17

Sydney

Lo sigo con la mirada cuando sale y cierra la puerta. Me llevo la mano al pecho, incapaz de leer lo que ha escrito.

He visto la mirada de sus ojos.

He visto el corazón destrozado, los remordimientos, el miedo…, el amor.

Sigo con la mano apretada contra el pecho, sin leer lo que ha escrito. Me niego a aceptar que las palabras de la palma de mi mano, sean las que sean, arrasen la poca esperanza que me queda para nuestro «tal vez mañana».

Me estremezco y abro los ojos de golpe.

No sé qué es lo que me ha despertado, pero estaba en mitad de un profundo sueño. Está oscuro. Me siento en la cama y me llevo la mano a la frente con un gesto de dolor. Ya no tengo náuseas, pero nunca en mi vida había sentido tanta sed. Necesito agua.

Me pongo en pie y estiro los brazos por encima de la cabeza. Luego consulto la hora en el despertador: las 2.45.

Menos mal. Necesitaría otros tres días de sueño para recuperarme de esta resaca.

Me dirijo hacia el cuarto de baño de Ridge cuando me invade una sensación desconocida. Me detengo antes de abrir la puerta. No sé por qué me detengo, pero de repente me siento fuera de lugar.

Me parece extraño dirigirme ahora hacia ese cuarto de baño. No me siento como si me estuviera encaminando a mi propio cuarto de baño. No tengo la más mínima sensación de que me pertenezca, pero sí la tenía con el cuarto de baño de mi último apartamento. Aquel cuarto de baño era mi cuarto de baño. Como si en parte fuera de mi propiedad. El apartamento era como mi apartamento. Y los muebles que había en él eran como mis muebles.

Pero aquí es como si nada fuera mío. Aparte de las pocas pertenencias metidas en las dos maletas que traje la primera noche, aquí no hay nada que sienta ni remotamente como mío.

¿La cómoda? Prestada.

¿La cama? Prestada.

¿La tele de los jueves por la noche? Prestada.

La cocina, la salita, toda mi habitación… Todas esas cosas son de otras personas. Me siento como si estuviera viviendo una vida prestada hasta que pueda encontrar una mejor y propia. Desde el día en que me instalé aquí, me he sentido como si todo fuera prestado.

Qué narices, si hasta he buscado un novio prestado. Ridge no es mío. Nunca lo será. Y por mucho que me duela aceptarlo, estoy harta de esta batalla interminable contra mi corazón. Ya no puedo más. No me merezco torturarme de esta manera.

De hecho, creo que lo que necesito es irme de aquí.

De verdad.

Mudarme a otro sitio será lo único que me ayude a curarme, porque ya no puedo seguir cerca de Ridge. No, porque su presencia me destroza.

«¿Te enteras, corazón? Estamos en paz».

Sonrío al darme cuenta de que estoy a punto de empezar a vivir mi propia vida. Me invade una sensación de logro. Abro la puerta del cuarto de baño, enciendo la luz… y de inmediato me dejo caer de rodillas.

Dios mío.

Oh, no.

«No, no, no, no, ¡no!».

La cojo por los hombros y le doy la vuelta, pero está completamente inerte. Tiene los ojos en blanco y está muy pálida.

«¡Oh, Dios mío!».

—¡Ridge! —grito.

Salto por encima de ella y me dirijo a la puerta de la habitación de Ridge gritando su nombre con tanta fuerza que siento como si se me estuviera desgarrando la garganta. Intento girar el pomo varias veces, pero la mano se me resbala una y otra vez.

Empieza a tener convulsiones, así que me abalanzo sobre ella, le levanto la cabeza y le acerco una oreja a los labios para asegurarme de que respira. Estoy llorando, gritando una y otra vez el nombre de Ridge. Sé que no puede oírme, pero me da pánico soltarle la cabeza.

—¡Maggie! —chillo.

¿Qué estoy haciendo? No sé qué hacer.

«Haz algo, Sydney».

Le apoyo lentamente la cabeza en el suelo y me vuelvo en redondo. Aferro el pomo de la puerta con más fuerza y me pongo en pie. Abro de golpe la puerta de la habitación de Ridge y corro hacia la cama. Me subo a ella de un salto y me acerco al lado que él ocupa.

—¡Ridge! —grito zarandeándolo por los hombros.

Él levanta un codo al darse la vuelta, como para defenderse, pero lo baja enseguida al ver que estoy casi encima de él.

—¡Maggie! —grito como una histérica, mientras señalo el cuarto de baño.

Ridge dirige la mirada hacia el lado vacío de su cama y de inmediato se fija en la puerta abierta del cuarto de baño. En apenas unos segundos, se levanta de la cama y se arrodilla en el suelo junto a ella. Antes incluso de que yo entre de nuevo en el cuarto de baño, Ridge ya tiene la cabeza de Maggie entre los brazos y el resto del cuerpo sobre el regazo.

