Capítulo 4

Michael apretó la mandíbula, hundió las manos en los bolsillos y trató de hacerla recapacitar sobre lo que, acababa de decir.

Ella lo amaba. A él. Y Michael se resistía a creer que seguiría adelante con el divorcio, del mismo modo que se negaba a creer que su relación con Parker pudiera llegar a compararse con lo que ellos habían tenido, con lo que todavía tenían.

¿No fue suficiente con amarse? — respondió él, arrojándole las palabras a la cara—. Y lo que tienes con Parker, ¿eso sí es suficiente?

Tara se puso en pie y se dirigió con paso nervioso hacia uno de los ventanales.

Lo que tengo con John es lo que necesito—aseguró ella apoyando los dedos sobre el cristal—. Seguridad, respeto y estabilidad.

Eso puedes conseguirlo en un banco —contestó él, observando a través del cristal la tensión que reflejaba el rostro de Tara—. ¿Tú lo quieres?

Yo, no quiero hablar de mí relación con John. El me importa, y...

¿Lo quieres? —repitió Michael.

Tara cerró los ojos y no respondió.

No lo quieres. Porque me sigues amando a mí —aseguró él.

Al ver que ella no lo negaba, Michael se acercó y se colocó justo detrás. Estaba tan cerca que podía aspirar el olor a flores que desprendían sus cabellos. Tan cerca que podía observar cómo le latía el pulso en el cuello.

Si estiraba la mano, podría acariciarle la mejilla, deslizar los dedos por la esbelta línea de su cuello. Se moría de ganas de tocarla. Y eso fue lo que hizo.

Había una flor en la selva tropical —susurró él mientras le recorría lentamente la línea de la barbilla—. No sé cómo se llama, pero me tenía fascinado. Tenía los pétalos increíblemente suaves y un color melocotón casi transparente. Me recordaba a ti, y tú me recuerdas a ella.

Michael, por favor, no.

Estás temblando —murmuró él con voz pro funda mientras la hacía girarse para obligarla a mirarlo.

El corazón te late con mucha fuerza —continuó mientras le colocaba suavemente dos dedos en la base del cuello—. Igual que a mí. Mira lo que me haces, Tara —concluyó tomando su mano y colocándosela sobre el pecho para que ella sintiera sus latidos.

¿Qué quieres, Michael? — exclamó Tara apartándose con los ojos encendidos—. ¿Quieres que te diga que he pensado mucho en ti? ¿Qué he echado de menos lo que hacíamos en la cama? Pues bien, así ha sido. Lo he recordado cada día, cada momento, cada noche. Y lo sigo recordando.

Aquella confesión habría sido deliciosa para Michael si no hubiera ido acompañada de una rabia y una vergüenza por lo que sin duda Tara consideraba una debilidad.

Pero de todos modos, había seguido pensando en él. Y Michael decidió aferrarse a aquello.

Ya no tenemos por qué seguir echándonos de menos.

El sexo no sirvió para solucionar nuestros problemas —afirmó ella levantando la mano para detenerlo cuando intentó acercarse de nuevo—. Y sigue sin servir.

Lo que había entre nosotros no era solo sexo.

Tienes razón, Había algo más. Había rabia, resentimiento y desilusión.

Tara...

No, déjame acabar. Éramos jóvenes, y nos enamoramos llenos de ideales de lo que esperábamos de nosotros mismos y del otro. Y yo no era lo que tú necesitabas, Michael. Ni lo soy ahora. Tú lo que necesitabas era ser «alguien». Vivías por y para eso, y lo demás no te importaba.

Los ojos de Tara echaban chispas de furia y resentimiento.

Entonces no me di cuenta de lo que nos es taba ocurriendo —aseguró Michael pasándose la mano por el pelo—. Pero tienes que creerme, Tara: ya no soy el mismo hombre del que estabas dispuesta a divorciarte hace dos años.

Tampoco yo soy la mujer que dejaste atrás—replicó ella con una sonrisa de tristeza.

Michael supo en aquel momento que tendría que luchar mucho por volver a conseguirla. Por que Tara tenía razón. No era la misma. Esta nueva Tara había decidido que no existía aquello de«y fueron felices para siempre». La nueva Tara se había resignado a resistirse a sus sentimientos y no escuchar los gritos de su corazón.

