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Sir Edward en cambio fue a ver al reverendo para conseguir una dispensa especial y adelantar la boda porque esperar tres meses le parecía demasiado. Los padres de la joven no se habían opuesto ni ella tampoco… Ella no había dicho nada en realidad, era una joven muy tímida. Y discreta. Cada vez que la besaba sentía que se volvería loco si no conseguía la bendita dispensa.
Su madre había dicho algo al respecto sobre los rumores. Al diablo no le pediría permiso, era un hombre, tenía treinta años no era un novato ni… Le importaba gran cosa lo que dijeran. Llevaba años buscando una esposa y ahora que la tenía, pues no quería esperar tanto.
Para Phoebe el asunto de la dispensa era algo vergonzoso, para ella lo era y se ponía furiosa cada vez que alguien lo mencionaba porque sabía lo que significaba y casi no iba a fiestas porque todos lo comentaban.
¿Estaría ella preñada por eso sir Edward que era un caballero necesitaba una dispensa?
En ese asunto le estaba prohibido dar su parecer, al principio le hizo gracia “oh, mi prometido desea tener herederos y tiene prisa por….” Y luego, al enterarse de los rumores: maldita sea, ella no quería que dijeran que estaba preñada. Sentía tanta vergüenza de todo aquello y no podía más que sonreír e ignorar esos rumores.
Su madre intentaba consolarla en vano—¡Querida, ignora esos comentarios, son tan maliciosos! Ven aquí, come un dulce…
Siempre quería calmarla con un dulce, o con un trozo de pastel, a veces funcionaba sin embargo en esta ocasión estaba realmente avergonzada. Nunca creyó que un simple cambio de fechas, una bendita dispensa convirtiera su éxito de la temporada al cazar al heredero en un triunfo conseguido con “malas artes, o con artimañas de coqueta”.
“Claro, por eso se casa, le tendió una trampa…”
Podía imaginar los horribles comentarios y se sentía enferma.
—Es demasiado mamá, no puedo soportarlo—se quejó mientras probaba la mermelada especial de fresas de la señora Murray. Estaba deliciosa y luego fue por un trozo de pan recién horneado.
—Phoebe, no les hagas caso, en realidad nadie dijo eso, ya sabes cómo es la envidia y…
Sí, ella lo sabía aunque eso no era consuelo. Estaba enojada y molesta, no quería que su prometido apurara su boda, no quería una boda con prisas, su vestido estaba listo sí… Ahora era ella quien no se sentía preparada.
Suspiró. Hacía días que no lo veía ni sabía nada de Cavendish, no hacía más que pensar en él como una tonta y en recordar esas palabras tan crueles “jamás me casaría contigo, eres una coqueta Phoebe Hillton…” a veces lloraba recordándolo y luego se consolaba pensando “no importa que tú no me quieras loco Cavendish, sir Edward está ansioso por llevarse al altar a esta coqueta como tú le dices, y está tan desesperado que ha decidido adelantar la boda”.
Se alejó y fue a dar un paseo aprovechando que era una tarde espléndida de finales de verano. No podía quejarse, no debía hacerlo, Merton era un lugar hermoso y ella sería la señora, su futura suegra parecía una dama acostumbrada a obrar a su antojo y dirigirlo todo sin pedir opiniones… Para ella estaba bien, no sabía nada de cómo manejar una mansión toda su vida había sido jugar, andar a caballo y luego ese internado para niñas ricas y tontas para aprender modales, clases de bailes y…
Miró hacia la distancia, muy pronto debería dormir con un caballero al que apenas conocía, y estaría unida a él para siempre. Porque el matrimonio era eso, era la unión de dos seres que querían tener hijos y formar una familia, era un vínculo sagrado e indisoluble.
Pensar en eso la asustaba un poco y por momentos deseaba tener más de un marido, de saber que solo tendría a sir Edward el resto de su vida… Bueno, tal vez resultara un marido ideal, era un caballero muy atento, culto, no tenía vicios y era muy rico. ¿Por qué habría de lamentarse? Nada podía salir mal, tenía buen carácter y una reputación intachable. Un caballero bien plantado, no un Cavendish…
A medida que se alejaba recordaba esos ojos almendrados y rasgados, la expresión viril de ese rostro fuerte, magnético. Un Cavendish… Todos los hombres de esa familia eran crueles y sensuales, malvados, vengativos…
Mientras se adentraba en el bosque sintió unos pasos y se asustó. ¿Qué criado tonto la había seguido? ¿O acaso alguien deseaba avisarle algo?
El sendero estaba vacío, debió imaginarlo. ¡Qué extraño!
Siguió caminando y de pronto unos brazos la asieron al tiempo que una mano inmensa cubría su boca. No tuvo tiempo a nada, se quedó paralizada mirando a su captor. Malcolm Cavendish con su traje de montar, un látigo y una mirada furiosa.
