Capítulo 8

 

EL VIERNES a las siete, Harriet se había cambiado dos veces de ropa y seguía sin saber qué guardar en la bolsa de viaje. Si James le hubiera dicho qué tenía en mente para el fin de semana, habría sabido qué guardar. Habían hablado dos veces por teléfono durante la semana, pero la noche anterior ella no estaba en casa cuando llamó. Y cuando le devolvió la llamada, James había salido.

Aquella emoción por un hombre era algo nuevo en su vida. Excepto un desastroso enamoramiento, sus relaciones con los hombres habían sido tranquilas, relajadas. Con James era diferente. Dido estaba siempre enamorada y, durante el tiempo que duraba cada aventura, no veía los defectos de su pareja. Harriet veía los defectos de James Devereux, pero estaba enamorada de él. Y, seguramente, seguiría estándolo durante toda su vida.

Llevaba media hora esperando cuando sonó el timbre. James apareció con una planta.

-Gracias -sonrió Harriet-. Qué bonita.

Él miró alrededor.

-Esto tiene mucho mejor aspecto que el otro día. ¿.Piensas pintar el dormitorio también?

-Este es mi dormitorio. Puede que no te hayas dado cuenta, pero es un estudio, James. Yeso es un sofá-cama. Pero está muy cerca de mi trabajo y ahora que he pintado las paredes, ha quedado muy alegre -sonrió Harriet, dejando la planta sobre la mesa.

Él la tomó por la cintura.

-Se supone que uno debe agradecer los regalos con un beso.

-Eso dicen -murmuró Harriet, enredando los brazos alrededor de su cuello.

James inclinó la cabeza para besarla y ella respondió con el mismo ardor.

-Anoche no estabas en casa cuando llamé.

-Y tú tampoco. Te llamé cuando oí el mensaje.

-Fui a cenar con los Mayhew. ¿Habías salido con Dido?

-No, con Paddy Moran. Es analista financiero y quería que me dijera cómo invertir el dinero de la casa.

-¿Y por qué no me has pedido consejo a mí?

-Porque no quiero estar molestándote todo el tiempo.

-No me molestas en absoluto. Por cierto, anoche Nick Mayhew me dio las llaves de su casa en Cotswolds. ¿Te apetece pasar el fin de semana en el campo?

-Me apetece mucho -sonrió Harriet-. Y gracias por el regalo -dijo entonces, poniéndose de puntillas para darle un beso.

-Ya me habías dado un beso. Pero no seré yo quien diga que no.

-Una planta tan bonita merece más de un beso.

-En ese caso, la próxima vez te traeré orquídeas.

-No me gustan las orquídeas.

-Qué mujer tan difícil -sonrió James-. No te gustan las orquídeas, ni el champán, ni el caviar ...

-Deberías alegrarte de que sea tan barata.

En lugar del lujoso coche que había visto frente a la casa de su abuela, James llevó a Harriet hasta Cotswolds en un cuatro por cuatro.

-¿Qué ha sido del coche italiano que llevaste a Upcote?

-Éste es mejor para el campo... cuando consigamos salir del atasco, claro.

A Harriet le daba igual el atasco. Lo único que le importaba era estar con James. Quizá eso era el amor. No sólo el sexo y la emoción, simplemente estar juntos.

Después de tomar el desvío de Burford, James se metió por una carretera vecinal hasta un pueblecito a unos tres kilómetros. Pasaron a través de una verja abierta, cerca de una iglesia, y pronto se encontraron frente a una casa que parecía Edenhurst a escala y no la casita de campo que Harriet había esperado.

-Creí que sería algo más pequeño.

-Hace dos siglos era una rectoría, conectada por un camino a la iglesia que hemos visto antes. Nick compró la casa hace poco, así que sigue en proceso de renovación y no hay muchos muebles -le explicó James, mientras abría una preciosa puerta bajo un arco de piedra-. Pero por lo visto hay cortinas, una cocina de leña y algo para dormir.

-¡Perfecto! ¿Puedo explorar?

-Puedes hacer lo que quieras. Lydia Mayhew ha dicho que estamos en nuestra casa.

Todas las habitaciones tenían las paredes forradas de madera, pero la única amueblada era una salita con ventanas dobles que daban a un jardín urgentemente necesitado de atención.

-Nick no es un gran jardinero, que se diga -dijo él, mirando alrededor con cierta nostalgia.

-¿Te habría gustado conservar Edenhurst tal como era? -preguntó Harriet.

-Claro que sí. Pero es mucho más grande que esto, así que era imposible -se encogió James de hombros filosóficamente-. Echa un vistazo mientras yo saco las cosas del coche.

La cocina y un baño del piso de arriba estaban reformados, pero sólo había dos habitaciones amuebladas. Harriet miro alrededor, con una sonrisa en los labios.