Brett le había contado que había dejado de luchar, excepto en lo que a Brandon se refería. Protegería y amaría a aquel niño con toda la fuerza de su corazón. Las siguientes palabras que salieron de su boca se lo confirmaron y le proporcionaron a Michael un momento de alivio.

No te mantendré apartado de Brandon —aseguró Tara mirándolo a los ojos—. Necesita a su padre.

Y yo necesito a su madre —confesó Michael dejando salir las palabras sin ningún orgullo.

Ya no le quedaba orgullo.

Pero ella no tenía ninguna intención de darse cuenta de ello. Con la mirada perdida y el tono de voz distante, le contó cómo iban a ser las cosas a partir de entonces.

Te lo digo otra vez, Michael... estoy muy, muy contenta de que estés vivo. Pero no puedo seguir siendo tu esposa.

Pero sí puedes serlo de Parker —rugió él con frustración mientras la tomaba entre sus brazos—. ¿Crees que él puede darte esto? —preguntó entre dientes mientras bajaba la cabeza y colocaba los labios sobre los suyos.

Una excitación cálida e inesperada lo recorrió por entero al poner las manos sobre el cuerpo de Tara, al saborear su boca. Michael aspiró el aire con fuerza como sí fuera la última vez que respiraba, como si aquel aliento que compartían fuera lo único esencial.

Tara se rindió con un gemido que era una mezcla de protesta, deseo y necesidad.

Tara —susurró el casi sin respiración mientras levantaba la cabeza.

Se encontró entonces con sus ojos violetas llenos de deseo, y volvió a hundirse en busca de más. Hasta que sus bocas no fueron suficientes para ninguno de los dos.

Salgamos de aquí —susurró él hundiéndole las manos en el cabello mientras la atraía más hacia sí—. Necesito estar a solas contigo.

Tara tenía expresión de estar confusa, y respiraba agitadamente. Michael trató de mirarla a los ojos, pero ella tenía la vista clavada por encima de su hombro. Estaba muy pálida, e intentó apartarlo de sí, pero él se lo impidió.

¿Tara?

Michael se estremeció al escuchar aquella voz desconocida que se dirigió a ella con aquel sentido de la propiedad.

John —respondió ella algo avergonzada.

Esta vez, cuando Tara lo apartó con más fuerza, Michael no opuso resistencia. Se giró lentamente para encontrarse con la figura de aquel hombre que lo miraba con ojos asesinos. Tendría unos cincuenta años, y parecía muy pulcro y muy formal. Y más frío que un pez.

Michael se giró de nuevo hacia Tara preguntándole con la mirada si de verdad era aquello lo que quería.

¿Ocurre algo? —preguntó John con voz neutra. Michael se acarició la mandíbula, miró a su mujer, y luego se dio la vuelta con la mano extendida.

Creo que no nos conocemos —dijo con sequedad—. Soy Michael Paige, el marido de Tara.

John Parker —respondió el otro hombre sin estrecharle la mano—. Y la mujer a la que está usted vapuleando es mi prometida.

Interesante elección de palabras —aseguró Michael con una sonrisa cínica—. Teniendo en cuenta que todavía es mí esposa.

No, por favor —suplicó Tan poniéndose en me dio de los dos hombres—. Por favor, no hagáis esto.

Tranquila, cariño —respondió Parker con una sonrisa tranquilizadora—. No tengo ninguna intención de montar una escenita que pudiera disgustarte. Estoy seguro de que el señor Paige estará de acuerdo en tratar este asunto de manera civilizada.

El señor Paige estaba teniendo una charla muy civilizada con la señora Paige hasta que usted nos interrumpió —señaló Michael.

Tu padre estaba preocupado por ti, querida—dijo Parker exhalando un suspiro, mientras se giraba hacia Tara.

Michael decidió no continuar con la disputa. Tara estaba disgustada, y no quería continuar por aquel camino.

Esto no ha terminado. Nosotros no hemos terminado —aseguró tomando una de las manos de su esposa y besándola en la frente. — Voy a subir a ver a Brandon.

¿No han mandado todavía las páginas de prueba, Chloe? —preguntó Tara con aire ausente, mientras sacaba del cajón de su escritorio un texto que quería editar.