—No grite preciosa, no lo haga por favor—le ordenó.
Phoebe se quedó inmóvil mirándole, ese hombre era impredecible y peligroso, ese día tenía una mirada casi asesina.
—¿Así que vuestro prometido pedirá una dispensa y tú te has quedado preñada de ese osado caballero? ¡Vaya! Y pensar que a mí solo me disteis unos besos.
Estaba celoso y eso encendió una chispa en su corazón.
—Señor Cavendish, ¿acaso ha perdido el juicio? ¿Cómo se atreve a venir a mi casa, a entrar en mi propiedad sin anunciarse y seguirme como un bribón para hacer semejante acusación? No es verdad.
Parecía sincera, Phoebe era coqueta, no mentirosa él la conocía bien.
—Sin embargo es lo que dicen de ti, pequeña. Que obligaste a tu prometido a pedir una dispensa…
—Yo no obligué a nadie señor Cavendish! Sir Edward quiso anticipar la boda porque deseaba hacerlo.
—¿Me jura usted que no está encinta, señorita Hillton?
Ella asintió en silencio y lanzó un respingo. Ese caballero estaba loco, ¿por qué actuaba así? Se comportaba como si lo hubiera engañado, como si él fuera su prometido y sir Edward su amante.
—¿Entonces, su prometido nunca la ha tocado, señorita Phoebe?—insistió él.
—¿Cómo se atreve a hacer una pregunta de esa naturaleza? ¿Es que ha perdido el juicio señor Cavendish y también sus modales?—Phoebe enrojeció y quiso apartarlo mientras que él pensó que estaba preciosa con su vestido de media mañana, a pesar de la sencillez se veía hermosa, siempre lo era… Su preciosa Phoebe, su niña coqueta y traviesa, odiaba pensar que ese malnacido adelantaría su boda y la tendría. ¡Maldición, él no quería saber nada de bodas, ni de niñas casaderas!
La jovencita se resistió aumentando aún más su deseo, era como un juego y Cavendish la besó, la apretó embriagado con su olor tan suave y dulce, el sabor de sus labios, de su boca lo volvió loco. Estaba loco por esa chiquilla y había sufrido esos días sin poder verla, temiendo que ese maligno rumor de su preñez fuera verdad… Perdió la cabeza y había ido hasta White Flowers sin siquiera anunciarse, espiándola, y se disponía a entrar cuando la vio caminando por los jardines rumbo al parque de la propiedad.
Phoebe no respondió a sus besos como antes sino que se resistió y le gritó que la soltara.
—Suélteme, ¿cómo se atreve? ¡Márchese enseguida o gritaré señor Cavendish!—exclamó furiosa.
Él la miró con una sonrisa.
—¿Entonces es vuestro prometido que tiene prisa por haceros un bebé, no os repugna yacer en la cama de un hombre tan mayor? Tiene más de treinta años y tú apenas dieciocho. No lo amas ni sabes… No será sencillo para ti, seguramente terminarás como otras damas teniendo un amante o tal vez odiarás que os toque.
Phoebe enrojeció furiosa, ¿cómo se atrevía a decirle esas cosas? Era un audaz, un loco y un…
—Sir Edward es un caballero, y usted no lo es y jamás lo será. Márchese de mi propiedad ahora señor Cavendish o gritaré y pediré ayuda. Mis problemas no son de su incumbencia ni tiene por qué venir a mi casa a decirme esas cosas horribles. No le debo explicaciones ni tiene derecho a inmiscuirse en mis asuntos.
Cavendish volvió a besarla interrumpiendo su discurso y su rabia.
—Sí los tengo preciosa, usted me pertenece y lo sabe, responde a mis besos como una dama apasionada. Usted me espiaba, fui su amor de infancia, ¿acaso tan pronto me ha olvidado?
La joven vaciló, tenía razón, los locos siempre decían la verdad… Ella todavía lo amaba, con un amor platónico, idealizado, y cada vez que la besaba se sentía viva, agitada, quería estar entre sus brazos aunque dijera lo contrario.
—Usted nunca me tomó en serio señor Cavendish y no ha respondido ni a una de mis preguntas de por qué vino a White Flowers a buscarme, a pedirme explicaciones.
Él la miró con fijeza.