-¿En cuál de ellas quieres dormir? -preguntó James, con las bolsas de viaje en la mano.

-¿Voy a dormir sola? Pensé que íbamos a dormir juntos. ¿No es para eso para lo que hemos venido?

Él soltó las bolsas y acarició su mejilla.

-Mentiría si dijera que no. Pero hay otras razones. Parecías tan cansada después de pintar tu estudio que pensé que te vendría bien un descanso -dijo, sonriendo-. No te gusta mi apartamento y, por razones obvias, pensé que no te apetecería ir a Edenhurst.

-¿Has venido con alguna otra mujer aquí?

-No. ¿Por qué?

-Por curiosidad.

-Vamos a comer algo -dijo James entonces, llevándola a la cocina.

Harriet lo ayudó a sacar la comida, atónita al comprobar que llevaban suficiente para una semana.

-¿Has traído vino?

-Sí, está en la nevera.

-Espero que no sea Barolo.

-Claro que no. ¿Por qué?

-La cenita en La Fattoria ha hecho que lo deteste.

-Para mí fue lo único soportable en toda la cena. Eras tan antipática conmigo que no podía probar bocado.

-¿Antipática yo?

-¿No te acuerdas? Dijiste que un hombre no tenía que caerte bien para que te acostaras con él -le recordó James, mientras cortaba un trozo de suculento jamón-. ¿Lo decías por mí?

-Entre Tim y tú me disteis la noche, James Devereux.

-Y tú a mí.

-Entonces, lo mejor sería hacer las paces con un beso -sonrió Harriet, besándolo mientras desabrochaba los botones de su camisa.

-Esto no es justo -protestó él, apartando las manos-. Yo no puedo tocarte.

-En el amor y en la guerra todo vale.

-¿Y esto qué es?

-¿Las dos cosas? -sonrió Harriet, deslizando la mano hasta el botón de los Levi's... y más abajo.

-Harriet. ..

-Ahora puedes ir a lavarte las manos -rió ella.

James dejó escapar un suspiro.

-Porque tengo hambre que si no...

Riendo, empezaron a preparar la cena. Por primera vez desde que empezó a pintar su estudio, Harriet tenía hambre.

-Ya era hora de que empezases a comer como es debido.

-Era la pintura. Odio el olor. Mi abuela pintó mi cuarto una vez. ..

-¿Qué pasa? -preguntó James, al ver que se había quedado callada.

-Nada. Es que acabo de darme cuenta de una cosa: desde que murió mi abuela, es la primera vez que me siento completamente feliz.

-¿Porqué?

-Porque estoy contigo.

James la estrechó entre sus brazos, besándola con una ternura a la que ella respondió, encantada.

-Yo también me siento feliz. Y ahora, a cenar, como una niña buena.

-Soy una niña buena... casi siempre.

Para su sorpresa, él le dio un paquete después de cenar.

-¿Qué es? -preguntó, rasgando el papel. Eran un montón de novelas de la lista de best sellers del Times-. ¡James, es un regalo maravilloso!

-¿Has leído alguna?

-No, sólo las críticas -murmuró Harriet, inspeccionando los títulos-. Es evidente que no quieres que me aburra este fin de semana.

-No, son para que te las lleves a casa. Mientras estés aquí conmigo quiero toda tu atención -le informó él, sentándola sobre sus rodillas-. Empezando ahora mismo.

En Italia, habían hecho el amor como una tormenta. Allí, en el campo, en una habitación suavemente iluminada, separados del mundo por pesadas cortinas, la magia era diferente, pero no menos poderosa. Aquella vez James no tenía prisa y Harriet emitió un murmullo de placer mientras la besaba, haciendo con su lengua una réplica de la penetración que, enseguida, despertó el deseo de una unión física que los dos deseaban con igual intensidad.

James tomó su mano y la llevó en silencio al dormitorio. Iba a encender la luz, pero Harriet lo detuvo, temiendo que eso destruyera la magia del momento.

-¿Puedo encender la lamparita? Quiero verte mientras hacemos el amor -dijo él.

Harriet asintió. En sus ojos podía ver una emoción que no podía descifrar. Deseaba que fuera amor y no sólo el básico deseo físico de un hombre...

James la besó mientras la desnudaba y ella le devolvió beso por beso, ayudándolo. De repente, los dos empezaron a reír mientras luchaban contra botones y cremalleras hasta que, por fin, estuvieron desnudos y la risa desapareció. Se abrazaron hasta que un abrazo no fue suficiente y James empezó a besarla en el cuello, en la garganta, en el pecho... y siguió hacia abajo, entre sus piernas. Harriet intentaba apartarlo porque no quería terminar todavía, pero él seguía besándola, jugando con su lengua hasta que, por fin, la llevó al orgasmo.

