30
El timbre que indicaba la llegada de la hora del recreo sonó por todo el colegio. Las puertas de las clases se fueron abriendo, los estudiantes salieron en tropel al pasillo, Eva y Noel de los primeros. Trataban de comportarse con normalidad, aunque en sus caras se podía adivinar el gesto de alivio por haber acabado al fin las primeras clases del día. Caminaron por el pasillo, en la dirección contraria que tomaba el resto, hacia el patio. Ellos dos iban a la biblioteca, con los dedos entrelazados, como si fueran una verdadera pareja. Al tomar las escaleras que llevaban hacia allí, desiertas, se separaron, aliviados.
—Por Dios, qué pesadilla. —Eva se secó la mano sudorosa en la falda—. Pensé que el profe de mates no acabaría nunca de soltar la chapa...
—Yo creo que nadie se ha dado cuenta de nada, ¿no? Menos mal que Ana no ha venido a clase.
—Eso sí que es rarísimo. Ana no falta nunca... —le respondió ella, soltándose un poco el nudo del pañuelo del cuello, que la agobiaba. Él se quitó el gorro para que la cabeza volviera a respirar.
—Bueno, puede que la de este mundo haga más pellas que la nuestra.
—Pero ¿para qué iba a hacer pellas? Para Ana, venir al colegio es como salir a una discoteca de la que es gogó y donde todos la miran. ¡Le encanta! —insistió Eva, convencida de que debía de haber algún motivo por el que Ana había faltado.
—Bueno, tal vez la Ana de este mundo sea diferente —dijo Noel, subiendo los últimos escalones.
—Lo dudo... Estoy casi segura de que ha faltado por lo nuestro...
Las escaleras les llevaron hasta un nuevo pasillo, por el que caminaron. La puerta de la biblioteca les esperaba al fondo.
—¡Eva! —la llamó Nerea, que llegó corriendo por la escalera con Ruth.
Descubiertos, Noel se puso el gorro, escondiendo el flequillo, y ella se apretó el nudo del pañuelo. Después volvieron a darse la mano.
—Pero ¿qué quieren éstas ahora? —Eva tiró de Noel para que no se detuvieran.
—No lo sé, pero intenta ser amable. Son tus mejores amigas... —le recordó él, echando el freno.
—Chicas, luego os cuento cómo me cortaron el pelo. Que tengo que acabar un trabajo con Noel en la biblioteca...
Pero les alcanzaron y Nerea la agarró por la muñeca.
—¡Espera! Veníamos detrás porque tenemos que contarte una cosa... —le decía la chica rubia—. Noel..., ¿la esperas en la biblio?
—No, chicas, en serio que ahora no puedo —les dijo Eva.
—Tía, que lo nuestro sí que es importante... —insistió Ruth.
—Venga, ve con ellas, cielo —le pidió Noel, consciente de que no debían hacer nada que pudiera levantar sospechas.
—Te llama «cielo». ¡Qué mono! —dijo Nerea, mirando al chico como si fuera un oso de peluche.
—Sí, monísimo... —Eva le lanzó una mirada asesina a su amigo, que sacaba el ordenador portátil de su maxibolso.
—Yo voy empezando con el trabajo.
—Vale, cielo —le dijo Eva con retintín. Luego le habló al oído—. Si tiene contraseña, prueba con «gimnasia rítmica», todo junto.
—¿De verdad? —le preguntó Noel, extrañado.
Ella afirmó con un gesto rápido de cabeza. Entre risas, Nerea y Ruth se la llevaron hacia el cuarto de baño que quedaba a un lado del pasillo. Cuando entraron, Nerea se puso a comprobar que las cabinas estuvieran vacías. Ruth acorraló a Eva contra los lavabos, sin parar de reír.
—Pero ¿qué pasa? —les preguntó ella—. En serio que Noel y yo tenemos una cosa importante que hacer...
—Bueno. Eso lo podéis hacer después de clase, ¿no? —le dijo Ruth, riéndose.