Vuelve la cabeza para mirarme y me dice algo por señas. Le hago un gesto negativo con la cabeza mientras las lágrimas me siguen cayendo por las mejillas. No tengo ni idea de lo que está intentando decirme. Ridge repite los gestos y señala la cama. Miro hacia su habitación y luego vuelvo a mirarlo a él con expresión de impotencia. Ridge parece más frustrado a cada segundo que pasa.

—Ridge, ¡no sé lo que me estás pidiendo!

Se deja llevar por la frustración y le da un puñetazo al armario del lavabo. Luego se acerca una mano a la oreja como si estuviera sujetando un teléfono.

Necesita el móvil.

Corro hacia su habitación y lo busco, revolviendo con desesperación la cama, las mantas, la mesita de noche… Finalmente lo encuentro debajo de la almohada y corro de nuevo hasta él. Introduce el PIN para desbloquearlo y me lo da otra vez. Marco el número de emergencias, me acerco el teléfono a la oreja y espero el tono de llamada mientras me dejo caer de rodillas junto a ellos.

Percibo el miedo en los ojos de Ridge mientras mantiene la cabeza de Maggie apoyada contra su pecho. Me está mirando, esperando con inquietud que respondan a la llamada. De vez en cuando, apoya los labios en el pelo de Maggie para intentar que ella abra los ojos.

En cuanto responde una operadora, me bombardea con una lista de preguntas cuyas respuestas desconozco. Le doy la dirección, porque es lo único que sé, y ella vuelve a dispararme más preguntas que no sé cómo trasladarle a Ridge.

—¿Es alérgica a algo? —le pregunto a Ridge repitiendo lo que acaba de decirme la operadora.

Él se encoge de hombros y hace un gesto negativo con la cabeza, sin entenderme.

—¿Padece alguna enfermedad?

Ridge niega de nuevo con la cabeza para darme a entender que no tiene ni idea de lo que le estoy preguntando.

—¿Es diabética?

Le formulo las preguntas a Ridge una y otra vez, pero no me entiende. La operadora me bombardea a mí y yo lo bombardeo a él, pero los dos estamos tan histéricos que ni siquiera puede leerme los labios. Yo estoy llorando. Ambos estamos aterrorizados. Y frustrados por el hecho de que no podemos comunicarnos.

—¿Lleva algún brazalete de alerta médica? —me pregunta la operadora.

Le levanto ambas muñecas a Maggie.

—No, no lleva nada.

Levanto la mirada hacia el techo y cierro los ojos, consciente de que ahora mismo no estoy sirviendo de ninguna ayuda.

—¡Warren! —grito.

Me pongo en pie de un salto, salgo del cuarto de baño y corro hasta la habitación de Warren. Abro la puerta de golpe.

—¡Warren!

Corro hasta su cama y empiezo a zarandearlo con el teléfono aún en la mano.

—¡Warren! ¡Tienes que ayudarnos! ¡Es Maggie!

Abre los ojos como platos, aparta las mantas y se pone rápidamente en movimiento. Le paso el teléfono.

—¡Estoy hablando con emergencias, pero no entiendo nada de lo que Ridge intenta decirme!

Warren coge el teléfono y se lo acerca a la oreja.

—¡Tiene DRFQ! —se apresura a gritarle al aparato—. FQ fase 2.

¿DRFQ?

Lo sigo hasta el cuarto de baño y lo observo mientras habla con Ridge por señas al tiempo que sostiene el teléfono en la palma de la mano, lejos de la oreja. Ridge le responde algo y Warren corre a la cocina. Abre la nevera, rebusca al fondo del segundo estante y coge una bolsa. Regresa a toda prisa al cuarto de baño y se arrodilla junto a Ridge. Deja caer el teléfono al suelo y lo aparta a un lado con la rodilla.

—¡Warren, estaban haciendo preguntas! —exclamo sin entender por qué ha soltado el teléfono.

—Sabemos lo que hay que hacer hasta que lleguen, Syd —dice.

Saca una jeringuilla de la bolsa y se la pasa a Ridge, éste le quita el protector y le inyecta algo a Maggie en el estómago.

—¿Es diabética? —pregunto mientras contemplo con impotencia la conversación silenciosa que Ridge y Warren mantienen.

No me hacen caso, pero tampoco es de extrañar. Parece que los dos están familiarizados con la situación y yo me siento demasiado aturdida para seguir mirando. Me doy la vuelta y me apoyo en la pared; luego cierro los ojos con fuerza para intentar recobrar la calma. El silencio se prolonga unos momentos más y luego alguien empieza a aporrear la puerta.

Warren echa a correr hacia la entrada antes incluso de que yo pueda reaccionar. Deja entrar a los paramédicos y yo me hago a un lado, observando en silencio mientras todo el mundo excepto yo parece saber qué narices está pasando.

Sigo apartándome del camino de los demás hasta que rozo el sofá con las pantorrillas y me dejo caer.

