8
Un día sin embargo algo amenazó la paz de Coventor y fueron dos hechos desafortunados ocurridos casi a la vez.
Una mañana descubrieron que la señorita Claire Cavendish, la joven que sufría una tara había huido, se había fugado con un caballero que le doblaba la edad. Una fuga romántica dijeron. Phoebe no salía de su asombro, no podía creer que esa joven algo tonta pudiera saber del amor ni que hubiera tenido coraje para fugarse con ese misterioso festejante del que nadie había oído hablar.. Es decir, frecuentaba Coventor pues era amigo de la familia. Un hombre bueno, amable, tranquilo…
Lady Catherine estaba destrozada y Malcolm furioso y durante días estuvo de mal talante.
Por fortuna el caballero que casi raptó a su hermana escribió una carta pidiendo perdón por lo que había hecho y solicitando permiso para desposar a la joven Claire y todo tuvo un final casi feliz y respetable. Phoebe no salía de su asombro y también se sentía aliviada, sorprendida de que su cuñada tuviera la suficiente viveza para querer dormir con un hombre, y contenta de no tener que soportar sus cloqueos y chifladuras. Se había llevado su muñeca, eso le había confesado su doncella, y eso también era una buena noticia, nunca le había simpatizado esa muñeca de trapo, tenía una cara tan macabra como su ama. Sonrió para sí preguntándose si habría puesto a su querida Bess en algún lugar de su habitación de su nuevo hogar.
—Por qué tuvo que irse así, no podía pedir su mano querido?—le preguntó ella días después durante el desayuno.
Su esposo suspiró.
—Mi hermana no estaba destinada al matrimonio, sufre una tara, no es normal. Qué hombre la querría de esposa? Al parecer ese tonto sí la quería y no se atrevió a pedir su mano pues pensó que no lo aceptaríamos. Por fortuna tuvo la hombría de venir a decirnos la verdad.
Bueno, ahora que su vientre crecía y los malestares habían desaparecido quería disfrutar esa nueva paz junto a su marido. Una tregua, solo eso, tregua de celos, de cuñadas malignas y de todo lo malo.
Fue entonces que ocurrió el siguiente suceso desafortunado.
No esperaba la visita de un familiar, un hombre del que nunca había oído hablar.
Reunirse a solas con ese caballero la hizo sentir incómoda, su esposo había salido y podía imaginar la pelea que tendría por su culpa. No le conocía de nada además, era un hombre alto: de cabello rubio y sus ojos de un gris acero la observaron con fijeza y de pronto sintió que conocía a ese hombre, aunque no era su pariente, al menos no podía recordarle como tal. Junto a él había un hombre bajo y de cabello gris con mirada sagaz.
—Buenos días señora Cavendish, disculpe que llegara así sin avisar, me urge hablar con usted… Soy primo de su finado prometido, sir Edward Bentham, lo recordará usted, y creemos estar tras la pista del hombre que lo asesinó—dijo el más joven.
Phoebe miró a uno y a otro y tembló. ¿Acaso no debieron hablar con su marido sobre ese delicado asunto?
Sintió que le lanzaban un cubo lleno de agua fría.
—Buenos días, ustedes no son parientes míos en realidad.
Se miraron algo atribulados.
—Perdone. Soy sir Albert, primo de su prometido y él es el agente Charlton Gresley. Phoebe los miró sin poder disimular la turbación que sentía en esos momentos, turbación agitación y miedo.
—Señora Cavendish, necesito hacerle algunas preguntas sobre lo ocurrido la noche del accidente, sobre los bandidos que asaltaron su carruaje y que luego la llevaron a usted cautiva.
El inspector Gresley era un tipo de mirada despierta, astuto, no tenía sentido mentirle ni engañarle.
¿Y cómo decir frente al pariente de su prometido que fue Cavendish quién la había raptado esa noche?
—Inspector, le ruego me disculpe temo que debe usted hablar primero con mi esposo, él fue testigo de todo lo ocurrido, yo sufrí un desmayo y luego…no recuerdo bien lo que pasó, todo era muy confuso. Temo que no podré ayudarle.
No diría una palabra, sabía que no debía hacerlo, que en algún rincón de su mente sabía la verdad y lo mejor era no revelarla. Además esa visita no podía ser algo bueno, la muerte de su prometido esa noche había sido algo de lo que no deseaba hablar.
