Capítulo 13
Leila por fin supo lo que era pasar una noche sin lágrimas. La primera.
A James le encantó ver la sonrisa que se dibujó en el rostro de su prometida cuando se despertó y miró las espectaculares vistas de Central Park que se veían desde allí. Ante sus ojos estaban el lago, los hermosos árboles y la hierba sobre la que se habían tumbado la noche anterior.
—Espera a ver las vistas en otoño —le dijo James—. Son espectaculares.
—Y ¿cómo es en invierno?
—Maravilloso. Sobre todo cuando nieva por la noche sin que nadie lo espere y ves de repente todo blanco por la mañana.
—¿Sueles tener cenas aquí con tu familia? —le preguntó Leila.
—No. Vinieron cuando lo compré y mi padre me dijo que, si hubiera hablado con él, me podría haber conseguido un precio mejor en otro edificio y también con vistas mejores.
—No puede haber vistas mejores que estas— repuso ella.
—Lo mismo le dije yo.
—¿Te gustaría llevarte mejor con ellos?
—Antes sí. Pero terminé por entender que no merecía la pena perder el tiempo con ellos. Yo no me fui de casa de manera tan radical como tú. Pero, en cierto modo, creo que los dos somos fugitivos —le dijo James sonriendo.
—Me gusta ser una fugitiva, pero me gusta estar aquí. ¿A ti te gustaría mudarte a otro sitio?
—No, pero tendremos que preparar el ático para la llegada del bebé. ¿Quieres que te lo enseñe?
Exploraron juntos su ático. Había estupendas vistas desde todas las ventanas.
—Esta es tu habitación —le dijo James cuando le mostró la cocina.
—Muy gracioso —repuso Leila empezando por fin a captar sus bromas—. Si esperas que cocine yo, te vas a morir de hambre. Y es mejor que no veas cómo friego los platos.
Después de la cocina, James le enseñó una habitación que consiguió emocionarla. Estaba vacía. Solo había un estante con un osito de plata encima. Era lo que le había comprado al bebé donde se hizo con su anillo de compromiso. Para Leila, ese estaba siendo uno de los días más felices de su vida.
Se encargaron de que alguien trasladara todas sus cosas desde la suite del Chatsfield y que después lo guardaran en los armarios. Leila por fin sintió que estaba en casa.
Para James, lo mejor fue comprobar que Leila tampoco lloró durante la siguiente noche.
Durmieron hasta tarde, hasta que sonó el teléfono de James. Era un mensaje. Manu estaba furiosa. Llevaba media hora esperándolo para la reunión que habían acordado.
—Me tengo que ir —le dijo James levantándose deprisa—. Voy a tener varias reuniones en el Chatsfield durante los próximos dos días. Llamaré a Muriel para que venga mañana. Así, hoy estarás tranquila en el ático.
—¿Quién es Muriel?
—La mujer que me ayuda con la casa. Solo viene una vez a la semana cuando no estoy aquí. Pero, ahora que estoy de vuelta, vendrá todos los días. Aunque solo durante una o dos horas.
—¿No tienes cocinero?
—No, hay un montón de restaurantes cerca que sirven a domicilio.
—¿Solo una persona un par de horas al día?
—Sí. ¿Será eso un problema?
—No —repuso Leila sonriendo—. Es maravilloso.
Mientras se duchaba, James pensó en ellos y después, cuando ya se estaba vistiendo, le dijo lo que había estado pensando. Después de dieciséis años siendo ignorada, dudaba que su mal árabe pudiera arreglar nada con sus padres, pero sabía que su hermano estaba tratando de contactar con ella.
—¿Por qué no llamas a tu hermano? Sé que ha estado llamándote —le sugirió—. Entiendo que te enfadaras con él por lo que me hizo, pero la verdad es que ahora lo comprendo mejor.
—No es solo eso —repuso Leila algo nerviosa—. Tengo algo que decirte. A lo mejor te enfadas, pero fue Sophie quien reveló a la prensa nuestros nombres.
—¿Hablas de la esposa de Zayn?
—Sí. Zayn me dijo que tenía buenas razones para hacerlo, algo que tenía que ver con Jasmine. Pero estaba tan enfadada que le dije que no quería seguir hablando con él, que no quería escuchar sus excusas —le confesó ella—. Y me preocupa cómo nos va a afectar esto a nosotros…
—No nos afecta en absoluto —le dijo con firmeza—. ¿Piensas menos de mí después de ver cómo es mi padre?
—No, por supuesto que no.
