Ridge
Maggie lleva un par de horas dormida, pero yo aún no he pegado ojo. Es lo que suele ocurrir cuando estoy con ella en el hospital. Después de cinco años de estancias esporádicas, he aprendido que es mucho mejor no dormir nada que dormir un par de horas de mala manera.
Enciendo el portátil y abro el chat de Sydney; le envío un saludo rápido para ver si está conectada. Aún no hemos tenido ocasión de hablar de mi petición de que se marche, y detesto no saber si está bien. Ya sé que a estas alturas enviarle mensajitos no es lo más indicado, pero me parece aún peor no aclarar las cosas.
Me devuelve el mensaje casi al instante y el tono que utiliza ahuyenta enseguida parte de mi preocupación. No sé por qué siempre espero que reaccione de manera irracional, porque en realidad nunca ha demostrado falta de madurez en lo que respecta a mi situación.
Sydney: Sí, estoy aquí. ¿Cómo está Maggie?
Yo: Está bien. Le dan el alta esta tarde.
Sydney: Me alegro. Estaba preocupada.
Yo: Gracias, por cierto. Por tu ayuda de anoche.
Sydney: No hice gran cosa. Más bien tuve la sensación de estorbar.
Yo: Pues no fue así. No me atrevo ni a pensar en lo que podría haber ocurrido si no la hubieras encontrado.
Espero un instante a que responda, pero no lo hace. Supongo que hemos llegado a ese punto de la conversación en que uno de los dos tiene que sacar el tema del que los dos sabemos que debemos hablar. Me siento responsable de toda esta situación con ella, así que hago de tripas corazón y me lanzo.
Yo: ¿Tienes un minuto? Me gustaría explicarte ciertas cosas.
Sydney: Sí, yo estoy igual.
Levanto la vista hacia Maggie, pero sigue dormida en la misma postura. Mantener esta conversación con Sydney en su presencia, por inocentes que sean nuestras intenciones, me pone nervioso. Cojo el portátil y salgo de la habitación al pasillo vacío. Me siento en el suelo, junto a la puerta de la habitación de Maggie, y vuelvo a abrir el portátil.
Yo: Lo que más aprecio del tiempo que hemos pasado juntos durante los dos últimos meses es que ambos hayamos sido sinceros y coherentes. Dicho lo cual, no quiero que te vayas con una idea equivocada de los motivos por los que necesito que te mudes. No quiero que pienses que has hecho algo mal.
Sydney: No necesito ninguna explicación. Creo que ya he abusado bastante de vuestra hospitalidad y que tú ya tienes bastantes cosas de las que preocuparte como para añadirme a mí a la mezcla. Warren me ha encontrado un apartamento esta mañana, pero no estará disponible hasta dentro de unos días. ¿Te importa si me quedo hasta entonces?
Yo: Claro que no. Cuando dije que necesitaba que te marcharas, no quería decir hoy mismo. Pero sí pronto. Antes de que todo se complique demasiado y yo ya no pueda seguir huyendo.
Sydney: Lo siento, Ridge. Yo no quería que nada de todo esto ocurriera.
Sé que se refiere a lo que sentimos el uno por el otro. Sé exactamente a qué se refiere, porque yo tampoco quería que ocurriera. En realidad, he hecho todo lo que he podido para evitar que sucediese, pero, por algún motivo, mi corazón no ha recibido el mensaje. Sé que no ha sido premeditado por mi parte y sé que tampoco lo ha sido por la suya, así que no tiene motivos para disculparse.
Yo: ¿Por qué te disculpas? No lo hagas. Tú no tienes la culpa, Sydney. Caray, ni siquiera estoy seguro de tenerla yo.
Sydney: Bueno, cuando algo sale mal, lo normal es que alguien tenga la culpa.
Yo: Pero las cosas no han salido mal entre nosotros. Ése es el problema. Las cosas han salido demasiado bien entre nosotros. Encajamos bien. Todo en ti me parece ideal, pero…
Me interrumpo durante varios segundos para ordenar mis pensamientos, porque no quiero decir nada de lo que pueda arrepentirme. Cojo aire y luego describo lo mejor que puedo los sentimientos que me provoca toda esta situación.
Yo: No tengo la menor duda de que ambos seríamos perfectos para la vida del otro. Son nuestras vidas las que no son perfectas para nosotros.
Pasan varios minutos y no obtengo respuesta. No sé si me he pasado de la raya con mis comentarios, pero, sea cual sea su reacción, tenía que decir lo que he dicho antes de dejarla marchar. Me dispongo a cerrar el portátil cuando recibo otro mensaje suyo.