Ellos se miraron comprensivos o cómplices, no estaba segura. Malditos intrusos. ¿Por qué tenían que perturbar su paz? Estaba encinta, era feliz, por primera vez no reñían ni había celos ni tonterías…
—Lo comprendemos señora, por supuesto que debe hablar antes con su marido, sin embargo le ruego que…—pareció vacilar como si no encontrara las palabras adecuadas— Necesitamos saber si usted realmente vio esa noche a los bandidos que dispararon contra el carruaje provocando el accidente.
No, jamás vio nada y lo dijo.
—Cuando el carruaje dio vueltas sufrí un golpe en la cabeza y me desmayé, al despertar el señor Cavendish notó que sangraba y llamó al médico, no recuerdo más.
Ambos intercambiaron miradas y Phoebe deseó no haber dicho nada indebido, su esposo llegó entonces y ella suspiró aliviada. Traía mal talante y miró a los visitantes con cara de pocos amigos y luego a su esposa, que estaba algo pálida entre ambos.
—¿Qué ocurre aquí? Mi esposa está encinta. Oficial, ¿cree que es de caballeros importunar a una dama en su estado?
El oficial se había acercado a saludarle y su mano quedó en el aire, el otro caballero se puso en guardia y lo miró con expresión hostil. Tenía serias sospechas que apuntaban a ese hombre, la pistola jamás fue encontrada y nadie había visto a ningún bandido. Esa noche solo estaba sir Edward y su prometida, el cochero y un lacayo: los tres estaban muertos y la señorita había desaparecido misteriosamente porque al parecer un grupo de bandidos la había raptado. ¿Y por qué entonces matar a su primo a sangre fría?
El médico que había examinado los cuerpos dijo que el cochero y su primo habían muerto por un disparo en la cabeza, que al parecer testigos vieron que el cochero no vio cierto accidente de la carretera, un animal muerto y venía a demasiada velocidad y que eso provocó el accidente, luego… ¿Por qué si fue un accidente, el cochero y su primo tenían un tiro en la cabeza? La misma arma los mató a ambos. Una trampa de los bandidos, el animal muerto en la carretera, los pillos agazapados…
Sin embargo, nadie había visto a los bandidos aunque los lugareños dijeron que había una banda de asaltantes de los caminos cerca de ese sendero. Al parecer, no habían robado nada excepto a la señorita Hillton, prometida de su primo. Y esa noche algo había pasado, ¿porque entonces sir Edward llevaba a su prometida no a su casa sino a otro lugar: a Fendon, el pabellón de caza de Merton house?
—Lo lamento mucho señor Cavendish, no hemos querido importunarle pero comprenda que necesitábamos hablar con su esposa sobre lo ocurrido esa noche, los bandidos…
Cavendish se acercó al inspector con paso rápido.
—Mi esposa no sabe nada de lo ocurrido esa noche, sufrió un desmayo y tuvo suerte de no perder la vida también en el accidente.
Y luego volviéndose a Phoebe le rogó que regresara a su habitación. Ella lo miró vacilante, y notó que su esposo había llamado a Meg para que la acompañara y no podía desobedecerle. Tenía miedo, miedo por Cavendish, no le agradaba ese asunto de la policía; odiaba que fueran a hacerle preguntas sobre esa noche, su reputación… al diablo con eso, su reputación por lo ocurrido esa noche era lo que menos le importaba ahora. Estaba nerviosa y la charla de su doncella Meg no logró distraerla.
En la sala principal Cavendish se enfrentaba al inspector con mucha calma.
—La historia de los bandidos fue para defender la reputación de la señorita Hillton, la llevé a mi casa porque estaba en estado de shock y perdió la memoria. En su estado el doctor que la atendió le recomendó reposo absoluto. No podía moverla ni… Ella no recordaba nada y luego… No podía decirles a sus padres que había estado en mi compañía, nadie creería la verdad.
El pariente de sir Edward lo observó con fijeza.
—¿Y por qué estaba usted esa noche siguiendo el carruaje de mi primo? Coventor está al sur y usted se dirigía al norte.
Cavendish lo miró impasible, se negó a responder las preguntas de ese mequetrefe, no le sacaría la verdad, ni muerto la diría. Ellos no tenían pruebas en su contra, estaba seguro por eso habían ido a hablar con su esposa, tal vez sospecharan. Pero sospechas no son certezas…
—Y luego se casó con la prometida de mi primo, sin ceremonias, a escondidas, al parecer la muerte de mi pariente fue muy oportuna para usted—terció sir Albert.
