Capítulo 5
HARRIET miró a James, sorprendida.
-Si te he ofendido, lo siento. Sólo quería decir que no quiero que me trates de forma especial porque...
-¿Por lo que pasó en tu casa? -la interrumpió él-. ¿Crees que voy a pagarte por eso? Es algo que debemos olvidar, tú misma lo dijiste.
-Sabes que no me refería a eso -replicó Harriet, furiosa-. Me refería a mi relación con Tim.
-Mi hermano no tiene nada que ver con esto.
-Claro que tiene que ver. Si no fuera por él, yo no estaría aquí.
-¿Crees que no lo sé? -le espetó James.
Estaban mirándose a los ojos, furiosos. Luego él suspiró.
-Esto es ridículo. Sólo quiero pagarte el mejor precio posible, Harriet.
-¿Para que Tim y yo nos vayamos a vivir juntos? James frunció el ceño.
-Tú dijiste que no eso no iba a pasar por el momento.
-Y es verdad.
-Me alegro.
-¿Por qué? -preguntó Harriet.
James se pasó una mano por el pelo.
-Me parece que debemos hablar de ciertos hechos de la vida...
-¿Qué quieres decir?
-Los dos queremos a Tim, ¿no?
-Naturalmente.
-Pero sabes que mi hermano es un eterno Peter Pan, ¿no?
-Sí, claro que sí. Después de todo, sólo tiene veintitrés años.
-Y tú también.
-La hembra de la especie madura antes que el macho -bromeó Harriet-. No te preocupes, no tengo intención de hacer que Tim siente la cabeza. Ahora mismo, lo que me apetece es tener un apartamento propio. Sobre todo, después de lo de anoche.
-¿Por qué?
Harriet se lo explicó, manteniendo la mirada fija en la catedral de St. Paul, en la distancia. Luego se volvió para mirarlo.
-Ríete, pero acababa de cambiar las sábanas.
-O sea, que fue la proverbial gota que colmó el vaso. El acto de amar no es un deporte para espectadores.
-¡No nos quedamos a mirar! Aunque a Tim le pareció desternillante -admitió ella, riendo.
--Siento haberte hablado en ese tono antes, Harriet. Pero es que a veces me sacas de quicio.
-Sí, lo entiendo. Perdona.
-Prometo enviarte una copia de la valoración de Adam Dysart.
-Gracias -sonrió ella, ofreciéndole su mano-. ¿Amigos?
James tomó su mano, pero en lugar de estrecharla se la llevó a los labios. Y Harriet dio un respingo.
-Harriet, por favor...
-Perdona, es que estoy un poco cansada. Me pasé horas limpiando después de la fiesta.
-Si tu amiga hace fiestas a menudo, entiendo que quieras tener tu propio apartamento -bromeó James-. Espera, voy a hacer café.
-Gracias.
Mientras lo tomaban, le habló de su trabajo como ayudante del director de una empresa de cazatalentos y de sus reticencias para darle una semana de vacaciones.
-Giles Kemble es un hombre muy sofisticado y no podía entender que fuese a enterrarme en el campo durante toda una semana.
-Pero saliste corriendo mucho antes -le recordó James.
-No salí corriendo. Una vez vendida la casa, no tenía mucho más que hacer.
-Sí saliste corriendo. Temías que yo volviera para seguir con lo que habíamos empezado.
-Eso no es verdad -protestó Harriet-. Sabía que tú no harías eso.
-Ojalá yo tuviera esa misma convicción -suspiró James-. Quería hacerlo, Harriet. Pero no lo hice por razones obvias. Además, tú no me habrías dejado. Anoche dejaste claro que preferías no volver a verme.
-Siento haber sido grosera -suspiró ella-. Aunque Tim no se habría dado cuenta de nada. Él cree que te odio.
James levantó una ceja.
-¿Me odias?
-Como dejé claro durante la tormenta, ya no. Si fuera así... aquello no habría pasado.
-Pasó porque después de verte en Upcote descubrí que la amiguita de Tim se había convertido en una mujer que me hacía perder la cabeza -dijo él entonces-. Perdí la cabeza esa noche, pero no te preocupes, no volverá a ocurrir. No quiero hacerle daño a mi hermano.
-Claro -suspiró Harriet-. Bueno, pues entonces ya está.
-Voy a pedir un taxi.
Mientras James estaba al teléfono, ella se quedó mirando el río por la ventana, preguntándose por qué demonios tenía ganas de llorar.
