16
Sam, Noel, Eva y Sabina estaban tras las bambalinas del teatro, en el almacén de vestuario. Buscaban algo que ponerse. Habían decidido que se quedarían a pasar la noche en el colegio, y necesitaban quitarse de encima los harapos que llevaban desde el accidente. Revisaban los burros que cargaban con los trajes de las obras que se habían representado en el colegio.
—¡Ni de coña me visto de High School Musical! —saltó Eva.
—Pero si es de los pocos trajes de tu talla —insistía Sabina.
—Bueno, pues prefiero llevar estos vaqueros rotos toda mi vida antes que ir disfrazada de Sharpay.
—A mí tampoco es que me haga una ilusión loca ir de jugador de baloncesto —se quejó Noel mientras volvía a dejar en las perchas el traje deportivo rojo, que era igual que el que llevaba Zac Efron en la película.
Miraron los trajes de las funciones de Los miserables, Romeo y Julieta y El caballero de Olmedo... También los de musicales más modernos como Chicago y Cabaret. Toda esa ropa, con lazos, encajes o pedrería, les parecía demasiado aparatosa para llevar encima todo un día, o quizá muchos más. Ya no sabían cuándo volverían a casa.
Sabina le enseñó a Eva lo que había encontrado en una caja.
—Mira, las cazadoras de las Pink Ladies de Grease. Son bombers rosas, esto se lleva ahora. Nos las ponemos por encima y no se notará que vamos disfrazadas.
—Tú no, pero yo voy a ir disfrazada de moderna... —dijo Eva, que revisaba las perchas por segunda vez sin encontrar nada de su talla
Eva cogió una cazadora, suspirando. Pensó que Sabina tenía razón: ese vestido fucsia de High School Musical parecía el único que le valdría. Ella era más alta que la mayoría de las chicas; demasiado, en su opinión. Pero cuando ya iba a darse por vencida, encontró un vestido que también era una talla mayor que el resto. Blanco, sencillo, con dibujos de flores bordados en la parte de arriba, y una falda vaporosa con vuelo cortada a la altura de la rodilla.
—¡El vestido de Baby en Dirty Dancing! —exclamó Sabina al reconocerlo—. Me encanta esa película...
Eva le sonrió a Sabina, por primera vez con complicidad. A pesar de su apariencia de chica dura, Dirty Dancing era su película favorita. Su madre tenía la culpa: era un clásico de cuando era adolescente, y se la ponía desde pequeña. Ver Dirty Dancing cuando la pasaban en televisión era de las pocas cosas que Eva y su madre seguían haciendo juntas sin discutir.
—¡Es de tu talla! —Sabina le acercó el vestido al cuerpo a Eva—. Te va a quedar genial.
—Bueno, supongo que es de lo más normal que hay por aquí. Y si me lo pongo con las All Star será menos cursi —dijo Eva, disimulando la ilusión que le hacía llevarlo.
—He encontrado unos jerséis de Cuento de Navidad. Están medio rotos, pero nos los podemos poner por encima —le dijo Sam a Noel, y le dio uno granate—. Y esto creo que me vale.
Les mostró a las chicas una percha con una camisa negra de raso de manga corta y unos pantalones de pinzas y cintura alta, del mismo color.
—¿Sabéis de qué es? —les preguntó Sam, sin reconocerlo.
—La pregunta es: ¿sabes bailar? —le dijo Sabina, divertida.
—Mejor voy a ver si encuentro otra cosa —dijo Eva, que se había dado cuenta de que era el traje de Johnny, la pareja de Baby en Dirty Dancing. Nerviosa, se puso a rebuscar de nuevo entre las ropas.
—¿Por qué? —le preguntó Sam cogiendo el vestido que ella conservaba aún en las manos—. Éste está bien, y no tiene lazos, ni corsé. Aquí es todo como de la época de María Antonieta...
Sabina sí siguió mirando entre la ropa, nada le convencía. Encontró un vestido de cuadros de Vichy azules, con algo de cancán en la falda y tirantes abotonados. De la percha colgaba también una blusa de gasa, para ponerse debajo, unos calcetines finos de licra blanca y unos zapatos rojos con algo de tacón y purpurina.
—Realmente no hay lugar como el hogar —dijo satisfecha mientras descolgaba la percha con el traje de Dorothy, de El mago de Oz.
Le quitó con unas tijeras que encontró entre los bártulos el cancán, para que el vestido tuviera menos aspecto de disfraz. Lo convirtió en uno como los que solía llevar.
