5

Sydney

No interactuamos mucho mientras comemos. Estamos sentados en uno de los reservados, ambos con la espalda apoyada en la pared y las piernas estiradas cada uno sobre nuestro asiento. Observamos en silencio a la multitud que llena el restaurante y no puedo dejar de preguntarme cómo debe de sentirse Ridge al no oír nada de lo que pasa a nuestro alrededor. Tal vez sea demasiado directa, pero tengo que preguntarle lo que me ronda por la cabeza.

Yo: ¿Qué se siente al ser sordo? ¿Es como tener un secreto que nadie más conoce? ¿Como tener ventaja sobre los demás porque el hecho de no oír ha mejorado tus otros sentidos y te ha concedido poderes sobrenaturales, cosa que nadie puede adivinar con sólo mirarte?

Prácticamente se atraganta con la bebida al leer mi mensaje. Se echa a reír y me doy cuenta de que su risa es el único sonido que le he oído emitir. Sé que algunas personas sordas pueden hablar, pero a él no lo he oído pronunciar una sola palabra en toda la noche. Ni siquiera para dirigirse a la camarera. Se limita a señalar lo que quiere del menú o a anotarlo.

Ridge: Si te soy sincero, no se me había ocurrido nunca mirarlo así. Pero me gusta que tú lo veas de ese modo. En realidad, no pienso en ello para nada. Para mí es completamente normal. No puedo compararlo con nada, porque es lo único que conozco.

Yo: Lo siento, me estoy comportando otra vez como una de esas personas, ¿verdad? Supongo que pedirte que compares ser sordo con no ser sordo es como pedirme a mí que compare ser chica con ser chico.

Ridge: No te disculpes, me gusta que te interese lo suficiente para preguntarme. La mayoría de las personas se sienten un poco incómodas, así que no dicen nada. Me he dado cuenta de que cuesta bastante hacer amigos, pero eso también es bueno. Los pocos amigos que tengo son auténticos, así que en el fondo la sordera resulta útil para alejarme de capullos ignorantes y superficiales.

Yo: Me alegra saber que no soy una capulla ignorante y superficial.

Ridge: Ojalá pudiera decir lo mismo de tu ex.

Suspiro. Ridge tiene razón, pero ¡mierda!, cómo duele saber que me he tragado todas las mentiras de Hunter.

Dejo el teléfono y me como el resto de mi tarta.

—Gracias —le digo cuando suelto el tenedor.

La verdad es que me había olvidado de que era mi cumpleaños hasta que Ridge se ofreció a llevarme a comer tarta.

Se encoge de hombros, como si no fuera para tanto, pero sí lo es. Después del día que llevo, me cuesta creer que en estos momentos esté de un humor más o menos aceptable. Ridge es el responsable de ello, porque de no haber sido por él, no sé dónde estaría ahora mismo ni en qué estado emocional me encontraría.

Bebe un trago de su refresco y luego se sienta muy erguido en el reservado. Señala la puerta con la cabeza y yo hago un gesto afirmativo, indicándole que ya podemos irnos.

Se me ha pasado el colocón del alcohol y, cuando salimos del restaurante y nos sumergimos de nuevo en la oscuridad, me doy cuenta de que está empezando a dolerme la cabeza otra vez. Supongo que Ridge me ve la expresión, porque me pasa un brazo por los hombros y me los aprieta con suavidad. Luego deja caer el brazo y coge el teléfono.

Ridge: Por si te sirve de algo, ese tío no te merece.

Yo: Ya lo sé, pero aun así me duele haber pensado en algún momento que sí me merecía. Y, sinceramente, me duele más lo que me ha hecho Tori que lo ocurrido con Hunter. Con Hunter sólo estoy cabreada.

Ridge: Ya, bueno, yo ni siquiera lo conozco, pero también estoy bastante cabreado con él. No me imagino cómo debes de sentirte tú. Me sorprende que no hayas contraatacado con algún perverso plan de venganza.

Yo: No soy tan inteligente. Ojalá lo fuera, porque ahora mismo sólo pensaría en la venganza.

