Capítulo 3
EL DRAMA dejó a Harriet sin entusiasmo para ir a Cheltenham a ver una película, como tenía pensado. En lugar de eso, después de comer se tumbó en el sofá de mimbre del invernadero e intentó concentrarse en la lectura. Pero, inquieta por razones que se negaba a analizar, abandonó después de un rato y decidió regar las flores que crecían en los linderos del jardín. Comprobó que había un hueco en el aligustre que no había visto antes, tomó nota para decírselo a James y, con pocas ganas de volver al interior de la casa en una tarde tan agradable, tomó el teléfono inalámbrico y se sentó en el banco de piedra del jardín para llamar a Dido.
-Ya era hora -dijo su amiga, indignada-. ¿Es que no escuchas los mensajes?
-Tenía muchas cosas que hacer.
Dramáticamente, Harriet le relató las aventuras del día.
-Qué susto, ¿no?
-En realidad, Greg es un niño. Y el hermano de Tim apareció justo a tiempo.
-¿Estamos hablando del famoso Jed?
-El mismo.
-¿Y se presentó en tu casa justo cuando apareció ese chico? ¿Por qué?
-Ni idea. Supongo que pasaba por aquí. Bueno, ¿y tú qué tal?
-Me han subido el sueldo y el sábado vaya hacer una, fiesta para celebrarlo. Dile a Tim que tiene que venir.
Después de colgar, Harriet se quedó pensativa. No le apetecía volver a Londres y tener que soportar una de sus fiestecitas. El apartamento estaría abarrotado de gente guapísima, todos empleados de la empresa de cosméticos en la que trabajaba Dido, nadie se marcharía hasta las tantas y, antes de irse a la cama, tendrían una bronca porque Harriet insistiría en limpiar el desastre.
Entonces recordó algo que había dicho su amiga: ¿Por qué apareció James justo cuando Greg entraba en su casa? Y luego se hizo otra pregunta: ¿Si no conociera a James Edward Devereux y lo hubiera visto por primera vez ese fin de semana, se habría sentido atraída por él? Harriet se mordió los labios. La respuesta era afirmativa. Tim se partiría de risa cuando se lo contara... aunque sería mejor no hacerla porque no lo entendería. Y era normal. Tampoco lo entendía ella.
Se iba a la cama cuando sonó el teléfono. Riendo, porque imaginaba quién podía ser, levantó el auricular.
-Las personas decentes se acuestan a horas decentes, Tim Devereux.
-Te equivocas de hermano, Harriet -oyó la voz de James.
-Ah, perdona. Hola...
. -Le he preguntado a Frank Watts si Greg estaría interesado en el puesto de ayudante de jardinero y me ha dicho que sí. Por supuesto, no le he hablado del alojamiento.
-¿Contratarías a Greg aunque yo no te vendiera la casa?
-Claro que sí -contestó James, impaciente-. Te llamo a estas horas porque me ayudaría conocer tu decisión antes de hablar con él. Piénsalo esta noche. Te llamaré por la mañana para ver si ya tienes la respuesta.
Harriet subió a su habitación y se asomó a la ventana; el nostálgico y veraniego aroma de las rosas le recordaba que su abuela habría aprobado a James Devereux como comprador de su casa. Olivia Verney siempre apreció mucho a Tim, pero también sentía un enorme respeto por el hermano que tanto se había esforzado por cuidar de él.
A la mañana siguiente, se levantó temprano. Después de ducharse, se puso una de las cremas que Dido le regalaba, se cepilló el pelo hasta que estuvo brillante y, en lugar de hacerse una coleta, lo dejó suelto, cayendo sobre sus hombros. Como toque final, un poco de colorete y brillo en los labios. Una vez que accediera a venderle la casa a James Devereux, podría no volver a verlo y el orgullo la obligaba a dejar una buena impresión.
No había llevado mucha ropa, de modo que eligió una falda vaquera y un top sin mangas de color miel, casi del mismo tono que su pelo. Y, en lugar de esperar a que James apareciese, decidió ir al pueblo a comprar el periódico. Volvió caminando despacio y lo encontró sentado en el banco del jardín, ataviado con un traje oscuro.
-Buenos días, Harriet. ¿Vas a algún sitio?
-Más tarde pienso ir a Cheltenham. Pensaba ir ayer, pero después del jaleo no me apetecía. Entra, por favor -sonrió ella, abriendo la puerta-. ¿Te apetece un café?
-Sí, gracias. ¿Qué tal te encuentras?
-Mejor -contestó Harriet, mientras encendía la cafetera-. En fin, vayamos al grano: acepto tu oferta. El chantaje moral ha funcionado a la perfección.
-¿Chantaje moral?