-Gracias por la comida -sonrió amablemente, cuando le llevó el paraguas.
-Gracias a ti por quedarte a comer. Cuando hayas comprado el apartamento llámame y te enviaré los muebles.
Harriet habría querido decide que ella pagaría la mudanza, pero algo en su expresión la hizo desistir. Además, necesitaba un favor.
-James, ¿podrías guardar mis cosas en Edenhurst durante algún tiempo? Me gustaría alquilar un estudio amueblado hasta que encuentre un piso que me guste y que pueda pagar.
-Una chica sensata.
-No siempre.
Él asintió con la cabeza.
-Fue culpa mía.
-Hacen falta dos para pecar. Además, tampoco pasó nada.
-El pecado empieza en la mente, Harriet.
Ella sonrió, nerviosa.
-En nuestro caso, ahí es donde va a quedarse.
Cuando llegó el taxi, James abrió las puertas del ascensor y se echó hacia atrás, como si no tuviera intención de volver a tocarla en su vida.
-Me quedaré con tus muebles el tiempo que quieras, pero te enviaré la tasación en cuanto la tenga. Adiós, Harriet. Cuídate.
Cuando las puertas se cerraron, bloqueando el rostro de James Devereux, Harriet sintió como si un capítulo de su vida hubiera terminado.
No volvieron a tener contacto excepto a través de los abogados y del tasador. Cuando recibió el cheque por los muebles, Harriet le envió un e-mail para darle las gracias y no volvió a saber nada de James Edward Devereux en todo el mes.
Veinticuatro horas después de comer con él, Harriet descubrió que tenía la gripe, pero después de haberse tomado una semana de vacaciones, no le quedaba más remedio que volver al trabajo. Giles Kemble no había estado enfermo en toda su vida y no tuvo escrúpulo alguno en arriesgarse con los gérmenes. Pero, para no pegársela a Dido, se metía en la cama nada más llegar a casa e intentaba persuadir a su amiga para que saliera todo lo posible.
Después de atender a la inválida con sopitas calientes y remedios caseros de todo tipo, Dido salía con sus amigos, consolada por el hecho de que Harriet no podría buscar apartamento por el momento.
-Te echaré mucho de menos cuando te vayas.
-No voy a emigrar a Alemania -sonrió Harriet, entre ataques de tos-. Nos veremos mucho.
-Pero no todos los días. Y tampoco veré a Tim -se quejó Dido--. Pobrecita... será mejor que me quede contigo.
-No quiero pegarte la gripe. Vete.
Tim llamaba todos los días, como Alan Green y Paddy Moran, los amigos que tan poco gustaban a James Devereux. Pero James no llamó, lo cual era, Harriet intentó convencerse a sí misma, una buena noticia. Pero cuando cerraba los ojos, sentía el calor de su cuerpo, como en Upcote, y volvía a respirar el olor de su colonia. Y, no por primera vez, se rebeló contra el destino que la ponía en tan frustrante situación.
Al final de la semana, su gripe había mejorado lo suficiente como para salir a cenar, pero Tim estaba ocupado con un artista francés que iba a exponer en su galería, de modo que salió con Dido. Cuando volvieron a casa, un poco antes de lo normal en deferencia a la convaleciente, Dido recordó el apartamento de James.
-Al final no me has contado cómo era.
-Asombroso, de ciencia-ficción -contestó Harriet, bostezando.
-¿No te gustó?
-Todo era de acero y cristal... nada de alfombras, nada de cortinas, sólo había dos notas de color en la pared.
-¿Cuadros de la galería de Tim?
-Exactamente. Pero la verdad es que no es un sitio en el que se pueda colgar un Constable.
-Vamos, que no te gustó nada -sonrió Dido-. Qué curioso. Tim se mudaría ahora mismo, si pudiera.
-Pero no lo hará. James no piensa irse de allí.
-Os habéis hecho muy amigos, ¿no? -sonrió su amiga, burlona.
-Nos llevamos mejor, sí.
-Después de conocerlo en persona, te aconsejo que tengas cuidado, jovencita. No querrás hacerle daño a Tim.
Harriet la miró, incómoda.
-¿Sabes una cosa, Dido? Te sorprendería saber hasta dónde llego para no hacerle daño a Tim -le espetó, antes de entrar en su habitación.
Buscar apartamento era una tarea frustrante. Para empezar, todos eran carísimos. Además, cuando encontraba algo que le interesaba, Dido o Tim siempre le sacaban algún defecto. Pero, por fin, Harriet encontró un estudio en el centro, en Clerkenwell, cerca de su oficina.