—A mí no me vale nada... —se quejó Noel, y se sujetó el flequillo con las manos en la cabeza.
Nada le valía porque estaba demasiado delgado y todo parecía estar hecho para chicos más fuertes que él. Sam recordó haber visto uno adecuado para él. Se perdió entre las perchas para buscarlo.
—¿De indio? —preguntó Noel cuando el otro regresó, cargado con un pantalón de ante y un chaleco a juego.
—¿De qué personaje es? —se preguntó Sabina.
—Igual es de niño perdido de Peter Pan... —aventuró Eva.
—No, pero me suena un montón —añadió Sabina, convencida de que así era.
—Pero ¡si esto no merece ni que lo llamen traje! Voy a ir medio en bolas.
—Bueno, pero huele mejor que lo que llevas... Ponte el pantalón con el jersey por encima y listo —le convenció Sam—. Me muero por darme una ducha...
—¿No deberíamos buscar a Gabi? —preguntó Eva antes de que salieran hacia los vestuarios del colegio.
No lo habían vuelto a ver desde que se había marchado de la biblioteca.
—Yo ya paso... —dijo Sam, aunque en realidad todos estaban cansados de la actitud de Gabi.
Cargados con los disfraces, recorrieron el colegio hasta llegar a los vestuarios del gimnasio. Acordaron verse después de la ducha, en el pasillo.
Noel y Sam, que estaban a solas en el de los chicos, empezaron a desvestirse. La ropa sucia estaba casi pegada a su piel; sintieron que se quitaban kilos de encima al desprenderse de ella. Al ver el cuerpo de Sam, lleno de músculos y con mucho más vello que el suyo, Noel se dio la vuelta, acomplejado. Se metieron cada uno en una cabina y dejaron que el agua caliente les devolviera la vida durante un buen rato.
—¿Puedo hacerte una pregunta, Noel? Pero que quede entre tú y yo.
Extrañado, Noel asomó la cabeza enjabonada por encima de las paredes de la cabina de la ducha.
—Claro.
—¿Qué tipo de chicos le gustan a Eva?
Noel miró a su compañero, sorprendido por la pregunta.
—Pues... No lo sé, la verdad.
—¿No has conocido a ningún novio suyo? —le insistió Sam—. Porque vosotros dos sólo sois...
—Amigos, sí. Sólo somos amigos —le dejó claro el otro.
Sam esperó una respuesta, nervioso. Noel se lo pensó y le dijo:
—Pues... supongo que con los chicos le pasa como con todo lo demás. Le gusta cualquier cosa que tenga personalidad. Todo lo que es auténtico.
—¿Auténtico?
—Sí. Por ejemplo, cuando le hablo de algún grupo de música. Si son españoles, pero cantan en inglés, pues dice que le parecen un fraude. Porque si no hablan en inglés, ¿qué hacen cantando en otro idioma? Lo que pasa es que el inglés vende más... —le contaba Noel, apartándose el jabón que le caía por la cara—. Ella siempre dice que se queda con las cosas que son auténticas. Las que no intentan ser otra cosa para gustarle al resto.
—Ya...
Sam siguió enjabonándose la cabeza, pensativo. Ni siquiera tenía claro si le gustaba Eva, aunque sí sabía que le había sorprendido al conocerla. Mucho. No se ajustaba en absoluto a la idea que tenía de ella. Era mucho mejor. Además, a pesar de todo lo que había ocurrido con Ana, sentía que no la echaba de menos todo lo que debía. Y sentía que Eva era, en parte, la razón. Sam se quitó el jabón de la cabeza como si así pudiera alejar esa idea. Él no encajaba con el tipo de chicos en los que ella podía llegar a fijarse.
Sam no compartió ninguno de esos pensamientos con Noel, pero tampoco hizo falta. Por su silencio, Noel ya sabía cómo se sentía, aunque le sorprendía que un chico como Sam pudiera ser tan inseguro como él.
—Pero vamos, que a Eva también le gusta el actor que hace de Lobezno —le dijo cuando salieron de la ducha.
Sam le agradeció con una sonrisa que intentara animarlo.
Al otro lado de la pared de baldosas, en el vestuario de las chicas, Eva y Sabina ya habían terminado de ducharse. Enrollada en una toalla, Sabina se miraba en el espejo y trataba de desenredarse el cabello rubio con los dedos.
—Ojalá tuviera un peine... Con el agua se me ondula un poco el pelo y me queda fatal —dijo, mirándose con inseguridad.
—Aquí hay uno. Alguien se ha dejado un neceser —le dijo Eva, que se secaba en uno de los bancos.
