7

 

  Una semana después él debió abrir la puerta de la celda y permitir que saliera de la habitación pues su hermana Sophie había ido de visita de forma inesperada con su esposo.

  Phoebe enrojeció al tener que usar uno de esos vestidos nuevos muy parecidos a los que llevaba su suegra. A pesar de que su doncella se esmeró en peinarla al verse en el espejo se vio fea, deslucida y humillada. Porque su hermana Sophie, la perfecta Sophie con su hermoso cabello rubio se vería estupenda, mientras que ella parecería… Una viuda, o la esposa del reverendo. Ese vestido no tenía gracia, era horrible.

  Su esposo la observaba divertido pensando que era hermosa con cualquier vestido, le gustaba tanto ese cabello a pesar de que solo en la intimidad la dejaba llevarlo suelto, ahora debía llevarlo escondido en un gorro o sujeto en un moño.

  Phoebe protestó y contuvo las lágrimas, odiaba usar moño, solo lo llevaba en verano porque se moría de calor más no deseaba que su hermana la viera así, tan disminuida, ese vestido no estaba a la moda y solo tenía las joyas de la familia,  su cabello… ¡Oh!

  Él tomó su mano y la besó con suavidad “estás preciosa querida” Phoebe lo miró furiosa. Seguía siendo una pequeña consentida, hermosa, algo pálida por estar tantos días encerrada. Bien, eso era necesario; debía disciplinarla, someterla, y moderar su mal genio y también ese peligroso impulso que había sido su intento de abandonarlo. Ese episodio le había dejado un sabor amargo en la boca, no podía olvidarlo.

  Cuando entraron en salón la pena de Phoebe se convirtió en una terrible angustia, porque allí estaba su hermana mayor con su marido, el distinguido sir Robert, y su hermana Sophie con sus hermosos bucles rubios sujetos con cintas tan elegantes con su traje azul de terciopelo de vistoso escote de gasa transparente, sus joyas, su belleza… Ella sabía que detestaba la intimidad, y que no tenía cariño alguno por sir Robert y sin embargo allí estaba luciendo hermosa, sonriente, feliz mientras que Phoebe no era más que una sombra. Y su hermana no dejó de notarlo. La miró con fijeza y luego miró a Cavendish nerviosa. Sabía que su hermana menor lo había amado en su infancia aunque jamás imaginó que se casaría con él, y esa historia del asalto, del rapto… Phoebe siempre cometía alguna diablura y ese matrimonio era una más… Tal vez la peor.

  Y ahora había que sonreír y fingir que todo era perfecto. ¡Pobrecilla, qué vestido tan feo tenía y ese peinado!… La hacía parecer mayor.

  Se acercaron, se besaron y Sophie miró a su alrededor intentado hacer que todo estaba perfectamente, tenía mucha experiencia en ello.

  —Phoebe te felicito, el matrimonio te sienta. Te ves distinta—terció.

  Ella asintió con los labios apretados y miró a su esposo.

  —Qué casa tan bonita. OH, qué bellos jardines, y ese bosque… Un lugar lleno de encanto y misterio. Robert dijo que hay cierta leyenda de una dama en un lago y…

  Phoebe procuró mostrarse atenta, pero no podía dejar de sentirse incómoda al verse tan fea.

  —Y qué tal son tus familiares querida?—quiso saber.

  Gente muy rara. Sophie tuvo el placer de conocerles poco después. La hermana de su cuñado “Claire” sufría una tara y le hablaba a su muñeca con cara de boda. Sophie sintió un estremecimiento al notar una mirada, y luego los otros… Había algo maligno en esos Cavendish, los hombres parecían algo rudos, con esos ojos oscuros y esos modales, le recordaban a esos gitanos que un día aparecieron en el campo, uno joven la había mirado con tanta fijeza que se asustó, nunca un hombre la había mirado así con tanto descaro e insistencia.

  Como los Cavendish, parecían gitanos atrevidos mirándola a ella y luego a su hermana, uno de ellos se le acercó a conversar y esto debió disgustar a su marido porque casi la llevó aparte y los ojos de Phoebe se llenaron de lágrimas. Quiso acercarse, mas la escena la dejó tan perpleja y luego, su hermana menor desapareció, dijo que no se sentía bien, que se verían luego.

  ¡Qué lata! Había hecho un viaje tan largo para verla solo un momento e intercambiar palabras corteses.

  Solo su marido que era un caballero de mundo era capaz de entablar una conversación inteligente y tolerarles, ella se sintió aburrida y molesta. Su hermana menor casi había huido llorando por algo que seguramente le habría dicho su esposo.

  Pobrecilla, tanto flirtear para terminar perdiendo a su pez gordo en ese accidente tan desafortunado y terminar… Enterrada en un mausoleo siniestro llamado Coventor.

