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Cavendish era astuto y no la acosó con besos ni le recordó lo que esperaba de ella, no era su estilo. Solía ser un hombre frío con las mujeres, y nunca se había involucrado con aquellas que habían compartido su lecho.
Hacía tiempo que quería tenerla y había tenido que mirar desde afuera: excluido, rechazado, olvidado… Usado para unos besos en los jardines como si fuera un niño tonto.
Phoebe sentía crecer en ella la atracción y también el peligro que la acechaba porque ese hombre era peligroso. Porque una cosa era decir que no lo haría jamás y otra muy distinta cumplir esa promesa.
Podía reñir, y suplicarle que la dejara regresar a su casa, alejarse… Sin embargo al final terminaba en sus brazos besándose, y sus besos eran cada vez más atrevidos. No eran los antiguos besos en los jardines: eran besos ardientes, húmedos, anhelantes que la torturaban, que la empujaban a caer en la lujuria… Porque lo deseaba, no sabía bien cómo sería, pero quería que pasara, cuando encendía su deseo y la excitaba le costaba mucho decir que no. A veces le había costado detenerse, claro que entonces había tenido suerte: ellos se habían detenido a tiempo. Malcolm no iba a detenerse, si ella sucumbía él seguiría adelante y lo sabía.
¿Cuánto tiempo más podría resistir?
Necesitaba su virginidad para casarse, no quería soportar que luego su marido le hiciera preguntas o recriminaciones. Ninguna era tan tonta de hacerlo antes de la boda, al menos si lo hacían era con quien sería su marido. No se estilaba eso por supuesto, y una señorita decente no debía dejarse tentar ni con promesas ni con nada.
Excepto que ella no era tan recatada ni tan virtuosa.
Se había besado con algunos caballeros, le gustaba hacerlo y la excitaba sentir el deseo en un hombre, el deseo por tenerla, eso era lo más tentador.
El encierro, la distancia de su casa y ese hombre, todo amenazaba su calma y su virtud. Porque todavía le quedaba su virtud, estaba allí, nadie se la había quitado. Su raptor tampoco.
—Debe usted regresarme a mi casa, mis padres, han de estar tan preocupados.
Cavendish dijo que necesitaba tiempo. Una excusa para retenerla.
—Todos están buscando a los bandidos, a los que asaltaron su carruaje—dijo.
Ella se estremeció al pensar en esa noche y en su prometido muerto. En ocasiones se preguntaba si tal vez no se había salvado y estaba buscándola. ¿Y si todo era una trampa de su antiguo pretendiente resentido porque había escogido a otro? Porque él parecía guardarle rencor a causa de ese compromiso.
Y como si leyera sus pensamientos él le murmuró al oído:—No se haga ilusiones señorita Hillton, su prometido se ha ido, está en el cielo o en otro lugar. ¡Vaya uno a saber! No regresará a rescatarla. ¿Usted lo vio, no es así? Su cabeza…
—¡Oh, calle por favor! ¡No me lo recuerde!
Él sonrió de forma extraña como si pensara que esa muerte había sido satisfactoria para él.
**********
En ocasiones era un compañero divertido, le contaba historias siniestras del condado y de los Cavendish, le hacía bromas y almorzaba o cenaba en su habitación para acompañarla.
Sus padres no sabían que estaba allí y sin embargo él le contaba las noticias y un día le llevó un diario con la fotografía del funeral de sir Edward Bentham. “El heredero Bentham fue muerto en un accidente y su prometida: la señorita Phoebe Hillton se encuentra desaparecida. Se presume que un grupo de bandidos se llevaron a la joven y la vendieron al nuevo continente o tal vez a un prostíbulo londinense de renombre”…
Phoebe palideció al ver la fotografía, no podía entender que su prometido hubiera muerto en ese accidente y que ella fuera dada por desaparecida. Nadie imaginaba siquiera que estaba allí, en Coventor, guarida de los locos Cavendish, escondida en el ala este para ser seducida a la brevedad…
De pronto leyó algo que llamó su atención en el periódico.
—Alguien disparó al cochero y también hirió a sir Edward… usted no vio quién provocó ese accidente señor Cavendish?—le preguntó.
Él la miró de forma extraña.
—Tuvo mucha suerte señorita Phoebe, esos bandoleros pudieron venderla a un prostíbulo a un precio muy alto y luego… Habría podido usted saciar su curiosidad por los hombres de forma algo extenuante.