Ridge deja de caminar y se vuelve para mirarme. Arquea una ceja y sonríe con cierto aire malévolo. Me hace reír, porque de su sonrisa deduzco que está tramando algo.

—Vale —digo, y asiento a pesar de que aún ni siquiera sé lo que está a punto de proponer—. Mientras no acabemos en la cárcel…

Ridge: ¿Sabes si deja el coche abierto?

—¿Pescado? —pregunto arrugando la nariz en un gesto de asco.

Hemos hecho una paradita en un súper que está cerca del complejo de apartamentos y Ridge está comprando en este momento un pez entero, enorme y lleno de escamas. Supongo que todo esto tiene algo que ver con su elaborado plan de venganza, aunque a lo mejor es sólo que tiene hambre.

Ridge: Necesitamos cinta adhesiva.

Lo sigo hasta la sección de ferretería, donde elige un rollo grande de cinta adhesiva resistente.

Pescado fresco y cinta adhesiva.

Aún no sé muy bien qué tiene pensado, pero creo que me gusta el cariz que está tomando el asunto.

Ya de vuelta en el complejo, le señalo el coche de Hunter. Subo corriendo al apartamento de Ridge para coger la llave de repuesto que aún guardo en el bolso mientras él enrolla la cinta adhesiva en torno al pez.

Yo: ¿Qué es lo que te propones hacer exactamente con ese pez?

Ridge: Observa y aprende, Sydney.

Nos acercamos al coche de Hunter y Ridge abre la puerta del pasajero. Me pide que corte varios trozos de cinta adhesiva mientras él tantea bajo el asiento del pasajero. Observo con atención —por si acaso tengo que vengarme de alguien en el futuro— y lo veo sujetar el pez a la parte inferior del asiento. Le paso unos cuantos trozos más de cinta adhesiva y trato de contener la risa mientras él termina de fijar el pescado fresco. Una vez que se convence de que ya no se va a soltar, sale del coche, cierra la puerta y echa un vistazo a su alrededor con una mirada de lo más inocente. Yo me tapo la boca con la mano para tratar de contener la risa, pero él aparenta gran calma y tranquilidad.

Nos alejamos del coche como si nada y, una vez en la escalera de su apartamento, nos echamos a reír.

Ridge: Su coche empezará a oler a muerto en cuestión de veinticuatro horas. Y jamás descubrirá el motivo.

Yo: Eres lo peor. Me atrevería a decir que no es la primera vez que haces algo así.

Sigue riendo cuando entramos en el apartamento. Nos quitamos los zapatos en la puerta y Ridge deja la cinta adhesiva en la encimera de la cocina. Voy al cuarto de baño y, antes de salir, me aseguro de quitarle el pestillo a la puerta que comunica con su habitación. Todas las luces de la salita están apagadas, excepto la lámpara que está junto al sofá. Me tumbo y compruebo los mensajes por última vez antes de poner el teléfono en silencio.

Ridge: Buenas noches. Lamento que tu cumple haya sido un asco.

Yo: Gracias a ti ha sido mucho mejor de lo que podría haber sido.

Meto el teléfono bajo la almohada y me tapo. Cierro los ojos y, en cuanto se impone el silencio, se me borra la sonrisa de los labios. Noto que se me llenan los ojos de lágrimas, así que me tapo la cabeza con la manta y me preparo para una larga y triste noche. El respiro que me ha dado Ridge ha estado bien, pero ahora ya no hay nada que me distraiga del hecho de que éste es el peor día de mi vida. Me cuesta entender que Tori haya sido capaz de hacerme algo así. Ya hace casi tres años que es mi mejor amiga. Se lo explicaba todo, confiaba plenamente en ella. Le contaba cosas que jamás le habría contado a Hunter.

¿Qué sentido tiene poner en peligro esa amistad a cambio de sexo?

Nunca me había sentido tan mal. Me tapo los ojos con la manta y empiezo a llorar.

«Feliz cumpleaños, Sydney».

Tengo la cabeza tapada con la almohada, pero no por ello dejo de oír el sonido de la gravilla que cruje bajo unos zapatos. ¿Quién arma tanto jaleo al caminar por un sendero de grava? ¿Y cómo es que yo lo oigo?

