Capítulo 9

 

HARRIET empezó a creer que James hablaba en serio, incluso cuando estaba de viaje, algo que ocurría más a menudo de lo que ella hubiera deseado. A veces estaba fuera de Londres quince días, pero el tiempo que estaban separados hacía que las reuniones fueran más apasionadas, el placer ensombrecido sólo por el único motivo de discusión entre los dos.

Cuando Harriet insistió en que no quería irse a vivir con él, James decidió que si el problema era su moderno apartamento, compraría una casa.

-Mantendré el apartamento, pero buscaremos una casa que nos guste a los dos.

-No es sólo eso -suspiró Harriet-. Creo que es demasiado pronto para irnos a vivir juntos.

-Demasiado pronto -repitió él, exasperado-. Nos conocemos desde hace años...

-Pero has empezado a verme como una mujer y no como la amiguita de Tim hace muy poco -le recordó Harriet.

-La novia de Tim -corrigió James-. Y hablando de novias, seamos claros. Yo creo que el problema es que sabes lo que pienso del matrimonio... pero tienes que entenderlo. Para Madeleine y para mí fue un desastre. Fue una auténtica cura para el amor que sentíamos el uno por el otro –murmuró, tomando su cara entre las manos-. Te querré durante el resto de mi vida, lo juro. Repetir esto en una iglesia no cambiaría nada.

-¿Crees que lo que quiero es una alianza? -preguntó Harriet, atónita.

-No lo sé. Te ofrezco un hogar, seguridad económica y a mí mismo para siempre. ¿Qué más quieres?

-Tiempo -contestó ella-. Todo esto es nuevo para mí. No estoy acostumbrada a que tú... a que tú...

-A que te quiera. Pero te quiero, Harriet Verney.

-Yo también te quiero, James Devereux. Pero prefiero no vivir contigo hasta que esté más segura.

-¿De tus sentimientos por mí?

-No, hasta que esté segura de que esto no acabará en lágrimas.

James sonrió.

-Seguramente te haré llorar en alguna ocasión. Y quién sabe, puede que tú también me hagas llorar, pero te aseguro que haré lo imposible por hacerte feliz.

-Para eso sólo tienes que estar conmigo. Me da igual que nos casemos o no, pero quiero disfrutar de esto un poco más antes de que vivamos juntos.

-Cuando me sonríes así tengo que hacer lo que tú digas -dijo él, resignado-. ¿Cuánto tiempo me vas a hacer esperar?

Harriet soltó una carcajada.

-No te hago esperar. Hacemos el amor todo el tiempo y...

-No hablaba de hacer el amor, jovencita. Hablo de volver a casa contigo cada noche.

-¿No esperarás que te tenga preparadas las zapatillas?

-Yo no uso zapatillas. Para hacerme feliz, sólo tendrías que estar aquí.

-A veces trabajo hasta muy tarde.

-Entonces te esperaré yo, impaciente -sonrió James, con los ojos brillantes-. Además, si dejas ese estudio tuyo te ahorrarías el alquiler.

-Ah, espera -rió Harriet, levantando las manos en señal de rendición-. ¿Por qué no lo has dicho antes? ¡Vamos a buscar casa mañana mismo!

Lo de buscar casa tendría que esperar hasta que James volviera de uno de sus viajes. Mientras él estaba en Escocia, solucionando un problema en uno de sus hoteles, Harriet quedó a cenar con Dido para darle la noticia, encantada de matar dos pájaros de un tiro cuando su amiga le pidió que llevase a Tim.

Dido estaba tan feliz de verlo que incluso consiguió felicitarlo por su próxima boda.

-Me has roto el corazón, monstruo -bromeó-. Qué alegría que estemos los tres juntos otra vez.

Tenía razón, pensó Harriet. Era estupendo estar los tres juntos de nuevo... Aunque Tim no paraba de darles la tabarra sobre Francesca.

-Espero que el día de mi boda estéis las dos para sujetar mi temblorosa mano.

-¡No me lo perdería por nada del mundo! -rió Dido.

Cuando terminaron de cenar, Harriet se levantó con la copa en la mano.

-Tengo que anunciaros algo... -pero no terminó la frase. Se sintió mareada de repente y, para horror de sus amigos, acabó en el suelo. Despertó al oír los sollozos de Dido.

-Ah, ya ha vuelto en sí -murmuró Tim-. Tranquila, cariño, no pasa nada.

-¿Quieres un vaso de agua?

-No, no... no sé qué me ha pasado. De repente, todo empezó a dar vueltas -murmuró Harriet, con voz ronca.

-¿Cómo te encuentras?

-No muy bien.

-¿Cuándo vuelve Jed?

-El sábado o el domingo, no lo sé.

Dido quería que durmiera allí, pero Harriet insistió en volver a su estudio.

-No te preocupes, yo dejaré a la enferma en la camita -sonrió Tim.

Poco después la llevó a casa y le preparó un té mientras ella se ponía el camisón.