Phoebe se enfureció al oír eso.
—¿Cómo se atreve a burlarse? Además ¿quién querría hacerle daño a sir Edward?
—No lo sé preciosa… Tuvo suerte de que la bala no la alcanzara y de que estuviera cerca para rescatarla de tan triste destino. ¿O prefería ser raptada por un grupo de bandidos y llevada al nuevo continente?
—¡OH, ni lo diga por favor!
—Usted no lamenta demasiado la muerte de su prometido, no la he visto muy afligida. Tengo la sospecha de que no lo amaba. Su elección fue sensata y nada más que eso.
Cavendish notó cómo su pulso se aceleraba, ese escote mostraba mucho más de lo que el decoro exigía. Esa jovencita era voluptuosa y no tenía manera de disimularlo, sus pechos llenos, redondos bajaban y subían aprisa mientras sus pupilas se dilataban y sus labios se abrían anhelantes. El vino la había relajado, estaba furiosa por sus palabras, ofendida y sin embargo quería sentir sus besos y resistirse era un juego para ella, un juego loco y peligroso.
—¡Usted está loco Cavendish! Cuando se descubra esto lo apresarán y si se atreve a hacerme daño nadie va a perdonárselo. Usted no va a arruinarme, no me tocará ¿comprende? No lo hará.
Abandonó la mesa furiosa y casi huyó pero él la siguió, estaba harto de sus juegos y decidido a seducirla, a darle lo que tanto pedía la ardiente damisela…
La atrapó cuando llegaba a la cama y la besó, la besó a la fuerza mientras sujetaba sus brazos y llenaba su boca con su lengua, así también la tendría, aunque antes debía envolverla y llevarla a la desesperación del deseo, esa locura que él había sentido tantas veces cuando la veía desnuda durmiendo, o sumergiéndose en la tina.
Sus besos la atraparon y recorrieron su cuello y destruyeron el corsé. Phoebe gritó sabiendo que no tenía escapatoria, que podía tomarla si lo deseaba porque jamás tendría fuerzas para impedírselo. Er aun hombre fuerte y estaba completamente loco, loco de deseo por ella… podía sentir su respiración y ese deseo ardiente consumiendo sus entrañas cuando se quitó la camisa y le quitó el vestido entre forcejeos. Era un combate, una lucha sensual y ruda, eso era el sexo y lo sabía… empezaba a saberlo, a sentirlo en su piel.
Sus ojos recorrieron su cuerpo con deseo y ella sintió su aliento tibio, su piel ardiendo y suspiró. Estaba perdida y lo sabía, no iba a forzarla, un fuego consumía sus entrañas en esos momentos, quería hacerlo, quería fornicar toda la noche como una golfa y saber cómo era, qué se sentía comportarse como una desvergonzada… él la deseaba y la miraba con adoración mientras la sujetaba y comenzaba el ritual de besos y caricias…
Gimió al sentir que succionaba sus pechos mientras se desnudaba con prisa y ella veía su inmenso miembro erecto, rojo, listo para poseerla. Nunca había visto a un hombre así desnudo y de pronto la curiosidad hizo que se acercara y tocara su pecho y se detuviera en esa inmensidad dura, en sus testículos hinchados. Él tomó sus manos y la guió para que lo acariciara mientras atrapaba su boca y su cuerpo, sus caderas…
Ella se apartó asustada al sentir su miembro presionando su monte.
Era muy pronto, no lo haría…
—Tranquila preciosa, no lo haré… todavía no…—le susurró y volvió a besarla con suavidad, no quería que escapara asustada, esa noche sería suya y sería muy paciente para conseguirlo…
Besó sus labios llenos y atrapó su boca llenándola con su lengua mientras la aprisionaba con su cuerpo para que se acostumbrara a su calor. Ella gimió al sentir su proximidad, su corazón latía aprisa y estaba tan excitada como asustada, era extraño, por momentos quería irse y cada vez que lo intentaba él la atrapaba y en esa ocasión cayó de espaldas… Él atrapó sus nalgas redondas, perfectas y las besó.