Un momento. ¿Dónde estoy?

¿De verdad existió el día de ayer?

Abro los ojos a regañadientes y me encuentro con la luz del sol, así que me cubro mejor la cabeza con la almohada y me doy un minuto para acostumbrarme. El ruido parece acercarse; me quito la almohada de la cabeza y abro un ojo para echar un vistazo. Lo primero que veo es una cocina que no es la mía.

Ah, sí. Ya me acuerdo. Estoy en el sofá de Ridge y veintidós años es la peor edad que se puede tener.

Termino de apartarme la almohada de la cabeza y se me escapa un gruñido al cerrar de nuevo los ojos.

—¿Quién eres tú y por qué estás durmiendo en mi sofá?

Doy un respingo y abro los ojos de golpe al oír una voz profunda que no puede estar a más de un palmo de mí. Dos ojos me observan. Apoyo nuevamente la cabeza en el sofá para separarme un poco de esos ojos curiosos y tratar de ver mejor a quien los lleva pegados.

Es un tío. Un tío al que nunca había visto antes. Está sentado en el suelo, justo delante del sofá, con un cuenco entre las manos. Sumerge una cuchara en el cuenco y luego se la mete en la boca. Oigo de nuevo el ruido de la grava pisoteada, aunque imagino que no es grava lo que está comiendo.

—¿Eres la nueva compañera de piso? —pregunta con la boca llena.

Niego con la cabeza.

—No —murmuro—. Soy amiga de Ridge.

Ladea la cabeza y me observa con recelo.

—Ridge sólo tiene un amigo —dice el tipo—. Yo.

Se mete otra cucharada llena de cereales en la boca sin abandonar mi espacio personal.

Apoyo las palmas de las manos en el sofá y me siento para no tenerlo justo delante de la cara.

—¿Celoso? —le pregunto.

El tío sigue observándome.

—¿Cómo se apellida?

—¿Quién?

—Tu buen amigo Ridge —dice en plan chulo.

Hago un gesto de impaciencia y dejo caer la cabeza hacia el respaldo del sofá. No sé quién narices es este tío, pero la verdad es que no tengo el menor interés en competir con él acerca de quién es más amigo de Ridge.

—No sé cómo se apellida Ridge. Ni sé cuál es su segundo nombre. Lo único que sé de él es que tiene un gancho de derecha fantástico. Y si estoy durmiendo en tu sofá es porque el que era mi novio desde hace dos años decidió que sería divertido tirarse a mi compañera de piso y, la verdad, no me apetecía mucho quedarme a mirar.

Asiente y luego se traga lo que tiene en la boca.

—Se apellida Lawson. Y no tiene segundo nombre.

Por si la mañana no era ya lo bastante complicada, Bridgette aparece en el pasillo en ese momento y entra en la cocina.

El tío del suelo se mete otra cucharada de cereales en la boca y, tras apartar al fin su incómoda mirada de mí, se fija en Bridgette.

—Buenos días, Bridgette —dice con un tono tan extraño como sarcástico—. ¿Has dormido bien?

Ella le lanza una mirada fugaz y pone los ojos en blanco.

—Que te den, Warren —le suelta.

Él se vuelve de nuevo hacia mí, esta vez con una sonrisa malévola.

—Así es Bridgette —dice—. Finge que me odia durante el día, pero de noche… me adora.

Me echo a reír, pues no acabo de creerme que Bridgette sea capaz de adorar a nadie.

—¡Mierda! —grita la chica al tiempo que se apoya en la barra de desayuno para no tropezar—. ¡Joder! —Le arrea una patada a una de mis maletas, que aún sigue en el suelo junto a la barra—. Si tu amiguita va a quedarse aquí, ¡dile que se lleve sus trastos a su habitación!

Warren hace una mueca, como si temiera por mí, y luego vuelve la cabeza hacia Bridgette.

—¿Quién te has creído que soy, tu chacha? Díselo tú.

Bridgette señala la maleta con la que ha estado a punto de tropezar.

SACATUSTRASTOSDELACOCINA —grita antes de regresar a su habitación airadamente.

