*
Vendela se tambaleó un poco con los tacones a la entrada de la puerta del dormitorio de los padres de Basse. El vino le había provocado un delicioso mareo y todo era agradable y lo veía como algo lejano. Señaló a Jessie, que estaba encima de la cama.
—¿Cómo demonios la habéis subido?
Nils se rio.
—Basse y yo hemos tenido que currárnoslo.
—Esta tía no aguanta el alcohol —dijo Basse señalando a Jessie.
Ya hablaba algo gangoso, pero tomó otro trago de cerveza.
Vendela miraba a Jessie. Estaba totalmente fuera de combate, dentro de un sueño tan profundo que casi parecía que estuviera muerta. Pero el pecho se le elevaba ligeramente a veces. Como siempre que veía a Jessie, la invadió la ira. La madre de Jessie había cometido un asesinato sin que le hubiera pasado nada malo por ello. Y se había convertido en una estrella de Hollywood, mientras que su madre se pasaba las noches bebiendo para mitigar el dolor. Y Jessie había vivido en un montón de sitios por todo el mundo, mientras que Vendela se pudría en Fjällbacka.
Llamaron a la puerta, Vendela abrió. Del piso de abajo se oía el retumbar de la música de Flo Ridas, «My House», y los berridos y los gritos que trataban de imponerse a la banda.
—¿Qué hacéis?
Tres de los chicos que estaban en noveno en el instituto de Strömstad aparecieron delante de ella con la mirada turbia.
—Aquí tenemos una fiesta aparte —dijo Nils, y señaló la cama con la mano—. Entrad, chicos.
—¿Quién es esa? —preguntó el más alto de los tres.
Vendela creía que se llamaba Mathias.
—Una tía que está como una puta cabra y que quería ligar conmigo y con Basse —dijo Nils, y negó con la cabeza—. Lleva toda la noche buscando un polvo, así que al final la hemos traído aquí.
—Menuda puta —farfulló Mathias, y se quedó allí de pie, mirando a Jessie.
—Fíjate, mira qué fotos sube —dijo Nils, y sacó el móvil.
Fue pasándolas hasta llegar a la foto en la que salía Jessie enseñando el pecho y los chicos trataron de enfocar la imagen.
—Menudo par de tetas —rio uno de ellos.
—Se ha acostado con todos, hermano —dijo Nils, y apuró el resto de la cerveza.
Moviendo la botella en el aire, dijo:
—¿Quién quiere más bebida? Sin bebida no hay fiesta.
Se oyó un murmullo general y Nils miró a Vendela.
—¿Nos traes más?
Vendela dijo que sí y salió tambaleándose del dormitorio.
Consiguió bajar a la cocina, donde Basse había escondido algo de alcohol. En la amplia encimera había varias botellas. Cogió un barril de cartón de vino blanco con una mano y una botella de vodka con la otra. También unos cuantos vasos de plástico, que se encajó entre los dientes.
Mientras subía las escaleras, estuvo a punto de caerse varias veces. Al final consiguió llegar y llamar a la puerta con el codo, y Basse le abrió y le dio paso.
Basse se tiró en la cama con Nils al lado de Jessie, que seguía inconsciente. Mathias y los otros dos se habían sentado en el suelo. Vendela repartió los vasos y empezó a servir una mezcla de vino y vodka. De todos modos, ya nadie notaba a qué sabía.
—A una tía así habría que darle una lección —dijo Mathias mientras tomaba un par de buenos tragos de aquella mezcla.
Sentado y todo, se tambaleaba un poco.
Por encima de la cabeza de Mathias, Vendela miró a Nils a los ojos. ¿Iban a llegar hasta el final con aquello? Pensó en su madre, en todos los sueños que tenía y con los que no llegó a hacer nada. En su vida, que quedó destrozada aquel día, treinta años atrás.
Se dijeron que sí con un gesto discreto.
—Habría que marcarla de alguna manera —dijo Nils.
—Yo tengo un rotulador —dijo Vendela, y lo sacó del bolso—. Uno de esos permanentes.
Los chicos de Strömstad se echaron a reír. El más imbécil de los dos dijo entusiasmado:
—Sí, joder, qué bueno. Vamos a marcar a la puta.
Vendela se acercó a la cama. Señaló a Jessie.
