Capítulo 10

 

UNA OLA de angustia la envolvió de tal forma al oír esas palabras que Harriet sintió ganas de vomitar.

-No, no es tuyo -contestó, satisfecha al ver que James Devereux se ponía pálido-. Es mío.

Sacó el móvil del bolso para llamar a un taxi y luego tiró las llaves del apartamento sobre la mesa, pero él la tomó del brazo.

-¿Dónde demonios crees que vas? No puedes decirme algo así y luego marcharte sin darme explicaciones.

-¿Que no? Mírame.

-Merezco una explicación, Harriet.

-¿Qué quieres que te explique?

-Cómo ha pasado esto.

-Como suelen pasar estas cosas, por supuesto -contestó ella.

James respiró profundamente, intentando controlarse.

-Me dijiste que tomabas la píldora.

-Y es verdad.

-¿Entonces?

-La píldora fracasa en una o dos ocasiones de cada mil. Parece que me ha tocado formar parte de las estadísticas. Y, francamente, ojalá no te lo hubiera dicho -dijo ella, intentando pasar a su lado.

-Espera...

-Dudas que seas el padre de este niño, así que apártate, quiero irme a mi casa.

-¿A tu casa? -repitió James, irónico-. ¿A ese agujero?

-Tu opinión es irrelevante. Déjame pasar.

-Por favor, sé razonable... Tienes que dejar que te ayude.

-¿Seas el padre del niño o no? -replicó Harriet.

Pero entonces, tragando saliva convulsivamente, se llevó una mano al estómago y lo apartó de un empujón para ir corriendo al baño. James apareció enseguida y sujetó su frente con cariño mientas vomitaba.

Tosiendo, Harriet se secó las lágrimas y aceptó el vaso de agua que él le ofrecía.

-¿Dónde están tus cosas?

-No he traído nada.

-No importa. Iremos a buscadas mañana... Voy a meterte en la cama, quieras o no, así que no protestes. Hay que cancelar el taxi...

Harriet no pudo protestar porque, de pronto, volvió a ponerse enferma.

James estuvo a su lado mientras vomitaba y luego, cuando se miró al espejo y comprobó que parecía un cadáver.

-¿Quieres que te ayude a desnudarte?

-No, gracias. Puedo hacerla sola.

Se encontraba tan mal que no tenía sentido discutir, de modo que entró en la habitación y cerró la puerta.

-¿Puedo entrar? -preguntó James cinco minutos después.

-Es tu habitación.

Él asomo la cabeza.

-¿Qué pasa?

-Estoy mareada, tengo ganas de vomitar... y estoy embarazada. Por lo demás, todo va divinamente -contestó ella, irónica.

Por una vez en su vida, James Devereux se quedó sin palabras.

-¿Quieres que me vaya?

«Mejor, bésame», pensó Harriet, desesperada.

-Supongo que esto ha sido una sorpresa para ti.

-Sí. Creí que tenía la gripe, pero...

Él se quedó en la puerta, nervioso.

-¿Puedo hacer algo por ti?

-Sí. Vete, por favor -contestó Harriet, enterrando la cara en la almohada.

Harriet despertó dos horas después de haber lanzado la bomba. Se incorporó despacio, intentando controlar los mareos, y fue al cuarto de baño para lavarse la cara.

James estaba esperándola en el pasillo cuando salió.

-He oído ruido... y pensé que podría hacerte falta.

-No. Ni ahora ni nunca -contestó ella.

-¿No vas a perdonarme?

Harriet se encogió de hombros.

-No.

-¿Quieres escucharme, por favor? -exclamó James entonces-. Te equivocas. Cuando dijiste que estabas embarazada me dio miedo que el niño no fuera mío...

Ella quería creerlo, pero sus dudas le habían roto el corazón.

-O a lo mejor tenías miedo de que hubiese querido engancharte con el truco más viejo del mundo.

-No se me pasó por la cabeza.

-No te preocupes, James. No he venido aquí a pedirte que te cases conmigo.

-Normalmente, es el hombre el que hace eso.

-¿Ah, sí? ¿Te pusiste de rodillas para pedírselo a Madeleine?

-No, y tampoco voy a ponerme de rodillas delante de ti, Harriet. Pero quiero pedirte que te cases conmigo.

-Qué amable. Gracias, pero la respuesta es no.

-Porque no lo has pensado bien -dijo él entonces-. No estamos hablando sólo de ti, Harriet. Estamos hablando de un niño. De nuestro hijo...

-¿Estás seguro de que es tuyo?

-Claro que estoy seguro.

