan tanto mis intentos por hablarlo —repuso James.
—Tienes mucho aún por aprender —le dijo ella sin poder dejar de reír—. Pero tengo que darte las gracias por hacerme reír. La verdad es que lo necesitaba.
Le había costado llegar a esa conclusión, pero sabía que Leila no se reiría de él. Por muy mal que lo hiciera.
Lo que no sabía era que, en ese preciso momento, le estaba rompiendo el corazón a la mujer que amaba.
Leila había conseguido entrar en el vestíbulo del hotel sin que James ni la mujer la vieran. Cuando los vio ir a los ascensores, se quedó sin aliento. Tenía la esperanza de estar equivocada y de que todo tuviera una explicación.
Sabía que tenía que confiar en él. James le había prometido serle siempre fiel.
Vio que el ascensor se paraba en la planta décimo séptima y, después de unos minutos, subió también ella hasta allí. A pesar de todo, quería confiar en él, intentó calmarse, no quería creerlo…
Su corazón le decía que el hombre con el que había hecho el amor la noche anterior no podría hacerle algo así.
Salió del ascensor pensando en todas las noches en las que James había regresado a casa oliendo a perfume.
Caminó por el pasillo con piernas temblorosas y no tardó en escuchar lo que había temido oír, la voz de James y la de una mujer riendo tras una de las puertas.
Le entraron ganas de dar una patada a la puerta, pillarlos in fraganti y abofetearlo, pero sabía que con eso no iba a conseguir nada. Había sabido desde el principio que James era un auténtico donjuán. Se había enamorado de un hombre que solo estaba interesado en aventuras de una noche y creía que, si estaba con ella, era solo por el bebé.
No podía llorar ni tenía fuerzas para enfadarse. Estaba cansada de vivir en un mundo en el que se le negaba el amor una y otra vez. Fue al coche y le pidió al conductor que la llevara a casa.
—Tú, en cambio, sí que eres querida —le dijo a la pequeña que crecía dentro de ella—. Muy querida. Me encargaré de que lo sepas cada día, que nunca puedas dudar de mi amor.
Pero iba a tener que hacerlo sola. Se negaba a estar con un hombre que no la amaba de verdad. No quería tener un matrimonio como el de los padres de James. Su hija iba a tener por madre a una mujer fuerte, se negaba a ser una víctima. Empezó por fin a sentir una oleada de ira creciendo dentro de ella.
Cuando llegó al ático, se puso su túnica dorada y metió algo de ropa en la maleta. No quería nada de él. Tenía que irse de allí, no soportaba seguir rodeada de todo lo que le recordaba a James, sintiéndose aún tan cerca del hombre que le había robado el corazón.
Metió su dinero y su pasaporte en el bolso. Se quitó después el anillo que James le había dado de esa manera tan pública con la que había intentado atraparla. No iba a poder hacerlo. Le escribió un mensaje.
Leila: Espero que te haya merecido la pena estar con esa mujer.
Después, dejó el teléfono en la cama y se fue.
James recibió el mensaje mientras iba del hotel a su coche. La llamó inmediatamente, pero Leila no contestó.
—¿Estaba Leila bien cuando la llevaste a casa? —le preguntó al conductor al entrar en el coche.
El hombre le dijo que apenas había hablado con él y también le contó que la había llevado primero al Chatsfield y después al ático. Al oírlo, se le hico un nudo en el estómago.
Cuando llegaron a su edificio, le dijo a su chófer que lo esperara frente a la entrada, ya había temido lo que iba a encontrar allí. O, mejor dicho, lo que no iba a encontrar. Leila se había ido.
Su teléfono estaba allí, en la cama. También vio su anillo de compromiso.
Fue directo al cajón donde guardaba todo su dinero y el pasaporte. Estaba vacío.
Le pidió a su chófer que lo llevara al Harrington. Entró corriendo y la recepcionista le dijo lo mismo de siempre, que no podían darle información, pero la fulminó con la mirada y no tardó en decirle que no tenían a nadie con ese nombre en el hotel.
—A lo mejor ha dado otro nombre…
La recepcionista debió de verlo tan angustiado que, aunque la política del hotel era muy estricta, le hizo el favor de negar sutilmente con la cabeza.
Salió a la calle y se pasó horas recorriendo Manhattan en su coche.
Estaba siendo la peor noche de su vida.
Estuvo mucho tiempo buscándola sin descanso entre la multitud de gente que llenaba esas céntricas avenidas de la ciudad. Fueron al restaurante árabe donde había trabajado, pero ellos tampoco la habían visto.