—Antes hay que desnudarla.
Empezó a desabotonarle la blusa, pero los botones eran pequeños y ella tenía los dedos torpes de tanto vino y no era capaz de desabrochar ninguno. Al final los arrancó de un tirón.
Nils soltó una risotada.
—That’s my girl!
—Quítale la falda —le dijo Vendela a Mathias, que se acercó a la cama entre risitas y empezó a bajarle la falda a Jessie.
Llevaba unas bragas blancas de algodón bastante feas, y Vendela mostró su desagrado. ¿Por qué no le sorprendía?
—Ayudadme a ponerla de costado para desabrocharle el sujetador —dijo.
Un puñado de manos de chicos la mar de solícitos acudieron en su ayuda.
—¡Toma ya!
Basse miraba asombrado los pechos de Jessie. La joven apenas se movió un poco cuando la pusieron otra vez boca arriba. Murmuró algo, pero no supieron descifrar lo que era.
—¡Eh! ¡Pasadla!
Nils le dio a Mathias la botella de vodka y todos se la fueron pasando. Vendela se sentó al lado de Jessie.
—Dámela.
Nils le alargó la botella. Ella sujetó a Jessie por la cabeza y la levantó un poco. Con la otra mano, le echó un chorro de vodka en la boca abierta.
—Ella también tiene que participar de la fiesta —dijo.
Jessie empezó a toser y a resoplar sin despertarse.
—¡Espera! Tengo que sacar fotos —dijo Nils—. Posa con ella.
Sacó el móvil con mano torpe y empezó a hacer fotos. Vendela se inclinaba sobre Jessie. Por fin era su familia la que tenía el poder. Los otros cuatro chicos también sacaron el móvil para documentar la escena.
—¿Qué escribimos? —preguntó Basse, que seguía sin poder apartar la vista de los pechos de Jessie.
—Nos turnamos —dijo Vendela, y le quitó el tapón al rotulador—. Empiezo yo.
Escribió «zorra» en la barriga. Los chicos silbaron de alegría. Jessie se giró un poco, pero por lo demás no reaccionó. Vendela le pasó el rotulador a Nils, que estuvo pensando un rato. Luego le bajó las bragas a Jessie. Pintó una flecha que señalaba el vello púbico y escribió «Glory Hole». Mathias reía a carcajadas y Nils hizo el signo de la victoria y pasó el rotulador. Basse parecía inseguro, pero bebió un buen trago de vodka, se acercó a la almohada, le sujetó bien la cabeza y le escribió en la frente: «puta».
El cuerpo de Jessie no tardó en estar completamente cubierto de insultos. Todos hacían fotos con el móvil sin parar. Basse no podía dejar de mirarla.
Nils lo miró con una sonrisita.
—Oye, yo creo que Basse quiere quedarse un rato a solas con Jessie.
Los echó a todos del dormitorio y animó a su amigo con un gesto. Vendela cerró la puerta al salir. Lo último que vio fue que Basse empezaba a bajarse los pantalones.
Patrik miró el reloj. Le sorprendía que Erica no hubiera llegado a casa todavía, pero al mismo tiempo se alegraba, porque eso implicaba que lo estaban pasando bien. La conocía lo bastante como para saber que, de lo contrario, ya habría encontrado una excusa para irse pronto.
Fue a la cocina y recogió los platos de la cena. Los niños estaban cansados después de otro día de juegos en casa de los amigos y se durmieron prontísimo, así que en la casa reinaban la calma y el silencio. Ni siquiera había encendido el televisor. Necesitaba procesar con tranquilidad todos los pensamientos del día, ahora sentía como si le dieran vueltas en la cabeza sin ningún tipo de orden ni concierto. Habían hecho un hallazgo importante. Un gran avance. Pero no sabía qué significaba. El que Nea hubiera muerto en la finca familiar implicaba que debían sopesar en serio la posibilidad de que algún miembro de la familia fuera culpable. Por esa razón se vieron obligados a decirles a Eva y a Peter que no podían volver a la finca, porque iban a peinar toda la parcela y el cobertizo de la parte de atrás.