  ******

  En la habitación, su la ayudó a quitarse el horrible vestido mientras Phoebe lloraba disgustada luego de la horrible escena de celos que le hizo su esposo porque Louis se acercó para conversar con ella. Solo le había preguntado como estaba, pues al parecer alguien le había dicho que estaba enferma y en cama. Una sencilla conversación había disgustado a Malcolm y ahora volvía  a su encierro. Luego de que su hermana la viera así, deslucida y fea, con ese horrible vestido…

  La doncella se marchó con rapidez al ver a su señor asomarse por la puerta, sabía que no debía estar allí si él aparecía. Phoebe lo vio y se alejó furiosa. No quería verlo y mucho menos que se quedara como hacía siempre a esa hora y luego… Ese día no deseaba tener intimidad.

  —Suéltate el cabello Phoebe—dijo él con suavidad.

  Ella lo miró y notó que solo llevaba la camisa y estaba abierta, siempre se quitaba la chaqueta y el chaleco cuando lo hacían, se desvestía con prisa y le ordenaba que se soltara el cabello si acaso lo tenía atado.

  Phoebe le dio la espalda y se metió en la cama, ese día nada le importaba, sabía que no podría escapar, nunca podía…

  Él fue paciente y se desvistió, que sus hermanos y parientes atendieran a esas visitas inesperadas, él tenía algo mucho más placentero que quedarse a conversar con los parientes de su esposa. Suspiró al sentir el olor de su cabello, tan perfumado y sujeto en ese moño. Lo liberó despacio y lo besó, adoraba su suavidad, tan terso… esos pícaros bucles se le formaban en las puntas, esa niñita de doce años espiándolo, sonriéndole con una picardía estaba allí, sin embargo ese día no sonreía, estaba llorando y él sabía la razón. Comenzó a besarla y la desnudó deprisa.

  —Deja de llorar, te libré de esa hermana tuya… Debió anunciarse antes ¿no crees? Estamos recién casados, no puede venir cuando se le antoje. Ven aquí, ¿sabes lo que quiero de ti verdad?

  Lo sabía, una entrega total, algo que  ella no estaba dispuesta a darle, no ese día que la había humillado obligándola a presentarse con ese horrible vestido y ese peinado de viuda. Aunque lo más imperdonable fue que le hiciera una escena de celos porque su primo se había acercado a conversarle, ese hombre no tenía modales ni la más leve sensatez. Maldita sea; ese loco celoso era su esposo y siempre se salía con la suya. Ahora la tenía atrapada y la desnudaba con prisa como el salvaje que era.

  —¡No te atrevas Cavendish! Suéltame, eres un demonio insensible, un hombre tan malvado que no tiene reparos en humillar y avergonzar a su esposa frente a todos con sus celos vistiéndola como religiosa. Eres terrible, nunca creí que serías capaz…

  Él sonrió de forma cruel, maligna, le gustaba que se resistiera y ese forcejeo era un juego que lo excitaba aún más. De haber sido una esposa gazmoña y quejosa él mismo se habría fugado de Coventor, era ella, su preciosa y coqueta Phoebe Hillton y la adoraba… hasta cuando se enojaba con él y lo llamaba insensible y malvado.

  Forcejearon y rodaron en la cama hasta quedar exhaustos, Phoebe sabía que él ganaría y esa lucha la había excitado pues había descargado primero su rabia.

  —¡Estás loco Cavendish! ¡Ya no te importa ofenderme ni tampoco ofender a tus familiares!—se quejó.

  Él la miró con intensidad.

  —Sabe que no debe acercarte a ti ni mirarte como lo hizo, mi primo es un imbécil y tú le gustas.

  Esas palabras la dejaron perpleja, parecía hablarle a su amante, a su compinche y compañera de aventuras, no a su esposa.

  —Tú le gustas y cree, el muy imbécil cree que puede conquistarte con zalamerías y estupideces y tampoco entiende que lo haré pedazos si llega a intentarlo.

  —¿Conquistarme? No soy una ramera, soy tu esposa, deja de ofenderme con tus maquinaciones. ¡Me lastimas!

  Phoebe lloró pues de pronto comprendió que él nunca dejaría de sentir celos ni de volverse  loco cada vez que un hombre se le acercaba. Y mientras la besaba y la poseía, todo a la vez Phoebe lloró y se resistió. “Eres mía coqueta, mía Phoebe, mía para siempre y aunque muera me quedaré aquí para cerciorarme de que ningún hombre se te acerque jamás” le susurró. Ella lo miró furiosa, no era suya, o tal vez si lo era y sus celos la ofendían, ¿es que nunca lo entendería?

  —No eres tú preciosa, son mis celos, deja de quejarte, acéptame, soy tu esposo—dijo luego como si leyera sus pensamientos.