Llamó a Manu para que fuera al Harrington por si iba a ese hotel y a su hermano Spencer para que lo avisara si la veía por el Chatsfield.
Después, fue hasta el aeropuerto al que había llegado hacía ya meses. Cada vez estaba más desesperado y más perdido. No la encontraba y no sabía qué hacer.
Tenía en el bolsillo el teléfono de Leila y se le pasó por la cabeza llamar a sus padres para ver si podía hablar con Zayn, pero se dio cuenta de que eso sería inútil.
Fue incluso al callejón donde el hermano de Leila lo había pegado después de saber que se había acostado con Leila. Cuando llegó, gritó con desesperación su nombre, pero nadie contestó.
Le horrorizaba pensar que pudiera estar de regreso a su país para vivir allí el resto de sus días. No quería ni pensar en cómo la trataría su familia después de lo que había hecho. No soportaba que su hija pudiera crecer con esas personas que la habían insultado antes incluso de nacer.
Miró hacia el cielo pensando que Leila pudiera ir ya en un avión hacia allí y vio que no había estrellas esa noche. Sabía que no iba a haber más estrellas sin ella… Fue entonces cuando se le ocurrió dónde podía estar.
No tardó en encontrarla.
—No deberías estar aquí sola por la noche —le dijo James sentándose a su lado en el banco.
Leila no se atrevía a mirarlo. Era más fácil seguir con la vista perdida en ese parque que tanto le gustaba.
—Lo único que me asusta de esta noche es que sé que me podría llegar a creer tus mentiras y tus excusas… Ya he visto que, después de estar conmigo, te han empezado a gustar también las morenas. ¿Te ha merecido la pena?
—La verdad es que no —repuso James tomando su mano—. La mujer con la que me viste es Manu.
—No quiero saber cómo se llama —susurró Leila con lágrimas en los ojos.
—Ha estado ayudándome a contactar con tu hermano para ver si él convence a tus padres de que…
—¿En una habitación de hotel? —lo interrumpió Leila—. Te oí hablar mientras ella se reía con ganas…
—Era una suite reservada para reuniones y trabajo —le explicó—. Manu está ahora mismo en el vestíbulo del Harrington, vigilando la entrada del hotel por si te daba por ir allí.
—Llegas a casa apestando a perfume… Y luego te oigo riendo con otra mujer tras una puerta cerrada…
—No nos estábamos riendo, Leila. Era ella la que se reía de mí —le aseguró James.
Notó algo en su voz que le hizo girarse para mirarlo. Parecía algo nervioso.
James respiró profundamente antes de hablar.
—Ana ata’allam al arabiyya.
No se rio cuando James le dijo que había estado aprendiendo árabe. Se limitó a mirarlo. No podía creer que hubiera dudado de él.
—¿Lo has estado haciendo por mí?
—Tenía la esperanza de que poder hablar con tu padre. No te lo dije porque ha sido muy frustrante. He llegado a pensar que nunca iba a ser capaz de poder hablarlo bien. No quería que te rieras de mí.
—¿Por qué me iba a reír cuando es lo más bonito que podrías hacer por mí? —le preguntó emocionada—. Pero sé que te decepciona que estemos esperando una niña y…
—¿Qué? ¡Estoy loco de contento! —exclamó acariciando su vientre—. Pensé que os había perdido a las dos, que a lo mejor estabas ya de camino a tu casa…
—Nunca te impediría que estuvieras con tu hija, James —le aseguró.
—He metido la pata en tantas cosas, Leila. Manu estaba muy enfadada conmigo por la foto y me dijo que no debía tocarte en público. Cree que eso es una ofensa no solo para tu familia, sino también para ti. Ahora sé que no debería haberle hecho caso a ella —le confesó James—. Debería haber hablado contigo.
—Sí, deberías haberlo hecho porque nunca me han ofendido tus muestras de cariño —le dijo Leila—. Y no es culpa tuya que no me lleve bien con mi familia, James. Siempre ha sido así —añadió echándose a llorar de nuevo.
Vio el dolor y la agonía que acarreaba en su corazón y supo entonces que no los había causado él.
—A lo mejor aún están sufriendo por tu hermana —le sugirió él.
—No… No es eso. Me avergüenza decírtelo…
—No tienes por qué avergonzarte.
—Mi madre nunca me ha querido…
Le gustó que James no tratara de consolarle diciéndole que no podía ser posible, que seguro que sí la quería. Se limitó a escuchar lo que le decía.
A James le horrorizó saber que ni siquiera había querido tocarla cuando era un bebé.
