Capítulo 6

 

TIM DEVEREUX la miraba transfigurado, incrédulo.

Harriet, horrorizada, empujó a James y éste, bostezando, abrió los ojos. Al ver a su hermano, se incorporó de un salto.

-¡Ya era hora! ¿Por qué has dejado a Harriet sola? -exclamó, absurdamente-. Podría haberle pasado cualquier cosa.

-Evidentemente, le ha pasado -replicó Tim-. ¿Jed y tú? ¿Cómo es posible, Harriet?

-No pienso decir nada hasta que esté vestida -contestó ella, colorada hasta la raíz del pelo.

-Danos diez minutos, Tim -le rogó James.

-Veinte, quiero ducharme.

-Es comprensible -murmuró él, saliendo de la habitación.

James se volvió hacia ella, suspirando.

-Al final, se está convirtiendo en un deporte para espectadores.

Harriet lo miró, incapaz de ver el lado divertido del asunto.

-Vete, por favor.

-¿Te da vergüenza?

-¿Te importaría marcharte?

-Es un poco tarde para portarse como una modesta doncella...

-No pienso levantarme de la cama hasta que esté sola -lo interrumpió ella.

-Muy bien. Volveré en quince minutos -suspiró James.

Harriet fue al cuarto de baño y se dio la ducha más rápida de su vida. Para animarse, se puso el conjunto de ropa interior que Tim le había comprado en París y el vestido color terracota que estrenó en la fiesta de Dido. Necesitaba una armadura para la confrontación que la esperaba. A Tim nunca le había molestado su amistad con otros hombres, pero encontrarla en la cama con su idolatrado hermano...

Unos minutos después, cuando se estaba peinando frente al espejo, James entró en la habitación.

-¿Lista?

-Estoy nerviosa. Sé que es absurdo, pero...

-Nada hará cambiar los sentimientos de mi hermano por ti. Soy yo el que debería estar nervioso.

-Tim te adora...

-Probablemente, después de descubrir que también soy humano, habrá dejado de hacerla. Venga, vámonos.

Cuando entraron en el salón, Harriet se quedó atónita. Tim no estaba solo. A su lado había una mujer guapísima. Una mujer, no una chica,

-¿Francesca? --exclamó James.

-¿Come staí, James? -preguntó ella, nerviosa.

-Harry, quiero presentarte a mi prometida, Francesca -dijo Tim entonces, tomándola por la cintura.

El silencio que siguió a esa declaración era ensordecedor.

-¿Tu prometida? -repitió James, atónito-. ¿Eso es verdad, Francesca?

-Sí, lo es. ¿Vas a darnos tu bendición?

-¿Cuándo os habéis prometido?

-La semana pasada -contestó Tim, desafiante,

James se volvió hacia Harriet, con una mirada fiera,

-¿Tú sabías esto?

-No, ella no sabía nada -contestó su hermano.

-Conocía la existencia de Francesca, pero no sabía que estuvieran prometidos -dijo ella.

La mujer sonrió, nerviosa.

-Tim y yo nos conocemos desde hace tiempo, ya lo sabes, tú mismo nos presentaste.

-Pero Tim era un niño... y tú eras una mujer casada.

-Pero tú sabes que Carlo ha muerto. Ahora soy viuda.

-No lo serás por mucho tiempo, cariño -sonrió Tim-. Pronto serás mi mujer.

-Sí, tesoro -dijo ella, acariciando su cara con una mano en la que llevaba una enorme esmeralda.

-Por cierto, he convencido a Jeremy para que exponga la obra de Francesca en Londres.

Harriet contuvo el aliento mientras los dos hombres se miraban con una animosidad que era nueva en su relación. Tim, con aspecto desafiante. ni siquiera miraba a la amiga que había mantenido su historia de amor en secreto. James, por otro lado, parecía un volcán a punto de explotar. Yeso la decidió: lo mejor sería escapar de allí lo antes posible.

-Me gustaría ver tus cuadros, Francesca. pero ahora mismo tengo que irme. Debo preparar la cena.

Harriet entró en la cocina, pero Tim se reunió con ella enseguida.

-Estás enfadada conmigo, supongo,

-¿Y te extraña? Podrías haberme dicho la verdad sobre Francesca. No sólo me has mentido sobre su edad, tampoco me dijiste que conocía a tu hermano.

Él se encogió de hombros.

-Ésa era la razón para mantenerlo en secreto. Si hubiera sabido que James estaba aquí no la habría traído. Mi plan era casarme y contárselo después, cuando no pudiera hacer nada. ¿Por qué no me lo dijiste cuando llamé por teléfono?

-Porque tú no me dijiste que ibas a venir con ella.