  Phoebe se resistió y él entró aún más en su cuerpo para demostrarle que le pertenecía y ella se estremeció con esa sensación de que la poseía como un demonio como cuando reñían. Sin embargo a pesar de las riñas, de sus celos feroces lo amaba, y no quería vivir sin él. Era su marido, su amante diabólico y él también le pertenecía.

  Y cuando un mes después supo que estaba nuevamente encinta se emocionó. Un hijo, sabía cuánto lo deseaba él, un Cavendish, nacido de la pasión y el amor.

  El médico le recomendó reposo y no tener intimidad con su marido por un tiempo.

  Esas palabras la hicieron ruborizar, era tan poco delicado mencionar ese asunto frente a una dama y se preguntó ¿qué diría su esposo cuando se enterara de que no podría tocarla por un tiempo tal vez prolongado?

  Apareció antes que de costumbre, y sus ojos tenían un brillo distinto.

  Se acercó corriendo casi y la besó feliz por la noticia.

  —¡Gracias preciosa, soy tan afortunado!—dijo.

  La besó y quiso hacerle el amor… Hasta que ella le dijo que el médico lo había prohibido por un tiempo.

  No podía ser, ¿es que ese médico estaba loco? Phoebe sonrió y acarició su cabello. ¿Cómo podría privar a su marido de algo que le gustaba tanto?

  Él la miró con fijeza, la vio distinta, con más colores y no pensó en que debía evitar tocarla sino en ese bebé que estaba en su vientre.

  —¿Te sientes bien preciosa?—quiso saber.

  Phoebe asintió, había despertado con mareos y mucho dolor de cabeza, no era la primera vez, hacía casi una semana que sufría malestares, ahora sabía la razón.

  —Debes cuidarte Phoebe, nada de paseos ni intentos de fuga, piensa en nuestro bebé, él te necesita sana, y yo también…

  Ella sonrió y él la besó. Se moría por hacerle el amor y quiso saber qué había dicho el médico exactamente.

  No insistió, lo aceptó y durante días se quedó cuidándola en las mañanas cuando los malestares eran más fuertes y a media tarde y en las noches durmió a su lado, abrazado a ella sin tocarla. Phoebe también comenzaba a extrañar sus apasionados abrazos sin embargo sabía que debía obedecer al médico y quedarse quieta. Al menos podía dormir abrazada a él y conversar.

  No riñeron, y días después recibieron la visita de sus padres, de sus primas y Coventor se convirtió en un lugar muy alegre con la llegada de la primavera.

  Su cuñada dejó de hablar con su muñeca y por un tiempo Malcolm dejó de ponerse celoso. Solo importaba su tranquilidad y la cuidaba como un tesoro.

  Un día fue a Londres por unos asuntos legales y al regresar ella lo esperaba ansiosa mientras que él corrió a verla como si no la hubiera visto en tiempo, lucía un traje oscuro y se veía muy guapo y elegante. Phoebe estaba sentada tejiendo unos zapatitos para el bebé, su suegra le había enseñado y había aprendido rápido, quería mantenerse ocupada, y había pasado el día entero tejiendo un saquito con supervisión y ahora había terminado los escarpines y se sentía feliz.

  Él sonrió al verla así: tan hermosa con el cabello suelto, no imaginaba que supiera tejer en una ocasión la había visto bordar y tocaba el piano, ¡estaba tan bella y vulnerable! ¡Y la había echado tanto de menos!

  Sus ojos se iluminaron al verle, sin embargo él no la dejó que saliera de la cama, el doctor le había recomendado reposo. Y entonces le entregó un obsequio que había llevado para ella, una cadena con un corazón y el nombre Cavendish estampado con la fecha de su boda. Phoebe se emocionó al verla, era hermosa, y él sintió un placer especial al colocarle la gargantilla, porque tenía su nombre y porque significaba que era suya y que todos verían su nombre cuando admiraran la rara joya. Cavendish, su nombre, el nombre de su dueño…

  Phoebe lloró emocionada pues le encantaba el collar y dijo con palabras entrecortadas que jamás se lo quitaría. Cavendish sonrió satisfecho y la besó sintiendo un deseo loco y desesperado por hacerle el amor, se moría por desnudarla y disfrutar de su suavidad y dulzura.

  Ella también lo deseaba sin embargo tuvo miedo, por el bebé y se lo dijo.

  Él estaba desesperado, hacía más de una semana que no la tocaba.

  —Preciosa, moriré si no te hago el amor ahora, por favor… seré muy suave, lo prometo y tú te quedarás quieta, solo abrázame… bésame…

  Ella obedeció, sabía que su marido no resistiría. Era un hombre sensual y no lo hacían una sola vez…

  —Espera, el bebé…—Phoebe se asustó al sentir que entraba en su cuerpo y la llenaba por completo.