-Antes de desmayarte ibas a anunciar algo importante. ¿Qué era?

Los ojos de Harriet se iluminaron.

-James y yo vamos a vivir juntos. Va a comprar una casa y...

Tim la abrazó, encantado.

-¡Vas a ser mi cuñada!

-No, Tim, voy a vivir con tu hermano, no a casarme con él.

-¿Por qué no?

-Madeleine -contestó ella.

-Madeleine es historia. ¿Por qué te preocupa?

-No es a mí a quien preocupa Madeleine, es a tu hermano. Dice que su matrimonio fue un desastre y que le quitó las ganas.

-¿Y tú qué piensas?

-No lo sé. Pero le entiendo.

-¿Te gustaría casarte con Jed?

-No -contestó Harriet.

-Ah, bueno, si los dos estáis de acuerdo -suspiró Tim-. Si te encuentras mal, llámame y vendré a cuidarte.

Cuando se fue, le entraron unas ganas absurdas de llorar. A la mañana siguiente, se despertó tarde y tuvo que irse a la oficina sin desayunar. Pero no le importaba porque James volvía aquella noche.

-Llegaré en cuanto el tráfico me lo permita -le dijo, por teléfono-. Te he echado de menos, cariño. ¿Y tú a mí?

-Mucho.

Tuvo que sonreír al pensar cómo iba a demostrarle cuánto le había echado de menos.

Harriet se volvió loca limpiando el estudio antes de que llegara. Con el pelo mojado, se puso a pelar patatas y a cortar las verduras para la cena. Luego se peinó a toda prisa, se envolvió en perfume y, después de un momento de indecisión, eligió unos pantalones blancos y el top de color caramelo que llevaba la primera vez que la besó.

Estaba buscando los zapatos cuando sonó el timbre.

Harriet abrió la puerta con una sonrisa tan radiante que James la tomó en sus brazos y empezó a dar vueltas por el salón. Pero cuando la dejó en el suelo, estuvo a punto de perder el equilibrio.

-¿Qué te pasa, cariño? -exclamó él, sujetándola.

-Nada, es que me he mareado...

James la apretó contra su corazón.

-¿Has comido mientras yo estaba fuera?

-Sí.

-¿De verdad? ¿Te encuentras bien?

-Sí, tonto. Y antes de que preguntes, me he acostado temprano todas las noches excepto el martes, que cené con Dido y con Tim.

-¿Mi hermano consiguió escapar de sus garras? -rió James, más relajado.

Harriet sonrió.

-Dido por fin ha aceptado que va a casarse con otra.

-¿Ya te encuentras mejor, de verdad'?

-Sí, claro.

Pero no le contó que también se había mareado en casa de Dido. No quería preocuparle más.

-Tengo que ir a ver cómo va la cena.

-Al infierno la cena. Comeremos algo de camino a casa.

-No -insistió Harriet-. Sólo tengo que calentar las verduras...

-Cariño, esto es muy pequeño. La semana que viene te mudas a mi apartamento y no quiero discusiones, por favor.

-Muy bien, muy bien -sonrió ella-. ¿Qué pasa, por qué me miras así?

-Debes sentirte peor de lo que creía. No has discutido.

-Estoy bien, en serio. Y te he echado mucho de menos.

Después de cenar, James llamó a un taxi.

-Ve a guardar tus cosas, yo fregaré los platos... a mano. Esto de no tener lavavajillas... pero no tiene sentido comprar uno porque no vas a vivir aquí mucho tiempo.

-¡No tan rápido! No pienso dejar el estudio después de haber pagado dos meses de fianza.

James se encogió de hombros, impaciente.

-¿Qué más da? Yo cubriré cualquier pérdida.

-No -insistió Harriet.

-¿Por qué no?

-No quiero aceptar dinero de ti.

-Cuando vivamos juntos no tendrás más remedio.

-Quizá no. Pero eso es el futuro.

-Dame una buena razón para que perdamos el tiempo viviendo separados...

Cuando llegaron al apartamento, Harriet pulsó el botón que abría el panel del segundo dormitorio.

-¿Qué quieres decir con eso?

-Hasta que encontremos casa, ¿podría usar esta habitación? Si tuviera un sofá y una televisión... me encontraría casi como en mi estudio.

-Mientras estés dispuesta a salir de ese agujero al que llamas estudio, puedes tener todo lo que quieras.

-Sólo hasta que encontremos una casa...

-¿Qué pasa ahora? -preguntó James, al ver que se mordía los labios.

-Que antes te he dicho que no quería aceptar dinero tuyo y ahora te estoy pidiendo muebles, una casa... Qué absurdo.

-Me gustan las mujeres absurdas. Ven a la cama.

-Tus técnicas de seducción dejan mucho que desear, James Devereux. Antes podríamos ver un rato la televisión.

-Eso podemos hacerla más tarde... mucho más tarde -suspiró él, tomándola en brazos para llevarla a la cama.