Creo que sí. Espera un momento que lo compruebo.

Tara no levantó la vista mientras su asistente, Chloe Chandler, recién salida de la universidad y llena de entusiasmo y vitalidad, salió volando del despacho. Tras la visita de Michael aquella mañana, necesitaba de toda su concentración para mantener la mente en el trabajo que tenía delante.

Aquí están —dijo Chloe a los pocos minutos, mostrándole un taco de páginas—. Y son estupendas. Te van a encantar las fotos del dormitorio.

Gracias.

No hay de qué —contestó su asistente girándose para salir del despacho—. Perdón..., no lo había visto entrar. ¿Puedo ayudarlo en algo? —dijo entonces al toparse con alguien de frente.

Creo que ya he encontrado lo que buscaba. Gracias.

Tara se quedó paralizada. No tenía ni que levantar la vista para saber con quién se había casi chocado Chloe. Reconocería aquella voz en cualquier lugar del mundo, en cualquier momento. Dormida, despierta, y ahora, al parecer, en su despacho.

Hola —dijo Michael con la más encantadora de sus sonrisas, cuando ella levantó por fin la cabeza—. ¿Es un mal momento?

No, no mucho —contestó Tara tratando de disimular su turbación haciendo como que ordenaba los papeles.

Muy bien. He pensado que tal vez podría invitarte a comer.

¿A comer? —preguntó ella parpadeando.

Si, comer. Ya sabes, eso que se hace entre el desayuno y la cena —bromeó Michael guiñándole un ojo a Chloe, que contemplaba la escena.

La joven sonrió con timidez y salió del despacho tocándose las mejillas calientes. Se había sonrojado. Tara recordó que ella había reaccionado de la misma forma la primera vez que lo vio. Pero el hecho de que ella también tuviera las mejillas coloradas en aquel momento y se hubiera quedado sin palabras no significaba que su presencia siguiera afectándole. Era solo que... que no se había recuperado de la visita de aquella mañana. De su obstinación. De sus besos.

Sus besos. Cielo santo, cómo los había echado de menos. Y también su cuerpo fuerte apretado contra el suyo. Tara se sacudió mentalmente la cabeza, tratando de volver al presente. No esperaba volver a verlo tan pronto, y menos en su lugar de trabajo. Michael llevaba puestos unos pantalones vaqueros y un jersey de cuello de pico. Se había subido las mangas del jersey, dejando al descubierto unos antebrazos morenos, fuertes, y recubiertos de un suave vello, el mismo que asomaba por el cuello del jersey. Tara escenificó en su mente la imagen de sus dedos recorriendo el vello de aquel pecho, y descendiendo hacia el vientre, allí donde la línea de vello se hacía más delgada...

Ya era suficiente. Hizo un esfuerzo por con centrarse y dirigió la vista hacia su rostro.

Pensé que pasarías el resto del día con Brandon —comentó, recordándole lo que Michael le había pedido a primera hora de la mañana.

Y así es. Pero una de las recepcionistas me lo arrebató de los brazos cuando entré y aún no lo ha soltado —aseguró él con una mueca—. Nuestro hijo es todo un seductor.

<<Nuestro hijo>>. Tara aspiró con fuerza el aire y trató de no pensar en el efecto que aquellas palabras producían sobre su ánimo.

¿Qué tal habéis encajado? —preguntó con cierta preocupación.

Brandon era un niño encantador, pero a veces se mostraba algo tímido con los extraños. Y, desgraciadamente, Michael era un extraño para él.

Muy bien —aseguró él cruzándose de brazos y apoyándose sobre el umbral de la puerta—. Has hecho un gran trabajo con él, Tara. Estaba seguro de qué querría verte, y como yo quería verte también, se me ocurrió que no estaría mal que saliéramos los tres a comer. ¿Qué me dices?

No creo que pueda. Tengo la agenda repleta de trabajo.

Venga, Tara —respondió Michael con mueca de disgusto—. Es solo una comida. Te prometo que no te presionaré. Lamento lo ocurrido esta mañana. Lo último que me gustaría sería agobiarte y hacerte sentir mal.

Solo una comida. Si fuera tan sencillo... pero nada volvería a ser sencillo en su vida. Tendría que ir acostumbrándose.