Los ojos de Malcolm relampaguearon.
—Lo fue para usted, usted heredó su fortuna sir Albert, ¿o me equivoco? Si alguien quería deshacerse del pobre sir Bentham ese alguien era usted, su primo más cercano. No me acuse a mí, yo solo salvé a una dama en apuros, su pariente intentó abusar de la joven en el carruaje. ¿Quiere que todos sepan la verdad? Sir Edward debía llevar a la señorita Hillton a su casa y no lo hizo, desvió la ruta y en el carruaje mi pobre esposa fue atrapada por ese malnacido.
Esas palabras hicieron enrojecer a sir Albert, quien balbuceó que eso era imposible, que su finado primo era todo un caballero y jamás…
Cavendish lo hizo callar.
—Esa es la verdad inspector, cuando vi lo que ocurría le grité al cochero que se detuviera, entonces cayeron en la trampa y aparecieron esos bandidos, dispararon a sir Edward y al cochero y yo corrí para rescatar a la joven, no tuve esperanzas de que estuviera viva… Afortunadamente los bandidos se habían llevado sus joyas y la dejaron con vida.
La historia era verosímil, sin embargo a sir Albert le pareció algo descabellada.
—Usted codiciaba a la prometida de mi primo y no dejaba de mirarla, lo recuerdo bien. Estaba como un buitre, al acecho. Y sospecho que se deshizo de mi primo, todo fue muy oportuno ¿no lo cree así?
—¿Acaso tiene la osadía de venir a mi casa a acusarme de asesino?
Sir Albert enrojeció y lo enfrentó.
—Lo acuso y lo sostengo y no descansaré hasta que pague por lo que hizo, no es usted un caballero ni es digno de mi aprecio, todos lo saben. Es un Cavendish, un hijo del mismo demonio, usted deseaba a esa jovencita, la deseaba para usted con la lujuria tan característica de los hombres de su familia. Gente sin honor, pendencieros y…
—Mida sus palabras caballero, no me obligue a retarle a duelo y a matarle como a un perro. Márchese ahora antes de que tenga que lamentarlo.
No tenía pruebas el muy imbécil, sin pruebas, sin testigos jamás podría acusarlo. No había un alma esa noche nefasta y gloriosa… todo había salido sin ser planeado, al menos no iba a tener un resultado tan trágico. Su plan era seducir a Phoebe y luego someterla a chantaje, enloquecerla… Quería evitar esa boda, estaba enamorado de esa jovencita, sin darse cuenta se había obsesionado con ella. Primero furioso porque se había prometido a ese caballero adinerado tan importante y luego… Porque lo ignoraba, cuando habían estado besándose en los jardines algunas veces. La belleza radiante y vital de la joven lo volvía loco y si algo le pasaba…
Los caballeros se marcharon, no volvería a recibirles, sin pruebas jamás podrían llevar ese asunto adelante.
Cavendish fue a buscar a Phoebe; la había notado tensa, y se imaginaba que estaba preocupada, qué visita tan desagradable habían tenido… Inesperada y desagradable. Su pobre esposa encinta, tener que soportar esos disgustos…
Phoebe corrió a su encuentro sin dejar de mirarlo. Él la abrazó y ella lloró en sus brazos. Lo sospechaba, sabía la verdad… en algún momento él se lo había insinuado y ella no había querido creerlo.
—Tranquila preciosa, no temas, todo estará bien, se fueron y creo que no regresarán.
Esas palabras la llenaron de alivio, él secó sus lágrimas y lo miró.
—No llores mi amor, le hace mal al bebé, debemos cuidarlo… no pienses en ese desgraciado, tuvo lo que se merecía.
—Fue un accidente, no pueden culparte de eso, no entiendo… ¿Por qué después de tanto tiempo vinieron aquí a hacer preguntas?
—No lo sé, no importa preciosa, yo cuidaré de ti mi amor, siempre. Estaba furioso esa noche, loco de celos y también preocupado… ese depravado iba a seducirte, yo lo vi con mis ojos, ¡no te dejaba en paz!
Phoebe se estremeció al recordar.
