37
Noel aprovechó que tenía el pelo mojado por la lluvia para peinarse con las manos el flequillo hacia arriba, como había visto que lo llevaba su copia en las fotos. Tomó aire, y acercó el dedo al timbre de la puerta de casa de Ana.
—¡Espera! Un segundo... —le chistó Eva, a su lado.
La chica terminaba de pintarse los labios con la barra roja que encontró en su bolso, mirándose en un espejito. Afianzó el nudo del pañuelo en el cuello. Se atusó un poco el pelo, aún más rizado por la humedad del aire. Al ver el resultado final en el cristal, cabeceó con desaprobación.
—Joder, parezco una cabaretera...
—Pareces una guay de la clase, que es lo que tienes que parecer —le dijo Noel—. Venga.
Eva guardó la barra de labios y el espejo en el bolso y se colocó junto a él, que llamaba al timbre.
Esperaron en silencio a que les abrieran. Desde el otro lado de la puerta llegaba la música de la fiesta, de tipo electrolatino.
—Dios, menuda nos espera... —dijo el chico, mirando el techo del porche.
—Bueno, que no se te note que no te gusta la música, ¿eh? —le advirtió ella—. Si te sabes alguna canción, la cantas.
Noel volvió a llamar al timbre. Antes de que despegara el dedo, Nerea les abrió. Iba vestida con un corpiño rosa que le subía el pecho, una falda, corta y ajustada, y unas botas altas. En las medias tenía varias carreras. En la mano llevaba una copa de Malibú con piña.
—¡Eva! ¡Has venido!
Nerea se lanzó a abrazarla.
—¡Nerea! ¡Has bebido!
Ana asomó por la puerta. Llevaba un vestido espectacular, con el escote justo, el pelo rubio recogido en una cola de caballo muy tirante, y maquillaje como el de una actriz de cine.
—¿Qué hacéis aquí? —les preguntó, extrañada—. Si dijisteis que no ibais a venir...
—Pues al final sí que nos hemos animado. Que es viernes y hay que darlo todo —se justificó el chico, nervioso.
—¿Y venís a darlo todo con el uniforme del colegio?
—Ya ves, para no eclipsarte —le respondió Eva con una sonrisa impostada—. Estás espectacular.
La chica le guiñó un ojo a la anfitriona y le hizo un gesto a Noel para que entrara también en la casa. Antes de hacerlo, Noel miró a la derecha, donde quedaba la entrada del garaje de la casa. Tras el árbol más cercano a la puerta abatible estaban escondidos Sabina y Sam, a quienes les hizo un gesto que quería decir: «todo controlado».
Ya dentro, en el recibidor, Eva y Noel intentaron disimular los nervios con una sonrisa. La casa les pareció tan espectacular como por fuera. El salón quedaba a su izquierda. Allí estaban la mayoría de los invitados a la fiesta. Más de una docena de chicas y chicos bailaban y bebían por la habitación. Eva y Noel los conocían a casi todos: eran de su clase, aunque nunca habían hablado con ellos.
—Qué bien, están todos nuestros «amigos» —dijo Noel, apretándose las manos por los nervios. Se arrepentía de haber tenido la ocurrencia de ir allí. El valor que había sentido al proponerlo lo había abandonado.
—Venga, dejad las cosas y vamos a tomarnos un chupito de Jägermeister —les pidió Nerea.
—Uy, yo es que sólo bebo cosas cuyos nombres sé pronunciar —trató de escaquearse Eva.
—Venga, tía, que estoy de bajón... —le insistió su amiga, sin darle más explicaciones y volviendo a sonreír al instante—. ¡Voy a buscarlos!
Nerea se fue por el pasillo hacia la cocina, haciendo algunas eses. Eva y Noel, a quienes Ana no quitaba ojo de encima, se quitaron los abrigos. Los dejaron junto al perchero, en lo alto de la montaña que se había formado en una silla. Eva dejó también el bolso, pero Noel volvió a colgarse la mochila de los hombros. No se le olvidaba que dentro había una pistola.
—¿Por qué no dejas la mochila? —le preguntó Ana.
Noel miró a Eva, como si esperase que su cara le dictara la respuesta. Pero ella tampoco sabía cómo salir del callejón sin salida en el que Ana parecía empeñada en encerrarlos.
—Volvisteis a entrar al colegio a buscarla cuando todos nos íbamos, ¿no? —ató cabos Ana—. ¿Qué llevas ahí dentro?