No, no escaparía, no dejaría que lo hiciera y lentamente abrió sus piernas y besó ese cielo escondido, cerrado como un capullo. Phoebe no pudo resistirse y cerró los ojos sin atreverse a mirar lo que estaba haciendo allí aunque sintiendo que esas caricias eran lo más maravilloso que había sentido en su vida.
Él pensó que se volvería loco si no se deleitaba con ese néctar hasta saciarse, además lo embriagaba sentir que ella se rendía a él, que todo su cuerpo disfrutaba sus caricias. Estaba lista para que la tomara, para que la hiciera suya las veces que quisiera, saber eso lo excitó mucho más…
Estaba atrapada y lo sabía y cuando la abrazó lo miró con fijeza, casi suplicante, estaba algo asustada entonces él la calmó mirándola con deseo mientras le susurraba “no temas preciosa no te lastimaré, lo prometo…”
Porque era virgen, su cuerpo estaba cerrado, intacto y cuando entró en ella sintió que gemía mientras su miembro se acoplaba y su sexo cedía y lo envolvía con su calor y estrechez…
Phoebe sintió que era maravilloso, al diablo el dolor, la molestia, era la naturaleza, la naturaleza de su lujuria, del deseo que tanto tiempo había sofocado. Y sin saber cómo había cedido, impulsada por el instinto y la necesidad apremiante de tener un hombre en su cuerpo. Al guapo y loco Cavendish, de quién se había enamorado cuando era una niñita de diez años y él con sus dieciocho parecía todo un hombre aunque no lo fuera. Para ella sí por supuesto, era apuesto y alto, fuerte, viril… ahora sentía ese roce fuerte, ese contacto íntimo, sublime y pensó que jamás habría sido igual con Edward, porque no había entre ellos esa atracción, al menos ella no la había sentido. Y sabía que jamás olvidaría esa noche ni ese momento cuando sintió que él estallaba en éxtasis y la inundaba con su placer tibio sin detenerse apretándola de forma posesiva, apasionada… Phoebe no lloró como hubiera hecho una jovencita su noche de bodas confundida por las emociones o abrumada por la pena y la vergüenza de lo que acababa de pasar, abrazada a él y casi deseando hacerlo de nuevo.
—Preciosa… Ahora sabes cómo es ¿verdad? Y no estás llorando, ¡qué extraño! —dijo él acariciando su cabello luego se deleitó mirándola desnuda. Era hermosa, era perfecta, voluptuosa, un cuerpo femenino y armónico de piernas bien formadas y redondas, la cintura estrecha y… se moría por hacerlo de nuevo, estaría toda la noche haciéndole el amor, enseñándole los deleites de la intimidad… era hermosa, dulce, perfecta y casi podía imaginar la mujer sensual en que se convertiría con él tiempo. No sería su mujer sino la esposa de algún hombre rico, importante… Pensar eso le provocó una punzada de celos y rabia. Maldita sea, no pensaría en el futuro ni se haría preguntas. Era deseo, lujuria, pasión, un deseo que debía saciar de nuevo…
Y antes de enseñarle debía detenerse a tiempo, no sería tan ruin de dejarla preñada, con sus amantes solía cuidarse, también debía cuidar a esa chiquilla y no volver a inundarla con su simiente, debía hacerlo afuera…
Ella lo aprisionaba, lo envolvía con besos y parecía suplicarle que no la dejara, que no se detuviera, no podía resistirse, ni detenerse a tiempo, en el futuro debería ser más cuidadoso. Esa noche parecía imposible…
******
Lo había hecho… Ahora era una completa desvergonzada y lo había disfrutado a cada minuto.
Eso fue lo que pensó Phoebe mientras se daba un baño ayudada por las criadas. La esponja en su cuerpo le provocaba cosquillas y sentía deseos de reír, estremecida al recordar las caricias de Malcolm.
Las jovencitas se miraron perplejas pensando que se había vuelto loca, ¿qué importaba?
Aguardó con impaciencia la llegada de Cavendish, lo echaba de menos y se preguntó si esa noche…
Tenía puesto un camisón ligero, había cenado sola y lo echaba de menos. ¿Qué haría ahora? ¿Acaso la devolvería a su casa, le conseguiría un marido como hacían los reyes con sus amantes preferidas?
Se sentía inquieta, todo su cuerpo quería a ese hombre y no quería tener otro amante todavía, quería disfrutar su travesura un poco más.
—Phoebe, ¿estás despierta?
