Capítulo 5
Veinte minutos más tarde llegaron al conjunto residencial.
—Este es el antiguo edificio de Brett —aseguró Tara con el ceño fruncido.
—Ahora es el mío —contestó Michael aparcando el coche en el garaje—. Brett aún no lo había vendido, y a mí no me gusta vivir en un hotel. Estoy deseando mudarme.
Tara no dijo nada. Caminó en silencio hacia el ascensor con Brandon en una mano y la cesta de picnic que Ruby había preparado en la otra. ¿Estaría recordando el primer apartamento que tuvieron? Michael había ido a verlo un par de veces desde que había regresado a Chicago. Y siempre le había traído a la memoria recuerdos muy vívidos del pasado, como el que en aquel momento le estaba cruzando por la mente...
Llevaban casados una semana, y se habían quedado en casa de Seth, hermano de Tara, hasta que Michael logró reunir dinero suficiente para pagar la fianza y el primer mes de alquiler de un apartamento.
—Es... muy íntimo —había expresado Tara tras abrir la puerta con la llave, tratando de disimular su horror.
Recorrió con los ojos muy abiertos y una falsa sonrisa el techo desconchado, la bombilla pelada que colgaba en él, y la nevera de camping que es taba en medio de la habitación, junto a una cocina vieja de gas cuyo cable colgaba peligrosamente.
Tara tenía dieciocho años, y estaba acostumbrada a tener servicio doméstico y una tarjeta de crédito sin límite de efectivo. Michael la había apartado de una vida de lujo y comodidades para meterla allí, y nunca la había amado tanto como en aquel momento. La tomó en brazos, y ella lo miró con aquellos ojos color violeta que podrían haber escogido a cualquier hombre del mundo, y lo habían elegido a él.
—Será solo durante algún tiempo —prometió mientras entraba con ella colgada de su cuello.
—No me importa. Es nuestro. Es solo nuestro, y me encanta.
—No puede gustarte —aseguró él con una carcajada, apoyando la frente contra la suya—. Es un agujero.
—No —insistió ella—. Es un hogar en potencia. Nuestro hogar. Nuestro nido. Con paciencia y cariño, lo iremos arreglando.
Aquella noche hicieron el amor en el suelo, el mismo suelo en el que luego durmieron sobre un saco de dormir. Aquello y una radio eran sus únicas piezas de mobiliario.
—Te quiero, Tara Paige —murmuró él mientras la estrechaba contra sí, sus cuerpos desnudos fundidos en uno solo, húmedos por el calor de su amor—. No te arrepentirás de haberte casado conmigo.
—Te quiero, Michael —respondió ella a su vez con los ojos semicerrados y las piernas enredadas alrededor de su cintura—. Siempre te querré. Y no habrá nada que puedas hacer que me haga arrepentirme.
El timbre del ascensor, anunciándoles que habían llegado a su planta, lo hizo volver al presente.
—Aquí es —dijo Michael, deseando que ella no notara el ligero temblor de sus manos mientras avanzaban por el pasillo—. Es algo más lujoso que nuestro primer apartamento.
La miró un instante, y Tara le mantuvo la mirada. En aquel breve momento, Michael se dio cuenta de que ella también había estado pensando en lo mismo. Su primer hogar era pequeño y feo, y habían tenido que ir arreglándolo con paciencia, pero allí habían transcurrido los años más felices de su matrimonio.
—Bienvenida a mi humilde guarida —dijo Michael estirando la mano para ayudarla a entrar—. ¿Verdad que es bonita?
Tara dejó la cesta y al niño sobre el suelo.
—Bonita y vacía —respondió ella sin moverse del umbral de la puerta, como si temiera adentrarse más en su apartamento... y en su vida.
—He pensado que tal vez podrías ayudarme con eso —contestó él con aire casual, mientras sacaba las cosas de la cesta y las colocaba sobre el mostrador—. Espero que Brandon venga muchas veces a visitarme, y quiero que esté cómodo. No sé lo que le gusta, y, seamos sinceros, tampoco tengo ni idea de lo que es seguro para él. Por no mencionar que es obvio que necesito un decorador…
Tara se mordió el labio inferior y giró la cabeza para mirar a Brandon, que correteaba por el salón vacío como si fuera su parque particular.
—Por supuesto, te pagaría —añadió solo para observar su reacción—. Quiero lo mejor. Si fuiste capaz de convertir aquel estudio de una sola habitación en un palacio sin apenas dinero, imagina lo que puedes hacer aquí con un presupuesto ilimitado.
—¿Ilimitado?
Michael sonrió. A pesar de su riqueza, Tara era una de las mujeres menos materialistas que había conocido en su vida. Sabía que en aquel momento tenía que estar intrigada. Podía leer en su cara que se moría de ganas de preguntar desde cuándo y cómo se había convertido el dinero para él en una comodidad ilimitada.