Harta de la situación, trató de quitarle la mochila, pero Eva la agarró de los brazos.
—Ana, que lleva lo de las carpetas de nuestras copias... —improvisó, con un susurro.
—Os digo que no quiero saber nada más de esto ¿y vais y lo traéis a mi casa? ¿De qué vais?
—Bueno, y no vas a saber nada más. Está en la mochila, ¿vale? —la tranquilizó Noel—. Tú olvídate y disfruta de tu fiesta.
Ana se disponía a contraatacar, pero entonces llegó Ricky, que lo grababa todo con su móvil. La abrazó por detrás.
—¡Cari, vaya fiesta más guapa! Qué lujo que tus padres se vayan a la sierra los fines de semana...
—No se te ocurra subir nada de esto al YouTube, que como lo vean, me la cargo —le advirtió la chica.
Ricky le pidió con un gesto que se calmara, y luego le robó un beso en los labios. Estiró el brazo para grabarlo. Eva y Noel apartaron la mirada, incómodos. Ana se zafó de Ricky con un empujoncito que hizo que al chico casi se le cayera el móvil.
—Ahora no, Ricky.
—Joder... ¿Qué te pasa, cari?
Ana no le respondió. Seguía mirando a Noel y Eva, desconfiada. No podía echarles nada en cara en presencia de Ricky, que les grababa los rostros, y pasaba de uno a otro como si de un duelo de película del Oeste se tratara.
—¿Mal rollito? —preguntó.
—No, no pasa nada —le respondió Ana—. Venga, vamos.
—Vamos a por algo de beber —dijo Noel.
Ana y Ricky se incorporaron a la fiesta. A solas en la entrada, Noel y Eva respiraron tranquilos.
—¿Tú crees que se habrá dado cuenta? —le preguntó Noel a su amiga.
—Creo que piensa que seguimos con lo de que van a venir las copias, pero no sabe que somos nosotros —respondió ella—. Venga, vamos a buscar el mando del garaje.
Sam les había contado que en una de las paredes de la cocina encontrarían una caja colgada, en cuyo interior se hallaban las llaves de la casa. Allí debería estar también el mando del garaje. Eva y Noel necesitaba encontrarlo para abrirles a Sam y Sabina, de modo que pudieran entrar en la casa a escondidas. La escalera auxiliar que empezaba en el garaje los llevaría hasta la planta de las habitaciones sin que ninguno de los invitados a la fiesta los viera. Dispuestos a poner en marcha el plan cuanto antes, Eva y Noel caminaron hacia la puerta de la cocina. Pero antes de poder abrirla, vieron a Nerea, que salía de allí cargada con dos vasos de chupito rebosantes de licor.
—Eva, te traigo el chupito de Jäger, tía.
—Nerea, te he dicho que no bebo de eso, «tía».
Eva intentó seguir hacia la cocina con Noel, pero Nerea la detuvo, haciendo pucheros:
—¡¿Cómo que no?! ¡Tía, que estoy fatal!
—Pues peor que vas a estar si te metes otro chupito...
Noel le pidió con la mirada que se metiera en el personaje que estaba interpretando, el de su copia.
—A ver, ¿qué te pasa? —preguntó Eva, a desgana.
—Pues que... Que Ruth va a hacerlo esta noche con Cerro, ¿no?
Eva asintió. Recordaba la conversación que habían mantenido por la mañana en el baño.
—¿Y qué?
—Pues tía, que ya sabes que el año pasado me enrollé con Cerro. Y luego estuvimos como tres meses saliendo, pero como yo no quería hacerlo con él, lo dejamos —le contó Nerea a Eva, como si Noel no estuviera presente—. Bueno, ya sabes que yo sólo lo voy a hacer cuando esté preparada. Que lo hemos hablado mogollón de veces tú y yo...
—Sí, sí, mogollón de veces —apuró Eva, haciendo un gesto con las manos para darle énfasis a la aseveración de su amiga.
—Y que yo paso de él, que Cerro va a lo que va —siguió Nerea, con el gesto torcido—. Pero tía, es que ahora que está con Ruth, pues... ¡Que yo creo que me sigue gustando!
Una vez hecha la confesión, Nerea rompió a llorar y se abrazó a Eva. Le tiró parte de los chupitos por la espalda. Noel le imploró a su amiga con la mirada que aguantara el mal trago.