Eva sonrió con la boca torcida al comprender a lo que se refería.
—¿Sabes los que tienen otra cosa que hacer esta noche? —le dijo Nerea, reuniéndose con ellas.
—¡Tía, déjame que se lo cuente yo! —le pidió Ruth.
—¿Contarme qué? —preguntó Eva, ya cansada por el numerito.
Nerviosa, Ruth se puso el flequillo tras la orejas.
—A ver, tú sabes que Cerro y yo llevamos ya un tiempo juntos...
En realidad, Eva no lo sabía. Creía recordar que, en su mundo, Cerro estaba liado con Nerea. Quería decirles que ese chico era un idiota que se pasaba el día fumado, pero se mordió la lengua y asintió con un gesto de cabeza.
—Bueno, el caso es que a mí me gusta un montón —le contaba Ruth—. Y él dice que yo soy su chica, y que quiere que estemos juntos siempre, aunque yo vaya a la universidad. Porque él dice que no va a seguir estudiando, que lo que quiere tener es dinero para comprarse un coche y tunearlo...
—Ruth, si hay un grano, ve a él —la cortó Eva, cansada.
—Pues que Cerro le ha dicho que quiere que lo hagan —se adelantó Nerea—. Hoy, en la fiesta en casa de Ana.
—¿Hacer el qué? —preguntó Eva, que tenía la sensación de haber perdido el hilo de la conversación.
—¿El qué va a ser? Que quiere que se acuesten juntos —le contó Nerea—. Y Ruth también quiere, ya te lo digo yo...
—Fenomenal —le dijo a Ruth, sin ocultar lo poco que le interesaba el tema—. Pues ya sabes, «póntelo, pónselo». Que el embarazo adolescente no está de moda...
Eva se dispuso a marcharse, ansiosa por volver con Noel. Pero Ruth le agarró por el brazo y le explicó por qué quería hablarlo con ella.
—Espera, tía. Te lo cuento a ti porque aún no le he dicho a Cerro que sí...
—Ya. ¿Y qué quieres? ¿Que te dé mi bendición? —le preguntó Eva, de brazos cruzados—. Ruth, antes de acostarte con nadie deberías preocuparte más por tener un poquito de personalidad...
—Hija, qué borde estás —le soltó.
Nerea también miraba a Eva, sorprendida. La chica se pasó las manos por los rizos, tomó aire, que sus pulmones convirtieron en paciencia, y trató de parecer más amigable.
—Tía, Ruth. A por él —le dijo, sin poder evitar que sonara sarcástica—. A mí Cerro pues como que no, pero si a ti te gusta, a por él. Carpe diem.
—¿Carpe qué? —le preguntó la otra, desconcertada.
—Pues que si te gusta, no te lo pienses tanto y hazlo... —le tradujo Eva.
—Pues yo me lo pensaría, no sé... Cuando estuve con Cerro casi la pierdo con él. —Al escuchar a Nerea, Eva descubrió que la chica también había estado saliendo con Cerro, un año antes. Igual que en el mundo del que ella venía—. Pero luego me di cuenta de que no era el chico especial con el que quería perderla...
—Pues no sé por qué, pero para mí Cerro es especial. Es supermono —le dijo Ruth, algo recelosa. Después siguió hablando con Eva—. Mira, yo creo que estoy preparada. Que quiero hacerlo con él, vamos. Lo que te quería preguntar es... ¿Cómo se hace?
A Eva se le escapó una risa nerviosa.
—¿Que cómo se hace? Eso, claro. Te refieres a cómo se hace «eso»... Porque yo...
Eva le pidió a Ruth con la mirada que acabara la frase.
—¡Tía, tú lo has hecho mil veces con Noel! Si fuiste la primera del grupo en perder la virginidad —le recordó Ruth—. Bueno, Ana lo niega, pero yo creo que ella se lo hizo antes con el manco, fijo que sí.
Eva no salía de su asombro al descubrir lo diferente que era su copia de ella.