En la bolsa que quedaba a su lado había un cepillo y algo de maquillaje. Sabina se acercó a recogerlo. Se quedó mirando el cuerpo desnudo de Eva, impresionada. Sus pechos rosados tenían forma de lágrima.
—Tienes un pecho precioso.
Eva la miró, sorprendida y también algo contrariada.
—Tranquila, me gustan los chicos —le aclaró Sabina—. Te lo digo porque es verdad, tienes un tipazo.
Cortada, Eva siguió secándose. Sabina volvió al espejo, con el neceser en las manos.
—Soy demasiado alta —reconoció Eva, avergonzada.
—Ojala tuviera tu estatura. —Sabina le hablaba mirándola por el espejo—. Yo soy paticorta, tengo pocas tetas y engordo a la mínima. Ah, y tengo nariz de duende.
Eva la escuchó, muy sorprendida al descubrir sus inseguridades. Pensó que, en el fondo, ninguna chica estaba contenta con su cuerpo, por mucho que se empeñara en aparentar lo contrario.
—No eres paticorta. Y no tienes nariz de duende...
Sabina se dio la vuelta y le sonrió.
—Gracias... Creo que ha sido lo más agradable que me has dicho desde que nos conocemos.
Cortada, Eva rehuyó mirarla y volvió a secarse.
—Sé que quieres odiarme, pero no te lo voy a poner nada fácil... —le dijo Sabina con una sonrisa.
Esta vez Eva no pudo evitar sonreír.
Lavaron la ropa interior en los lavabos, y después la secaron con el aire caliente del secamanos. Unos minutos después, ya tenían la ropa puesta. El disfraz de Dorothy le sentaba bien a Sabina. Era justo de su talla.
—Ahora sólo me falta saber dónde está mi casa —bromeó, sonriente.
Mientras, Eva se miraba en el espejo. Se mordió el labio inferior y cabeceó: lo que veía no le gustaba. No las tenía todas consigo, a pesar de que el vestido le quedaba perfecto.
—Sé que la chica que has visto en Faceook no te ha gustado nada, pero eres tú —le dijo Sabina.
—No, yo no soy esa pija.
—Sí, físicamente eres tú. Pero con sombra de ojos y los labios pintados..., que, por cierto, te sentaban muy bien.
Sabina le mostró el maquillaje que había en el neceser, con intención de provocarla.
—Mira, me pondré maquillaje el día en que los chicos tengan que llevar la cara hecha un cuadro para gustarles a las chicas —le dejó claro Eva.
—Bueno, a ellos les toca llevar una cosa entre las piernas con vida propia.
Sabina trató de convencerla, pero Eva no atendía a razones.
—A veces el maquillaje puede darte la dosis de seguridad que necesitas... —le decía Sabina, mirándola en el espejo—. A ver, eres tú la que tiene que verse guapa. No lo hagas por los chicos. ¡Hazlo por ti!
Las palabras de Sabina dieron en el clavo. Eva se miró en el espejo mientras pensaba en ello. Armada con las pinturas, Sabina insistió.
—Confía en mí, ¿vale?
Eva suspiró, vencida. Cerró los ojos, y dejó que Sabina la maquillara.
—Me muero de hambre. Pero ¿dónde están?
Noel no despegaba la vista de la puerta del comedor del colegio. Sam y él esperaban a las chicas, sentados en una de las mesas rectangulares. Habían llenado bandejas con las pizzas que encontraron en el congelador de la cocina, y que prepararon en el microondas.
—Ahora vendrán. Quedamos en que nos esperáramos aquí —dijo Sam mientras dejaba el jersey en el respaldo de la silla—. Te quedan bien los pantalones de indio...
—Mezclado con el jersey de pordiosero de Cuento de Navidad... Estoy hecho un cuadro —cabeceó Noel, mirándose.
—Que no... Vas de grunge. ¿Tú sabes de qué es el mío? —le preguntó Sam, abrochándose el botón del pecho de la camisa, que le quedaba tan ceñida que se le abría.
—De chulo de discoteca, ¿no?
Sam se rio, incapaz de que dejar el botón cerrado.
Al fin se abrió la puerta abatible del comedor. Sabina asomó por ella. Les sonrió y miró a su lado, buscando a Eva, pero no la encontró. Levantó las cejas y volvió a salir del comedor.
—¿Qué pasa? —le preguntó Sam a Noel, extrañado.
Éste se encogió de hombros.
La puerta volvió a abrirse y volvió a entrar Sabina, tirando del brazo de Eva, que enseguida que vio a los chicos se puso la cazadora rosa por encima y se cruzó de brazos, avergonzada.