—Pero ¿cómo te va a gustar un capullo que te deja porque no te quieres acostar con él? —le soltó Eva, aunque le dio un par de palmaditas en la espalda para consolarla.
—Ya. No sé... Pero ¡me gusta!
Nerea lloraba, abrazada a Eva, y tirándole cada vez más licor por encima. Eva miró a Noel, suplicante.
—Ya voy yo... —se ofreció Noel.
Eva asintió, y se dirigió hacia el meollo de la fiesta con Nerea abrazada a su cintura. Noel se metió en la cocina, de suelo de baldosas blancas y negras que parecían formar un inmenso tablero de ajedrez. Los muebles también iban a juego. Sobre la isla, en el centro de la cocina, había botellas de licor, latas de cerveza, vasos de plástico y un barreño con hielos. No había nadie más allí, así que Noel buscó con la mirada en las paredes hasta dar con la caja de las llaves. La encontró en una esquina, cerca del cuadro de luces cubierto por un espejo. Abrió la cajita y buscó entre las llaves hasta dar con una de un Mini. De la arandela del llavero también colgaba el mando electrónico del garaje, con un botón rojo en el medio. Lo cogió, aliviado. Se situó hasta saber cuál era la ventana que quedaba más cerca de la puerta del garaje. Fue hasta ella, dejando a un lado la isla. Abrió la ventana, y la lluvia entró en la cocina. Asomó la cabeza por la ventana y miró hacia la derecha. Sabina y Sam se hallaban a unos metros, esperando tras el árbol de la entrada del garaje. Noel apretó el botón y la puerta empezó a elevarse. Sam le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba, y Sabina y él se colaron en la casa. Noel metió la cabeza de nuevo en la cocina.
—¿Qué haces? —oyó una voz tras su espalda.
Poco le faltó para pegar un bote. Al darse la vuelta, se encontró con un muchacho de su edad, que no le sonaba de nada. Iba vestido con pantalones vaqueros de pitillo, una sudadera negra con el logo Santa Cruz Skateboards en el centro y unas Vans destrozadas. En la cabeza llevaba un gorro gris de lana, igual que el que solía llevar la copia de Noel.
—Nada. Tomar un poco el aire... —disimuló Noel con unas sonrisa ortopédica en la boca—. Que me he tomado un chupito de Yigermister de golpe y no veas...
El chico le miró un segundo y rompió a reír.
—Yigermister, dice. ¡Sí que vas pedo, tronco!
Noel aprovechó que el chico iba a la encimera de la isla, donde estaban las bebidas, para cerrar la ventana.
—Vaya mierda de lluvia. No hay Dios que vaya al skatepark —le comentó el otro mientras se llenaba un vaso de hielo.
Al escucharle, Noel cayó en que ya lo había visto antes, en varias de las fotografías que tenía por su habitación. Era uno de los amigos de su copia, con los que patinaba.
—Sí, a ver si mejora, que ya le tengo ganas... —disimuló, sin saber qué más decir, y pasando tras él, hacia la caja, para devolver las llaves del coche a su escondite.
—¿Quieres una? Venga, te sirvo.
El chico lo agarró del brazo para evitar que se alejara de él.
El tirón hizo que a Noel se le resbalaran las llaves, que cayeron al suelo, entre los pies de ambos. El chico de la sudadera las miró con una mueca de estupor dibujada en la cara. Noel se dispuso a agacharse a recogerlas, pero el otro fue más rápido. Las examinó, en silencio, como si pensara en qué hacía Noel con eso.
—Joder, tronco... ¡Ya le has vuelto a levantar el coche a tu vieja!
El chico se lo dijo levantando la mano en el aire para que chocaran.
—Ya me conoces —disimuló Noel, haciendo chocar la mano. Después recuperó las llaves—. En cuanto puedo, pillo el coche de mi vieja y me doy unos pirulos por el pueblo...
—Qué crack estás hecho. — El chico cabeceó y volvió a centrarse en las copas.
Noel aprovechó que estaba de espaldas para dejar las llaves del coche en la caja.
—Bueno, luego nos vemos —se despidió, y salió de la cocina.
Aliviado, recorrió el pasillo hasta llegar al inmenso salón donde se celebraba la fiesta. Habían retirado los muebles del centro para formar una improvisada pista de baile. Eva estaba sentada en uno de los sillones, en una esquina del salón. Nerea, apoyada en el brazo de la butaca, la escuchaba relamiendo el vaso de chupito. Mientras iba hacia ellas, Noel no paraba de devolverles el saludo a los amigos de su copia.