—Entonces, supongo que yo soy la experta del grupo —acertó a decir.
Nerea y Ruth sonrieron con admiración.
—Venga, ¡cuéntame cómo se hace! —le pidió Ruth.
—Lo siento, hoy no he visto a ningún chico por aquí —le aseguraba Iris a Sabina, con una sonrisa impostada—. A estas horas están casi todos en el colegio.
—El que le digo tiene el pelo largo, y lleva una cazadora de cuero, con cremalleras —insistió la chica, que no se había atrevido a preguntarle directamente por Gabi por temor a que no supiera nada.
La mujer negó con la cabeza, como si esa descripción no le dijera nada. Al ver su reacción, Sabina tuvo clarísimo que le estaba mintiendo.
—Pues el caso es que estoy segura de que éste era su coche —le dijo Sabina, cruzándose de brazos.
—Y yo estoy segura de que te estás equivocando. —La voz de Iris perdió la amabilidad y se volvió fría—. Sal de mi propiedad, niña.
La mujer se dio la vuelta y fue hacia la puerta de la casa. Sabina la persiguió.
—Por favor, es importante que hable con Gabi... Sé que está aquí.
—Pero ¿qué estás diciendo? ¡Mi hijo está muerto! —saltó Iris, sin detenerse.
—Mamá, déjalo...
Gabi estaba en la puerta. Sabina respiró aliviada al ver que estaba bien.
—Déjame hablar con ella un momento... —le pidió el chico a su madre, que le miraba con miedo, sin entender nada de lo que ocurría—. No te preocupes, yo me hago cargo.
Iris le pidió que tuviera cuidado de que los vecinos no lo vieran y se metió en la casa. Gabi cogió a Sabina del brazo y la llevó de malas maneras hasta la parte de atrás. Abrió la verja de un tirón. Allí estaba la piscina de la casa.
—¿Qué coño haces aquí, tía?
—¿Y tú? ¿Cómo se te ocurre venir a casa de tus padres? —le reprochó Sabina.
—Ya ves, se me rompió el coche y la grúa me trajo hasta aquí —le respondió, sin ganas de contarle lo que había ocurrido en realidad—. Que qué quieres, Russian Red de palo.
—¿Qué voy a querer, Gabi? ¡Que vuelvas con nosotros! No puedes estar aquí con tus padres...
—A ver, que sólo está mi madre. En este mundo, mi padre está missing.
Sabina tardó unos segundos en asimilar lo que le había contado el chico acerca de la separación de su madre.
—Da igual, Gabi. No puedes quedarte con tu madre —respondió ella—. ¡Aquí estabas muerto!
—¡Que no estoy muerto, coño! —saltó el chico, casi encarándose con ella—. ¿No me ves? Pues mi madre también me ve.
—Bueno, y al resto del mundo, cuando te vea también, ¿qué le vas a contar? Pero si te lo ha dicho ella: ¡no te pueden ver los vecinos!
Gabi volvió la cara, sin ganas de escucharla más.
—A ver, yo sé que esto que nos está pasando no tiene sentido, y que es muy jodido —le decía Sabina, tratando de mirarlo a los ojos—. Y lo tuyo tal vez sea peor; pero Gabi, nosotros no somos de este mundo. Aquí a Sam le falta un brazo, Eva vive en otra casa... Y tú... Ella...
Sabina señaló con el brazo el interior de la casa cuando se le cortó la voz. Tomó el aire que necesitaba para decírselo:
—Ella no es tu verdadera madre. Tú sabes que tu familia es muy diferente de ésta, que no viven en una casa con colchonetas de colores en la piscina...
—Y tú qué coño sabrás, tía...
—Sé que no puedes quedarte aquí. Ni nosotros... Tenemos que volver a nuestro mundo.
—Yo aquí estoy de puta madre. Volved vosotros, y así me dejáis en paz de una vez.
El chico iba a marcharse, pero Sabina lo agarró de la camiseta por la espalda.