Se había dormido sin darse cuenta y de pronto lo vio parado en su habitación.
La miraba con intensidad como si tuviera una lucha interna feroz.
Ella le sonrió con picardía invitándole a quedarse.
No podía hacerlo o caería en una trampa, en la trampa de su hermoso cuerpo y de esos ojos que lo atrapaban, dulces, tiernos…
—No puedo quedarme ahora, tengo asuntos que tratar en Londres preciosa…
No iría a ningún lado ella comenzó a desnudarse despacio él pensó que se volvería loco si la rechazaba.
Atrapó su boca mientras se desnudaba con prisa y recorría su cuerpo con besos y caricias. Necesitaba entrar en ella con prisa, rozarla, sentir que entraba en su cuerpo con desesperación, luego le enseñaría…
Phoebe gimió al sentir su enormidad atrapándola, provocándole esa molestia deliciosa, no había nada más placentero que ese momento y estuvieron una semana entera encerrados haciendo el amor una y otra vez. Sin cuidarse, sin pensar en el futuro…
Ella siempre estaba lista para recibirle y ya no se escondía ni avergonzaba cuando él le daba caricias y una noche él le enseñó a brindárselas…
Phoebe lo hizo con mucha suavidad y confianza, deseaba hacerlo aunque no se había atrevido. El gimió al sentir su boca devorándole, pensando que nunca había tenido una amante tan ardiente en toda su vida, esa jovencita era de fuego y a él le encantaba despertarla y enseñarle un poco más… volverla loca con sus besos, haciéndola estallar de placer con las feroces embestidas, apretada contra él, sin olvidar también ser tierno y dulce… Era un amante exigente tierno, sensual y ella respondía a él sin reservas.
Y sabía satisfacerle y jamás se negaba a sus brazos. Estar juntos era una experiencia dulce, sensual, avasallante y ella lo aprendió todo deprisa, ansiosa de saber más y de experimentar juegos nuevos.
No se sentía mal por esas noches, excepto que en ocasiones le asaltaban las dudas.
Sabía que estaba viviendo una aventura peligrosa y que algún día debía terminar. No tenía prisa por regresar a su casa maldición, ya no…
¿Cómo sería su vida ahora? Él solo le había pedido una noche y llevaban dos semanas y media durmiendo juntos como amantes, a pesar de no estaban casados, no lo estaban… Y no era tan ignorante de no saber que por dormir con hombres las mozas y demás quedaban preñadas y en ocasiones solteras, escondidas por sus familias…
Eso podía pasarle si continuaban haciéndolo.
En ocasiones él se detenía a tiempo, no siempre podía hacerlo y sabía que debían separarse. Regresaría a su casa y luego…
De pronto descubrió que le gustaba estar con él, le gustaba mucho compartir esos momentos, su cuerpo había despertado al placer y a la necesidad que él le había creado.
Maldición, había llegado demasiado lejos esa vez, podía quedarse preñada como una tonta y luego… ¿Cómo demonios saldría de esa? ¿La enviarían a casa de una tía para tener a su hijo y entregarlo en adopción? Tal vez no estaba preñada, era muy pronto, podía estarlo si seguía durmiendo con Malcolm, las mujeres de su familia eran fértiles y eso se heredaba…
Él notó que estaba preocupada, la vio distinta esa noche y mientras la besaba le preguntó.
—Debemos separarnos Malcolm, esto no puede continuar. ¿No querrás dejarme encinta verdad? Ni verte obligado a casarte conmigo.
Él la besó y sintió un estremecimiento.
—Seremos cuidadosos preciosa, podemos evitarlo…
No siempre llegaba a tiempo y una vez nunca era suficiente y en ocasiones sentía la necesidad imperiosa de llenarla con su simiente, y se sentía cautivo de su cuerpo, de su calor…
Phoebe quería marcharse, debía hacerlo. Temía quedarse encinta, y necesitaba un esposo, sus hermanas se habían casado, sus padres eran muy mayores. ¿Qué sería de ella sin un marido y preñada? Quedar preñada en esa situación la aterraba.
Él no le dijo “cásate conmigo, es lo correcto,” lo pensó… Algo le impidió hablar. Lo había hecho para vengarse y ahora Phoebe regresaría a su hogar y tendría otro esposo. Y ese hombre tendría una esposa apasionada, ardiente y él tendría permiso para tenerla las veces que quisiera, tendrían niños y un hogar floreciente… La tendría a ella, a la joven que él había deshojado, y despertado a la más dulce sensualidad.