Por el momento, y hasta que ahorrase para la entrada de un apartamento, tendría que valer.
Tim la ayudó con la mudanza y, al día siguiente, se fue a Italia, a la granja que James había comprado en la Toscana. Deseando haber ido con él como habían planeado, Harriet se pasó la semana arreglando el estudio por las noches y trabajando de día más horas de lo normal para compensar que iba a irse de vacaciones.
Y, para agradecérselo, Giles Kemble la invitó a cenar en un restaurante carísimo.
Salían del restaurante cuando vio a James entrar con un grupo de hombres. Él la saludó con un frío movimiento de cabeza y Harriet, sintiendo una repentina indigestión, se despidió de su jefe y fue a su estudio a hacer la maleta.
Dido apareció poco después, se quedó a dormir con ella y la acompañó por la mañana al aeropuerto. Cuando por fin subió al avión que la llevaría a Pisa, Harriet apoyó la cabeza en el respaldo del asiento, decidida a no dejar que nada ni nadie estropease las vacaciones que llevaba planeando todo el invierno.
Cuando James Devereux la encontró, La Fattoria no era más que una antigua granja en ruinas, pero sus paredes de piedra rosa y su torre cuadrada lo dejaron fascinado. De modo que compró la vieja granja y, de inmediato, empezó un proceso de restauración que fue más lento de lo que habría deseado porque los negocios no le dejaban tiempo para ir a Italia tantas veces como hubiera sido necesario.
La restauración estaba a medio terminar cuando conoció a Madeleine, pero ella prefería alojarse en un hotel de cinco estrellas. Cada vez que James le proponía que fueran a visitar la granja, siempre había algún pase de modelos o alguna fiesta que lo hacía imposible. Y cuando La Fattoria estaba terminada, con piscina incluida, el matrimonio se había roto y James pasaba allí las vacaciones con Tim, con amigos o solo.
Harriet había sido invitada varias veces, pero era la primera vez que iba. Después de aterrizar en Pisa, tomó un tren con destino a Florencia y disfrutó del hermoso paisaje mediterráneo hasta la estación de Santa María Novella, donde tuvo que esperar la llegada de otro tren en el que llegó Tim, bronceado y más rubio que nunca por el sol de la Toscana. Después de besos, abrazos y disculpas por llegar tarde, él tomó sus maletas.
-He alquilado un coche, pero tenemos que ir andando a la agencia. Está aquí aliado.
Harriet sonreía, encantada, disfrutando de las pintorescas calles de Florencia, llenas de gente. Una vez fuera de la ciudad, Tim tomó una carretera vecinal.
-Lleva directamente a La Fattoria -le contó, mientras subía por una carretera llena de curvas, flanqueada por cipreses. Harriet ya conocía la casa en fotografía, pero cuando pasó bajo el arco de piedra de la entrada se quedó boquiabierta. La hiedra cubría parte de los muros y la torre cuadrada que miraba al patio era de piedra caliza, casi dorada.
Tim saltó del coche, sonriendo.
-Bonita, ¿verdad?
-¡Es maravillosa! Una casa de cuento de hadas.
-Y tú dormirás en la habitación de la torre, princesa mía. Vamos a subir tus cosas, luego iremos a nadar un rato.
Aquello no tenía nada que ver con el apartamento de James Devereux en Londres. El interior de La Fattoria estaba amueblado con antigüedades y hermosas alfombras.
-Jed tiene muy buen gusto -dijo Tim.
-Es preciosa -murmuró Harriet, mirando alrededor.
-¿Te gusta?
-Muchísimo.
Una angosta escalera de piedra llevaba a su habitación en la torre. La cama era amplia, con sábanas de lino blanco y un cabecero de madera labrada, a juego con un armario parecido al que había en la casa de su abuela. Las cortinas, de hilo, se movían lánguidamente con la brisa y, desde la ventana, podía ver una hermosa panorámica de olivos y viñedos.
-Por una vez, Tim Devereux, no estabas exagerando. Pero, para que el día sea completo, ¿esa puerta lleva al cuarto de baño?
Después de dormir como un tronco esa noche, Harriet y Tim fueron a explorar la Toscana. Animada por él, subió los quinientos escalones que llevaban a la torre anexa al Palazzo Publicco, en Siena. Pero en Florencia, al día siguiente, después de horas en la cola para ver la galería de los Uffizi y el palacio Pitti, se rebeló.