—¡Ey! ¿Qué pasa? —repetía con una sonrisa, sin detenerse.
Al llegar junto a Eva, le indicó con un gesto de cabeza que lo había conseguido: Sabina y Sam ya estaban en la casa.
—Tienes razón, Cerro no se merece a una chica como yo —balbuceaba Nerea, cada vez más borracha.
—¿Y qué más? —preguntó Eva, esperando la respuesta.
—El peor enemigo de las mujeres es su... —Nerea se lo pensó, con un dedo en la punta de la boca, hasta que encontró la palabra—. ¡Abnegación!
—Muy bien. Pues ahora, a ponerlo en práctica. Pásatelo bien en la fiesta, pero ve a tu bola. ¡Ni caso a los chicos! —le dijo Eva, y le señaló la improvisada pista.
—Gracias, tía. Me has ayudado un montón. ¡Te quiero! —le gritó Nerea, y la abrazó.
Antes de irse, Nerea se colocó el corpiño para que se le marcara más el pecho. Le preguntó a Noel en voz baja:
—Oye, ¿tú sabes lo que significa la «abnegación» esa?
Se escuchó por los altavoces el inicio de Single Ladies, de Beyoncé. Nerea gritó que le encantaba la canción y se lanzó a bailar la coreografía, olvidándose de la pregunta. Noel ocupó el sitio que había dejado libre la chica en el brazo del sillón.
—Así que le has dado buenos consejos, doctora amor —se burló.
—Mira, no sé si conseguiremos volver a casa, pero lo que es al cielo, yo seguro que voy. ¡Lo que estoy teniendo que aguantar! —le respondió su amiga.
—Ana no nos quita ojo —advirtió él, fijándose en la anfitriona con disimulo. La dueña de la casa estaba sentada con Ricky en uno de los sofás, en el otro extremo del salón.
—Tal vez deberíamos estar más... En plan novios —sugirió Eva, cortada.
Noel asintió. Se descolgó la mochila y la dejó a los pies del estrecho sillón. Pasó el brazo por el respaldo del sillón, sin atreverse a posarlo encima de su amiga, y se inclinó hacia ella.
—Bueno, suficiente —cortó Eva, incómoda.
—Sam y Sabina no tardarán mucho —susurró Noel—. Cinco minutos de disimule y nos vamos.
Eva cabeceó y hundió la cara en el respaldo del sofá. Su amigo se fijó en un chico que iba voceando por encima de la música, acercándose a los grupos. Era el mismo con el que había estado en la cocina, el amigo de su copia que practicaba el skatepark. Llevaba el bolso grande de Eva en la mano.
—¿Qué hace ese tío con tu bolso?
Alarmada, ella sacó la cabeza y lo vio.
—Aquí dentro está sonando un móvil. ¿Es vuestro? —le preguntó el chico del gorro de lana a un grupo, cuyos integrantes negaron con la cabeza. Después se acercó a Ana, y ésta cogió el bolso.
Eva llegó a la carrera, justo antes de que Ana sacara el móvil.
—¿Qué haces? —Eva se lo arrancó de un tirón.
—Te lo iba a dar, hija. Era para contestar antes de que se colgara.
Eva rebuscó en el bolso y encontró el móvil. Se fijó en la pantalla. La llamada entrante era de «Ana casa». Tembló al imaginar lo que habría pasado si Ana hubiera llegado a verlo.
—Es mi madre. Voy a la entrada a hablar... —le explicó a Noel.
Eva le dio el bolso y se alejó un par de pasos.
—¿Sí? —preguntó al descolgar, gritando debido al volumen de la música.
—Soy Sam. —El chico llamaba desde una de las habitaciones de la planta de arriba de la casa—. Tenemos un problema.
Noel miraba cómo hablaba Eva por teléfono en el recibidor. Daba paseos cortos y saltaba a la vista que estaba nerviosa. Ana también la observaba.
—Tu novia está muy rarita, ¿no? —comentó.
—Su madre... Ya sabes cómo es.
Noel volvió al sillón, cargado con el bolso. Se sentó, y lo dejó a sus pies. Pero al mirar hacia abajo sintió cómo se le cortaba la respiración.
La mochila ya no estaba.