Pero no lo preguntó, y él todavía no quería contárselo. Esperaba que llegara el momento en que Tara se sintiera lo suficientemente cómoda con él como para preguntárselo.
—Tenemos vino —aseguró él mostrándole la etiqueta de una botella—. Y también leche para mi amigo —añadió cuando Brandon avanzó hacia él y se abrazó a una de sus piernas con una carcajada.
Aquel gesto de su hijo le hizo ver de golpe la importancia de su regreso. Su hijo, al que no había visto nacer, que había crecido hasta convertirse en aquel niño alegre, confiado y risueño que se agarraba a su pierna con una mano mientras que con la otra sujetaba un biberón de leche del Rey León. Michael se puso de rodillas, le pasó una mano por la cabecita y lo estrechó entre sus brazos para sentirlo cerca.
—Es... es tan perfecto, Tara... —consiguió decir a duras penas—. Es absolutamente perfecto.
Brandon comenzó a agitarse. Su mente inquieta ya estaba buscando otro lugar que explorar. Michael lo dejó marchar, y se incorporó lentamente sin mirar a Tara. Se dirigió a la cesta, sacó un descorchador de botellas y comenzó a abrir la botella de vino.
—No puedo explicarte lo que siento cuando lo abrazo —aseguró sacudiendo la cabeza con un nudo en la garganta—. Lo siento..., es que... es que a veces no puedo evitar lamentar lo que me he perdido.
Michael descorchó la botella, miró hacia la p red con aire ausente y luego se volvió lentamente hacia ella con expresión grave.
—Me dije a mí mismo que no te preguntaría esto —aseguró sacudiendo la cabeza con frustración—. Pero... ¿lo sabías? ¿sabías que estabas embarazada cuando me marché?
Michael observó cómo Tara se quitaba lenta mente el abrigo y se lo colocaba entre los brazos como un escudo protector.
—No, no lo sabía. Creo..., creo que debí concebirlo la última noche —contesto con tranquilidad.
Michael la miró a la cara hasta que sus ojos se encontraron, y allí vio dibujados los recuerdos. La piel blanca de Tara bajo el camisón de seda negra. Sus manos rudas y necesitadas quitándoselo.
Tara se sonrojó y apartó la vista. Caminó hacia los ventanales y miró hacia el puerto. Aquella noche se habían despedido haciendo el amor furiosamente, con rabia. Michael había sabido que ella estaba enfadada con él.
Pero no sabía que le iba a pedir el divorcio.
Observándolo ahora, con la perspectiva del tiempo, se daba cuenta de que había habido algo de desesperación en su forma de amarse aquella última noche. Al parecer, ella había pensado entonces que aquella iba a ser la última vez.
Desde luego, para él lo había sido. Y no solo con ella. Llevaba dos años de celibato.
—Parker y tú... ¿sois amantes? —soltó de sopetón, sorprendiendo a ambos con aquella pregunta inesperada—. Y por favor, no me digas que no es asunto mío... ¿sois amantes?
—No —respondió ella tras una larga pausa—. No
Michael dejó escapar un suspiro, cerró los ojos y esperó a que el mundo se asentara. Sus manos no reflejaban la firmeza que le hubiera gustado mientras llenaba dos vasos con vino. Cruzó la habitación vacía y le entregó uno a ella.
—Por el futuro —brindó, observando con alivio cómo Tara bebía un sorbo.
«Por nosotros», añadió para sí mismo, más decidido que nunca a que hubiera un «nosotros». Volvería a haberlo de nuevo, y esta vez, sería mejor que nunca.
—Por el futuro.
Tara apuró al vaso de vino que Michael le había servido y se dijo a sí misma que no pensaría en el futuro. Al menos no hasta que tuviera la cabeza más asentada. En aquellos momentos, bastante tenía con diferenciar el pasado del presente.
—Desde que tú no estás, han pasado muchas cosas en la familia que tal vez deberías saber, Michael —comenzó a decir con cierta cautela—. Para empezar, mi abuelo y mi tío Marc fueron asesinados el pasado mes de diciembre.
—¿Asesinados? ¡Oh, Tara, cuánto lo siento! —ex clamó Michael acercándose hasta ella y tomándola de las manos—. Tu madre debe estar destrozada...
Tara se rindió, porque eso era lo que estaba deseando con todas sus fuerzas, y porque pensó que ya se había resistido demasiado. Se apoyó sobre su pecho y descansó en él, permitiendo que Michael le rodeara la cintura como solía hacerlo. Era cálido y fuerte. Y ella lo había echado tanto de menos
—Fue muy duro. Y sigue siéndolo —afirmó apartándose ligeramente, dispuesta a continuar con la historia—. Y lo peor es que mi hermano Daniel, que subió al trono de Altaria por ser el hijo mayor, también sufrió un atentado.