-Se acabó. Vi el David de Miguel Ángel hace años cuando vine con el colegio, así que me voy de compras. Tengo una sobredosis de cultura, Timothy Devereux. No más cuadros, no más duomos. A partir de ahora, sólo quiero pasear.
Los guardeses de la granja estaban de vacaciones, pero su hija iba todos los días un par de horas para limpiar un poco y llevar la compra. La comida diaria consistía en melón con jamón de Parma o una simple ensalada de tomate con basílica y mozzarella. Después de comer hacían visitas turísticas y, por la noche, cenaban pasta en el patio. Era una rutina relajante y encantadora que Harriet disfrutó hasta una noche, siete días después.
Cansada después de un día en el que prácticamente no había hecho nada, Harriet estaba dormida cuando algo la despertó. Y cuando abrió los ojos, encontró a James Devereux al pie de su cama. Sonrió tontamente y luego se incorporó de un salto. No era un sueño. Estaba allí, en carne y hueso.
-Te he asustado -se disculpó él-. Lo siento, Harriet. No sabía que estuvieras aquí.
Ella se cubrió con la sábana, el corazón golpeando sus costillas.
-Pero sabías que estaba en la granja.
-Me refiero a mi habitación.
-Ah. No sabía que ésta fuera tu habitación. Tim no me lo había dicho.
-¿Dónde está? -preguntó James.
-En Florencia -contestó ella.
-¿Y qué hace allí?
-Tenía una reunión con un artista por cuyo trabajo está interesado.
-¿Y por qué no has ido con él?
-He preferido quedarme aquí.
-¿Cuándo se fue?
-Hace un par de días -contestó Harriet.
-¡Hace un par de días! ¿Y cuándo demonios piensa volver?
-No lo sé. Me llamará mañana.
Los ojos de color ámbar brillaban, furiosos.
-¿Estás diciendo que te ha dejado sola en un sitio que no conoces y que no sabes cuándo volverá?
-Tengo el coche y el móvil, no pasa nada. Este sitio es tan precioso que no me importa estar sola.
James respiró profundamente, haciendo un esfuerzo por calmarse.
-Duérmete. Hablaremos por la mañana.
Cuando él cerró la puerta, Harriet se llevó una mano al corazón, que latía al galope por la sorpresa de encontrar un hombre en su cuarto. Pero no era simplemente un hombre, era James Devereux. Y tampoco era su cuarto, era la habitación principal y al propietario no le había hecho gracia encontrarla ocupada.
Nerviosa, se levantó de la cama y estaba poniéndose la bata cuando James volvió a entrar.
-Las cosas de Tim están en su habitación. ¿Os habéis pelado?
-No.
-Entonces, ¿por qué dormís en habitaciones separadas?
-No pienso contestar a una pregunta tan personal -replicó Harriet-. Si quieres respuestas, pídeselas a Tim.
-Quiero que me respondas tú. Si mi hermano te ha hecho algo...
-No me ha hecho nada en absoluto.
-¿Te deja completamente sola en un sitio extraño y dices que no te ha hecho nada?
-Estoy perfectamente... o, al menos, lo estaba hasta que tú me has dado un susto de muerte. Y, por cierto, ¿qué haces aquí? Tim no me dijo que fueras a venir.
-No lo sabía -contestó James-. He pasado el fin de semana en Umbría y decidí venir por aquí antes de volver a Londres.
-Qué sorpresa.
-Evidentemente, no ha sido una sorpresa agradable.
-No suelo encontrar hombres en mi habitación a partir de medianoche.
-Quiero que me digas la verdad, Harriet. ¿Qué ha pasado?
-Nada.
James la miró, muy serio.
-En Upcote dijiste que Tim suele hacer lo que le da la gana. ¿Eso significa que hace lo que quiere sin tenerte en cuenta?
Harriet negó con la cabeza.
-Tim nunca me haría daño deliberadamente.
-Eso no responde a mi pregunta -suspiró él-. ¿Sabías que se iría a Florencia?
-No me hagas más preguntas, James.
-Sólo una más. ¿Quién era?
-¿A quién te refieres?
-¡Lo sabes muy bien! Al hombre con el que te vi en Londres.
Su vehemencia la sorprendió.
-Giles Kemble, mi jefe.
-¿Sueles cenar con tu jefe?
-No es asunto tuyo, pero era la primera vez. Trabajé muchas horas extras durante la última semana y quiso recompensarme.