-Sabías que diría que sí en cuanto mencionaras la posibilidad de que Greg y Stacy tuvieran una casa.
James ni siquiera intentó negarlo.
-Pero puede que Greg no acepte el trabajo. Y aunque fuera así, quizá Stacy no quiera vivir con él.
-Pero mi cuenta corriente habrá engordado mucho -dijo Harriet, pensativa-. ¿Por qué estás tan empeñado en comprar esta casa?
-Porque está cerca de Edenhurst y cumple los requisitos en cuanto a materiales y paisajismo... Hace tiempo le hablé a tu abuela de ello, pero me pidió que esperase a que la casa fuera tuya.
Ella asintió, con tristeza. -¿Cuándo te lo dijo?
-Un día, hace tiempo, vi a tu abuela apoyada en la verja de una granja en el camino de Withy Lane y me ofrecí a llevarla en el coche. La pobre estaba pálida y quise llamar al médico, pero se negó en redondo. Se puso una pastilla bajo la lengua y, después de fulminarme con esos ojos oscuros que tú has heredado, admitió que tenía un problema de corazón, pero me amenazó con volver de la otra vida si se lo contaba a alguien.
Harriet lo miraba, incrédula.
-¿Mi abuela sabía que estaba enferma?
James asintió.
-Ese día le dio tanto miedo que me lo contó confidencialmente. Me contó también que tus padres habían muerto muy jóvenes y no pudieron dejarte nada, pero que esta casa sería un seguro de vida para ti.
-Así que siempre has sabido que la heredaría...
-Claro. Cuando Tim me dijo que venías a pasar una semana para decidir si la vendías o no, decidí probar.
-Ya veo. Y, por cierto, ¿cómo es que apareces cada vez que estoy en un apuro?
James soltó una carcajada.
-Estaba comprobando si el tejado necesitaba alguna reparación cuando oí los gritos de Greg. Entonces atravesé un hueco que hay en el aligustre...
-¿También has visto eso? Qué extraño. ¿Un hombre tan ocupado como tú hace esas comprobaciones en persona?
-Normalmente, no. Pero aquí, en Edenhurst, me gusta encargarme de todo. ¿Tim te ha enseñado la casa que he construido donde estaba el antiguo establo?
-No. Viene a Upcote muy poco, pero cuando lo hace no quiere ni acercarse por la casa.
James sonrió.
-Menos mal que mi apartamento de Londres sí le gusta... aunque creo que a ti no. Te he invitado muchas veces, pero no has ido nunca.
Harriet se puso colorada.
-Es que... siempre tengo alguna cosa que hacer.
Él sonrió, irónico.
-No disimules. Tim me dijo que no te apetecía ir a la guarida del ogro.
-¿Tim ha dicho eso?
-No, la frase es mía. Pero ahora que hemos firmado una tregua, ¿irás algún día con mi hermano?
-Muy bien -Harriet vaciló un momento-. Oye, si te hago una pregunta, ¿me contestarás sinceramente?
-Si puedo...
-Tim me dijo que estabas en Upcote cuando mi abuela murió.
-Sí, es verdad.
-¿Y sabes qué pasó? Yo estaba de vacaciones en Escocia y, cuando volví, tuve la impresión de que el vicario me escondía algo.
Los ojos color ámbar se suavizaron.
-Puedes quedarte tranquila. Yo estaba aquí al lado, charlando con Alec Price, y tu abuela nos saludó con la mano. Unos minutos después la vimos caer al suelo y, cuando llegó la ambulancia, ya no había nada que hacer -le explicó, apretando su mano-. Murió en el sitio que había elegido. Estaba en su jardín y, un minuto después, con los ángeles.
-Gracias -musitó Harriet cuando encontró la voz.
James soltó su mano y miró el reloj.
-Vaya, es tardísimo. Tengo que irme.
-Espera un momento. Tenemos que hablar del papeleo de la venta...
-Ven a casa esta noche. Podemos hablar durante la cena.
Harriet negó con la cabeza.
-No, gracias. ¿Podrías pasarte por aquí esta noche, cuando tengas un rato?
-Como quieras. Pero acabaré muy tarde.
-No importa.
Harriet sintió una punzada de remordimientos cuando James se marchó. Sabía que lo había ofendido, pero le había dicho que no por vanidad. No tenía ropa para cenar en un sitio tan elegante como Edenhurst.
Suspirando, decidió ir a comer a Cheltenham y aprovechó para comprar un osito de peluche para Robert, un detalle para Dido... y, como su cuenta corriente estaría más boyante cuando vendiera la casa, compró también un vestido para la fiesta.
Tim llamó cuando acababa de llegar.
-Hola, ¿qué tal lo has pasado en París?