Suben a Maggie a la camilla y empiezan a empujarla hacia la puerta de la calle. Ridge los sigue apresuradamente. Warren sale de la habitación de Ridge en ese momento y le lanza un par de zapatos. Él se los pone, le dice algo por señas a su amigo y luego se marcha rápidamente tras la camilla.

Observo a Warren, que vuelve deprisa a su habitación. Cuando sale, lleva la camiseta y los zapatos puestos y su gorra de béisbol en la mano. Coge las llaves del coche y vuelve otra vez a la habitación de Ridge. Sale al poco con una bolsa en la que lleva las cosas de Ridge y se dirige a la puerta de la calle.

—¡Espera! —grito—. ¡El teléfono! Necesitará el teléfono.

Corro al cuarto del baño, recojo el móvil de Ridge del suelo y se lo llevo a Warren.

—Voy contigo —digo mientras me pongo un zapato junto a la puerta.

—No, no vienes.

Lo miro, algo sorprendida por la rudeza de su tono, mientras me pongo el otro zapato. Warren empieza a cerrar la puerta, pero se lo impido con la palma de una mano.

—¡Voy contigo! —repito, esta vez con más decisión.

Se vuelve y me observa con una mirada dura.

—No te necesita allí, Sydney.

No tengo ni idea de lo que quiere decir, pero el tono de Warren me cabrea. Le doy un empujón en el pecho y salgo de casa.

—He dicho que voy —digo en tono definitivo.

Termino de bajar la escalera en el mismo momento en que la ambulancia empieza a alejarse. Ridge tiene las manos cruzadas en la nuca y la observa marcharse. Warren llega al pie de la escalera y, en cuanto Ridge lo ve, los dos echan a correr hacia el coche de Ridge. Los sigo.

Warren se sienta al volante, Ridge ocupa el asiento del pasajero. Yo abro la puerta del asiento trasero y la cierro con fuerza después de acomodarme.

Warren sale del aparcamiento y acelera hasta que alcanzamos a la ambulancia.

Ridge está aterrorizado. Lo sé por la forma en que se abraza el cuerpo, por el temblor de la rodilla, por el modo en que se tira de la manga de la camiseta mientras se mordisquea el labio inferior.

Sigo sin tener ni idea de lo que le ocurre a Maggie, y me da miedo que sea algo grave. Pero en cierta manera tengo la sensación de que no es asunto mío y, desde luego, no pienso preguntárselo a Warren.

El nerviosismo que emana Ridge hace que se me encoja el corazón. Me siento en el borde del asiento, extiendo un brazo y le apoyo la mano en el hombro en un gesto que pretende ser tranquilizador. Él también levanta una mano, la apoya en la mía y me la aprieta ligeramente.

Quiero ayudar a Ridge, pero no puedo. No sé cómo. Sólo soy capaz de pensar en la absoluta impotencia que siento, en lo mucho que él está sufriendo y en el miedo que me da que pueda perder a Maggie, porque es dolorosamente obvio que eso lo mataría.

Acerca la otra mano a la que yo aún tengo sobre su hombro. Me la aprieta con fuerza con las dos suyas, en un gesto desesperado, y luego inclina la cabeza hacia el hombro. Me besa el dorso de la mano y noto que una lágrima me cae sobre la piel.

Cierro los ojos, apoyo la frente en el respaldo de su asiento y lloro.

Estamos en la sala de espera.

Bueno, Warren y yo estamos en la sala de espera. Ridge está con Maggie desde que hemos llegado, hace una hora, y Warren no me ha dirigido la palabra ni una sola vez.

Y ése es el motivo de que yo tampoco le hable. Está claro que tiene un problema conmigo, pero no estoy de humor para defenderme, porque no le he hecho absolutamente nada que me obligue a tener que defenderme.

Me acomodo en la silla y entro en el buscador del teléfono, pues siento curiosidad por saber más acerca de lo que Warren le ha dicho a la operadora de emergencias.

Tecleo DRFQ en la pestaña de búsqueda y pulso la tecla intro. Me fijo de inmediato en el primer resultado de la búsqueda: «Lo que hay que saber sobre la diabetes relacionada con la fibrosis quística».

Entro en el enlace y la página me explica los diferentes tipos de diabetes, pero poco más. He oído hablar de la fibrosis quística, pero no sé lo suficiente para hacerme una idea de cómo debe de afectar a Maggie. Clico en un enlace a la izquierda de la página que dice «¿Qué es la fibrosis quística?». El corazón me empieza a latir con fuerza y se me caen las lágrimas mientras trato de asimilar las palabras que destacan en todas las páginas en las que entro, una tras otra.

«Trastorno pulmonar hereditario».

«Potencialmente mortal».

«Reducción de la esperanza de vida».

«Sin tratamiento conocido».

«Expectativa de vida: 35-40 años».

No puedo seguir leyendo por culpa de las lágrimas que estoy derramando por Maggie. Por Ridge.

Salgo del buscador del teléfono y desvío la mirada hacia mi propia mano. Me fijo en las palabras que Ridge me escribió anoche en la palma de la mano y que aún no he leído.

Necesito que te marches.