—A mí me pasa lo mismo con tu familia. No te preocupes por eso.
Leila sonrió aliviada.
—Nunca he conocido a nadie como tú.
—Lo mismo te digo —repuso James mientras se ponía la corbata—. Pero parece que tenía razón. Isabelle tenía a alguien espiándome.
Se echó a reír sorprendida cuando James se levantó el pantalón de su impecable traje.
—Mira, voy sin calcetines.
James le dio un dulce beso antes irse y ella volvió a recostarse en la cama, mirando desde allí las vistas de Central Park. Sintió por fin que aquel era su lugar en el mundo, que estaba en casa.
James y Manu nunca se habían llevado demasiado bien, pero sabía que ella era la persona adecuada para ayudarlo. Se sentaron a una mesa del restaurante y pidieron el desayuno.
No tardó más de unos minutos en arrepentirse de haberla llamado.
—Leila es feliz y…
—¿Seguro?
—Sí, lo es —insistió James bastante molesto—. Los dos lo somos. Es su familia la que nos da problemas.
—¿Y eso te extraña?
—No se ha llevado bien con sus padres desde que murió su hermana. He pensado que sería mejor tratar de acercar posiciones con su hermano… —comenzó él.
—Prefiero seguir hablando de Leila —lo interrumpió Manu.
Se dio cuenta entonces de cuánto la echaba de menos. Aunque solo llevaba una hora sin verla, necesitaba saber de ella. Además, no quería ser arrogante, prefería asegurarse de que tenía razón.
James: ¿Eres feliz?
Leila: ¡Más feliz de lo que lo he sido nunca!
James sonrió. Se le olvidó que estaba allí con Manu.
James: Ve y mira lo que hay en el suelo del armario.
Leila: ¿Otro regalo?
Leila miró en el armario, pero no había nada especial. Solo una camisa en el suelo que debía de haberse caído.
Pero se dio cuenta entonces de que no se había caído. Estaba usada y arrugada.
El corazón le dio un vuelco en el pecho. James no había querido lavar la camisa que había llevado esa primera noche… Hundió la cara en ella. Olía a su propio perfume y también al masculino aroma de James.
Leila: ¡Me la acabo de poner!
James: ¡Envíame una foto!
Ni siquiera era consciente de que Manu le estaba hablando.
No era la primera vez que una mujer le había mandado una foto suya en la cama, pero sí era la más inocente.
Aun así, era su favorita. Leila estaba sentada en la cama con la camisa puesta y le sonreía alegremente.
James: Al menos podrías haber desabrochado un par de botones…, protestó él.
—¿Cómo puedes ser tan insolente, James? —le dijo entonces Manu.
James levantó la vista y vio que estaba muy enfadada.
—Tienes razón. Lo siento mucho, de verdad.
No sabía cómo hacerle ver que estaba enamorado, que nunca había sentido nada parecido.
—No eres más que un niño rico que está demasiado acostumbrado a conseguir lo que quiere —repuso Manu.
Le entraron ganas de decirle lo que pensaba de su comentario, pero recordó entonces por qué estaba allí.
—Solo quiero que Leila sea feliz.
—Acabas de decirme hace unos minutos que ya lo era.
Tenía claro que Leila era feliz, pero también era consciente de las cosas que aún le producían mucho dolor.
—Desde que la conociste, no has hecho más que ofender a su familia y su país.
Estaba harto de que lo acusaran de eso. Cuando estaba con Leila, cuando solo eran ellos dos, todo era mucho más sencillo. Pero no se le había pasado por alto que Leila no había respondido a su último mensaje, temía haberla ofendido de verdad esa vez. Algo apesadumbrado, se guardó el móvil en la chaqueta y le dedicó toda su atención a Manu. Lo que le dijo fue aleccionador.
James no la había ofendido con su mensaje. Leila se había reído al leerlo. No pensaba desabrocharse la camisa ni hacerse ese tipo de fotos, pero sus palabras hicieron que se sintiera más fuerte y valiente que nunca. Lo suficientemente valiente como para enfrentarse a cualquier cosa.
Tomó de nuevo su móvil y buscó el número de sus padres en el teléfono. Respiró profundamente y marcó. Se quedó sin aliento al notar que alguien contestaba, pero era una criada.
—Quiero hablar con mi madre —le dijo Leila—. Por favor —añadió al recordar que debía ser amable con el servicio.
Su madre tardó en llegar al teléfono.
Esperó y esperó.
Tanto que empezó a arrepentirse de haber llamado.