—Usted lo sabe, preciosa… Sabe por qué estoy aquí, si fuera más sincera con sus sentimientos y no pensara solo en ser la señora de Merton House podría decirle… NO me mire así, nunca confiaría en una jovencita tan traviesa ni… Le daría mi corazón a una dama tan hermosa y tan coqueta…
Sus ojos echaban chispas, odiaba que la llamara así y él lo sabía. Malcolm era un Cavendish, un ser indómito, salvaje como caballo desbocado, jamás podría siquiera lograr que se casara con ella ni que… Ella lo amaba maldita sea: amaba estar entre sus brazos y se moría porque la hiciera suya. Y él no la dejaba en paz, la buscaba, debía importarle…
De pronto se encontraron en la hierba besándose y su vestido ligero se abrió lentamente… Phoebe gimió al sentir su boca atrapando sus pechos, no debía hacer eso, no podían, no era correcto, si alguien los veía…debía detenerle, correr… Iba a casarse con sir Edward, no debía hacerlo con otro hombre por más que se muriera de ganas y sintiera que su cuerpo se llenaba de un fuego abrazador llamado deseo… él sabía cómo llevarla, y respondía de forma instintiva. Podía hacerla suya si insistía un poco más, estaba húmeda, podía sentirlo y deseaba ser suya, lo deseaba tanto como él que estaba a punto de enloquecer…
De pronto se detuvo al sentir que ella lloraba. La miró con fijeza y la retuvo entre sus brazos, no quería dejarla ir.
—Déjame Cavendish! Esto no es justo, tú nunca me has querido ¿y ahora quieres hacerme un bastardo? ¡No me arruinarás, no soy una cualquiera! —balbuceó.
La joven se vistió deprisa, no dejaba de temblar excitada, asustada, su cabeza era un torbellino, había estado a punto de hacer una locura por culpa de ese hombre.
—Tranquila preciosa, deja de llorar, no iba a hacerlo, no soy un rufián…—dijo él acariciando su cabello con suavidad, estaba suelto y era hermoso, de un castaño brillante con destellos dorados. Hermoso, parecía una seda…
Phoebe lo miró con los ojos hinchados y él la abrazó, no para besarla sino para sentir su calor y consolarla, no dejaba de llorar.
—Tranquila muchacha, no puedes regresar así a tu casa, creerán que abusaron de ti en los jardines. Cálmate, no iba a hacerlo… Aunque tú deseabas que ocurriera, no me engañas…
Phoebe se quedó abrazada a él y al regresar, juntos, de la mano pensó que vivía un sueño, ¡todo era tan extraño! Iba a casarse antes de lo esperado con sir Edward, no podía aceptar las atenciones de ese hombre, no era correcto.
Antes de despedirse, en los jardines para que nadie los viera aparecer juntos él le susurró; “No te cases con ese hombre preciosa, no te hará feliz, no lo amas… Te hará muy desdichada”.
Ella lo vio irse sin decir palabra, corrió en busca de su caballo, ese semental negro tan brioso como su amo y pensó ¿qué derecho tiene a pedirme eso? ¿Cómo puede…? Claro que debo casarme con sir Edward, no dejaré a tan regio candidato para ser la amante de ese Cavendish, para que luego se case con una de sus primas, porque al parecer todos los Cavendish se casan entre sí como los egipcios. ¡Una punta de locos todos ellos!” pensó con rabia y desdén.
Y luego volvió a llorar, estaba confundida, no podía entender qué poder tenía ese hombre sobre todo su ser, ni por qué había respondido a sus besos como lo había hecho. ¡Qué vergüenza si alguien los descubría, si acaso un criado pasó por allí de casualidad…! No quería ni imaginar…
Debió decirle que la dejara en paz, que no quería volver a verle, ese hombre parecía empecinado en arruinar su reputación, su boda, su vida entera. ¡Pues, no lo conseguiría! La próxima vez que lo viera correría, lo ignoraría y le demostraría que no le importaba un rábano.
Phoebe se secó las lágrimas y se preguntó por qué diablos no podía dejar de llorar, su prometido iría a verla en la tarde, no debía verla así…
*************
Su boda se acercaba, faltaban solo dos semanas porque su prometido había conseguido una dispensa especial y Phoebe estaba nerviosa, nada entusiasmada con la idea, no podía evitarlo como no podía dejar de pensar en Cavendish…
Y en White Flowers no hacían más que recibir visitas, la modista iba casi a diario porque el traje de bodas nunca quedaba cómo ella quería, es decir, cómo la modista decía que debía quedar y no hacía más que rabiar con la boca llena de alfileres y ajustar, coser, luego descosía… la falda no tenía suficiente amplitud y el escote… Ella quería lucir un bonito escote y la mujer se negaba a hacérselo a su gusto pues decía que no era elegante una novia mostrando sus encantos…
Phoebe estuvo a punto de estallar al oír esa opinión tan brutal y sincera. ¿Qué estaba insinuando? ¿Que no era decente lucir un escote, un bonito vestido con escote el día de su boda porque dirían que era una ramera?
Ella no tenía demasiado busto como otras, bueno, era algo voluptuosa sí… ¿Acaso no podía llevar un vestido elegante, bonito y lucir sus redondeces?