-Podría ser de otro hombre.

Él la miró, intentando contener su irritación.

-Esto no es una broma, Harriet.

-Desde luego que no.

-Mira, túmbate un rato, yo voy adarme una ducha. Mientras tanto, puedes pensar en mi propuesta -suspiró James.

Harriet se dejó caer en la cama, agotada. Él tenía razón. El estudio de Clerkenwell era demasiado pequeño para un niño. El dinero de la casa de su abuela, aunque no era una fortuna, al menos le aseguraba cierta tranquilidad si tenía que dejar su trabajo. El problema era que no tenía parientes y tampoco una casa decente en la que criar a un hijo.

James volvió al dormitorio diez minutos después.

-¿Cómo te encuentras?

-Deprimida -contestó ella.

-Tienes que comer algo.

-No, gracias. No tengo hambre, pero necesito ducharme.

-Muy bien. Voy a buscar una camiseta.

La ayudó a levantarse de la cama, esperó hasta comprobar que no se mareaba y abrió la puerta del cuarto de baño.

-¿Necesitas ayuda?

-No.

-Deja la puerta entreabierta y llámame si te encuentras mal.

Diez minutos después, asomaba la cabeza en el baño.

-¿Has terminado?

Harriet cerró el grifo y tomó el albornoz que James le ofrecía. Tuvo que sonreír al ver que apartaba la mirada.

-Me has visto desnuda muchas veces.

-Ya sé que te he visto desnuda muchas veces -replicó él, irritado-. Mira, Harriet, yo también estoy hecho polvo...

-¿Ah, sí?

James dejó escapar un suspiro.

-¿Te apetece comer algo ahora?

-No.

-¿Seguro que no quieres una tortilla francesa o algo así?

-No, gracias. No podría tragar nada ahora mismo.

-¿Has comido algo hoy?

-Nada más que el desayuno.

-Y seguro que has estado trabajando todo el día...

-Como una industriosa abeja -contestó ella, irónica.

-¿Quieres un té? -suspiró James.

-Sí, gracias.

Cuando se quedó sola, Harriet se miró al espejo, pensativa. Aquello no era una broma, desde luego. Que James Devereux le hubiese pedido que se casara con él era de esperar, pero no podía aceptar a un hombre que no sólo tenía dudas sobre la paternidad del niño que llevaba dentro, sino que odiaba la idea de volver a casarse.

Harriet se lo dijo cuando le llevó el té, acompañado por unas tostadas que, afortunadamente, pudo comer sin vomitar.

-¿Puedo hablar yo ahora? -preguntó James, pensativo.

-Claro.

-Cuando te vi en la habitación de la torre esa noche, me volví loco. Olvidé que no llevaba preservativos, olvidé que eras la novia de Tim... o eso creía yo entonces. Me olvidé de todo porque lo único que importaba era aquel increíble deseo de hacerte el amor. Así que la responsabilidad es mía. Cómete la otra tostada.

Harriet la mordisqueó, intentando disimular cómo la afectaban sus palabras.

-Es tan raro que la píldora no haya funcionado...

-¿Te había pasado alguna vez?

-No, nunca. Aunque tampoco las he puesto a prueba demasiadas veces. La única vez que me he creído enamorada, él odiaba de tal forma mi amistad con Tim que me dejó unos meses después. Me sentí tan humillada que acepte hacerme pasar por su pareja...

-Está claro que el destino quería unimos -suspiró James.

-Pero tú no quieres casarte -le recordó Harriet.

-Contigo, y sólo contigo, podría soportar el matrimonio.

-Ah, eso suena estupendo.

-Perdona, no quería...

-Ya lo sé. Pero la respuesta sigue siendo no.

-Vivir juntos no es suficiente -insistió él, tomando su mano-. Un niño lo altera todo. Aunque sea un poco anticuado, quiero que mi hijo lleve mi apellido. Así que, por segunda vez, ¿quieres casarte conmigo?

Harriet lo miró, en silencio.

-Si cohabitar no es suficiente para ti, es posible que tenga que tragarme el orgullo y decir que sí. Tú conoces bien mi situación.

James se encogió de hombros.

-Hay otra opción. Si no puedes soportar la idea de casarte conmigo, puedo comprarte una casa con jardín.

-¿Tú vivirías aquí y yo viviría allí?

-Es una opción. No es lo que yo quiero, pero podríamos pensar/o.

Harriet lo pensó tanto que no pudo dormir. La noche anterior estaba tan contenta porque iba a ver a James... y, durante unos minutos esa tarde se había sentido feliz al saber que iba a tener un hijo suyo. Luego aparecieron las dudas, mientras lo esperaba. Y sus dudas estaban justificadas. La reacción de James había puesto su mundo patas arriba.