—Dice su alteza que usted debe de ser una cruel embaucadora porque ella solo tuvo una hija que murió hace años —le dijo la misma criada mucho tiempo después.
—Dile a mi madre que se ponga al teléfono. Al menos esta vez. Después, si no quiere hablar conmigo, no la volveré a llamar —repuso cerrando un segundo los ojos.
Tuvo que esperar muchos minutos más. Pero al final su madre se puso al teléfono.
—Sharmota —la insultó la reina a modo de saludo.
Después de lo que había pasado, no le sorprendió que la llamara prostituta. Trató de calmarse antes de hablar.
—Madre, por favor. Sé que la situación parece terrible, pero James es un hombre maravilloso y nos vamos a casar. Ya sabes que vamos a tener un bebé. Piensa en ello, será tu primer nieto… Si es una niña la llamaremos…
—Ese maldito bebé bastardo no tiene nada que ver conmigo —la interrumpió la reina.
Algo se revolvió dentro de Leila al oírle hablar así de la criatura que crecía dentro de ella.
—No he llamado porque necesite tu bendición. Solo quería que supieras que estoy a salvo y que me quieren.
—¿Que te quieren? —preguntó la reina Farrah con incredulidad.
—Sí, James me quiere —le dijo Leila—. Me lo ha dicho él mismo.
Estaba tratando de mantener la calmar, pero no podía dejar de temblar.
—¿Te dijo que te quería antes de que le abrieras las piernas como una sharmota? —le preguntó su madre—. Porque no te ama, Leila. ¿Por qué iba a amarte?
—Me ama y ya está —susurró Leila con menos fuerza.
—Pero ¿por qué iba a amarte?
Estaba consiguiendo que dudara y trató de recordar las palabras de James.
—Voy a ser una madre increíble…
—Como ya te he dicho, no eres mi hija. Ya no está tu retrato en las paredes de palacio.
No podía creer que la hubieran borrado de sus vidas con tanta facilidad.
—Y no te preocupes por nosotros. Estamos mejor sin ti. Tu padre ha vuelto a pasear, algo que no había hecho desde la muerte de Jasmine, y yo he comenzado un nuevo tapiz. Incluso las criadas sonríen más. Estamos mejor sin ti.
Cuando James volvió a casa se encontró a Leila en la cama. Estaba a punto de decirle que ahí es donde quería tenerla, cuando vio su cara. Estaba muy pálida.
—Leila…
Movió la cabeza, no podía hablar, no le salía la voz.
—¿Es el bebé? —le preguntó James muy asustado.
Leila negó con la cabeza.
—He hablado con mi madre… —susurró sin poder decir nada más.
James había creído que de verdad la había ofendido con su mensaje. Sobre todo después de ver que había pasado todo el día sin saber de ella. Pero acababa de darse cuenta de que había estado metida en esa cama durante horas, sufriendo por culpa de sus padres.
—Vete, por favor —le pidió ella.
Pero él no se movió.
Algunos minutos después, decidió ir a la cocina y prepararle un té verde con miel.
—Está muy rico —susurró Leila después de probarlo.
—Pero la miel no era de azahar, tendremos que ir de compras para tener aquí lo que más te gusta.
Se le encogió el corazón al ver que intentaba sonreír y no podía. Se quitó el traje y se metió en la cama.
Leila quería hablar, pero no podía.
«No me repudies. No me hagas daño. No vuelvas a casa apestando a perfume. Aunque dejes de quererme, no me lo digas», quería decirle.
Las palabras de su madre habían conseguido hacerle dudar. Sintió la mano de James en su vientre mientras la abrazaba y temió que esa fuera la única razón por la que estaba allí, a su lado.
—Llamó «maldito bastardo» al bebé —le dijo ella cuando por fin pudo hablar.
—¿Cómo? —exclamó James en voz alta.
Notó que el bebé se movía y le daba una patada. Leila no pudo evitar sonreír.
—Parece que alguien está bastante ofendido —murmuró James al notar que el bebé daba otra patadita—. Dile a tu mamá que vamos a arreglarlo todo y que me casaré con ella cuando quiera —le susurró a su hijo.
—Esto no lo puedes arreglar, James.
A lo mejor tenía razón, pero pensaba llamar a Zayn e intentar mejorar la situación. Sobre todo después de ver que Leila volvía a llorar por la noche.
James se levantó y se vistió deprisa. No quería llegar tarde a la reunión de esa mañana con Manu.