-Iba a ser una sorpresa.

-Pues lo ha sido -dijo Harriet, irónica-. Para James también. Tu hermano no aprobará que te cases con una mujer mucho mayor que tú.

Tim la miró, suspicaz.

-¿Tú sabías que Jed vendría a la granja?

-Claro que no. Para mí fue una sorpresa, te lo aseguro.

-Te sorprendería menos que a mí encontrarte en la cama con él, bonita.

Harriet se puso colorada, pero decidió no dejarse amedrentar.

-Yo sólo espero que Francesca no cause un problema entre vosotros.

-Quieres decir que James podría dejar de pasarme dinero.

-¿Qué dinero?

-¿Cómo crees que pago mi casa de Chelsea? Mi salario no es precisamente astronómico.

-Parece que hay muchas cosas que no sé -suspiró Harriet.

-No te hagas la ofendida. Te he encontrado en la cama con mi hermano, ¿recuerdas? No puedes criticarme, y él tampoco. ¿A qué está jugando?

-A nada. Le he contado la verdad.

-Pensé que os odiabais. Siempre os habéis portado como si fuera así.

-Cuando estaba en Upcote descubrí un par de cosas sobre tu hermano que me hicieron cambiar de opinión -contestó ella-. Se portó muy bien con mi abuela, conmigo y con la pareja de la que te hablé.

Además de ser el primer hombre que la volvía loca de deseo con un simple roce.

-Pues debió portarse muy bien si te has ido a la cama con él -replicó Tim-. Que yo sepa, no sueles hacer esas cosas, ¿verdad, Harry?

-Últimamente no. ¿Cómo iba a hacerla si la mitad de Londres cree que soy tu pareja? Al menos, mi vida amorosa mejorará cuado te cases con Francesca. Mira, Tim, ¿de verdad crees que esto puede funcionar? Francesca es mucho mayor que tú...

Por primera vez en su vida, Tim la miró con una animosidad que le encogió el corazón.

-La diferencia de edad no te ha parecido un problema para acostarte con mi hermano, ¿verdad? Y en caso de que te preocupe, mi relación con Francesca no es un complejo de Edipo -le espetó, en un tono que nunca había usado con ella-. No es asunto tuyo, pero cuando su marido murió nos convertimos en amantes. Si no te parece bien, lo siento por ti. Después de todo, necesito la aprobación de mi hermano, no la tuya.

Los ojos de Harriet se llenaron de lágrimas y, para que Tim no la viera llorar, se dedicó a mover cacerolas.

-La pasta estará lista en diez minutos.

Pero él ya había salido de la cocina y Harriet se quedó mirando la puerta, destrozada.

Lo último que le apetecía era cenar con los hermanos Devereux en ese momento, pero no le quedaba más remedio.

-¿Por qué no me habías dicho que mi hermano tenía una relación con Francesca Rossi? -le espetó James unos minutos después.

-Ah, ¿esto también es culpa mía? Tim me hizo prometer que no te diría nada. Y después de conocer a Francesca entiendo por qué. Deliberadamente, me hizo creer que era demasiado joven para casarse, no demasiado mayor -explicó Harriet, furiosa-. ¿Tú también has sido su amante, James?

-Claro que no. La conocí cuando compré La Fattoria. Su marido, Carlo Rossi, me puso en contacto con los propietarios de la granja.

-Entonces, ¿no la conoces mucho?

-No tanto como a Carlo. El era un hombre muy culto, un erudito. Y, por supuesto, no mantuve una relación con ella porque estaba casada... aunque parece que ése no ha sido obstáculo para Tim. Se la presenté hace cinco años, en Florencia.

Harriet dejó escapar un suspiro.

-Lo recuerdo. Volvió de Italia con cara de tonto, diciendo que se había enamorado.

-Entonces era un adolescente.

-Sí, pero evidentemente sus sentimientos por Francesca no han cambiado. Durante todos estos años se han visto a menudo.

-¿Cómo?

-Francesca va con él en los viajes de trabajo. Y cuando supuestamente está aquí de vacaciones, donde realmente está es en Florencia, con ella. Esta vez me pidió que viniera para presentármela -suspiró Harriet-. Está enamorado de ella, James.

Él hizo una mueca.

-Si la historia ha durado tanto tiempo, supongo que es verdad. Aunque no sé a qué está jugando Francesca.

-A lo mejor ella siente lo mismo.

-Lo dudo, pero... ¿qué has tenido tú que ver en todo esto? Supongo que Tim y tú debisteis pensar que era divertidísimo engañarme. Sobre todo tú, con eso de que no creías en las relaciones conyugales antes del matrimonio.

Harriet levantó la mirada.