Phoebe estaba decidida a marcharse, lo haría y entonces se sintió deprimida. Una feroz apatía la envolvió al pensar en su regreso. Demonios: ¿qué les diría a sus padres? Qué historia contaría para explicar su ausencia y ese cambio… Porque sabía que había cambiado y que…
Sin darse cuenta estaba llorando.
Ya no era una jovencita inocente esperando la noche de bodas, sabía de noche de bodas mucho más que sus amigas, sus primas y sus hermanas… Y ahora comprendía por qué siempre había sentido curiosidad y le atraían tanto los besos, las caricias. Su cuerpo había despertado y ahora era una mujer, muchos dirían que de mala reputación.
Dio unos pasos decidida, no quería que él la viera así, él había prometido llevarla a su casa, había dado su palabra y no deseaba que pensara que… en realidad quería quedarse con él, estaba confundida, no quería otro esposo, ni que otro hombre la tocara. ¿Cómo podría hacer como si nada hubiera pasado?
Había sido un trato.
Seducción, deseo, lujuria, todo eso y algo más que ni siquiera quería pensar. Lo había escogido para que fuera su primer amante, porque en el pasado había sido su primer amor.
Un amor que había abandonado para prometerse a otro. Pensando en él había decidido casarse con sir Edward y ahora…
Ahora su mente, su corazón, todo era un torbellino confuso.
Además había oído pestes de los Cavendish, él nunca sería un marido apropiado ni le había insinuado siquiera que planeara convertirla en su esposa.
Tenía orgullo. No suplicaría, no demostraría que deseaba correr a sus brazos. Debía ser fuerte, no sería la única joven que tenía un amante antes del matrimonio.
¿Por qué diablos estaba llorando? No debía hacerlo…
Malcolm permaneció silencioso observándola, de todas las veces que la había espiado era la primera vez que la veía así: triste, desorientada. ¿Acaso se había arrepentido de haber sido su amante esas semanas?
—Phoebe—dijo su nombre despacio y ella lo miró sorprendida y asustada. Estaba llorando y aunque quiso secar sus lágrimas notó la tristeza y confusión de esos ojos aterciopelados, tan dulces… seguía siendo una chiquilla, aunque hubiera sido toda una mujer en su cama esos días de ensueño, ahora se veía desdichada, triste…
Pues no lo diría ni le suplicaría, tenía su orgullo. Él le había prometido su libertad a cambio de fuera su amante entonces… Pues ya era libre.
—Estoy lista para volver a casa Malcolm.
No, no lo estaba. Le estaba mintiendo y él odiaba las mentiras. Así que se acercó a ella y se quedó mirándola con una ira silenciosa. Phoebe se alejó asustada. —Por qué me miras así Cavendish? Diste tu palabra, y yo cumplí mi parte, llévame a mi casa—le ordenó.
Mentiras, órdenes… ¿Y qué se creía Cavendish para hablarle así? Odiaba la arrogancia en la mujer, las mentiras y los besos que le había robado hacía tiempo para luego prometerse a un hombre más importante.
—Yo no prometí nada preciosa, dije que te dejaría ir cuando fueras mi querida, un tiempo, hasta que me sintiera satisfecho… estás llorando como una niñita, no quieres irte ¿verdad? ¿Temes llevar en tu vientre un pequeño Cavendish para recordar tu pequeña aventura?
¡Ese hombre estaba loco de remate, no tenía dudas!
Dio un paso atrás sintiéndose más desamparada que nunca, tenía razón, estaba asustada, podía tener su semilla, y además…
Debía calmarse, no llegaría a ningún lado si lo enfrentaba, conocía su genio vivo, su orgullo y él… No pensaba como los hombres normales, todavía le guardaba rencor por haberlo abandonado aquella vez o porque…
—Por favor Malcolm… Tú lo dijiste. No entiendo tu rabia, estoy temblando, no sé cómo haré para llegar a mi casa, qué les diré a mis padres ni cómo podré seguir adelante después que… ¿Tanto me odias que esperas dejarme preñada para dejarme ir? ¿Eso deseas?