—Tengo reuniones hasta las seis —le dijo James—. ¿Vas a estar bien?
—Tenemos la ecografía a las dos.
—Sí, lo sé —repuso James cerrando durante un segundo los ojos—. Te veré allí a las dos menos diez.
Leila se dio cuenta de que James había olvidado su cita con la ginecóloga.
James no sabía qué hacer. Una parte de él quería contarle sus planes, pero también le aterrorizaba prometerle algo que no sabía si iba a conseguir.
Se quedó de piedra al ver la cara de pocos amigos con la que lo recibió Manu en el vestíbulo del Chatsfield.
—¿Qué demonios es esto? —le preguntó la mujer fuera de sí mientras le entregaba un periódico.
Habían publicado una fotografía de Leila y él besándose en Central Park.
Y James tenía la mano en su pecho.
—No pensé que pudiera haber fotógrafos cerca…
—No vamos a hablar de esto aquí —lo interrumpió Manu—. He reservado una de las suites para reuniones que tiene el hotel.
Fueron directos hasta allí y Manu fue al grano en cuanto se sentaron.
—¡Tu mano está en su pecho! ¡Esto es como una bofetada en la cara para su familia!
James cada vez estaba más enfadado. Estaba harto de tener que vivir en un escaparate.
—Te acostaste con su hija, que era virgen, la dejaste embarazada —comenzó Manu como si fuera el día del juicio final—. Después te fuiste y la prensa te vio con otras mujeres. ¿Y ahora esto?
—Solo fue un beso que fue demasiado lejos…
—Cualquier beso en público va demasiado lejos. También sé que vais de la mano por la calle y eso solo puede pasar en privado, tras puertas cerradas. Estás insultando a la familia real y a Leila. Ni siquiera estáis casados…
—Hablando de boda. ¿Debería hablar con su hermano antes o después de que nos casemos? Porque…
Se detuvo y no terminó la frase. Conseguir que Leila se casara con él le había parecido la mejor solución hacía unas semanas, pero creía que cada vez tenía menos sentido. No quería forzarla a tomar esa decisión.
—Creo que antes hablaré de todo esto con Leila para ver lo que quiere —le dijo James—. Pero, si nos casamos…
—Entonces, tendrías que reunirte con su padre, pero dudo que quiera recibirte.
—¿Y si hablo con su hermano?
—Lo que necesitas es un mediador, alguien que hable con él en tu nombre.
—¿Alguien como tú?
—¿Sabes por qué mis servicios son tan caros, James? Porque tengo buena reputación en el mundo de los negocios. No sé si quiero unir mi nombre a este asunto si cabe la posibilidad de que vuelvas a ofender al rey dentro de un año o dos.
—No pienso hacerlo.
—¿No? ¿Quieres hacerme creer que este matrimonio va a durar? —le dijo Manu—. Le serás infiel y…
—¿Por qué está todo el mundo tan seguro de que la voy a engañar?
—Porque eres un Chatsfield —repuso Manu—. ¡Y nada menos que James Chatsfield!
Estaba pagando por la vida que había llevado y no sabía qué hacer para salir de esa situación.
—Va a ser muy complicado, James —le advirtió Manu—. Muy complicado. Ya te diré si quiero actuar en tu defensa con el hermano de Leila, me lo tengo que pensar. Pero quiero ver que te lo tomas en serio y prometes escucharme y hacerme caso.
Y eso fue exactamente lo que hizo. La escuchó y trató de asimilarlo todo. Lo hacía por Leila, aunque ella no lo supiera.
Leila, por su parte, trató de calmarse al ver que ya eran las dos y cinco y James no llegaba. Lo esperaba muy nerviosa frente a la consulta de la ginecóloga.
—La reunión se alargó más de lo previsto —le dijo James mientras salía de su coche unos minutos más tarde.
No la besó ni tomó su mano al entrar en la clínica. Se limitó a sentarse y a esperar que la enfermera la llamara.
Miró a Leila de reojo y vio que tenía la mirada fija en el periódico que alguien había dejado en una mesa de la sala de espera. Allí estaba su foto, el apasionado beso que habían compartido y su mano en el pecho de Leila.
—Lo siento —comenzó James—. Sé que las cosas fueron demasiado lejos y si de alguna manera te he…
—¿Lo sientes? —lo interrumpió ella—. ¿Cómo puedes disculparte por lo que pasó esa noche? Además, no es para tanto. Muriel me ha dicho que ha visto fotos mucho peores de gente que vive en tu mismo edificio.