Una vez más, Warren vuelve la cabeza hacia mí, despacio, y se echa a reír.

—¿Por qué cree que eres sorda?

Me encojo de hombros.

—No tengo ni idea. Llegó a esa conclusión anoche y no quise llevarle la contraria.

Warren ríe de nuevo, esta vez en un tono de voz más alto.

—Ah, ya, todo un clásico —dice—. ¿Tienes mascota?

Niego con la cabeza.

—¿Estás en contra del porno?

No sé muy bien por qué hemos empezado a jugar a Veinte Preguntas, pero respondo de todas formas.

—No estoy en contra del cine porno, pero sí de protagonizar una peli porno.

Asiente y considera mi respuesta un segundo más de lo necesario.

—¿Tienes amigos pesados?

Niego con la cabeza.

—Mi mejor amiga es una puta traidora y ya no nos hablamos.

—¿Cuáles son tus hábitos a la hora de ducharte?

Me entra la risa.

—Una vez al día, aunque de vez en cuando me lo salte. No más de quince minutos.

—¿Cocinas?

—Sólo cuando tengo hambre.

—¿Limpias lo que ensucias?

—Seguramente mejor que tú —respondo; me he fijado en que ha usado su camiseta como servilleta por lo menos tres veces durante esta conversación.

—¿Escuchas música disco?

—Preferiría comer alambre de espino.

—Bueno, vale —dice—. Supongo que puedes quedarte.

Subo los pies al sofá y me siento con las piernas cruzadas.

—No sabía que me estuvieras entrevistando.

Echa un vistazo a mis maletas y luego me observa de nuevo.

—Es obvio que necesitas un lugar donde quedarte, y nosotros tenemos una habitación vacía. Si no te instalas tú, Bridgette quiere traerse a su hermana el mes que viene… y eso es lo último que Ridge y yo necesitamos.

—No puedo quedarme aquí —digo.

—¿Por qué no? Si no lo he entendido mal, ibas a pasarte el día buscando apartamento de todas formas. ¿Qué tiene éste de malo? Ni siquiera tendrás que caminar mucho para llegar hasta aquí.

Me dan ganas de decirle que el problema es Ridge. Ha sido muy amable, pero creo que ésa es precisamente la cuestión. No llevo soltera ni veinticuatro horas y no me gusta el hecho de que, en lugar de haberme pasado la noche consumida por pesadillas protagonizadas por Hunter y Tori, he tenido un sueño un tanto inquietante en el que aparecía un Ridge demasiado atento.

No le explico a Warren que Ridge es el motivo por el que no puedo quedarme. En parte porque sólo serviría para que Warren volviera a acribillarme a preguntas, y también porque Ridge acaba de entrar en la cocina y nos está observando.

Warren me guiña el ojo, luego se pone en pie y se dirige al fregadero con su cuenco. Mira a Ridge.

—¿Conoces a nuestra nueva compañera de piso? —le pregunta.

Ridge le dice algo por señas. Warren niega con la cabeza y le responde también por señas. Me reclino en el sofá y observo su conversación silenciosa, un tanto perpleja de que Warren conozca la lengua de signos. Me pregunto si la habrá aprendido para poder comunicarse con Ridge. ¿O serán hermanos? Warren se echa a reír y Ridge me lanza una mirada antes de regresar a su habitación.

—¿Qué ha dicho? —pregunto, pues de repente me ha asaltado el temor de que Ridge ya no me quiera aquí.

Warren se encoge de hombros y empieza a dirigirse a su habitación.

—Justo lo que imaginaba que diría. —Entra en su dormitorio y regresa al poco con unas llaves en la mano y una gorra puesta—. Dice que ya habéis llegado a un acuerdo. —Se pone los zapatos junto a la puerta—. Me voy a currar. Ésa es tu habitación, por si quieres llevar tus trastos. Aunque tendrás que arrinconar toda la basura de Brennan.

Abre la puerta, sale del apartamento y luego se vuelve.

—Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Sydney.

—Bueno, Sydney, bienvenida al lugar más raro en el que vivirás en toda tu vida —dice, y cierra la puerta.