Patrik puso el lavaplatos y sacó una botella de vino tinto de la despensa. Se sirvió una copa y salió a la terraza. Se sentó en uno de los sillones de mimbre a contemplar el mar. La oscuridad aún no era total, a pesar de que ya eran las doce de la noche. Al contrario, el cielo se veía tornasolado en tonos oscuros de lila y rosa, y Patrik oía vagamente el batir de las olas en la playa que se extendía a sus pies. Aquel era su rincón favorito de la casa, aunque era consciente de lo poco que Erica y él lo habían disfrutado en los últimos años. Antes de que nacieran los niños, pasaban muchas noches en la terraza charlando, riendo, compartiendo sueños y esperanzas, haciendo planes y poniendo los raíles del tren que conduciría a su futuro juntos. Ahora hacía ya mucho de aquello. Una vez acostados los niños, se sentían los dos demasiado cansados para hacer planes y hasta para soñar. Por lo general, acababan casi siempre delante de algún programa de televisión de lo más absurdo, y más de una vez sucedía que Erica le daba un codazo en mitad de un ronquido y le preguntaba si no sería mejor que subieran a meterse en la cama. Patrik no cambiaría la vida que tenían con los niños por nada del mundo, pero sí le gustaría tener algo más de tiempo para…, en fin, sí, para su amor. Ese amor estaba siempre presente ahí, en lo cotidiano. Pero con mucha frecuencia se limitaba a una mirada cariñosa mientras cada uno le ataba los zapatos a un gemelo, o a un beso fugaz delante de la encimera, cuando Erica le preparaba las tostadas a Maja y la papilla a los chicos. Conformaban una maquinaria bien engrasada, un tren que avanzaba seguro por los raíles que habían ido disponiendo por las noches en la terraza. Pero le gustaría que alguna vez hubiera tiempo de parar el tren para disfrutar de las vistas.
Sabía que debería descansar, pero no le gustaba irse a dormir sin Erica. Le parecía triste acurrucarse en su lado de la cama cuando el de ella estaba vacío. Y, desde hacía muchos años, tenían una costumbre cuando se metían en la cama. A menos que fuera una noche de contacto máximo, se daban un beso de buenas noches y luego se dormían con las manos entrelazadas. Así que prefería quedarse despierto y esperarla, aunque sabía que le tocaría madrugar. De todos modos, si se acostaba, no pararía de dar vueltas sin poder conciliar el sueño.
Era cerca de la una cuando se abrió la puerta. Oyó un taco y a alguien que trasteaba con la llave en la cerradura. Prestó atención. ¿No vendría su querida esposa un tanto achispada? No había visto a Erica bebida desde el día de su boda, pero a juzgar por la dificultad manifiesta que tenía para abrir la puerta, se diría que había vuelto a ocurrir. Dejó la copa en la mesa, cruzó el salón, donde estuvo a punto de caerse encima del cuadro que Erica se trajo de la galería, y continuó hacia el pasillo. Erica seguía sin poder abrir la puerta, y los tacos que Patrik oía desde la calle eran dignos de un marinero. Giró el pestillo y bajó la manivela. Allí estaba Erica, llave en mano, mirando intrigada ya a su marido ya la puerta abierta. Y entonces se le iluminó la cara.
—¡Hoooola, cariño!
Se lanzó al cuello de Patrik, que tuvo que agarrarse bien para no ir al suelo. La mandó callar entre risas.
—Baja la voz, los niños están durmiendo.
Erica asintió muy seria y se llevó un dedo a los labios mientras se esforzaba por mantener el equilibrio.
—Me callo, me caaallo… Los niños están durmieeendo…
—Exacto, los peques están durmiendo —dijo Patrik, y le ofreció el brazo para que se apoyara.
La llevó a la cocina y la sentó en una de las sillas. Luego llenó una jarra de agua y se la puso delante junto con un vaso y dos pastillas de ibuprofeno.
—Bébetelo todo, anda. Y tómate las pastillas. Si no, mañana estarás hecha polvo…
—Qué bueno eres —dijo Erica, y trató de enfocarlo bien.
Era evidente que en aquella despedida de soltera había corrido el alcohol. No estaba seguro de querer saber en qué estado se encontraría su madre. O sí estaba seguro.
—O sea, Kristina… —Erica se bebió el primer vaso de agua.
Patrik se lo llenó de nuevo.
—O sea, Kristina… O sea, tu madre…
—Sí, ya sé quién es Kristina.