«No es culpa tuya», pensó, tocándose el abdomen. En otras circunstancias, se habría sentido feliz de tener un hijo con James Devereux, pero así. .. Él no quería casarse y la idea de vivir sola en una casa en las afueras mientras esperaba un hijo tampoco le apetecía lo mas mínimo.

A las tres de la mañana, Harriet se levantó de la cama y asomó la cabeza en el salón, que parecía más grande y más frío con las luces apagadas. Fue descalza a la cocina para tomar una tostada con mantequilla, pero en cuanto abrió la nevera oyó los pasos de James.

-¿Te encuentras bien?

-Sí. Siento haberte despertado.

-¿Crees que estaba dormido?

Ella apartó la mirada.

-Yo tampoco podía dormir. ¿Te importa si me hago algo de comer?

-Por Dios bendito, Harriet, ¿tienes que preguntar?

-Sí, tengo que preguntar.

James dejó escapar un largo suspiro.

-Vuelve a la cama, yo te lo llevaré. ¿Qué quieres, más tostadas?

-Sí, gracias. Muy amable.

-¿Amable? -repitió él irónico.

Tardó más de lo previsto y, cuando entró en la habitación, además de las tostadas, en la bandeja había un plato de huevos revueltos.

-Tienes que comer algo más sólido que un trozo de pan.

Suspirando, Harriet empezó a comer como si estuviera haciéndole un favor.

-Hala, ya está. ¿Contento?

-Cuando Tim era pequeño, a veces tampoco quería comer y tenía que hacerle huevos revueltos, así que estoy acostumbrado -dijo James, sentándose en la cama-. Aunque los gustos de mi hermano ahora son más sofisticados.

-Se ha ido a Florencia a pasar el fin de semana -dijo Harriet.

-Lo sé. Ya falta poco para la boda -suspiró él-. ¿Vas a dejar que pague tu billete de avión?

-No, gracias. Puedo pagarlo yo.

-No sé para qué me molesto en preguntar -dijo James entonces, levantándose-. ¿Necesitas algo más?

-Nada en absoluto.

-En ese caso, hablaremos mañana. Y espero que mañana te encuentres en mejor disposición para hablar de este asunto.

Harriet sonrió, irónica.

-Si te refieres a nuestro matrimonio, espero que encuentres una forma más atractiva de describirlo. Primero es una cura para el amor, luego una solución sensata, ahora es «este asunto»...

James la miró con los ojos brillantes.

-Es la única solución, Harriet. Por cierto, mañana saldré temprano a comprar algo de comer porque tengo la nevera vacía. Intentaré no despertarte, pero si 10 hago no te muevas de la cama. Y ahora duérmete, buenas noches.

Harriet consiguió dormir al fin, pero despertó temprano y oyó a James paseando por la casa. Se quedó en la cama, con los ojos cerrados, hasta que le oyó cerrar la puerta. Entonces sacó el móvil para pedir un taxi y, diez minutos después, medio despeinada, iba de camino a Clerkenwell. Una vez en su estudio, se cambió de ropa y tomó la bolsa de viaje que había hecho el día anterior, en esa otra vida, antes de ir al médico. Y sólo entonces dejó un mensaje para James en el contestador:

-Necesito tiempo. No estoy en Clerkenwell ni en casa de Dido, así que no te molestes en buscarme. Y, por favor, no te preocupes, me encuentro mucho mejor. Te llamaré mañana.

Sabía muy bien que James iba a preocuparse, pero le daba igual. Necesitaba tiempo para poner su vida en orden antes de volver a verlo. Era cruel quizá, pero no podía olvidar que le había partido el corazón. y no creía la explicación que le había dado. James Devereux no creía que el niño fuera hijo suyo.

Después de varias horas dando vueltas al asunto, su cabeza estaba a punto de estallar, de modo que se tumbó en un sofá para ver un viejo musical de Hollywood en televisión. Pero unos minutos después oyó pasos en el vestíbulo y se levantó de un salto, con el corazón latiendo a toda velocidad, buscando con la mirada algo que pudiera usar como arma.

Pero el hombre que entró en el salón no era un ladrón.

James Devereux la miraba, furioso, con una llave en la mano.

-Yo también la tengo. Tim acaba de decirme que sus dos compañeros de piso están de vacaciones... Espero que estés contenta contigo misma. Llamé a Dido antes que a Tim, así que ahora hay tres personas preocupadas...