—Ostras... —exclamó Noel al verla, tan impresionado que se levantó como un resorte.
Petrificado, Sam tardó un segundo más en ponerse en pie. Al ver las bocas abiertas de los dos chicos, Eva quiso marcharse corriendo.
—¡Vamos! —Sabina tiró de ella hacia la mesa.
La chica caminó titubeante sobre sus temblorosas piernas, que con el vestido parecían kilométricas. Nerviosa, se pasó las manos por el pelo. Sabina le había dado volumen a los rizos. Eva tenía el rostro iluminado por el maquillaje, el justo: polvos que resaltaban sus pómulos, una sombra de ojos suave y gloss en los labios. Lo mejor era que, a pesar del vestido y el maquillaje, seguía siendo ella. Sus facciones duras y el tatuaje de las golondrinas que volaban por su cuello lo confirmaban. Agachó la mirada cuando ella y Sabina llegaron hasta la mesa.
—Estás...
—Guapísima —completó Sam antes de que Noel encontrara la palabra adecuada.
Eva levantó la vista, con una sonrisa tímida de medio lado.
—¡Pizza! —exclamó Sabina al ver la mesa—. Me muero de hambre.
Las chicas ocuparon los asientos que quedaban entre los chicos, Sabina junto a Noel, y Eva al lado de Sam, que no podía dejar de mirarla, maravillado. Sentía que se había quedado mudo.
—El disfraz te queda genial —le dijo Noel a Sabina, con una vocecilla.
—En realidad no siento que vaya disfrazada. Conozco a unas cuantas blogueras que se morirían por vestirse así —dijo mientras le daba un bocado a una porción de pepperoni—. El tuyo es de lo más... salvaje.
—No sé qué es más surrealista —dijo Noel—, si haber viajado a un mundo paralelo o estar comiendo con estas pintas.
Las risas llenaron el comedor. Eva, Noel, Sabina y Sam se pasaron el rato comiendo y hablando, por una vez, de cosas normales: televisión, los exámenes, las parejas de la clase... Un rato en el que se olvidaron de todo lo que les había sucedido en los últimos días, y volvieron a ser chicos y chicas de diecisiete años.
La luz del día nubloso, que entraba por las ventanas altas, ya había perdido intensidad cuando la puerta abatible del comedor volvió a abrirse.
—«Ser o no ser, ésa es la cuestión.»
Gabi llevaba un traje de época, de terciopelo azul, con una camisola blanca de mangas anchas, cuello y chorreras. Iba vestido de Hamlet, aunque llevaba su cazadora de cuero con cremalleras por encima. Incluso había llevado una calavera, a la que le dedicó la famosa frase. Ninguno le rio la gracia. En cambio, Gabi ya parecía haberse olvidado de lo ocurrido. Echó a andar hacia la mesa con desenfado.
—Pensaba que me iba a alimentar toda la vida de barritas energéticas —dijo al ver la pizza que quedaba.
Dejó la calavera en el medio de la mesa y cogió un trozo de margarita. Se fijó en las jarras de agua.
—Pero a esta fiesta le falta algo de alegría...
Mordisqueando la pizza con la boca abierta, fue hasta la cocina, que estaba tras otra puerta abatible. Sam lo miraba, con los nudillos apretados. Eva le pidió con los ojos que lo dejara estar. Gabi volvió a la mesa unos segundos después, cargado con un pack de latas de cerveza.
—Esto lo guardan en el fondo de la nevera para los profesores. Así están de contentos en las clases de la tarde —dijo el chico, y tomó asiento de nuevo, aunque con la silla del revés, entre las piernas.
Abrió una de las latas, que espumeó, y dio un trago largo. A Gabi no parecía importarle el silencio que se había formado en el resto del grupo desde su llegada.
—La pizza está un poco fría. Pero mucho mejor el menú del colegio de este mundo que el del nuestro, ¿eh? —bromeó devorando la porción.
—¿Por qué no te sientas solo en otra mesa? Total, vas por libre, a tu bola. Nos cuentas lo que te da la gana. —Fue Sam quien se lo echó en cara—. Y encima te tenemos que reír los chistes...
—O sea, que como estamos juntos en esta movida, os lo tengo que contar todo, ¿no?
El silencio con el que le respondió el grupo le dejó claro que eso era lo que todos esperaban.
—Vale, está bien. Os contaré la verdad —les dijo.
Se incorporó hacia delante y los miró a los ojos.
—Pero yo también quiero saber vuestros secretos.