-En realidad, repetía las palabras de Tim, pero la verdad es que pensamos de forma parecida.

-¿Ah, sí? Pues no creo que encuentres muchos hombres dispuestos a aceptar eso.

Harta de los hermanos Devereux, ella se encogió de hombros.

-Pues viviré sola durante el resto de mi vida. Una idea que ahora mismo me parece más que tentadora. ¿Te importaría llamar a los demás?

La pasta estaba al dente, la salsa de tomate un poquito picante y el vino frío, pero una cena en la que dos personas intentaban desesperadamente mantener una conversación y las otras dos apenas podían mirarse a la cara era un infierno. Y la pregunta de Tim sobre cómo iban a dormir no ayudó en absoluto.

-Francesca dormirá conmigo, claro, así que vosotros podéis dormir en la torre. Ah, por cierto, se me había olvidado contártelo, querida: los he pillado juntos en la cama.

Francesca miró de uno a otro, atónita.

-¿Sois amantes? Pero si Tim me ha dicho que no os lleváis bien.

Harriet sonrió, irónica.

-Para acostarse con un hombre no es necesario que te caiga bien -dijo, levantándose-. Si alguien quiere café, la cafetera está ahí. Perdonadme, pero yo me voy a dormir. Anna ha preparado la cama para ti en la otra habitación, James.

La vana sensación de triunfo había desaparecido cuando llegó a la torre. Las vacaciones que tanto tiempo llevaba esperando estaban destrozadas. Aunque James volviese a Inglaterra al día siguiente, quedarse allí con Tim y Francesca no le apetecía lo más mínimo.

Harriet se quedó leyendo hasta que le dolían los ojos, pero el sueño no llegaba. Angustiada, miró el rayo de luna que entraba por la ventana. Llevaba meses haciendo esa charada para que James no supiera nada de la novia de Tim y ahora, por primera vez en diez años, su amigo la había tratado con desprecio sólo por dar su opinión sobre esa relación. Entonces hizo una mueca. Francesca llevaba una enorme esmeralda en el dedo... Si la cuenta corriente de Tim dependía de los ingresos de James, ¿de dónde había salido el dinero para ese anillo?

Pero ya no tenía nada que ver con ella, se dijo. Ni James Devereux tampoco. Le habían dolido sus acusaciones, como si todo aquello fuera culpa suya, pero su enfado era lógico. Hasta ese momento, Francesca Rossi sólo era la mujer de un hombre al que respetaba y ahora... Que tuvieran suerte, pensó. Francesca sería feliz con un joven amante que la adoraba y que incluso había organizado una exposición de su obra en Londres. ¿Qué más podía pedir?

A la mañana siguiente, Harriet bajó a la piscina muy temprano pero, lamentablemente, encontró a James haciendo largos.

-Buenos días -la saludó, saliendo del agua. Ella no contestó-. He conseguido un billete para Pisa.

-Pues qué bien.

-¿Te alegras de que me vaya?

-Estoy eufórica.

-¿Cuándo piensas volver a Londres?

-Lo antes posible -contestó Harriet, irónica-. Han sido unas vacaciones memorables.

-¿Qué puedo hacer yo? Sé qué clase de mujer es Francesca. Estaba casada con un hombre que podría haber sido su padre, así que es lógico que quiera a su lado a un hombre joven como Tim. El problema es que mi hermano no piensa con la cabeza.

Ella se encogió de hombros.

-Me da igual. No tengo nada que ver.

-Tú quieres demasiado a Tim como para lavarte las manos -suspiró James.

-Tim cree que dejarás de pasarle dinero. Si lo haces, Francesca podría pensárselo.

-El dinero no es un problema para ella. Carlo Rossi le dejó una fortuna. Además, Francesca gana dinero con sus cuadros.

-Entonces, ¿por qué estás en contra de ese matrimonio? -preguntó Harriet-. ¿Es sólo por la diferencia de edad o hay algo que yo no sé?

James se quedó en silencio un momento.

-Yo estuve casado con una mujer mayor que yo. Una de las razones para que mi matrimonio se rompiera fue que Madeleine se negaba a tener hijos. La diferencia de edad entre Tim y Francesca es mucho mayor, de modo que ella no querrá tenerlos y, algún día, mi hermano lo lamentará.

-Ahora mismo, no estoy demasiado preocupada por tu hermano -suspiró Harriet-. Anoche intenté aconsejarle y diez años de amistad se fueron por la ventana. Francamente, estoy harta de los hermanos Devereux.

-Creo que estás harta de mí, no de Tim. Os queréis demasiado. Y eso me lleva a una de las cosas que me mantuvo despierto anoche. Dime una cosa, Harriet, ¿de verdad Tim y tú no erais más que amigos?