—Eran las criadas las que me daban de comer y tuve un ama de cría. Me odiaba tanto que ni siquiera me dio de mamar. Me fui de casa porque por fin confesó lo que sentía. Me dijo que habría deseado que hubiera sido yo y no Jasmine la que se hubiera muerto. Cuando la llamé, me preguntó si me dijiste que me amabas antes de que… Antes de que me abriera de piernas… —susurró sin poder seguir.
—Fue aquí donde te dije que te amaba, Leila —le recordó—. Nunca podría decirte que te quiero si no lo hiciera.
—Pero sí estabas dispuesto a casarte conmigo aunque no me quisieras.
—Ahora ya no estoy tan seguro —admitió James—. No me gustó lo que vi en casa de mis padres. Nunca he obligado a nadie a hacer nada. No soy normalmente así. Lo hice porque me aterrorizaba que quisieras volver a tu país con tu familia.
—Nunca —le dijo Leila—. Me dijo mi madre que estaban mejor sin mí, que hasta las criadas son más felices ahora y mi padre ha vuelto a dar paseos…
—¡Yo también daría paseos si estuviera casado con esa lunática! —exclamó él—. Pasearía a todas horas.
—¿Crees que lo hace para no estar con ella? —le preguntó Leila frunciendo el ceño.
—¡Por supuesto! Y seguro que las criadas no son tan felices como te ha dicho. Desde luego, seguro que no son más alegres que Muriel —comentó James sonriendo—. Es una reina malvada. Nunca tendrás que volver a escuchar su voz.
—¿Lo prometes?
—Te lo prometo —le aseguró James—. Y yo no hago promesas que no pueda mantener.
—Te creo.
Ahora comprendía por qué había sido tan difícil para Leila creer que de verdad la quería. Nunca había sabido lo que era tener ese tipo de amor.
La besó allí mismo, en el parque que tanto le gustaba. Y no le importaba que pudieran tener una legión de paparazis a su alrededor, haciéndoles fotos.
James la rodeó con sus brazos y Leila se quedó sin aliento cuando sintió la ternura de sus labios sobre los de ella y la caricia de sus manos en la espalda.
Por fin sabía que el amor existía y que ella lo tenía en su vida.
James odiaba a la reina Farrah más de lo que Leila podría llegar a imaginarse.
Después de mucho esfuerzo, por fin había conseguido tener cierta fluidez en árabe y seguía trabajando con Manu para tratar de arreglar el problema que tenían entre manos.
Ya era el mes de agosto y solo quedaban dos días para que Leila saliera de cuentas. Pero aún no habían podido casarse. A pesar de las cartas que les habían enviado, a pesar de que Manu había tratado de hablar con Zayn del tema, seguían poniéndoles palos en las ruedas y no les enviaban la documentación que necesitaban.
Al final, decidió que iba a hablar directamente con su padre. Sacó el teléfono y preguntó en árabe por el rey.
Fue lo más breve que pudo.
—Necesito el certificado de nacimiento de Leila para casarme con ella —le dijo James sin más rodeos—. Si no está aquí dentro de una semana, llamaré todos los días hasta que lo consiga. Y, si siguen sin enviarlo, escribiré más cartas, les enviaré correos electrónicos o informaré a la prensa de su país. Espero que mis acciones no alteren demasiado a su esposa porque supongo que eso repercutirá en más problemas para usted…
El certificado llegó en el correo unos días más tarde.
En cuanto lo tuvieron, se casó con Leila en Central Park, en el mismo lugar en el que le había confesado que estaba enamorado de ella. Después, se hicieron una foto en el banco donde Leila solía sentarse para tomar café y observar a la gente. El mismo en el que la había encontrado sentada aquella horrible noche.
Aunque no llevaban mucho tiempo juntos, ya tenían un montón de recuerdos que atesorarían siempre.
Fue una boda muy pequeña. Leila llevaba una túnica beige de una seda maravillosa, bordada con hilos de los colores de los árboles del parque, que ya empezaban a cambiar de tono con la llegada del fin del verano y el principio del otoño.
James llevaba un traje, pero no se había puesto calcetines. Y, a petición de Leila, tampoco se había afeitado.
Aunque breve, esa ceremonia fue muy importante para los dos. Sobre todo para Leila, que quería casarse antes de que naciera el bebé.
Ya había salido de cuentas y su ginecóloga iba a inducirle el parto al día siguiente. Pudo sentir cómo se movió la niña entre los dos cuando James la besó para sellar su matrimonio.