Michael dijo adiós con la mano a todas las mujeres que se habían reunido en la recepción haciendo como que trabajaban mientras Tara y él con el niño en brazos salían de la redacción de la revista. No cabía ninguna duda de que estaban al tanto de que el marido de su compañera había «resucitado», y, a juzgar por sus miradas, aprobaban el buen gusto de Tara.

Michael se sentía inexplicablemente animado, no solo por la obvia aprobación que despertaba, sino porque estaba satisfecho con el camino que había decidido tomar. Aquella mañana a primera hora había quedado claro que no iba a ganarse de nuevo a Tara presionándola. Y eso era exactamente lo que había hecho, lo notó al darse cuenta de lo rígida que se ponía y la mirada de dureza que le dirigió cuando John Parker los interrumpió. Y seguro que su padre tampoco estaría facilitando las cosas. Sin embargo, Emma le había de mostrado una vez más que en este asunto estaba a favor de él, y no de Grant.

Sé que quiere lo mejor para su hija —reconoció Michael ante Emma aquella mañana tras salir de su encuentro con Tara en la galería.

Sí, pero John no es lo mejor para ella —había contestado Emma, sorprendiéndolo—. Es muy buena persona, pero yo siempre he sabido que no era para Tara.

Lo mismo pensabas de mí —aseguró Michael con firmeza—. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

El día que te perdimos a ti perdimos también a Tara —contestó Emma mirándolo con afecto mientras subían las escaleras en dirección al cuarto de Brandon—. Entonces supe que nunca te habíamos valorado lo suficiente por hacerla tan feliz. Quiero que regrese la antigua Tara, Michael y Grant también. Echamos de menos a aquella fierecilla que solía reír y llorar y vivir la vida como si estuviera conduciendo un coche deportivo a toda velocidad.

Michael guardó silencio mientras ambos enfilaban por el pasillo.

¿Sabías que antes de marcharme a Ecuador me pidió el divorcio? —dijo finalmente deteniéndose en el umbral de la puerta del cuarto de juegos de Brandon.

Emma asintió con la cabeza.

No existe el matrimonio perfecto —aseguró frotándose las manos suavemente—. Dios sabe los problemas que Grant y yo hemos pasado... pero yo cuento contigo, Michael. Cuento contigo para que arregles tus problemas de pareja. ¿Me aceptarías un consejo?

Estoy abierto a todo —aseguró él al instante con cierto deje desperado en la voz.

No intentes coaccionarla —dijo Emma esbozando una sonrisa—. Ahora mismo está muy confusa. Ya tiene suficiente presión. Elige el camino más largo, Michael. Utiliza métodos sutiles y la suavidad para recordarle lo que hubo de bueno entre vosotros, y convéncela de que volverá a ser así.

El recuerdo de las palabras de Emma le devolvió al momento presente, a la mujer que tenía al lado y al niño que llevaba en brazos. Emma contaba con él.

Mientras los tres descendían de la planta veintiuno del edificio en ascensor, Michael se dijo a sí mismo que él también contaba con alguien. Contaba con que Tara escuchara a su corazón y se diera cuenta de que estaban hechos el uno para el otro.

Y si el beso que se habían dado por la mañana era indicativo de algo, ella estaba comenzando a darse cuenta, aunque no quisiera.

El consejo de Emma era muy sabio. Dos años atrás él no habría tenido la paciencia para un cortejo lento y sutil. Pero ahora sí la tenía. Y tenía algo más, algo que John Parker no poseía. Tenía un pasado con su mujer, mejor o peor, pero suyo. Y tenía la determinación de recuperar el elemento más importante de su vida.

¿A dónde vamos? —preguntó Tara cuando sujetaron a Brandon en su asiento del coche.

De picnic —contestó Michael con alegría, mirando a su hijo a través del espejo retrovisor—. Te apetece, ¿verdad, campeón?

Michael, hace bastante frío y sopla mucho viento —advirtió Tara.

No te preocupes —la tranquilizó él con una sonrisa misteriosa—. Todo está previsto.

Todo estaba previsto. Sintiéndose más en paz de lo que se había sentido en mucho tiempo, Michael enfiló el coche hacía el tráfico de la ciudad y se dispuso a iniciar la tarea de recuperar su vida.