-¡De maravilla! He visitado montones de galerías, además del Louvre, claro, y he hecho cosas de turistas, como subir a la torre Eiffel, dar un paseo por el Sena... Bueno, ya hemos hablado suficiente sobre moi, ¿qué tal en el tranquilo pueblo de Upcote?
-De tranquilo, nada -Harriet le relató sus aventuras y sorprendió a Tim con el «rescate» de su hermano.
-¿Le pegó?
-No, no, sólo lo sacó a empellones de aquí.
-¿Y cómo es que Jed estaba tan a mano?
-Estaba comprobando el tejado, por lo visto, y oyó los gritos de Greg y a Robert llorando...
-¡Vuelve a Londres ahora mismo! Upcote es un sitio peligrosísimo. Además, quiero que recibas con los brazos abiertos al viajero errante.
-Por supuesto -rió Harriet-. Por cierto, he vendido la casa. Tu hermano la ha comprado como alojamiento para el director del restaurante de Edenhurst.
-¿En serio? Hasta hace unos días, no querías ni oír el nombre de mi hermano... pero veo que ya no le odias.
-James pensó que eso te haría ilusión.
-Sí, claro. Pero, por razones evidentes, no te acerques demasiado a él.
-Claro que no. No tienes nada que temer, Tim Devereux.
-Me alegro -suspiró él-. Te echo de menos, Harry.
-Yo también. Oye, tengo que colgar... están llamando a la puerta.
Eran Stacy y Grez, emocionados con la noticia de que Greg tenía trabajo.
-Y vamos a vivir en el apartamento que está encima del garaje... por fin vamos a vivir juntos, como una familia.
Harriet los felicitó, alegrándose de que su decisión de vender la casa hubiera dado como resultado un final feliz para la pareja.
James llegó después de las diez, con una camisa blanca de algodón y pantalones de sport.
-Siento llegar tarde -sonrió, ofreciéndole una botella-. He traído champán para celebrarlo. ¿O has cambiado de opinión?
-Claro que no. Stacy y Greg han venido hace un rato para darme la noticia. Estaban entusiasmados.
Él sonrió, mientras descorchaba la botella.
-Creí que iba a desmayarse cuando le dije que el puesto de trabajo incluía alojamiento.
-Debiste sentirte como un dios.
-No creas. Si tuviera ese poder, habría cambiado muchas cosas en mi vida. Para empezar, mi matrimonio.
Harriet se acercó al armario para sacar dos copas.
-La última vez que mencioné ese asunto, cambiaste de tema.
-Y estropeé el almuerzo -asintió él, sirviendo el champán-. Pero, como sabes, mi mujer me dejó por la sencilla razón de que había conocido a otro hombre.
- Tim estaba encantado. No le gustaba Madeleine.
-La pobre Madeleine cree que lo único que puede ofrecer es su belleza. Cuando empezaron a reemplazarla en las revistas por caras nuevas, las dietas y el ejercicio ya no eran suficientes, así que decidió operarse. Yo le advertí que estaba obsesionada, que eso no era sano... y me dejó -suspiró James, tomando un sorbo de champán y volviendo a llenar las copas.
-Éste es mi límite. Si bebo un poco más, empezaré a contarte la historia de mi vida.
-Eso sería lo justo, yo te estoy contando la mía. Aunque ya conozco casi toda tu vida.
No toda, pensó Harriet. Afortunadamente.
-¿Madeleine es feliz con su nuevo marido?
-Ni idea. Sólo nos comunicamos a través de abogados.
-Hablando de abogados, ¿qué tengo que hacer para vender la casa?
James le explicó los detalles de la transacción y luego le pidió que le enseñara las habitaciones para comprobar si había que hacer alguna reparación.
-No sé qué hacer con los muebles -dijo Harriet-. Quiero conservar algunas cosas, pero no imagino estos muebles tan grandes en Londres.
-No, es verdad. Además, a Tim le gusta la decoración moderna. Sugiero que hagas una lista de las cosas que quieres conservar y enviaré el resto a una subasta en Pennington.
-Muy amable por tu parte -sonrió ella, haciendo una mueca cuando un relámpago iluminó la escalera.
-A veces, yo también puedo ser amable.
-Greg y Stacy pueden dar fe.
-Amable contigo quería decir.
Harriet se volvió para mostrarle la habitación que su abuela había amueblado para ella cuando tenía trece años. Lo único que faltaba era su osito de peluche, que estaba en Londres.
-He decidido dormir en el cuarto de mi abuela por si acaso no tenía oportunidad de volver a hacerla -murmuró, mientras le enseñaba la habitación-. Este armario es demasiado grande, pero me gustaría quedarme con la cama y la cómoda. Es preciosa, ¿verdad?
-Supongo que esto es doloroso para ti -dijo James entonces.