Suponía que cualquiera que pasara por el parque en ese momento y les hiciera una foto podría ganar una fortuna vendiéndosela a la prensa.
Sabía que a su hermano Spencer no le gustaría nada.
Pero ya no le importaba.
Comieron en su restaurante favorito y Habib se aseguró de que tuvieran la mejor mesa. Pero, a pesar de la deliciosa comida y de lo feliz que estaba, Leila se sentía incómoda.
—Ha sido increíble, la mejor boda que podíamos tener, pero la verdad es que estoy deseando volver a casa.
Cuando entraron en el edificio, se encontraron con Esther y Matthew. Por una vez, no estaban discutiendo.
—¡Esther! ¡Matthew! —los llamó James—. Me gustaría presentaros a mi esposa.
Le encantó que les hablara con tanto orgullo en la voz.
—¿En serio? ¡Es maravilloso!
Sí, lo era.
Leila se sentía por fin en casa y James, aunque nunca había pensado en casarse y menos aún con una mujer en avanzado estado de gestación, la tomó en sus brazos para atravesar así con ella el umbral de su casa.
Nunca había sido tan feliz.
Hicieron el amor tan enérgicamente como lo habían estado haciendo durante la última semana. Muriel les había dicho que así podrían provocar que se pusiera de parto.
Pero, una vez más, no ocurrió.
Después, se quedó descansando en la cama, escuchando la suave y rítmica respiración de James mientras dormía y mirando la luna por la ventana.
Desde ese día, tenía un nuevo nombre. Era la señora Leila Chatsfield.
Nunca había sido tan feliz.
Le dolía la espalda. Decidió levantarse y darse una larga ducha. Volvió después a la cama, pero no pudo conciliar el sueño. Cuando por fin se dio cuenta de lo que le estaba pasando, dejó escapar un gemido. No estaba solo incómoda, estaba paralizada por el dolor.
—Es un sueño —susurró James abrazándola—. Solo es un sueño.
—No, James. No estoy soñando. Me duele mucho…
—Lo sé… —comenzó a James.
Pero él sintió entonces cómo se endurecía el vientre de Leila y entendió que no estaba teniendo una pesadilla. Lo que sentía era real.
—No, no me duele tanto. Esto no es dolor —le dijo Leila más tarde a la doctora cuando le ofreció la epidural.
Lo que estaba sintiendo era solo dolor físico, la necesidad de empujar. Creía que lo único que necesitaba de verdad era a su marido a su lado, diciéndole que todo iba a salir bien, que ya casi lo había conseguido, que podía hacerlo.
—Una niña… —susurró James al ver a su hija.
Leila miró a su bebé. Se la habían colocado sobre el vientre. Aunque estaba sonrosada, algo sucia y tenía la piel muy arrugada, era la niña más bonita que había visto en su vida. Le miró los pies. Estaban algo azulados, pero no tardaron en cambiar a un tono más rosado en cuestión de segundos. Acarició su nariz, redondita y perfecta.
Se emocionó al ver cómo James cortaba el cordón umbilical con mano temblorosa.
La pequeña comenzó a mover sus labios, buscando comida, y ella se la llevó encantada al pecho. Durante un segundo, pensó en llamar a su madre y compartir la feliz noticia con ella. Se lo dijo a James.
—Pero tengo miedo de que pueda decir algo que estropee cómo me siento ahora mismo.
—Si quieres, la puedo llamar yo —le ofreció James.
—No sé… —susurró Leila mientras miraba al indefenso bebé.
Hacía solo unos minutos que James acababa de hacer lo mismo con su pequeña. Leila negó con la cabeza. No iba a llamar su madre, también ella había por fin cortado ese cordón umbilical.
«Es tan bella», pensó James al ver cómo dormía Leila.
En realidad, las dos lo eran.
La niña, como su madre, tenía el pelo negro y había conseguido enamorarle desde que abrió sus ojitos y lo miró por primera vez.
Tomó a la pequeña en sus brazos mientras Leila dormía. Se incorporó con ella. No podía creer que ya estuviera allí. Pero, por otro lado, tampoco se imaginaba ya un mundo sin ella.
Estaba envuelta en una mantita y tenía la cabeza cubierta con un gorrito, pero se lo quitó para poder ver sus rizos. Examinó su pequeña nariz. La ginecóloga les había explicado que estaba un poco aplastada por el parto, pero que no tardaría demasiado en volver a su ser.
No le había gustado el comentario de la doctora. A él le parecía que su nariz era perfecta.