  Él la retuvo y la besó. “Tranquila preciosa, cuidaré al bebé, lo prometo…” ella se quedó inmóvil y disfrutó ese momento casi al final y lo abrazó y besó con fuerza hasta que se quedaron fundidos y exhaustos. Phoebe suspiró “te eché de menos…” le susurró mirándolo con intensidad. Él la miraba embelesado, suspirando, y de pronto acarició su mejilla y rozó su collar, era un símbolo de su amor, quería que siempre lo llevara allí, cerca de su corazón y que todos leyeran su nombre y supieran que era suya.

  Ella sintió una agitación extraña al sentir esa mirada, podía saber lo que pensaba, lo que sentía y lentamente se acercó y le dijo sin vacilar: —Te amo Cavendish, no sé por qué ni cuándo pasó pero sé que podría vivir sin ti.

  Estaba temblando como una hoja y necesitaba decírselo. Su esposo sonrió y la besó apasionado, estrechándola contra su cuerpo con desesperación.

  —¿Me amas pequeña traviesa? ¿De veras que sí?

  Ella asintió emocionada y le preguntó si él la amaba.

  —Dime ¿qué siente tu corazón, preciosa? Tú lo sabes… siempre lo has sabido… ¿Por qué crees que te rapté esa noche y te salvé de ese malnacido? Ibas a casarte con él, y él iba a tenerte esa noche preciosa.

  Esas palabras la alarmaron.

  —Yo no quería que pasara… Y entonces no podía respirar, estaba aterrada. Tú me salvaste Malcolm, me salvaste y yo nunca creí que quisieras casarte conmigo ni que te importara…

  Él la observó con fijeza. —Sir Edward te deslumbró, ¿era muy guapo verdad? Educado, rico… No había sombra de locura en su familia ni nada que fuera condenable en la buena sociedad.  Y ese caballero estaba resuelto a llevarte a su mansión, no te llevaba a tu casa, desvió el rumbo y cuando lo vi lo que estaba haciendo en el carruaje quise matarlo preciosa. Nadie iba a tocarte, y esa noche fue como si presintiera que… te seguí guiado por un impulso, hacía meses que te seguía a todas partes como un perro fiel.

  Phoebe lo abrazó con fuerza.

  —Olvida esa noche, tú me salvaste y ahora soy tu esposa, te daré un hijo, tú jamás me pediste matrimonio, pensé que no te interesaba, que solo querías besarme.

  —No quería casarme entonces preciosa, y solo cometí esa locura por tu causa, nunca me he sentido inclinado al matrimonio. Al diablo con los herederos y la respetabilidad. Te seduje y fui un malvado, te arrastré a la lujuria y me atrapaste. Ahora todo ha cambiado, tú has cambiado y espero que un día puedas entenderme preciosa… Soy un loco y te amo, y te amo con locura y sufro si un hombre se acerca a ti, quisiera tenerte siempre a mi lado, escondida del mundo, solo para mí…

  —Soy tuya ahora Malcolm, y lo fui mucho antes, quise escapar y no pude y creo que moriría si algo te pasara, o si algo me apartara de ti… Y no puedo quedarme aquí encerrada para siempre, por favor, paso mucho tiempo sola y te extraño, sabes que no puedes… Confía en mí, deja de pensar que yo podría engañarte o lastimarte… Nunca hubo otro hombre para mí, luego de ese día… Te amo a ti Malcolm, y ya no soy ni pícara ni coqueta, lo fui antes esa noche todo cambió. Y a pesar de la tragedia… Nunca le desee la muerte a sir Edward aunque comprendo que no habría sido feliz casándome con él porque no lo quería, me deslumbró su interés por mí, a pesar de que no actuó como un caballero en el carruaje y me  horroriza pensar que… fue maravilloso entregarme a ti Cavendish, porque lo deseaba, porque te amaba y porque lo disfruté. No pude evitar la tentación ni el deseo de… de haberme casado con otro hombre jamás habría sido así, y sería como mis primas que fingen sufrir jaqueca para no tener que dormir con sus maridos porque detestan la intimidad. Y fue especial porque siempre me gustaste, desde que era una niña y me escapaba hasta aquí para verte, y tú te burlabas de mí porque era una niñita.

  Él sonrió.

  —Una niña traviesa… —dijo acariciando su cabello. Se moría por hacerle el amor aunque temía que luego… el doctor no lo dejaba, bueno, debería contenerse y aguardar.

  —Gracias por salvarme Cavendish, yo te amo sabes, y nunca habría sido feliz con sir Edward—dijo entonces. Su voz se quebró y lo miró con intensidad. El respondió a su mirada diciéndole cuánto la amaba.

  —Daría mi vida por ti pequeña y mataría a quien quisiera hacerte daño…

  Hablaba en serio y Phoebe lo abrazó con fuerza, asustada, sin saber por qué esas palabras le habían provocado un sudor frío.