—Fui un perverso Phoebe, no hice más que seguirte, que vigilarte durante meses, planee seducirte y luego chantajearte para vengarme porque no podía soportar que fueras de otro hombre, que te casaras con otro… Y fui un desalmado, te seduje como un bribón, y luego comprendí cuánto te amaba mi preciosa… y si llegaba a perderte, si te pasaba algo esa noche jamás me lo habría perdonado, cuando vi el carruaje caer temí lo peor… y te rapté…te rapté para mí.
—Deja de culparte, yo también estaba loca por ti, y estuve tan ciega, jamás pensé… siempre fuiste tan orgulloso, nunca me hablaste ni me diste a entender que te importara. Y tú no eres responsable de lo que pasó, yo quise entregarme a ti, no pude evitarlo, quería que fueras tú… Y te amo Cavendish, te amo tanto, no hablemos más de ese asunto. Debemos pensar en nuestro hijo ahora, en el futuro. Nada puede separarnos ahora, ni tus celos ni nada… confía en mí, te amo con toda mi alma Malcolm y recién tuve tanto miedo, esos hombres hablaban de forma tan desagradable…
Él la abrazó y la besó arrastrándola a la cama. Lo sabía, lo sospechaba y comprendía por qué lo había hecho.
—Nunca más volverá a acercarse a ti preciosa ni a tocarte, no habría boda, serías solo mía Phoebe, solo mía como siempre soñé. Ese hombre era peligroso, jamás te dejaría en paz, estaba decidido a tenerte esa noche, por eso dispensa especial. Era un maldito cretino lujurioso.
Phoebe se estremeció, sabía lo que significaban esas palabras y no quiso escuchar su confesión. Era su esposo, y lo amaba, a pesar de sus celos, de sus locuras de encerrarla a veces…
—Fue un accidente, tú no tuviste la culpa, sé que no fue tu culpa Malcolm. Olvida ese asunto… Tú me salvaste, porque sir Edward…
Phoebe lloró con el recuerdo de esa noche, su prometido había perdido la cabeza, no la soltaba, era un hombre fuerte y ella no podía respirar. Había aceptado sus besos porque le gustaban, era pícara y algo audaz para su tiempo, sin embargo cuando notó que sir Edward no quería detenerse se asustó. Si Malcolm no la hubiera espiado como hacía muy a menudo, si él no la hubiera seguido esa noche… No quería pensar en eso, no quiso hacerlo.
—Estaba ciega Malcolm, ese hombre… Yo no quería que me tocara, no quería hacerlo y estaba tan aterrada que estaba por desmayarme. No era un verdadero caballero, un caballero jamás…
Él acarició su rostro y la besó.
—Tú me salvaste, entonces no imaginé que me odiaras tanto, no pensé que yo te importara, siempre me habías llamado niñita.
—Tú eras mía Phoebe, mucho antes de seducirte sentí que me pertenecías y que debía cuidarte de ese aprovechado. Te llevaba a su pabellón, a ese escondrijo inmundo donde llevaba a sus amantes y rameras, tú no merecías eso. No eras más que una niña traviesa, tan inocente… Yo lo hice Phoebe, y volvería a hacerlo si un hombre se atreviera a hacerte daño. No me arrepiento de nada, porque el perro estaba vivo… el carruaje rodó y temí lo peor yo… Le pedí al cochero que se detuviera porque quería vérmelas con ese granuja, reclamarle su falta y seguramente volarle la cabeza de un tiro… El cochero no me hizo caso y entonces no vio ese bulto en el camino, un caballo muerto a lo largo, y tratando de evitarlo fue volcó el carruaje. El muy imbécil pudo matarte, iba a demasiada velocidad, y en esos momentos en mi desesperación olvidé todo lo demás y corrí a rescatarte preciosa, no quería otra cosa. Te llevaría conmigo… Entonces él intentó detenerme, me ordenó que te soltara. Sir Edward apenas había sufrido unos rasguños, estaba mejor que tú que no podías despertar. Lo enfrenté y él se rió de mí, dijo que una joven como tú jamás aceptaría ser la esposa de un Cavendish, que mi familia estaba maldita y que solo engendrábamos personas locas y violentas. Que no era más que un tonto mirón y que me mataría si volvía a acercarme a su prometida. El muy imbécil olvidó que estaba hablando con un Cavendish y que la sangre del demonio corre por nuestras venas, y yo te quería preciosa, te quería para mí, mucho más de lo que estaba dispuesto a aceptar y era tal mi desesperación que me deshice del infeliz, le volé la cabeza sin pensarlo y fingí el robo… El lacayo me vio e intentó escapar y le disparé para que no dijera a nadie lo que había visto. No hubo más testigos, el camino estaba desierto, ni un alma…
—¡Cavendish! —exclamó ella, su voz se quebró. Él la besó de forma posesiva y la llevó a la cama, se moría por hacerle el amor luego de su confesión, de decir esas palabras que jamás volvería a pronunciar. Phoebe se dejó llevar por el calor de la pasión, aunque estaba asustada; temía que alguien descubriera la verdad un día, que su esposo fuera condenado por el asesinato de sir Edward. Ella lo había adivinado, todo había sido tan confuso esa noche y además, no vio a ninguna banda de asaltantes.