-Qué extraña recompensa -murmuró James entonces, tomando su mano-. Antes, cuando me has visto por primera vez, por un segundo parecías contenta... ¿me equivoco?
Harriet se mordió los labios.
-Eso no es justo.
-¿Me equivoco?
-No -contestó ella, irritada-. Pero pensé que estaba soñando.
-No es un sueño. Estoy aquí y, que Dios me ayude, te deseo tanto que voy a volverme loco -dijo James entonces, en un tono que la hizo temblar.
La luz de la luna daba a la torre un aspecto tan ensoñador que Harriet no pudo apartarse cuando la abrazó. Y el profundo, erótico, aroma del hombre excitado hizo que sus últimas defensas se vinieran abajo. James, intuyéndolo, empezó a besarla en el cuello. Cuando por fin encontró sus labios, los dos estaban ardiendo y la besó hasta que empezó a darle vueltas la cabeza, sus labios tan exigentes que el deseo provocó un cortocircuito en su cerebro. Lo ayudaba en lugar de ponerle trabas mientras le quitaba el camisón sin miramientos y se rindió ante las sabias caricias en lugares secretos. Cuando James inclinó la cabeza para buscar sus sensibles pezones, Harriet dejó escapar un suspiro. Estaba perdida. Él la tumbó sobre la cama e introdujo los dedos en su húmeda caverna antes de colocarse entre sus piernas, impaciente, enloquecido, besándola en el cuello mientras se lanzaban juntos a un orgasmo que los dejó exhaustos.
Harriet fue la primera en recuperarse y buscó la bata con la mirada. Un escalofrío la recorrió mientras ataba con excesiva fuerza el cinturón. Entró en el cuarto de baño y se metió en la ducha, mareada, sin saber qué había pasado. Después, envolvió su pelo en una toalla y se miró al espejo. El rostro enrojecido, los labios un poco hinchados, un chupetón en el cuello... Eso era todo. Por lo demás, parecía la misma mujer de antes.
Cuando volvió al dormitorio, encontró a James mirando por la ventana. Se había puesto los vaqueros, pero tenía el torso desnudo y, tan inmóvil, parecía una de las estatuas de Bargello, en Florencia.
-No sé qué hay entre mi hermano y tú, pero ojalá Tim hubiera estado aquí -dijo con voz ronca.
Ella no dijo nada. Encendió la lamparita, se sentó en la cama y se quitó la toalla del pelo.
James se sentó a su lado, mirándose los pies. Tenía unos pies bonitos, pensó Harriet: largos, delgados, con unos dedos muy masculinos. Nunca se había fijado en los pies de un hombre, pero...
-¿En qué piensas? -preguntó él.
-Tienes los pies bonitos.
James emitió una risa ronca.
-Nunca me lo habían dicho.
-Pensé que un hombre como tú estaría acostumbrado a los piropos -suspiró Harriet, pasándose una mano por el pelo-. Evidentemente, lamentas lo que ha pasado.
-¿Cómo vaya lamentarlo? Ha sido... lo más hermoso que un hombre y una mujer... -no terminó la frase, aclarándose la garganta como un adolescente Después de verte con aquel hombre no podía dejar de pensar en ti. Estaba celoso. Sé que no tengo derecho a estarlo, pero acepté la invitación de los Mayhew para ir a Umbría sólo como excusa para venir aquí. No ha sido una visita impulsiva, pero no sabía que Tim estuviera en Florencia. Y cuando te vi... perdí la cabeza por completo. Ni siquiera hemos usado protección, Harriet.
-Tomo la píldora -dijo ella entonces-. Pero habrá que añadir este... episodio a la lista de cosas que Tim no puede saber.
-¿No piensas decírselo?
-No. Mi relación con Tim es muy sólida. Podría sobrevivir a algo como esto si hubiera sido otro hombre, pero siendo tú no quiero arriesgarme.
-Gracias. A ti te lo perdonaría todo, pero a mí no -suspiró James, levantándose. Se quedó mirándola un momento y luego se despidió.
Sin darle un beso de buenas noches, pensó Harriet amargamente.
Cuando despertó a la mañana siguiente y recordó lo que había pasado sintió un escalofrío. Se acercó a la ventana y vio a James nadando en la piscina como si le fuera la vida en ello. Harriet se duchó a toda prisa y bajó la escalera corriendo para llegar a la cocina un minuto antes que Anna. Con la típica mezcla de diccionario y movimiento gestual, le explicó que habría dos personas para desayunar.