Ese día se sentía con un humor de perros, y pensó que su vida era un completo tormento; todo la enervaba, la más mínima contrariedad atacaba sus nervios. Sintió deseos de gritarle a esa modista solterona no lo hizo, su educación le impedía ser grosera o decir algo inapropiado.
Lo cierto es que tuvo que alejarse para tomar aire fresco.
Estaba tan furiosa que de haber visto a Cavendish en algún lugar espiándola, mofándose de ella, pues le habría dado una buena zurra. No merecía menos.
La brisa fresca voló su sombrero y su cabello y ese pequeño accidente, el sentir la brisa fresca del bosque en su rostro la hizo sentir mejor. Amaba White Flowers, ese paisaje de praderas, bosques, la inmensa casa estilo tudor reformada… Una familia noble, antigua, honorable había vivido en ella durante centurias, vivido y amado…
Estos pensamientos le provocaron una inevitable desazón y entonces recordó las palabras de Cavendish “no se case con ese hombre, no lo ama, no será feliz con él”. ¿Eso le había dicho? ¿Y qué demonios tenía él que decir del hombre que pronto sería su marido?
Malcolm Cavendish, bribón, ¿por qué no has regresado? ¿Es que ya no quieres intentar que lo haga contigo en los jardines? ¡Ya no me persigues ni me robas besos, qué triste será mi vida sin ti! Maldita sea, por qué dejaste que me prometiera a sir Edward si tú…
Phoebe suspiró furiosa, no era justo.
Cavendish era un capricho, un deseo pasajero, luego de que se casara lo olvidaría. Olvidaría a su antiguo amor de infancia, no pensaría en sus besos ni sentiría esas cosas que solo sentía cuando estaban juntos…
—Phoebe, hija, ven aquí—la llamó su madre.
Lady Hillton era una dama coqueta, siempre estaba arreglada, Phoebe se le parecía aunque era más alta, había cierta chispa de malicia en su mirada que su madre no tenía, los ojos de su madre eran transparentes, casi ingenuos.
Se acercó despacio sintiendo pesar, pronto dejaría su hogar para ser la dama de una gran mansión y eso, maldita sea, ya no la entusiasmaba sino que la espantaba.
“Tú no lo amas, no soportarás que te toque y luego… Tendrás un amante” le había dicho Cavendish.
Al diablo Malcolm, eso no ocurrirá. No me quedaré a esperarte y mucho menos a vestir santos como dice el refrán.
Phoebe se sentía inquieta, malhumorada y la visita de su prometido le pareció tediosa.
Y cuando una semana después fue a una fiesta y se encontró con Cavendish sintió deseos de gritar. Maldita sea, amaba a ese hombre, estaba loca por él, siempre había amado a ese Cavendish…
Él la miró con intensidad. No se acercó a hablarle como tanto deseaba sino que se alejó despacio, dejando su corazón palpitante y herido de nuevo.
La vida continuaba, su vida debía continuar. Pronto se casaría.
—Phoebe, ¿deseas bailar?—le preguntó su prometido.
Ella aceptó encantada siendo el centro de las miradas.
Sir Edward no dejaba de mirarla y de pronto notó que había bebido más de la cuenta. Él siempre la llevaba de regreso a su casa, era un caballero, hasta con una copas de más lo era. Le gustaba beber y esa noche mientras viajaban sintió su mirada intensa, llena de deseo. Porque la deseaba y al notarlo Phoebe se excitó, quería que llegara su boda y saber cómo era aquello que volvía loca a las criadas y a los campesinos en el bosque. Eso que Cavendish le había despertado, deseo, lujuria…
Y cuando sir Edward se acercó y comenzó a besarla no lo rechazó ni se escandalizó.
Unos besos tímidos que luego se convirtieron en osados cuando la rodeó con sus brazos y comenzó a acariciarla a través del escote. Estuvo un buen rato besándola, llevándola contra su pecho hasta que ella le dijo:
—Aguarde—.Notó que quería quitarle el vestido, o levantar sus faldas. Jamás lo habría imaginado tan atrevido, sir Edward. Pues no quería llegar tan lejos.
Su prometido sonrió como un chico travieso: al parecer estaba más ebrio de lo que creía, sí, podía sentir su aliento… ¡Demonios! No tendría su noche de bodas en ese carruaje donde cualquiera podía verla, con su prometido ebrio. ¡Oh qué vergüenza!
El caballero no parecía dispuesto a soltarla y de pronto besó su cuello y le dijo; —Tranquila preciosa, luego nos casaremos, lo prometo… Tú lo deseas tanto como yo… Y me agrada, no quiero una esposa fría o gazmoña —le susurró.
Ella lo miró espantada y sonrojada. Bueno no era gazmoña ni tampoco se dejaría tomar en un carruaje como una ramera.