Él no se defendió entonces ella estalló en llanto y él quiso calmarla, divertido por el berrinche y disfrutando aún más su desesperación.
—Tranquilízate pequeña, no te odio, deja de berrear como una chiquilla consentida. No tienes que volver a tu casa, no soy un rufián ni planeo llenarte de bastardos. ¿Pude hacerlo mucho antes no crees? Ahora descansa, luego hablaremos.
Phoebe sintió deseos de gritar. No quería que se fuera y la dejara sola, odiaba que hiciera eso, las horas de angustia en esa habitación eran interminables y desesperada lo siguió y se echó en sus brazos.
No hablaron, ella lo besó y él la apretó contra su pecho, era suya maldición, no podía dejarla ir durante meses había planeado su venganza hasta las últimas consecuencias. La había seducido, la tenía a su merced, ella quería ser suya en esos momentos, entregarse a él y al parecer en la cama era el único lugar donde se entendían de maravillas como dos buenos amantes.
Phoebe lo abrazó y volvió a llorar cuando entró en ella y lo sintió tan cerca mientras él besaba sus lágrimas y la apretaba contra la cama para hacerla suya una y otra vez, con rudeza, con ternura hasta estallar de placer en su cuerpo, sin detenerse, sin pensar en nada más que en su placer, su amante… Suya… Todo su cuerpo le pertenecía y jamás había sentido eso. La había seducido, deshonrado y seguramente dejado preñada. No era tan ingenuo de pensar que podía dormir con una mujer tanto tiempo sin que hubiera consecuencias. Era un malvado rufián y lo sabía, había raptado y seducido a una joven virtuosa creyendo que ya no lo era y ahora sentía placer al retenerla mientras volvía a llenarla con su placer por segunda vez y la atrapaba para que no pudiera escapar a lavarse como hacía a veces.
—Ya es tarde preciosa, es tarde para lágrimas—le dijo.
Phoebe se acercó y lo abrazó, sin saber por qué sintió deseos de llorar y lo hizo.
—No llores preciosa, siempre creí que eras una niñita para casarte tan joven, me equivocaba por supuesto, al parecer estás más que lista para tener un marido… Y lo correcto es que me case contigo.
Su corazón latió acelerado y ella lo miró sin decir nada, no quería que fuera así, su boda debía ser planeada, deseada, conveniente… ¡Dios! Era tarde para hacer planes, su vida había cambiado la noche del accidente y sabía que no quería otro hombre, que lentamente la había seducido y se había adueñado de su cuerpo, subyugándola, dominándola casi por completo. Ya no lloraba, se sentía tranquila, segura. Necesitaba un esposo, lo necesitaba a él y de pronto pensó en sus palabras “demasiado tarde para derramar lágrimas”.
******
Ella habría deseado protestar, la boda había sido un mero contrato formal en una iglesia donde el diablo perdió el poncho, sin fiesta, sin brindis y con un vestido azul porque le había avisado el día interior que harían un viaje espantoso a una tierra helada para poder casarse.
Phoebe dio su consentimiento y firmó el acta con mano trémula.
La iglesia estaba vacía y sintió deseos de llorar y lo hizo.
No era delicado hacer preguntas ni protestar, se había casado con ella como todo un caballero y aunque esto le despertara desazón y cierta desconfianza. No era lo que había soñado, en el pasado su madre le había hablado del matrimonio, le había dicho cuáles eran los deberes de una buena esposa: obedecer, jamás elevar la voz y aceptar lo irremediable. Hacer economía por si los malos tiempo y también…
Entraron al carruaje y él la besó envolviéndola entre sus brazos—Señora Cavendish, ahora regresaremos a Coventor y les daré la noticia a mis familiares. Se sentirán algo desilusionados.
—¿Y por qué vinimos a este lugar? No lo comprendo señor Cavendish.
Él se puso serio.
—Hay muchas cosas de mí que no entiende señora Phoebe, debería estar acostumbrada.
Aunque es sencillo de explicar esta vez, su padre jamás habría aceptado nuestra boda así que debía prescindir de su consentimiento, usted no tiene edad para casarse sin su aprobación así que debimos venir a Gretna Green a casarnos. Además, bueno, usted estaba prometida a otro hombre y sus padres… Ahora podrá escribirles y decirles que se ha casado conmigo.