-De verdad. Así que ahora puedes dedicar toda tu energía al problema de tu hermano y olvidarte de mí.

Él la miró, muy serio.

-¿Estás diciendo que no quieres saber nada de mí?

-Exactamente.

- Ya veo -murmuró James, tomando su toalla-. Será mejor que me vaya, mi avión sale dentro de unas horas. ¿Seguro que te encuentras bien? Anoche apenas probaste bocado.

-¿Cómo iba a comer con ese ambiente? Hablaré con Tim para ver qué planes tiene y luego me marcharé. No pienso quedarme aquí haciendo de carabina.

-Levántate, Harriet.

-¿Porqué?

-Hazlo.

En cuanto sus pies tocaron el suelo, James la estrechó entre sus brazos y la besó hasta dejada mareada. -Para que te acuerdes de mí. Arrivederci!

Harriet se quedó inmóvil, lamentando amargamente haber sido tan testaruda. Porque no era verdad que no quisiera saber nada de él.

Pasó una hora hasta que Tim se dignó a bajar a la piscina.

-Buenos días.

-Buenos días -murmuró ella, sin levantar la mirada del libro.

-¿Dónde está Jed?

-Se marchó hace una hora.

-O sea, que sigue sin aprobar mi matrimonio con Francesca. ¿Podrías echarme un cable con él?

Harriet lo miró, incrédula.

-¿Después de cómo me hablaste anoche? Ni lo sueñes.

-No lo decía en serio...

-No soy idiota, Timothy Devereux. Lo decías absolutamente en serio. Pero da igual. No puedo ayudarte con James porque no pienso volver a verlo.

Tim levantó una ceja.

-¿Quieres decir que lo de ayer sólo fue un revolcón?

-¿Y qué? ¡No es ilegal! Ahora que no tengo que mentir por tu culpa, puedo hacerlo cuando me dé la gana y con quien me dé la gana. ¿Dónde está Francesca?

-Se estaba preparando para enfrentarse con Jed. Voy a decirle que se ha ido y luego nos iremos a Florencia.

-¿Os vais?

-Sí. ¿Te importa quedarte sola en la granja?

-En absoluto.

-Muy bien -murmuró Tim, mirando hacia la puerta de la cocina-. Ah, estás aquí, cariño.

Francesca iba vestida para impresionar, con Un vestido de lino, delicadas sandalias y cosméticos cuidadosamente aplicados.

-Buenos días -la saludó Harriet.

-Buongiorno -murmuró ella, mirando alrededor-. ¿Dónde está tu hermano?

-Ha vuelto a Londres.

-¿No has hablado con él esta mañana?

--No. Se ha ido temprano.

Francesca suspiró, aliviada.

-Entonces, nosotros también podemos irnos. Me alegro mucho de haberte conocido por fin, Harriet. La próxima vez tienes que venir a mi casa, en Florencia.

Harriet los observó entrando en la casa, de la mano. Estaban enamorados, eso era evidente.

Por la noche, estaba leyendo en el patio después de una cena solitaria cuando sonó el teléfono.

-Soy yo -dijo James.

-Ah, hola.

-¿Tim está ahí?

-No, han vuelto a Florencia esta mañana. Francesca pareció muy aliviada al descubrir que te habías ido sin decirles adiós.

-No me extraña. Anoche tuve una charla con ella y sabe que no apruebo ese matrimonio.

-Les da igual. Tendrás que aceptarlo, James.

-No quiero que mi hermano cometa un error...

-Es su vida.

-Ya, claro. ¿Estás sola en la granja?

-Sí.

-¿Te importa?

-No, estoy encantada.

-No hay intrusos en tu habitación

-No.

-Harriet, escúchame...

Pero ella colgó deliberadamente, satisfecha de haberlo dejado con la palabra en la boca.

Una semana después, Harriet estaba en el aeropuerto de Pisa. James no había vuelto a ponerse en contacto con ella, pero Tim llamó la noche anterior para decir que se verían en Londres.

-No te molestes en llamarme.

-¿Qué?

-No quiero verte, Tim. No me apetece.

-¿Tan enfadada estás?

-Enfadada no, dolida. Necesito un poco de tiempo para lamer mis heridas.

-Si se lo pides, a lo mejor Jed quiere echarte una mano -replicó él, antes de colgar.

Harriet tuvo que sonreír. Para Tim había sido una sorpresa encontrarla en la cama con su hermano. Como lo había sido para ella, en realidad. Pero en aquel momento estaba harta de los Devereux. Tenía que concentrarse en su propia vida. Al menos, había sacado algo bueno de todo aquello: James Devereux sabía sin la menor sombra de duda que su hermano no era gay.