Anna sonrió, creyendo que Tim había vuelto, pero se puso a trabajar en cuanto le dijo que era el signor Devereux. En cinco minutos, un delicioso aroma a café llenaba la cocina, había bollos en el horno y, en la mesa, una jarra de zumo de naranja recién exprimido. Cuando James entró, con el pelo mojado, y le dio las gracias en italiano, Anna sonrió, encantada.
-Así que hablas italiano -dijo Harriet cuando la joven salió para hacer sus tareas.
-Tuve que aprenderlo cuando compré la granja. ¿Cómo estás?
-Cansada -contestó ella-. No he dormido mucho.
-¿Por qué?
-Sabes muy bien por qué, James Devereux. Anoche...
-Tenemos que hablar de lo que pasó anoche -la interrumpió él. Pero en ese momento, sonó el móvil de Harriet-. Si es Tim, no le digas que estoy aquí.
-Hola, Tim.
-Hola, preciosa. ¿Todo bien?
-Todo bien.
-Llegaré esta noche. ¿Qué has hecho?
-Nadar, tomar el sol, pasear... no mucho -contestó Harriet, poniéndose colorada al mirar a James-. Bueno, entonces nos vemos esta noche. Un beso.
-Si te pones colorada cuando llegue se dará cuenta de que pasa algo -murmuró James, sirviéndose una taza de café.
-No lo creo. Pensará que... que no me ha hecho gracia verte aquí. ¿Cuándo te vas?
-Mañana. Así que tendrás que soportarme una noche más.
-Y me temo que queda un largo día por delante.
-No tienes que pasarlo conmigo, pero debemos hablar. Ven, vamos a la piscina.
Durante esa semana, Harriet había disfrutado tumbada en una hamaca, con un radiocasete, un montón de libros y algún chapuzón ocasional. Decidida a que James Devereux no estropease sus vacaciones, se quitó la camiseta y se puso las gafas de sol.
-¿De qué quieres hablar?
-Quiero respuestas, Harriet. He pensado mucho desde que nos vimos en Upcote.
-¿Sobre qué?
-Sobre Tim.
-¿Alguna vez piensas en otra cosa?
-Sí, en ti. Por eso vine aquí anoche. Conduje durante horas sólo para verte a ti, no a Tim -suspiró James-. Sentí celos del hombre con el que te vi en Londres, pero lo más gracioso es que también tengo celos de mi hermano. Y como Tim está loco por ti, no puedo hacer nada.
-Perdona, ¿yo no tengo nada que decir al respecto? -le espetó ella, irónica.
James asintió, impaciente.
-Claro que sí. Y ahí es donde llega la pregunta... anoche descubrí que mi hermano y tú no compartís habitación... quítate las gafas de sol, por favor, no me gusta hablar con una máscara.
Con desgana, Harriet obedeció.
-Y no piensas vivir con él por ahora, así que dime la verdad. ¿Tim y tú ya no sois amantes?
Ella se quedó en silencio durante unos segundos, pero luego decidió que había llegado el momento.
-Tim y yo nunca hemos sido amantes. Y tampoco somos sólo amigos... es una relación mucho más profunda. Supongo que para mí es el hermano que nunca tuve...
James la miraba, perplejo.
-¿Te sientes como su hermana?
-A veces, como su madre --suspiró Harriet.
-Entonces dime, ¿qué hace Tim en Florencia?
Harriet tenía la respuesta preparada:
-Practicando sus poderes de persuasión con un artista al que quiere llevar a Londres.
-¿Por qué no te creo? -murmuró James.
-Estoy diciendo la verdad.
-Sigo pensando que me escondes algo -insistió él-. Así que vaya hacerte una pregunta que no le haría a nadie más que a ti -añadió, tomando su mano-. Que yo sepa, Tim nunca ha tenido una relación con otra mujer que no fueras tú. y si no sois amantes, ¿hay algo que yo deba saber?
-¿Qué estás preguntando?
-Lo sabes muy bien, Harriet. Estoy preguntando si mi hermano es gay.
-¿Eso te importaría?
-No -contestó James, con absoluta convicción-. Tim es Tim. No me importa que sea gay... pero si tiene una relación con Jeremy Blyth, no quiero saberlo.
-Jeremy es su jefe, nada más. Y no estoy dispuesta a hablar sobre las preferencias sexuales de tu hermano. Tendrás que preguntárselo tú.