Phoebe no dijo nada, aceptó la explicación y pensó en Edward, no se arrepentía porque esa noche en el carruaje él…
Sintió un estremecimiento, había tenido tanto miedo, sir Edward parecía poseído por la lujuria y le había pedido para adelantar la boda.
—Piensa usted en su prometido, señora Cavendish.
Él tenía esa costumbre, como si adivinara sus pensamientos y esa habilidad le recordaba al demonio, a los poderes que decían habían heredado sus ancestros del diablo.
—Soy su esposa ahora señor Cavendish, no hablaré de sir Edward, está muerto.
—Es verdad, y usted no lamentó demasiado su muerte…
Phoebe lo miró furiosa, vaya marido que le había enviado el señor: atrevido, indomable y brutalmente sincero.
—Usted fue el más beneficiado con su muerte sir Cavendish, aunque esa noche… comprendí que no quería ser su esposa, que no quería que me tocara…
Él la miró con intensidad sin decir palabra, era su secreto y no hablaría de ello.
— ¿Y por qué aceptó casarse con él si no le atraía para nada?
—Porque me engañó. Me dejé envolver y convencer por mi tía de que era el mejor de los candidatos. Era un caballero guapo y agradable, me inspiraba confianza, seguridad. Y esperó paciente durante meses a que le prestara atención.
—Y estaba muy apurado por adelantar la noche de bodas en el carruaje.
Phoebe lo miró sorprendida y sonrojada. No quería hablar de eso, no se debía hablar mal de los muertos.
—¿Y cree que su familia aceptará una boda celebrada con prisas y en Escocia?—dijo para cambiar de tema.
—Lo harán, soy el heredero de esa familia de locos señora Cavendish. Y no se inquiete, la aceptarán y será usted una más de nuestro clan. Encontrará sus costumbres algo extravagantes, nuestras fiestas y leyendas, no son más que cuentos. No hay fantasmas en Coventor, se lo aseguro.
¿Fantasmas en Coventor?
—¿Y las esposas que murieron, y el demonio que aparece para cobrar su pacto?
Él sonrió.
—Sabe usted mucho de nuestras leyendas. ¿Fue por eso que decidió abandonarme y prometerse a sir Edward?
Phoebe se puso seria.
¡Era tan joven entonces, tan ingenua!
—Solo fueron unos besos, no pensé que usted tuviera un interés serio en mí señor Cavendish, o que mi compromiso con sir Bentham llegaría a afectarle tanto.
Él la miró con fijeza. ¡Vaya, la pequeñina tenía respuesta rápida! Y sus palabras certeras. Habían sido más que unos besos, le gustaba esa chiquilla y le dolió que se prometiera a otro hombre más guapo y más rico.
—¿Usted está seguro de esta boda sir Cavendish, no teme estar cometiendo un error? Jamás le pedí que hiciera esto.
Él la atrapó y la sentó en su falda y comenzó a besarla, a acariciar sus pechos a través del corsé pese a sus protestas de que alguien podía verlos.
—Nadie nos mira preciosa, soy tu esposo, obedéceme y respétame y no habrá problemas. Nunca me seas infiel ni os mostréis caprichosa y todo saldrá bien. Tú ya tienes ganada una parte importante… ¿Y sabes cuál es verdad?
Phoebe se sonrojó y protestó pero él le ordenó que se quedara quieta, iba a hacerle el amor en el carruaje y no esperaba que se resistiera. Ella lo dejó resignada y se durmió poco después de sentir que estallaba en su cuerpo, la dejaría preñada, no lo evitaría, sería una esposa atada a la cama y llena de hijos. Aunque eso no le importaba, no se quejaba, le gustaba, sonaba divertido… No era como sus primas ni como sus hermanas santurronas que a poco de casarse vivían quejándose de todo, cuando lo que les molestaba en realidad era tener que dormir con sus maridos y soportar la intimidad. Una de ellas se lo había confesado, sentía asco cuando follaban. Era doloroso, incómodo y no sé qué más. Ella sabía que no era así, para ella la intimidad era lo más placentero del mundo y solo cuando estaba en su cuerpo se sentía completa y satisfecha, todas sus dudas y las rabietas se esfumaban, y porque él estaba allí para calmarla. Su esposo también lo disfrutaba, ella lo había atrapado sin embargo sabía que aunque atrapado jamás podría domeñarlo, lo intuía…