Sydney: Si he aprendido algo de toda esta experiencia, es que Tori y Hunter no destruyeron por completo mi capacidad de confiar en los demás como pensé al principio. Tú siempre has sido sincero conmigo acerca de tus sentimientos. Nunca hemos eludido la verdad. En todo caso, hemos trabajado juntos para encontrar una forma de cambiar las cosas. Y quiero darte las gracias por ello. Gracias por enseñarme que los chicos como tú existen de verdad… y que no todos son como Hunter.
De algún modo, consigue hacerme parecer más inocente de lo que en realidad soy. No soy, ni de lejos, tan fuerte como ella cree.
Yo: No me des las gracias, Sydney. No deberías dármelas, porque he fracasado estrepitosamente al intentar no enamorarme de ti.
Me trago el nudo que se me está formando en la garganta y pulso la tecla de enviar. Decirle lo que le acabo de escribir hace que me sienta más culpable que la noche que la besé. A veces, las palabras causan más efecto en un corazón que un beso.
Sydney: Yo fracasé antes.
Leo su último mensaje y lo definitivo de nuestra inminente despedida me golpea de lleno. Lo noto en todas y cada una de las partes de mi cuerpo y me sorprende la reacción que me provoca. Apoyo la cabeza en la pared que tengo justo detrás y trato de imaginarme mi mundo antes de que Sydney entrara en él. Era un buen mundo. Un mundo coherente. Pero entonces llegó ella y lo sacudió y lo puso del revés como si fuera una frágil y delicada bola de cristal llena de nieve. Ahora que ella se marcha, tengo la sensación de que la nieve está a punto de posarse de nuevo, de que mi mundo volverá a ocupar la posición correcta y todo volverá a ser silencioso y coherente. Y aunque eso debería tranquilizarme, en realidad me aterroriza. Me da un miedo espantoso pensar que jamás sentiré otra vez ninguna de las cosas que he sentido durante el poco tiempo que Sydney ha pasado en mi mundo.
Cualquiera que haya causado un impacto tan grande, se merece una despedida como es debido.
Me pongo de pie y entro de nuevo en la habitación de Maggie. Sigue durmiendo, así que me acerco a su cama, le doy un beso en la frente y le dejo una nota en la que le explico que he vuelto al apartamento para recoger unas cuantas cosas antes de que le den el alta.
Luego me marcho para despedirme como es debido de la otra mitad de mi corazón.
Estoy frente a la puerta de la habitación de Sydney, preparándome para llamar. Nos hemos dicho todo lo que teníamos que decirnos y, probablemente, unas cuantas cosas que quizá no deberíamos habernos dicho, pero no puedo dejar de verla una última vez antes de que se vaya. Ya se habrá marchado cuando yo regrese de San Antonio. No tengo intención de volver a contactar con ella después de hoy, así que saber que esta despedida es definitiva me oprime el pecho y, joder, cómo duele.
Si pudiera observar mi situación desde el punto de vista de alguien ajeno, me animaría a mí mismo a olvidar los sentimientos de Sydney y me diría que la única persona a quien le debo mi lealtad es Maggie. Me obligaría a mí mismo a marcharme de aquí y me diría que Sydney no se merece una despedida, ni siquiera después de todo lo que hemos pasado.
Pero… ¿es realmente así la vida, tan en blanco y negro? ¿Puedo definir mi situación con un simple «correcto» o «incorrecto»? ¿Es que los sentimientos de Sydney no pintan nada en todo esto, a pesar de mi lealtad hacia Maggie? No me parece bien dejarla marchar sin más. Pero es injusto para Maggie no dejarla marchar.
Para empezar, ni siquiera sé cómo me metí en todo este lío, pero sé que la única forma de acabar con él es evitar todo contacto con Sydney. Anoche, cuando le cogí la mano, supe que ningún defecto del mundo podría impedir que mi corazón sintiera lo que estaba sintiendo.
No me enorgullece el hecho de que Maggie ya no me llene el corazón por completo. He luchado contra ello. He luchado con todas mis fuerzas, porque no quería que ocurriera. Y ahora que la batalla está tocando a su fin, ni siquiera sé si he perdido o he ganado. No sé a qué bando animo, y mucho menos aún en qué bando me encuentro.
Llamo suavemente a la puerta de Sydney y luego apoyo ambas manos en el marco y bajo la mirada. Una parte de mí alberga la esperanza de que se niegue a abrirme, pero la otra tiene que esforzarse para no echar abajo la maldita puerta y llegar hasta ella.
Al cabo de unos segundos, estamos el uno frente al otro, y sé que es la última vez. Abre los ojos azules en un gesto de miedo y sorpresa, tal vez también de alivio, al ver que estoy ahí. No sabe qué sentir al encontrarme ante su puerta, pero su confusión me resulta reconfortante. Es bueno saber que no estoy solo en esto, que ambos compartimos la misma mezcla de sentimientos. Que estamos juntos en esto.
Sydney y yo.
No somos más que dos almas absolutamente confundidas, asustadas ante una despedida no deseada y, sin embargo, crucial.