Le encantaba cómo sus deditos se cerraban alrededor del suyo y pensó en cómo había esquiado de manera temeraria por las pistas más peligrosas del mundo, sin pensar en lo que se jugaba, tratando de sentir algo.
Se dio cuenta entonces de que todo lo que había hecho en su vida lo había llevado hasta ese momento. Nunca había sentido tantas cosas ni tan distintas. Su vida había cambiado por completo.
Miró a su alrededor. Ya habían comenzado a llegar decenas de ramos de flores para felicitarlos.
A diferencia de Leila, él sí leía las tarjetas que los acompañaban y le molestaba ver que muchos de sus amigos y conocidos parecían estar sorprendidos y que casi esperaban que él volviera a meter la pata y echara a perder lo mejor que le había pasado nunca.
Lo sorprendente había sido que el amor llegara a su vida aquella noche, en el bar del Harrington. De eso ya hacía mucho tiempo y sentía que ya no tenía que excusarse ni dar explicaciones a los demás.
Miró de nuevo a su bebé. Aún no tenía nombre y esperaba que Leila no quisiera ponerle el de su hermana.
—Tú eres una buena chica —le susurró a su hija, que abrió los ojos azules para mirarlo.
Leila sonrió cuando se despertó porque sabía lo que estaba pensando James. No se le había pasado por alto su mueca de desagrado cuando ella sugirió el nombre de Jasmine para la niña.
Le encantaba ver a James con la niña y le emocionaba oírle hablar con ella desde el primer día, diciéndole que era una niña buena y cuánto la quería.
También a ella le hacía sentir querida cada día.
—¿Me dejas que la sostenga? —le pidió Leila.
—No, ya la has tenido mucho tiempo —repuso James—. Ahora me toca a mí. Vuélvete a dormir.
Leila sonrió.
—Me las he arreglado para convencer a mis padres de que no vengan hasta mañana —le dijo James—. Tu hermano y Sophie vendrán esta noche. Me han dicho que están deseando conocerla.
Leila y Zayn ya se hablaban.
James había podido contactar por fin con él y este le había explicado por qué Sophie había revelado el nombre de James a la prensa. Jasmine, a pesar de llevar tanto tiempo fallecida, parecía haber conseguido complicarles la vida a los dos hermanos.
Entregó el bebé a Leila y se quedó ensimismado viendo cómo la miraba. Había tanto amor en sus ojos…
—¿Estás segura de que no quieres que se lo diga a tus padres? No me importa —le preguntó James—. Así puedo practicar mi árabe —agregó antes de carraspear para aclararse la garganta.
Leila se echó a reír, pero no se reía de él.
—No.
Había tenido un momento de debilidad después del nacimiento de la niña, pero ya no sentía lo mismo.
—No, no quiero que se acerquen a ella. Nunca. No voy a dejar que le hagan daño con su veneno. Si les interesa saberlo, ya lo leerán en la prensa o se lo dirá Zayn. De verdad, James, no me importa en absoluto que lo sepan o no. Yo ya tengo a mi familia, que sois tú y ella.
Leila lo amaba tanto… Y ella ya no le daba miedo haberle entregado su corazón. El amor que le tenía James era real, existía, y él se lo demostraba cada día.
—Necesitamos un nombre —le recordó James.
—Ya lo he elegido.
—Bueno, ese tipo de cosas deberíamos hablarlo antes de decidir —se apresuró a decirle James mientras se sentaba en la cama—. Tenemos que estar de acuerdo los dos.
—Por favor, deja que le dé el nombre que he elegido para ella, James. Significaría mucho para mí. Lo he elegido después de reflexionar durante un montón de tiempo.
James respiró hondo y miró a Leila. Esa mujer ya le había dado el regalo más grande de su vida, pensó que podía dejar que eligiera el nombre que quisiera.
—De acuerdo —repuso mirando a su niña.
Se preparó para sonreír y hacer algún comentario agradable cuando Leila le dijera que quería que el bebé se llamara Jasmine.
—Aqiba —le dijo Leila.
—Aqiba —repitió James frunciendo el ceño.
—Significa «consecuencia” —le dijo Leila.
Le encantó ver la sonrisa de su marido cuando le explicó el significado.
James había tenido muy claro desde el principio que, una noche como aquella primera, siempre iba a tener consecuencias. Miró a su hija y dijo su nombre.
—Aqiba…
La bella consecuencia de su amor.
* * *
Podrás conocer otra novela de los Chatsfield en el cuarto libro de El regreso de los Chatsfield del próximo mes titulado:
LA rebeldía DE UNA INOCENTE