No importaba, nada más importaba que estar entre sus brazos, era su esposo, su amante diablo y lo había hecho por celos, para salvarla… porque era suya, lo fue mucho antes de meterse en su cama cuando descubrió que la amaba y que nada podría separarlos. Era un Cavendish y tenía la sangre del diablo en sus venas sin embargo la amaba y siempre la cuidaría… gimió al sentir que la rozaba con rudeza, que la apretaba como si nunca quisiera soltarla… su raptor, su marido, su amante diabólico, estaba atrapada y maldita sea, adoraba ser suya de esa forma, sabía que no habría querido que otro hombre la tocara jamás, que había sido su pasado y era su presente y su futuro. No quería pensar en su vida sin él, no se atrevía y le provocaba angustia pensar en ese secreto, porque ahora ambos lo compartían. Y de pronto pensó que había sido su culpa, que ella había provocado la muerte de su prometido y se estremeció mientras él la inundaba con su simiente y suspiraba aliviado, lleno de placer. Ella lo abrazó temblando, exhausta y satisfecha sin dejar de pensar en esa revelación…
—Has cambiado preciosa, has dejado de ser la pícara coqueta que corría en su caballo para espiarme en Coventor—le dijo.
Tenía razón, había crecido, él la había cambiado y cuando meses después nació su primogénito, un robusto varón sufrió un ataque de celos cuando el médico debió intervenir en el parto, porque el niño no podía nacer porque era muy grande y su madre estaba exhausta.
Nunca dejó de sufrir esos celos feroces y cuando reñían él le recordaba que era un Cavendish.
Y Phoebe se rindió, el nacimiento de sus hijos y su carácter autoritario y celoso terminó con su rebeldía. Tenía dos niños que cuidar, Rupert y Christine y pasaba gran parte del día atendiéndolos. Las fiestas y reuniones sociales ya no le interesaban, en ocasiones visitaba a sus padres y a sus antiguas amigas aunque jamás volvió a lucir escotes y aceptó que jamás podría salir sola de Coventor. La llegada de los niños no moderó sus celos y parecía temer que ella planeara abandonarlo de un momento a otro, como si fuera tan audaz, ni siquiera lo pensaba.
Y los momentos juntos seguían siendo los más maravillosos y no tardó en estar nuevamente encinta.
Nadie volvió a mencionar la misteriosa muerte de sir Edward, y su heredero se casó meses después y su esposa falleció en el parto. Decían que la mansión de Merton house estaba embrujada por el alma de su primo que no descansaba en paz, lo cierto es que años después el heredero se quebró el cuello mientras cabalgaba y la herencia pasó a su hermano menor.
Phoebe recordó con cierta añoranza sus días de juventud, cuando espiaba a los mozos y se besaba con Malcolm a escondidas. Despertaba miradas a donde fuera, y todavía llamaba la atención a pesar de no usar escotes ni rizarse las pestañas. Su hija Christine se le parecía aunque tenía el cabello rubio de su abuela, y desde pequeña le gustaba presumir en la nursery o cuando iban a visitarla sus primos varones. Su esposo lo notaba y dijo que de ser papista habría enviado a la niña a un convento. Intuía que en el futuro la pequeña le daría dolores de cabeza como su madre en los tiempos que coqueteaba con otros.
Era feliz, se había casado con el hombre que amaba a pesar de que nada fuera como lo había planeado. Vivían en paz, sin la sombra de sir Edward y con sus niños y Cavendish. No tenía esperanzas de terminar con sus celos sin embargo sabía que la amaba y que su amor vencería todos los obstáculos.