-Por tu culpa. Te dejé un mensaje diciendo que estaba bien -lo interrumpió Harriet, sacando el móvil del bolso para llamar a Dido.

Cinco minutos después, James colgaba el suyo después de hablar con Tim.

-Le he dicho que disfrute de su fin de semana.

-Y tú puedes hacer lo mismo -replicó Harriet.

-Tú vienes conmigo -la informó James-. Ahora mismo.

Daba igual, pensó ella. Había tomado una decisión y le informaría en cuanto llegaran a su apartamento.

Pero sintió una punzada de dolor al ver el sofá y el sillón de piel que habían comprado juntos.

-Ya han llegado.

-Esta mañana -dijo él-. ¿Por qué te fuiste, Harriet?

-Necesitaba tiempo para pensar.

-¿Ésa es la verdad?

-Claro que sí.

-¿Seguro que no has ido a ninguna clínica?

-¿Una clínica...? Ah, ya entiendo. No, James, no he ido a ninguna clínica. No pienso deshacerme de la única persona en este planeta a la que me une un lazo de sangre.

Él dejó escapar un suspiro.

-Tenía que preguntar. No te encontraba y empecé a pensar en todas las posibilidades...

-Sólo necesitaba estar sola -repitió ella-. Sabía que la casa de Tim estaría vacía, así que fui allí para estar tranquila.

-¿Y has llegado a alguna conclusión?

-Sí. ¿Sigues queriendo casarte conmigo?

-Sí, Harriet -contestó él, mirándola a los ojos-. Sigo queriendo casarme contigo. Pero algo me dice que vas a poner condiciones.

Ella asintió.

-Antes tendrás que hacer algo.

-¿Qué?

-Una prueba de ADN. Así no tendrás dudas de que el niño es tuyo.

-Sé que te he hecho daño, Harriet, y lo lamento muchísimo, pero esto es una venganza. Sé que el niño es mío...

-De todas formas, quiero que te hagas la prueba. Si no es así, no habrá boda. Prefiero criar sola a mi hijo.

-¡Por encima de mi cadáver!

Harriet se encogió de hombros.

-Me voy a mi casa. Piénsatelo y llámame cuando hayas tomado una decisión.

-Ya he tomado una decisión -suspiró James-. Cuando le prometí a tu abuela que cuidaría de ti no sabía dónde me estaba metiendo. Ni que iba a enamorarme de tal forma que haría todo lo que me pidieras. Así que tú ganas, me haré la prueba.

-Esto no es un concurso. No es cuestión de ganar o perder.

-En mi caso, es sólo cuestión de perder. Pero recuerda que eres tú la que insiste en que me haga la prueba.

-¿Te da miedo el resultado? -preguntó Harriet.

-Que Dios me dé paciencia -dijo James entonces-. No me da miedo el resultado porque sé que el niño es hijo mío. Pero si tengo que hacerme la prueba para casarme contigo, me la haré. Me haré todas las pruebas que quieras.

-Gracias. Y gracias por el sofá -murmuró ella.

-De nada. Es todo tuyo, Harriet. Túmbate, pon la televisión, haz lo que quieras... y luego, si te apetece, cenaremos juntos.

-¿Quieres que cocine?

-No, pediré algo por teléfono. Tienes que descansar. Y, por favor, el lunes llama a tu casero para decirle que dejas el estudio.

-James -lo llamó Harriet cuando iba a salir de la habitación.

-¿Sí?

-Siento que te hayas preocupado.

Los ojos de color ámbar se suavizaron un poco.

-La próxima vez que quieras desaparecer, por favor, deja una nota.

Harriet miró el sofá, la televisión, la pila de libros sobre la mesa... Tenía su propio saloncito, como había pedido, pero también sería su dormitorio. Y después del numerito de aquella mañana, no podía quejarse.

Durante el fin de semana hablaron sólo lo necesario y el domingo por la noche, Harriet estaba deseando volver a Clerkenwell.

-Esta semana no tengo que ir a ningún sitio, estaré en Londres -le dijo James.

-¿Nos veremos antes del fin de semana?

-¿Quieres que nos veamos?

-Si no quisiera, no tendría ningún sentido venirme a vivir aquí -contestó Harriet.

-¿Quieres verme? -insistió él.

-Si vamos a estar como este fin de semana, no.

-En ese caso, quizá deberíamos pensárnoslo. Iré a buscarte el viernes por la noche. Hasta entonces, cuídate -dijo James, besándola por primera vez desde que le anunció que iban a ser padres-. Buenas noches, Harriet. Que duermas bien.