Con el rostro enrojecido, Harriet se dio la vuelta, pero él la atrapó por la cintura y empezó a besarla en el cuello, apretando sus pechos con las manos hasta que, de nuevo, estuvo preparada. Entonces la tumbó de espaldas, metió las manos por debajo de su trasero y la levantó, sujetándola ahí por un momento antes de penetrarla hasta el fondo, la mirada de fiera posesión en sus ojos aumentando el placer mientras se apartaba despacio y volvía a entrar, repitiendo la maniobra una y otra vez, cada vez más rápido, con más fuerza, el frenético ritmo culminando en un orgasmo tan abrumador que Harriet se preguntó si había muerto ... hasta que James, con un beso, le confirmó que estaba viva. Luego la tapó tiernamente con la sábana y la apretó contra su corazón hasta que se quedaron dormidos.

Hizo un tiempo horrible, pero, para Harriet, fue el mejor fin de semana de su vida. La lluvia caía como un torrente y no salieron de la casa más que para dar un cortísimo paseo bajo el paraguas. Hacían crucigramas en la cama, tomaban café y luego volvían a hacer el amor hasta que los vencía el sueño. Pero el último día, mientras cenaban, Harriet decidió que había llegado la hora de aclarar las cosas.

-James, sobre esta relación nuestra...

-¡Aleluya! -gritó él, triunfante-. Admites que tenemos una relación.

-Claro que sí, pero no sé qué clase de relación es. Has dicho que me querías en tu vida...

-Espero haberlo dejado bien claro -la interrumpió James-. Y pensé que tú me querías en la tuya.

-Por supuesto.

-Entonces, ¿cuál es el problema, cariño?

-Tú tienes tu propia vida y yo tengo la mía. Aparte de Tim y Dido, tengo amigos... -empezó a decir Harriet-. Aunque saliéramos juntos, quiero seguir viendo a mi gente.

-¿Y por qué no ibas a hacerlo? Yo viajo mucho y no espero que te quedes en casa esperándome.

-Ah, entonces no hay problema. Después de todo, puede que algún día necesite a mis amigos.

-¿Qué día?

-Cuando ya no estemos juntos.

-¿Crees que esto no va a durar? -preguntó James.

Harriet sonrió, con tristeza.

-La gente a la que quiero tiende a desaparecer de mi vida.

-Soy mayor que tú, pero prometo no morirme enseguida.

-No, pero podrías cansarte de mí. Esas cosas pasan.

-Lo dudo tanto que no merece la pena discutirlo -sonrió James-. Pero vamos a aclarar una cosa. Te gusta estar conmigo, pero no quieres vivir conmigo, ¿no?

-Intenta verlo desde mi punto de vista -suspiró Harriet-. Necesito tiempo para acostumbrarme a la idea de que voy a compartir mi vida con alguien como tú.

-Alguien como yo -repitió él-. ¿Qué quieres decir con eso?

-He tenido novios, pero nunca he tenido un amante.

-Pues ahora tienes uno.

-Lo sé. Pero me resulta un poco extraño. Nunca había sentido esto por nadie.

James se levantó entonces.

-Creo que deberíamos seguir esta discusión en el sofá.

-Muy bien -rió Harriet.

-Y ahora, dime exactamente lo que sientes.

Ella se quedó un momento pensativa.

-Creo que no puedo estar enamorada de ti.

-¿Por qué?

-Porque Dido ha estado enamorada muchas veces...

-¿De hombres que no eran mi irresistible hermano?

-Sí, pero siempre está buscando a alguien como él.

-No tendrá suerte. Afortunadamente, sólo hay un Tim Devereux.

-Desde luego. Bueno, el caso es que cuando Dido está enamorada, se vuelve ciega. No ve los defectos de sus novios que, para mí y para cualquiera, son evidentes -suspiró Harriet-. Y a mí no me pasa eso contigo.

-¿Quieres decir que mis defectos son tan obvios?

-Tengo razones para creer que eres un hombre bueno y generoso, pero también eres impaciente y tiránico a veces. Lo sé, pero eso no altera lo que siento por ti.

-Por Dios bendito, ¿qué sientes por mí?

-Me siento feliz cuando estoy contigo y cuando no estás es como si me faltara algo... -Harriet no pudo terminar la frase porque James la silenció con un beso.

-Te conozco desde que tenías trece años -dijo luego, con voz ronca-. Nunca aprobé tu relación con Tim, pero sólo cuando nos vimos en Upcote supe por qué: porque te quería para mí.

Harriet sabía muy bien que James Devereux la deseaba. Pero necesitaba algo más que eso para comprometerse.

-¿Estás enamorado de mí, James? -preguntó abruptamente.

Él la miró en silencio durante unos segundos, como si quisiera memorizar cada uno de sus rasgos.

-Sí -contestó por fin-. Completa y absolutamente, hasta que la muerte nos separe.