—¡Gabi, que no te vamos a dejar aquí solo! Noel, Eva, Sam... ¡Estamos todos superpreocupados por ti!
—Yo no os pedido que os preocupéis por mí, ¿vale? —El chico tiró de la camiseta hasta que ella le soltó.
—Ya, pero es que eso no se controla. Joder, durante estos días nos ha pasado de todo, y estábamos juntos. ¿Y ahora quieres que pasemos de ti? Pues no —le dijo Sabina, y lo siguió mientras Gabi volvía hacia la parte de delante de la casa, haciendo como que no la oía.
—Mira, no puedo hablar por los demás, pero yo te considero mi amigo —le confesó Sabina.
—Que me olvides, pesada —la apremió él, y llamó al timbre de la puerta.
Su madre le abrió. Gabi entró y cerró de un portazo.
—¿Quién era esa chica? —le preguntó Iris, nerviosa.
Gabi movió el visillo. Vio cómo Sabina salía del jardín de la casa. Caminaba con la cabeza gacha. Estaba afectada.
—Nadie —respondió, y cerró de nuevo la cortina.
—Pero ¿por qué sabe que estás aquí? —insistió su madre—. Decía que te conocía, que era de tu grupo de amigos...
—Yo no tengo amigos.
Eva tomó un largo trago de agua del grifo. Levantó la cabeza y vio en el espejo a Nerea y Ruth, que esperaban a que terminara, ansiosas. Suspiró y se dio la vuelta.
—Así que lo que quieres saber es cómo se hace el amor, ¿no?
Ruth afirmó con un movimiento de cabeza. Eva le devolvió el gesto, intentando ganar algo de tiempo. No podía contarles que ella nunca había hecho el amor con un chico. No podía contarles que ella ni siquiera se había besado con un chico.
—Pues es que para estas cosas no hay un manual de instrucciones... —arrancó al fin—. Bueno, sí, el porno de Internet...
—Alguna página ha estado viendo para enterarse, sí —se rio Nerea.
—¡Calla, tía! —Le dio un pellizco en el brazo—. Pero a ver, ¿cómo se empieza?
Eva tomó aire mientras intentaba colocar las palabras en su cabeza. Había decidido que les contaría cómo se imaginaba ella siempre que sería la primera vez que estuviera con un chico en la cama.
—Pues el caso es que yo creo que tiene que surgir. A lo mejor pasa durante una noche en que lo has planificado, o en otra en que no te lo esperas, pero al final todo acaba siendo tan perfecto que tienes claro que es el momento.
Ruth afirmaba, y le pedía con la mirada que le contara más. Eva siguió hablando, con la mirada perdida en la imagen que se estaba formando en su cabeza:
—Te pones tan nerviosa que no puedes ni hablar, y tu cuerpo empieza a hacerlo por ti. Los besos, las caricias... Son como palabras. Bueno, son como las palabras que no te atreves a decirle, que tienes atascadas en la garganta. Pero que al final salen por las manos, y por todo tu cuerpo...
Eva se dio cuenta de que el chico que estaba imaginando acariciándola desnuda era Sam. Nerviosa, agitó la cabeza, como si así pudiera sacarlo de dentro.
—Pues mi hermana dice que la primera vez con su novio fue todo superrápido y que él acabó antes de que ella se quitara la ropa... —le contradijo Nerea.
—Bueno, tiene pinta de que con Cerro va a ser más parecido a eso... Chicas, que me tengo que ir.
Eva se colgó el bolso del hombro y fue hacia la puerta.
—Bueno, pero una cosa. ¿Qué hago si al verme desnuda me dice que estoy gorda?
Eva se detuvo, incapaz de creer lo que había oído.
—Salir de la habitación y buscarte otro novio con más cerebro... Nos vemos luego, cielos. ¡Besitos!
La chica fue a abrir la puerta, pero se le adelantaron desde el otro lado. Ana entró en el cuarto de baño. Cerró la puerta tras de sí y miró a Eva como si sus ojos lanzaran fuego.
—Tú y yo tenemos que hablar.