Unos besos en su cuello comenzaron a excitarla de nuevo. Qué bien besaba, parecía tener experiencia… Era un seductor y en esos momentos quería hundir su vara en la chicuela y descubrir si ese rumor maligno era verdad, no se casaría con ella si descubría que había sido de otro, no era un tonto ni quedaría como un hazmerreír.
Comenzó a desnudarla, a quitarle el complicado vestido, sabía cómo hacerlo. Sin embargo desabrochar un montón de minúsculos botones era una tarea demasiado ardua para él en esos momentos.
Al comprender sus intenciones, Phoebe lo detuvo: no le parecía bien que un caballero se comportara como un vulgar mozo de los establos.
—¡Aguarde por favor, esto no es correcto!—le dijo.
Estaba tan excitada como asustada, quería hacerlo, no en ese lugar ni esa noche pero… Le gustaba el coqueteo y jugar con fuego, nada más. Sabía defender su virginidad y lo haría, a fin de cuentas: esa no era su noche de bodas.
—Luego nos casaremos, tengo una dispensa—dijo el sir. Al parecer estaba más que excitado, parecía poseído por la lujuria más insoportable. Ella nunca había visto un hombre arder como le ocurría a ese digno barón. Vaya! ¿Sería la lujuria contagiosa? Era evidente que quería adelantar su noche de bodas, y que quería llevarla a Merton con ese fin si no lograba hacer algo en ese carruaje. Phoebe se sintió tan excitada como abrumada, y de pronto comprendió que sus besos ya no buscaban convencerla, que estaba tan ebrio que… Ya no le importaba salirse con la suya a la fuerza.
La joven gritó al comprender lo que ocurría, iba a someterla, a romper su vestido… De pronto oyó un disparo y el carruaje comenzó a ir a mucha velocidad y luego cayó encima de su prometido y de pronto todo fue oscuridad… “Es el fin, moriré, moriré…” pensó.
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Phoebe despertó aturdida sintiendo que alguien arrastraba su cuerpo y lo colocaba en un asiento. Abrió los ojos y lo primero que vio fue a sir Edward tendido en el piso, con la cabeza a un lado, inmóvil… “no hay nada que hacer, está muerto, avisen del accidente” dijo una voz viril profunda, conocía esa voz.
—¿Y su prometida?—preguntó otro hombre de voz cascada.
—Vivirá, es fuerte.
Phoebe abrió los ojos y quiso gritar al ver a su prometido muerto, tendido en el suelo rodeado de sangre. Su cabeza estaba de lado y sus ojos abiertos sin vida parecían mirarla.
—Tranquila señorita Hillton, la pondré a salvo.
Cavendish. No podía creerlo. ¿Qué hacía allí y por qué?
No tuvo tiempo a hacer preguntas, él la metió en su carruaje y este partió a gran velocidad.
—Tuvo suerte de que pasara por aquí señorita Hillton—dijo con una sonrisa extraña—¿Se siente bien, le duele algo?
Ella notó que su vestido estaba roto y se sonrojó, Cavendish lo notó y sonrió, el escote estaba algo flojo y sus pechos quedaban levemente expuestos. Entonces recordó que había estado besándose con su prometido y luego él intentó… se cubrió rápidamente buscando en vano su capa.
— ¿Qué ocurrió? El carruaje… Sir Edward—balbuceó, confundida.
Él la miró con intensidad mientras ella luchaba por cubrirse y reprimía las ganas de llorar.
—Su prometido está muerto señorita, lo sabe ¿no es así? Fue un lamentable accidente, sin embargo tuvo suerte de que pasara por aquí, salvé su vida.
Phoebe sostuvo su mirada y luego miró por la ventanilla, era noche cerrada y no sabía por dónde iban, pensó que la llevaría a su casa. Se equivocaba. Porque una hora después una inmensa y tenebrosa mansión apareció en medio de la oscuridad.
—Hemos llegado preciosa, venga, ¿cree que será capaz de andar?
Ella se detuvo asustada, ¿qué era ese lugar?
—Usted no me ha traído a mi casa señor Cavendish.
Él se acercó y tomó su mano despacio.—Es verdad, necesita un médico señorita, luego avisaré a sus padres. Tranquila, no le haré ningún daño. No querrá regresar en ese estado a su casa, sus padres morirían de la angustia.
Esa fue la excusa del comienzo, su casa está lejos y su vestido roto, Phoebe no insistió, estaba exhausta y solo quería una cama donde dormir. Además le dolía la cabeza y los brazos por los golpes. No tenía nada de gravedad.
Caminó por el sendero de grava sin apartar sus ojos de Coventor, hogar ancestral de esa familia tan peculiar. Una antigua y tenebrosa construcción color gris rodeada de bosques y lagos. Unos criados se acercaron portando lámparas saludándola con una reverencia. Malcolm no la llevó por la puerta principal sino por el ala sur, a una habitación casi escondida.