No sé si me gusta todo esto, pero… ¿qué alternativa tengo? Cojo el teléfono, que aún está bajo la almohada, y empiezo a escribirle un mensaje a Ridge, porque no recuerdo que anoche llegáramos a ningún acuerdo acerca de las condiciones para vivir aquí. Antes de que me dé tiempo a terminarlo, recibo uno suyo:

Ridge: ¿Te parece bien quedarte?

Yo: ¿Y a ti?

Ridge: Yo he preguntado primero.

Yo: Supongo. Pero sólo si a ti te parece bien.

Ridge: Bueno, pues supongo que eso significa que somos compañeros de piso.

Yo: Si somos compañeros de piso, ¿podrías hacerme un favor?

Ridge: ¿Cuál?

Yo: Si alguna vez vuelvo a tener novio, no hagas como Tori y te acuestes con él, ¿vale?

Ridge: No puedo prometerte nada.

Segundos más tarde, sale de su habitación y se acerca a mis maletas. Las coge y las lleva a la puerta del otro cuarto. La abre y señala el interior del dormitorio con un gesto de la cabeza para indicarme que entre con él. Me pongo en pie y lo sigo. Deja mis maletas sobre la cama y luego vuelve a coger su teléfono.

Ridge: Brennan aún guarda muchos trastos aquí. Voy a meterlo todo en cajas y las dejaré en un rincón hasta que pueda venir a buscarlas. Aparte de eso, será mejor cambiar las sábanas.

Me lanza una mirada recelosa para darme a entender cuál es el estado de las sábanas, y yo me echo a reír. Luego señala el cuarto de baño.

Ridge: Compartimos el cuarto de baño. Cuando lo uses, cierra el pestillo de la puerta que da al pasillo y los de las dos que dan a las habitaciones. Lógicamente, no te oiré cuando estés dentro, así que a menos que quieras que entre a lo bruto, asegúrate de echar el pestillo.

Se dirige al cuarto de baño y acciona un interruptor que hay en el lado exterior de la puerta. Es el que enciende y apaga las luces de dentro. Luego se concentra de nuevo en el teléfono.

Ridge: He puesto interruptores en el exterior porque así es más fácil avisarme, ya que si alguien llama a la puerta no lo oigo. Enciende y apaga el interruptor si tienes que entrar en el cuarto de baño, para que yo lo sepa. Todo el apartamento está diseñado así. En el exterior de mi habitación hay un interruptor que enciende y apaga las luces, por si me necesitas. Pero siempre llevo el teléfono encima, así que también puedes mandarme un mensaje.

Me enseña dónde están las sábanas limpias y retira todo lo que queda en la cómoda mientras yo cambio la cama.

—¿Necesitaré muebles?

Ridge niega con la cabeza.

Ridge: Los deja todos. Puedes utilizarlos.

Asiento con la cabeza mientras contemplo la habitación que, inesperadamente, se ha convertido en mi nuevo hogar. Le sonrío a Ridge para que sepa que le agradezco mucho su ayuda.

—Gracias.

Él me devuelve la sonrisa.

Ridge: Si necesitas algo, estaré en mi habitación trabajando durante unas cuantas horas. Esta tarde tengo que ir a comprar. Si quieres, puedes acompañarme y buscar lo que necesites para el apartamento.

Sale del dormitorio caminando de espaldas y se despide. Me siento en el borde de la cama y le devuelvo el saludo mientras él cierra la puerta. Luego me dejo caer de espaldas en la cama y suspiro de alivio.

Ahora que ya tengo un sitio para vivir, lo único que necesito es un trabajo. Y puede que un coche, pues Tori y yo compartíamos el suyo. Y luego puede que llame a mis padres para decirles que me he cambiado de casa.

O tal vez no. Antes pasaré aquí un par de semanas para ver cómo van las cosas.

Ridge: Ah, por cierto, no he sido yo quien te ha escrito en la frente.

¿Qué?

Corro hacia la cómoda y, por primera vez en todo el día, me miro al espejo. Llevo lo siguiente escrito en la frente con tinta negra: «Alguien te ha escrito en la frente».