-Un poco, pero hay que hacerla -suspiró ella, parpadeando--. Perdona, es que el champán hace que me ponga sentimental... Y tampoco me gustan mucho las tormentas.
Harriet se sobresaltó cuando un trueno retumbó sobre sus cabezas y James le pasó una mano por la cintura.
-No hay nada que temer.
Se equivocaba. Estar tan cerca de él era peligroso porque le gustaba demasiado. Se quedó inmóvil, pero cuando levantó la cabeza, James la estaba mirando como si no la hubiera visto nunca. Estaba como hipnotizada cuando él inclinó la cabeza para besarla. Cuando sus labios se encontraron, abrió los suyos y James Devereux la besó con tal pasión que le fallaron las rodillas y cayó sobre la cama. James cayó sobre ella, sin dejar de besarla, y sólo el retumbar de un trueno hizo que Harriet pusiera los pies en la tierra. Incrédula, se levantó de un salto.
Con los ojos cerrados, deseó que James Devereux desapareciera... pero él llegó a su lado y levantó su barbilla con un dedo.
-Abre los ojos, no voy a hacerte nada.
-Sólo ha sido un beso -dijo Harriet.
-Pues a mí me ha parecido mucho más que eso.
-Sólo ha sido un beso -insistió ella.
-¿Como éste? -musitó James entonces, abrazándola de nuevo. Harriet luchó durante un segundo, pero enseguida se rindió. Por primera vez en su vida sentía auténtico deseo por un hombre. Un deseo que la quemaba y que parecía quemarlo a él también... hasta que se apartó de golpe.
-¿Qué demonios estoy haciendo?
-¿Un experimento? -sugirió ella, apartándose el pelo de la cara.
-¿Qué quieres decir?
Harriet respiró profundamente.
-Ya te he dicho que no voy acostándome por ahí con todo el mundo. A lo mejor me estabas poniendo a prueba.
James Devereux se quedó pálido
-No. Una prueba implicaría pensamiento consciente. Yo... sólo sé que, de repente, te deseaba. Y, que Dios me perdone, sigo deseándote.
Ella se pasó una mano por la frente.
-¿Por qué? Ni siquiera nos caemos bien.
James sonrió, irónico.
-Aparentemente, nuestras hormonas no piensan lo mismo -entonces la sonrisa desapareció-. ¿Vas a contárselo a Tim?
-Claro que no. ¿Y tú?
-No. Soy yo el que siempre intenta protegerlo y ahora... Será mejor que lo olvidemos.
-Sí.
-Pero no estoy seguro de poder hacerlo.
Harriet tampoco estaba tan segura.
-Estábamos hablando de Madeleine y yo me he puesto triste porque voy a vender la casa ... Además, las tormentas me asustan.
-Pero eso no tiene nada que ver con lo que ha pasado. Contigo entre mis brazos, me he olvidado de todo y de todos, incluido mi hermano. Ríete si quieres.
-No me apetece -murmuró ella.
-A mí tampoco. Vámonos, por favor, tenemos que alejarnos de esa cama -dijo James entonces.
En la cocina, con la mesa entre ellos y la tormenta alejándose, se sintió un poco más tranquila mientras se enfrentaba al hombre que acababa de poner su vida patas arriba.
-Llamaré mañana al abogado de mi abuela.
James Devereux asintió.
-Si me das su teléfono, yo se lo daré al mío.
-Y hasta que la venta sea oficial, seguiré pagándole a Stacy para que limpie la casa -dijo Harriet, sin mirarlo.
-Yo me encargaré de eso a partir de ahora. Puede seguir trabajando aquí cuando la casa cambie de manos... y hablaré con la encargada de Edenhurst. Puede que también encuentre algo para ella en el hotel.
-Gracias. Eso le vendría muy bien.
La lluvia golpeaba las ventanas y los truenos seguían retumbando en la distancia, pero ninguno de los dos se percataba de los elementos. Harriet se mordía los labios, nerviosa, esperando que se fuera y esperando, también, que se quedara.
-Dime la verdad, Harriet. Si no nos conociéramos, ¿habrías dejado que me quedase esta noche?
-Me habría gustado -contestó ella, con sinceridad.
-Pero, por Tim, eso no pasará nunca.
-No quiero hablar de Tim ahora mismo -murmuró Harriet.
-Pues entonces, hablemos de nosotros.
-No hay un «nosotros», James.
-O sea, que tenemos que olvidar este episodio, como si no hubiera pasado nunca.
-Eso es exactamente lo que tenemos que hacer.
James la tomó por la cintura y la besó con tal fuerza que Harriet estaba sin respiración cuando por fin la soltó.
-Otro recuerdo que borrar -dijo salvajemente antes de salir, cerrando de un portazo tras él.