—Se quedará aquí hasta que venga el médico, descuide, avisaré a sus padres—dijo con expresión sombría.
—Lléveme a mi casa por favor señor Cavendish. Si no regreso ahora mi reputación quedará arruinada y lo sabe.
Sus palabras lo hicieron sonreír.
—No puedo hacerlo, su vestido está roto, creerán que la seduje y luego maté a su prometido. Cálmese, necesita un vestido nuevo, y cuidados, se golpeó en la cabeza, me extraña que recuerde mi nombre, pudo morir…
Él notó que la jovencita estaba asustada y no hizo nada por calmarla como si disfrutara al verla nerviosa, turbada…
Entraron en la mansión sin decir nada, ella tiritaba mirando a su alrededor como si temiera que un horrible fantasma saliera a su encuentro y le provocara un susto espantoso. No le gustaba ese lugar, era frío, oscuro…
Allí habían muerto tres esposas de los Cavendish, uno de ellos se había suicidado. Una oscura maldición pesaba sobre esa familia y ninguna joven sensata se habría casado con esos demonios.
Avanzó tiritando, a pesar de tener esa capa de su pretendiente para cubrirla que él le ofreció de forma muy galante.
No quería entrar en esa mansión oscura, algo horrible iba a pasarle, él se vengaría le haría daño… Esos Cavendish eran muy crueles con sus mujeres, era esa sangre de demonio que tenían. Una de las novias Cavendish se había lanzado al vacío mientras que otra…
—Adelante señorita Phoebe, no teme usted a los fantasmas ¿no es así? La creía más sensata…
Ella lo miró trémula, y avanzó hacia la puerta principal sin dejar de temblar.
El interior estaba rodeado de una luz difusa y Cavendish llamó a los criados para que atendieran a su invitada y llamaran al doctor. La jovencita había sufrido un accidente y se alojaría en el ala este que daba al bosque.
Phoebe observó la habitación perpleja: era tan amplia como oscura y tenía una inmensa cama con dosel, demasiado grande para ser de un huésped soltero. Todo estaba amueblado con perfecta sencillez en tono pastel.
Unas criadas le trajeron agua caliente y un hermoso vestido azul para cambiarse. Cepillaron su cabello y se ruborizaron al verla desnuda. Era perfecta y había algo muy turbador en sus pechos altos y en las caderas redondas, una sensualidad que desbordaba y no parecía apropiada para una jovencita.
Tenía magulladuras, pero nada serio solo le dolía mucho la cabeza y el baño de tina le dio sueño. Estaba acostumbrada a que la bañaran y no notó que las jovencitas la miraban con cierta envidia y turbación. Se preguntó por qué su anfitrión se tomaba tantas molestias con ella si seguramente planeaba vengarse de alguna forma. Todo era su culpa. Nunca debió coquetear ni besarse con un Cavendish como lo hizo y luego prometerse a otro, debió irse a Londres como insistió su madre en vez de quedarse en ese condado…
El médico apareció al día siguiente, luego de una noche de sueños inquietantes.
Despertó sin saber dónde estaba, mareada y con un fuerte dolor de cabeza.
No tenía nada grave, necesitaba descansar, alimentarse bien y permanecer en cama una semana. El golpe en la cabeza preocupaba al doctor, dijo que podía sufrir desmayos, ese dolor inesperado era un síntoma.
Phoebe miró al doctor con desesperación sin atreverse a pedirle ayuda. Le tenía terror a Cavendish… El extraño accidente, su prometido muerto y sus palabras “creerán que maté a su prometido y la rapté” daban vueltas por su cabeza.
Desayunó y saltó de la cama preguntándose qué pasaría ahora, él la había salvado, la había rescatado, sin embargo nadie lo creería.
Una doncella le llevó el desayuno mientras buscaba inútilmente sus pertenencias.
Estaba hambrienta y confundida. Intentó serenarse, todo era tan siniestro. Edward no podía estar muerto, iban a casarse y habían estado besándose la noche anterior…
Pasó el día entero pensando en Edward y cada vez que se abría la puerta temía que fuera él, sabía que ningún caballero entraba en la habitación de una dama que no fuera su esposa. Claro que él no era un caballero: los caballeros no raptaban a las damiselas para luego encerrarlas en su señorío… ¡Qué extraño! ¿Por qué no ha venido a verme? ¿Por qué me mantiene escondida aquí? Se preguntó mientras se asomaba a la ventana y contemplaba un paisaje gris de árboles, y un lago a lo lejos, con un cielo plomizo que auguraba la llegada inevitable del otoño.
Tal vez debía intentar escapar. ¡Tonterías! Él no la dejaría hacerlo, la tenía escondida por una razón… suspiró recordando sus besos, sus miradas…
Día tras día se repitió la rutina, la ayudaban a bañarse, a cambiarse el vestido y luego, al tercer día el doctor fue a visitarla.