—¿Cielo Santo? ¿Se encuentra bien?
—Sí, perfectamente —respondió ella al instante, mientras acunaba entre sus brazos a Brandon.
El niño debió percibir la tensión del relato, porque había dejado de recorrer el apartamento pare refugiarse en brazos de su madre.
—Tu hermano Daniel convertido en rey... —comenzó a decir Michael, claramente impactado por las noticias.
—Y al parecer, lo está haciendo bastante bien. También es un buen marido —añadió Tara con una sonrisa—. Así es, conoció a Herrín y se casó con ella. Justin ocupó el lugar de Daniel como Vicepresidente de Marketing de la Corporación Connelly
—¿Justin? Y supongo que ahora me dirás que también se ha casado...
—No, todavía no. Pero él y Kimberly están comprometidos, igual que Alex y Phillip, príncipe de Silverdorn. Ya puedes imaginarte la boda que van a organizar.
«Muy distinta a la nuestra>>, pensó Tara para sus adentros, recordando aquella noche de primavera tan fría en la que habían conducido hasta Missouri y habían despertado a un juez de paz que, después de protestar, había accedido finalmente a casarlos.
—Ya sabes lo de Brett y Elena —continuó Tara, dispuesta a dejar de lado los recuerdos de un tiempo en el que todo parecía tan sencillo y tan verdadero—. Y Luego está Drew. El mes pasado se comprometió con Kristina.
—No sé que decir —aseguró Michael parpadeando varias veces.
—Pues toma asiento, porque aún queda lo mejor —aseguró ella mordiéndose el labio inferior—. Acabamos de descubrir a dos nuevos Connelly. Hay otro par de gemelos, que no son Brett y Drew. Ninguno de nosotros sabía de la existencia de Chance y Douglas, ni siquiera papá y mamá.
Los descubrió un detective que investigaba la muerte de mi abuelo y de mi tío —continuó Tara, al ver que Michael estaba tan confuso que era in capaz de formular una sola pregunta más—. Antes de conocer a mamá, papá estuvo saliendo con una joven llamada Hannah Rarnett. Al parecer, terminaron con la relación antes de que ella supiera que estaba embarazada. Nunca le contó a papá lo de los gemelos, y a sus hijos tampoco les habló de su padre. Doug es médico. El y su mujer, Maura, van a tener un hijo pronto. Chance es miembro de las patrullas especiales de la Marina, y él y Jennifer tienen una niña, Sarah, que es de la edad de Brandon.
—Esto es increíble —aseguró Michael echando la cabeza hacia atrás y soltando una sonora carcajada—. Ya solo quedan Seth, Rafe y Maggie... ¿O ellos también se han casado?
—No me imagino a Seth ni a Rafe sentando la cabeza —aseguró Tara con una sonrisa al pensar en sus hermanos—. Y Maggie, ya la conoces..., está dedicada por completo al arte, siguiendo a su espíritu libre donde quiera que este la lleve. En cambio, mi prima Catherine, la hija del tío Marc, se ha casado con el jeque Al Bin Russard. Su historia es como de las mil y una noches.
Michael permanecía ahora en silencio, con su bello rostro muy serio. Se había sentado en el suelo, y tenía en brazos al pequeño Brandon.
—Lo que me has contado al principio sobre el asesinato de tu abuelo y de tu tío, y el atentado contra Daniel, ¿puede tratarse de un intento de derrocar la monarquía en Altaria?
—No parece. En la historia de Altaria nunca ha ocurrido nada semejante. Lo están investigando. En un principio, Daniel contrató a un investigador en Europa llamado Albert Dessage. Y la policía de Chicago también estaba sobre el asunto. De hecho, así fue como Drew conoció a Elena. Ella era la detective encargada del caso. Pero el pasado mes de junio, Elena dejó la investigación debido a su embarazo, y papá decidió contratar a unos detectives de una agencia privada de Chicago como refuerzo. Tom Reynolds y Lucas Starwind tienen una excelente reputación, así que esperamos que averigüen algo pronto.
—Vamos a ver si lo entiendo —comenzó a decir Michael, tratando de asimilar toda la información que estaba recibiendo—. En primer lugar: si todo eso ha sucedido en Altaria, ¿por qué está implicada la Policía de Chicago? En segundo lugar: según me has dicho, tu abuelo murió en diciembre. De eso hace nueve meses. No lo entiendo. ¿Por qué no lo han resuelto ya? Y en tercer lugar: Si su asesinato no fue un intento de acabar con el régimen, significa que hay algo más en juego. Y eso podría significar que todos los Connelly podrían estar en peligro. Incluidos tú y Brandon —concluyó Michael con una mueca de preocupación.