-¡No puedo hacer eso!
-Entonces, olvídalo. Acepta a Tim como es y ya está.
-Tienes razón -suspiró él, sonriendo-. ¿Sabes que ahora me siento mejor?
-¿Aunque no haya contestado a tus preguntas?
-Has contestado a la que más me importa. Si no eres la amante de Tim, puedes ser la mía -dijo James entonces, con tal seguridad que Harriet se incorporó, furiosa.
-¡Eso será si yo quiero!
-Anoche pudiste elegir. Y lo hiciste.
-Y lo lamenté después.
-¿Te decepcioné?
-Sí -contestó ella, encantada al verlo palidecer-. Después, no durante... tu actitud después de hacer el amor dejó mucho que desear.
-Me sentía culpable, Harriet. Acababa de hacerle el amor a la novia de mi hermano.
-Si fuera la novia de tu hermano, no habría dejado que te acercaras.
-Pero lo hiciste. ¿Por qué?
-Por razones obvias.
-No son tan obvias para mí.
Ella dejó escapar un suspiro.
-Llevo varios días sola en uno de los sitios más románticos que he visto en mi vida y, de repente, aparece un hombre en una torre iluminada por la luna ... la respuesta perfecta para los sueños de una doncella.
-¿Si hubiera sido una noche lluviosa en Clerkenwell no habría tenido tanta suerte?
-Sabes que me he mudado -suspiró Harriet.
-Sí, pero no tengo la dirección. Espero que me la des antes de marcharme.
Ella se puso las gafas de sol.
-Tengo que hablar con Anna. Ha traído comida para Tim y para mí, pero no habrá suficiente para los tres...
-¿Qué sueles comer?
-Ensalada de tomate y mozzarella o algo ligero.
-¿Puedo invitarte a cenar?
-No, gracias. Prefiero esperar a Tim.
-Entonces, cenaremos aquí -suspiró James-. No te preocupes, yo la llevaré al pueblo.
Harriet subió a su habitación, pensativa. Tenía un aspecto tan inmaculado que casi podría creer que lo de la noche anterior nunca había ocurrido. Pero su pulso se aceleró al recordarlo. Entonces se miró al espejo. Para que pudiera volver a pasar, James Devereux tendría que olvidar el pasado y verla como una mujer, no como la amiguita de Tim.
Después de ponerse un pantalón corto y un top con escote halter de color amarillo, Harriet bajó de nuevo a la cocina. La casa le pareció desierta sin James yeso la molestó. Llevaba días disfrutando de la soledad y, de repente...
Intentó concentrarse en un libro, pero le parecieron horas hasta que oyó el motor de su coche.
-Has estado fuera mucho tiempo -sonrió, levantando la mirada.
-La gente del pueblo me conoce. Me paré a charlar un rato y a comprar algunas cosas... ¿por qué te has cambiado de ropa?
-Me he vestido para comer. ¿Quieres que comamos en el patio o en la cocina?
-En la cocina.
Harriet descubrió enseguida por qué quería que comieran allí. En la mesa había una bandeja de jugosos tomates, mozzarella fresca y una cesta con bollos recién hechos.
-Gracias, me lo merezco.
-Desde luego -sonrió James, sacando una botella de vino de la nevera.
La situación había cambiado. Ahora que James sabía la verdad sobre su relación con Tim, su actitud hacia ella era diferente; la de un hombre que encontraba atractiva a una mujer y no la de un hombre intentando resistirse a la fruta prohibida. Cuando se lo dijo, los ojos de James Devereux brillaron de tal forma que sintió un escalofrío en la espalda.
-Eres muy perceptiva. Pero me había pasado antes.
-¿Cuándo?
-Cuando descubrí que la niña se había convertido de repente en una mujer.
-No me convertí en mujer de repente, el proceso siguió el ritmo normal. Lo que pasa es que tú no te diste cuenta -sonrió Harriet.
-Dejé de verte cuando te fuiste a la universidad. Y cuando ibas a Upcote no solías acercarte por Edenhurst. Pero un día fui a ver una obra de Ibsen en el teatro y te vi con un hombre.
-Yo también te vi -sonrió ella-. Era Paddy Moran, que es fan de Ibsen. Aunque a mí Ibsen me parece un poco fúnebre...
-No cambies de tema -sonrió James-. La verdad es que tardé un par de minutos en averiguar quién eras.
-Porque llevaba mi traje de cisne.