—Tiene usted mejor color, señorita—señaló. No parecía conocer su apellido y se preguntó si alguien más de esa casa sabría que él la tenía escondida en el ala este.
Llegó el sábado y sus nervios estaban destrozados.
Había tenido horribles pesadillas y llevaba días intentando escapar de la habitación. No podía hacerlo, estaba cerrada, notó que la cerraban con llave y eso la angustiaba. Quería retenerla, enloquecerla de miedo y luego…
¿Dónde estaba Cavendish? ¿Por qué ese hombre no aparecía? En ocasiones le parecía sentir su presencia, oír sus pasos, su voz, no estaba segura si era en sueños o…
Él entraba en su habitación, lo sospechaba, entraba para espiarla mientras dormía, porque no se atrevía a hacerlo cuando estaba despierta. Su actitud la desconcertaba, su silencio atacaba sus nervios.
No podía dejarla en esa habitación para siempre…
Una doncella peinaba su cabello cuando la puerta se abrió y apareció su raptor. Su mirada oscura se clavó en ella de forma intensa, sin vacilar, sin parpadear… No parecía haberla visto en días, no había sorpresa en su expresión, entonces era verdad, ese hombre había estado espiándola…
—Buenos días señorita Phoebe, se ha recuperado usted muy bien al parecer, me alegra, es una joven fuerte.
Phoebe murmuró un saludo, la presencia de Cavendish la turbaba.
—¿Usted ha avisado a mis padres? Debo regresar a mi casa, por favor, no puedo quedarme aquí…
Él la escuchó con una sonrisa distante, fría… O no tan fría, porque esos labios eran una invitación y su cuerpo voluptuoso, tan suave: todo en ella era un tormento espantoso para él.
—¿Y realmente cree que la rescaté para que vuelva a su casa, sana y salva? ¿Debo agregar casta y salva? Porque esa noche tenía usted el vestido roto señorita Phoebe.
Esas palabras la espantaron.
—Siempre le ha gustado coquetear y al parecer su prometido estaba de suerte esa noche, él quería hacerle el amor, ¿no es así?
La joven retrocedió unos pasos aturdida.
—No, no es verdad, sus insinuaciones me ofenden señor Cavendish. ¿Acaso usted me espiaba? ¿Cómo pudo ser capaz?
Él se acercó y acarició su cabello.
—A usted le gusta jugar con fuego, no teme quemarse porque no sabe lo que es arder en el infierno, para usted no es más que probar placeres inadecuados para una señorita decente. Y no se haga la ofendida conmigo, ¿cree que he olvidado los besos en el jardín? Por supuesto que no los he olvidado, y tal vez por eso la traje aquí… No se finja inocente, la vi sentada en la falda de ese tunante, disfrutando sus caricias como una verdadera gata en celo.
Ella lo apartó avergonzada, comenzó a llorar, alejándose hacia la puerta en un vano intento de escapar. Sabía que estaba atrapada, sabía lo que quería de ella. Vengarse, tomarla como si tuviera derecho a ello y luego devolverla, mancillada, con su prometido muerto, sin esperanzas… Cavendish era un demonio, no tenía dudas. Tantas molestias tenían un motivo, y ese motivo era simplemente nefasto.
Phoebe no estaba dispuesta a entregarse a él, no lo haría, lucharía como una fiera para evitarlo.
—¿A dónde va señorita Hillton? Su prometido está muerto, ¿acaso espera encontrar un pretendiente rico tan pronto? Eso no ocurrirá.
La joven se detuvo y lo enfrentó.
—Usted no puede mantenerme cautiva aquí señor Cavendish, ¿es que ha perdido el juicio?
Él se acercó con paso lento, firme.
—Puedo hacerlo, nadie sabe que está aquí señorita Hillton, creen que un grupo de bandidos asaltaron su carruaje, mataron a su prometido y se la llevaron para venderla a uno de esos lugares de Londres llenos de meretrices.
Esas palabras le provocaron un sudor frío, estaba asustada, temblaba, su raptor en cambio se veía muy tranquilo.
—Usted no tiene derecho a retenerme, el rapto es un delito y yo lo acusaré, juro que escaparé y diré a todos lo que hizo señor Cavendish.
—No lo hará, yo la salvé de una boda que no quería, y de un rufián que planeaba someterla a sus deseos.
Esas palabras la hicieron sonrojar, ¿entonces él había presenciado ese momento? ¡Qué vergüenza!