Harriet lo miró mientras se quitaba la chaqueta.

-Te quiero, James.

-Yo también te quiero, cielo. Y esta noche me has dado un susto de muerte. No vuelvas a hacerla, por favor.

-Lo intentaré -sonrió ella, acariciando su torso desnudo.

-¿De verdad quieres hacer el amor?

-Claro que sí. ¿Por qué lo preguntas?

-Si no te encuentras bien...

Como respuesta, Harriet se desnudó.

-El conjunto de ropa interior es un regalo. ¿Te gusta?

James tragó saliva antes de demostrarle cuánto le gustaba quitándoselo de un tirón.

-¿Quién te lo regaló?

-Uno de mis amiguitos -rió Harriet.

-¿Cuál?

Tim, por supuesto.

-¿Y por qué demonios te compra mi hermano ropa interior?

-Fue un regalo. Francesca lo eligió para mí en París. James, bésame.

-¿Dónde?

-Por todas partes -suspiró ella, estirándose en la cama.

Durmieron hasta muy tarde y, después de desayunar, decidieron ir a ver muebles.

-Mientras estabas en el baño he llamado a la inmobiliaria Whitefriars. Les he dicho que necesitaríamos una casa espaciosa, con un jardín grande, y me han dicho que enviarán un catálogo.

-Yo quiero algo que se parezca más a la casa de mi abuela que a Edenhurst, te lo advierto.

-Nosotros queremos ese algo -la corrigió James-. y ahora, vamos a comprar muebles para ti.

Si Harriet había tenido alguna duda sobre compartir su vida con James Devereux, las dudas desaparecieron al final del día. Ir de compras con él le pareció muy divertido. Volvieron a casa cargados de bolsas y riéndose del dependiente que se había tomado tan a pecho venderles un sofá.

-Exquisitamente confortable. Y el color de la piel va perfecto con el cabello de la señora...

-La verdad es que me ha sorprendido que eligieras ése -sonrió James.

-Lo que te ha sorprendido es el precio. Sobre todo, después de insistir en que también me llevara el sillón -rió Harriet.

-Un precio muy pequeño por llevarte a mi guarida -rió él, besándola en el pelo-. Pero esperaba que quisieras algo más tradicional. Si hubieras elegido un antiguo sofá de flores me habría dado igual... siempre que vinieras a vivir conmigo.

Ella lo abrazó, apoyando la cara en su pecho.

-A veces me resulta difícil de creer. Tú y yo...

-A veces me pregunto cómo he podido existir sin ti todos estos años.

Entonces Harriet se puso a llorar.

-¿Qué te pasa, cariño, qué he dicho?

-Perdona, no sé por qué estoy llorando.

-No llores, por favor. No sé qué hacer..

-Dame un pañuelo. Vaya hacer un té. Estoy más tonta...

-Pon la televisión, yo haré el té.

El fin de semana fue maravilloso. Lo pasaron enteramente en la cama, viendo la televisión y haciendo el amor.

-¡Un partido de críquet! --exclamó Harriet-. Qué maravilla.

James la abrazó.

-El críquet es sólo una de las cosas que tenemos en común, amor mío. Estamos hechos el uno para el otro.

James tuvo que irse de viaje esa semana para comprobar la transformación de una mansión gótica en un hotel de lujo y Harriet decidió volver a su estudio. Pero fue una tortura. Sólo las llamadas de teléfono de James la animaban. Los días se le hacían eternos y estaba sencillamente agotada, no sabía por qué.

Tim fue a verla una tarde para decirle que se iba a Florencia el fin de semana a ver a Francesca, pero se marchó pronto porque Harriet no podía dejar de bostezar.

-Anda, vete a dormir. Está claro que durante el fin de semana no has pegado ojo.

-Claro que he pegado ojo, tonto.

-Ya, ya, ¿cuándo te vas a vivir con mi hermano?

-Pronto.

-Oye, una cosa... ¿dónde voy a dormir yo cuando me apetezca quedarme en casa de Jed?

-Donde duermes siempre, en tu habitación. Yo duermo con James, guapo.

-Sigo sin creérmelo -rió Tim, abrazándola-. Adiós, cielo. Cuídate.

Al día siguiente, James llamó para decir que volvía por la noche.

-Espérame en mi apartamento y no te preocupes por la cena. La pediremos por teléfono.

La espera le pareció eterna. Harriet estaba frente a una de las ventanas del salón, tan angustiada que tenía que hacer un esfuerzo para mantenerse en pie. y cuando por fin llegó, prácticamente se lanzó sobre él.

-¿Qué te pasa, cariño? Estás muy pálida... ¿has vuelto a marearte?

-Sólo una vez.

-¿Has ido al médico?

-Sí, esta tarde -contestó Harriet, dando un paso atrás-. Pensé que era un virus, pero parece que... voy a tener un niño.

James se quedó mirándola, perplejo, y luego le hizo la pregunta que ella había temido:

-¿Es mío, Harriet?