-Como vuelvas a mencionar lo del patito feo, te doy una azotaina.
-¿Eso es una amenaza o una promesa, James Devereux?
-Ambas cosas... y deja de distraerme. Te vi con ese hombre y me molestó por Tim. Además, unos días después te vi salir del cine con otro.
-¿Ah, sí? Yo no te vi.
-Estaba en un taxi.
-Debía ser Alan Green. Voy al cine con él porque Tim prefiere ver vídeos en casa.
-Luego, la semana siguiente, te vi con otro hombre y me sentó mal... por mí, no por Tim. Pero estaba con unos clientes, así que no pude decirte nada.
-Claro, era malo para el negocio -bromeó Harriet.
James se quedó pensativo.
-Una vez que haya aclarado esto con Tim, tú y yo podríamos ir al cine y al teatro.
Ella apartó la mirada.
--No estoy preparada para tener una relación contigo.
-¿Por qué no?
--Hasta hace muy poco no sentía la menor simpatía por ti. Admito que eso ha cambiado, pero...
-¿Qué sientes ahora?
-Me gustas mucho más. En el pasado, eras como el retrato de Dorian Gray. Me parecías el hombre más atractivo del mundo pero, como destrozaste mi ego adolescente, guardé una horrible fotografía tuya en el ático de mi memoria...
James soltó una carcajada.
-No lo dirás en serio.
-Claro que sí. La foto se volvía cada día más horrenda hasta que nos encontramos en Upcote y... ¿Recuerdas cuando se me cayó el agua hirviendo?
-Sí, claro.
-Entonces me pusiste un brazo alrededor de la cintura y... me gustó.
-A mí también, como supongo que descubrirías el día de la tormenta. Luego me sentí culpable -suspiró James-. Pero hay algo que no entiendo: si Tim y tú no sois novios, ¿por qué te alejaste de mí?
-Eso tendrás que preguntárselo a tu hermano.
-Pienso preguntarle un montón de cosas -le aseguró él.
Después de comer, James se ofreció a fregar los platos y sugirió que subiera a echarse la siesta.
¿Cómo demonios iba a dormir? pensó Harriet. Pero una vez desnuda entre las sábanas, tan agradables, tan frescas, con la brisa entrando por la ventana, se quedó dormida al instante. Cuando despertó, James estaba sentado al borde de la cama.
-Llevas más de dos horas durmiendo. He subido para ver si estabas bien.
Ella sonrió, medio dormida.
-Muy bien. Estaba más cansada de lo que creía.
James apretó su mano.
-He sentido la tentación de besar a la Bella Durmiente.
Harriet se estiró perezosamente.
-Eso me habría gustado.
Los ojos de color ámbar se oscurecieron. James se inclinó para besarla, suavemente al principio, pero pronto con tal ansia que la respuesta de Harriet se volvió igualmente fogosa. La sábana se deslizó un poco y él dejó escapar una especie de rugido al descubrirla desnuda. Harriet se excitó al sentir aquella mirada que era como una caricia íntima, y se excitó más al ver cómo se quitaba la ropa, despacio, saboreando el momento. Se tumbó a su lado y Harriet sintió un volcán de lava ardiente entre las piernas cuando la apretó contra su erección. Enardecido, James empezó a acariciar sus pezones con la lengua y los dientes, haciéndola perder la cabeza. Siguió hacia abajo, besándola por todas partes, y cuando sintió el roce de su lengua entre las piernas, se arqueó, jadeando. James aprovechó para penetrarla con una embestida. Mirándola a los ojos, empezó a moverse dentro de ella mientras Harriet se arqueaba, respondiendo con el mismo ritmo, al principio lento, frenético después. Contuvo un grito cuando, por fin, sintió un chorro de lava ardiente en su interior y James cayó sobre ella, jadeando, con el aspecto satisfecho de un hombre que le ha dado a una mujer el mayor de los placeres.
Harriet sonrió, irónica, mientras él la apretaba contra su corazón. Con la cabeza sobre su hombro, descubrió que volvía a tener sueño.
La habitación estaba en sombras cuando despertó. Intentó apartarse, pero incluso dormido, James se negaba a soltarla. Pero, dormido, podía mirarlo a placer. El pelo oscuro, despeinado por una vez, la nariz recta, las pestañas espesas... entonces oyó algo. Incómoda por el brazo que la sujetaba por la cintura, volvió la cabeza y, por segunda vez en veinticuatro horas, descubrió a un hombre a los pies de su cama.