—Yo la salvé. Usted me abandonó para hacer una boda ventajosa señorita, y sin embargo la seguí esa noche, evité que ese maldito le hiciera mucho daño. La rescaté casi por necesidad, porque temí que me acusaran y espero que esos tontos crean la historia de que fue raptada por un grupo de bandidos. Luego diré que la salvé y…
—Usted me arruinará por completo si no me regresa ahora a mi casa. Por favor señor Cavendish, no puede retenerme aquí más tiempo, invente alguna historia creíble. No puedo quedarme, comprenda…
Él observó esos labios rojos, voluptuosos, los ojos redondos y tiernos de espesas pestañas, tan azules; eran inesperadamente dulces…Conocía a esa jovencita desde que tenía diez años y aún entonces se notaba esa coquetería que en el futuro lo volvería loco a él y a todos los hombres. Entonces se había burlado de la niñita que corría en su caballo y le sacaba la lengua como una maleducada para jactarse de su proeza. Corría con un pony, cualquiera podía hacerlo y ahora aunque decía rechazarlo sus ojos y esos labios ansiaban ser besados. Era un demonio, una diabla seductora, hermosa, cálida… sus besos y el olor de su cabello, de su piel lo habían vuelto loco y ahora, maldición, no se le escaparía.
—No, no lo haré, usted es mi prisionera ahora y solo la dejaré ir cuando tenga lo que tanto deseo—dijo Cavendish despacio sin dejar de mirarla.
Phoebe enrojeció incómoda al sentir su mirada llena de deseo y no pudo escapar, tal vez no quería hacerlo… Fingió resistirse, pero disfrutaba ese forcejeo, disfrutaba saber cuánto la deseaba porque al parecer él quería saciar su lujuria, tomarla, eso no era tan malo, ni tan bueno… No quería quedarse deshonrada y sin marido. Le gustaba ese hombre, siempre le había gustado, desde que era una niña y lo veía en la Parroquia con su familia. Allí estaban los imponentes y locos Cavendish, extravagantes, taciturnos…
Y sabía besarla, sabía seducirla con sus besos como aquella vez… Estaba loca por él y le gustaban sus besos y jugar con juego. Claro que no iba a llegar más lejos ni que fuera estúpida.
De pronto pensó que la vida era una rueda, una maldita rueda de la fortuna: porque su prometido estaba muerto y ella era su prisionera. Solo quería seducirla y luego desecharla. Pues nunca aceptaría algo tan indigno.
—Y cuánto tiempo me retendrá?
Sus ojos oscuros brillaron como dos brazas mientras decía imperturbable:
—Hasta que sea mi amante y me deje satisfecho. Luego la regresaré. Después de tanto esperar creo que lo merezco.
—Está loco Cavendish, jamás dormiré con usted ni seré su amante.
—Miente. Usted lo desea, hace tiempo que juega con fuego señorita coqueta y se deja besar en los jardines. Quiere saber cómo es, no es así?
—No, eso no es verdad. Mi prometido murió ya no tendré boda ni marido. ¡No me entregaré a usted a menos que planee poner un anillo en mi dedo señor Cavendish!
Él sonrió y volvió a besarla, y al tenerla entre sus brazos podía sentir su calor, su aliento y desearla más que nunca. Quería hacerle el amor, quería hacerla suya, pero nada de bodas ni tonterías. Serían amantes, le enseñaría los caminos del placer y luego…
Phoebe lo apartó despacio.
—Me ofende que tenga tan mal concepto de mí, señor Cavendish. No soy una ramera y no dormiré con usted para tener mi libertad. No lo haré y no me hará cambiar de opinión.
Ahora era la jovencita orgullosa de su linaje, de su familia, la que negaba haberse besado a escondidas y ser una coqueta con todas las letras. Malcolm la retuvo a la fuerza y asió su brazo.
—Usted no tiene elección señorita Phoebe y lo sabe—dijo mirándola con intensidad— Le daré unos días para que lo piense, luego podrá regresar a su casa y hacer una boda tan conveniente como la anterior.
—Si duermo con usted no podré hacer ninguna boda señor Cavendish, me ofende que crea que puede tomar lo que desea y tratarme como si fuera una de esas mujeres de vida ligera. No lo haré, no importa cuánto tiempo me deje encerrada aquí.
Estaba decidida, y por el gesto de obstinación de su rostro supo que no estaba mintiendo.
Él sonrió acariciando sus mejillas y esos labios con suavidad. Se resistía sí, era un juego para ella, fingirse ofendida, decir que no lo haría… Tan pronto lo había olvidado, él había sido un juguete en sus manos, lo había engatusado y luego lo había cambiado por otro. No sentía nada por él, no le había importado abandonarlo… Por supuesto, un Cavendish era poco para una señorita tan importante.
Mejor sería marcharse y dejarla para que lo pensara un poco.
—Está usted loco Cavendish, jamás aceptaré un trato como ese, lo creí un caballero y ahora descubro que me equivoqué—dijo ella muy ofendida.
Él sostuvo su mirada y sonrió mientras se alejaba despacio. Tiempo al tiempo.