—¡Ah! ¡Ya has conocido a Muriel!
Sí, la había conocido. Muriel tenía el pelo azul y hablaba sin parar. Había entrado al dormitorio mientras ella yacía acurrucada en la cama y le había dicho que, si quería que hiciera la cama, tendría que levantarse cuanto antes. Se había sentado en una silla mientras la señora limpiaba y había estado contándole un montón de entretenidas historias sobre gente que vivía en ese mismo edificio.
—¡Por lo menos era su pecho el que tocaba! —le había dicho Muriel—. ¡No quiero ni contarle lo que hacía mi ex!
Al ver el periódico, entendió la referencia de Muriel. La mujer debía de haber asumido que Leila lo había visto.
—Sí, es maravillosa —le dijo Leila—. Pero ¿no deja nunca de hablar?
—No, nunca —repuso James sonriendo.
—Princesa Al-Ahmar —anunció la enfermera.
James se quedó sin aliento al oír el tratamiento de Leila. A veces se le olvidaba quién era.
—¿Quieres que entre contigo? —le preguntó cuando recordó algo de lo que Manu le había explicado.
—Para eso estás aquí, ¿no? —repuso ella entrando sin esperarlo.
Leila sintió que todo había cambiado y no sabía por qué. En lugar de sentarse a su lado, James se quedó en un rincón de la consulta. Era como si hubiera perdido interés en ella al ver que ya la tenía. Ella había renunciado a su trabajo, se había ido a vivir con él y había admitido que lo quería.
James apartó la vista cuando la ginecóloga le levantó el vestido a Leila, pero entonces oyó el sonido de los latidos del corazón de su bebé y miró la pantalla. Había esperado no ser capaz de ver nada, pero allí estaba.
Su bebé. Tenía un brazo levantado y la mano en la carita. Se fijó en las manos, en los pies, en esa nariz perfecta… Quería acercarse a Leila, sentarse a su lado y besarla, pero se quedó donde estaba.
—¿Queréis saber el sexo del bebé? —les preguntó Catherine.
—Como quiera Leila —le dijo James.
—Sí, me gustaría saberlo.
Leila miró a James y vio cómo se cerraban sus ojos al oír que iban a tener una niña.
Una niña…
James había aceptado su responsabilidad en cuanto supo que estaba embarazada, pero saber que iban a tener una niña hacía que todo le pareciera de repente mucho más real y no podía dejar de pensar en los muchos errores que había cometido. La cabeza le daba vueltas.
Sentía que todo lo había hecho mal. Desde la manera en que le pidió que se casara con ella hasta el apasionado beso de la otra noche.
Pero recordó entonces lo que Leila le había dicho. Creía que tenía razón. No se arrepentía de la que había sido la mejor noche de su vida.
Miró a su prometida. Seguía tumbada en la camilla y vio que tenía ojeras. Pero creía que era su madre la culpable de que Leila estuviera sufriendo, no él.
—¿Te ha decepcionado saber que es una niña? —le preguntó Leila cuando salieron a la calle.
—¿Decepcionado? No, claro que no. Estoy encantado de que vayamos a tener una niña.
—Porque si querías un niño…
—Leila —la interrumpió tomando su mano y mirándola a los ojos.
Decidió en ese momento que debía escuchar a su corazón y dejar de hacer caso a otros. Pensaba ir a hablar con Manu y decirle que no la necesitaba.
—Me tengo que ir, Leila —le dijo James de repente—. Ve a casa y descansa. No tardaré mucho en volver. Y, cuando lo haga, vamos a tener una conversación importante, ¿de acuerdo?
—¿Sobre qué?
—Sobre nosotros —contestó James.
Le dedicó una sonrisa, pero no la abrazó. Quería hablar después con ella para que le dijera lo que consideraba apropiado. No quería volver a hacer nada en público que pudiera ofenderla.
—Leila, estoy encantado de que sea una niña, de verdad. Y también estoy sorprendido, no pensé que fuera a poder verla tan claramente.
James la acompañó hasta el coche. Después, se quedó mirándolo mientras se alejaba rápidamente de allí.
Mientras el chófer la llevaba a casa, también Leila estaba confusa. La conversación con su madre la había afectado más de lo que quería reconocer. Esa mujer había conseguido plantar la semilla de la duda en su cabeza y se negaba a quedarse esperando a que James le dijera lo que quería.
Se dio cuenta de que había llegado el momento de ser valiente.
—Lléveme al Chatsfield —le dijo al conductor cuando llegaron al edificio donde vivía James.