Aquello resultaba de lo más entretenido. Si fuera capaz, la grabaría, pero sabía que entonces Erica lo mataría.
—Es taaan guay, tu madre —dijo.
Apuró el segundo vaso y soltó un hipido. Patrik volvió a servirle agua de la jarra.
—Y tiene unas piernas preciosas —siguió Erica, y movió la cabeza.
—¿Quién tiene unas piernas preciosas? —preguntó Patrik tratando de sacar algo en claro del lío manifiesto que Erica tenía en la mente.
—Tu madre… O sea, Kristina. Mi suegra.
—Ah, que es mi madre la que tiene unas piernas bonitas. Vale. Good to know.
Consiguió que se tomara un vaso más. El día siguiente iba a ser todo un reto para Erica. Él tenía que ir a trabajar, y sospechaba que Kristina, la canguro habitual, no se encontraría en un estado apto para cuidar niños…
—¡Y lo bien que bailaaa! Deberían invitarla a participar en Let’s Dance. A mí no. Yo no sé bailar…
Erica meneó la cabeza otra vez y se tomó el último vaso de agua junto con las dos pastillas que Patrik le puso delante.
—Pero ha sido divertidísimo. Bailamos chachachá. ¿Te imaginas…? ¡Chachachá!
Soltó otro hipido, se puso de pie y le rodeó el cuello con los brazos.
—Ay cómo te quierooo. Quiero bailar chachachá contigo…
—Querida, no creo que estés para mucho chachachá en estos momentos.
—Que sí, que yo quiero bailar. Ven… No quiero irme a la cama antes de haber bailado chachachá contigo…
Patrik sopesó sus posibilidades. Llevar a Erica escaleras arriba no era posible. Lo mejor sería hacer lo que ella quería y luego convencerla de que subiera por su propio pie.
—De acuerdo, cariño, venga, a bailar chachachá. Pero será mejor que vayamos al salón, porque si no me temo que en la cocina vamos a tirarlo todo.
La fue llevando al salón. Erica se colocó enfrente de él y le puso la mano en el hombro y luego le cogió la mano izquierda. Se tambaleó un par de veces, pero al final logró estabilizarse. Echó una ojeada al retrato de Leif que estaba apoyado en la pared, justo al lado de donde se encontraban.
—Leif, mira tú también. Tú serás nuestro público para el chachachá…
Se rio de la broma y Patrik la zarandeó suavemente.
—Venga, céntrate. Íbamos a bailar chachachá. Luego nos vamos a dormir, ¿vale? Lo has prometido.
—Sí, nos vamos a dormir… Y a lo mejor hacemos algo más…
Lo miró intensamente a los ojos. El aliento le olía tanto a alcohol que a Patrik se le saltaron las lágrimas y tuvo que aguantarse la tos. Desde luego, era la primera vez, la única desde que se conocieron, que no se sentía tentado por una propuesta de esa naturaleza.
—Chachachá —le dijo en tono imperioso.
—Sí, eso —dijo Erica, y se irguió un poco—. Mira, tú haces así con los pies. Un, dos, chachachá… ¿Entiendes?
Trató de ver lo que Erica hacía con los pies, pero parecía que los iba poniendo al tuntún. Y el hecho de que, además, tropezara un par de veces no le permitía ver los pasos con más claridad.
—Y derecha… y luego izquierda…
Patrik reía, trataba de seguir los pasos, pero, en honor a la verdad, pensaba más bien en durante cuánto tiempo podría estar fastidiando a Erica por aquello.
—Un, dos, chachachá, y derecha y luego izquierda…
Erica tropezó y Patrik la atrapó al vuelo. Fue a fijar la vista en el retrato de Leif. Trataba de enfocar bien mientras se tambaleaba. Frunció el entrecejo.
—Derecha… e izquierda… —murmuraba.
Se dirigió a Patrik con la mirada empañada.
—Ya sé lo que no encaja…
Apoyó la cabeza en su hombro.
—¿Qué? ¿Qué es lo que no encaja? ¿Erica?
La zarandeó con suavidad, pero ella no respondió. Luego oyó que empezaba a roncar. Qué barbaridad. ¿Cómo iba a subirla al primer piso? ¿Y qué habría querido decir? Él ni siquiera sabía que hubiera algo que no encajaba.