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Phoebe Hillton observó su anillo de compromiso con expresión traviesa y triunfal: lo había conseguido, en tres meses sería su boda y debía sentirse feliz y satisfecha pues había conseguido prometerse a sir Edward Bentham; un magnífico partido. Un hombre guapo, de buena familia y muy rico. Bueno,  para eso la habían educado con tanto esmero. Sin embargo… Esa noche la fiesta, el salón, las miradas de sus admiradores la hacían sentir levemente turbada. Porque algunos de esos jóvenes la habían besado y ahora la miraban con cierta sorna mientras su prometido la exhibía como su más cara posesión. Acababa de prometerse al heredero de un importante señorío y sus padres la miraron satisfechos.

  Ella sin embargo seguía flirteado de vez en cuando, disfrutando las miradas aunque sin llegar más allá. Había sido coqueta, todavía lo era, aunque debía ser muy cuidadosa con su reputación, porque si Edward se enteraba de sus tanteos… Bueno, no todos los caballeros pasaban por alto esas picardías. Travesuras sí, nada importantes. Flirteos, charlas, besos a escondidas y algunas caricias.

  Se estremeció al recordar a Malcolm el primogénito de los Cavendish. Sus besos habían sido… Ardientes, apasionados y recordarlos la turbaba. Desde niña había estado enamorada de ese joven, siempre había sido alto, apuesto y fuerte, con el cabello oscuro y los ojos casi negros como los héroes de las novelas góticas. Suspiraba por ese joven a pesar de saber que no podía casarse con él. Bueno él tampoco se lo había pedido en realidad…

  La voz de su madre la despertó de sus recuerdos.

  —Phoebe, hija, ven, quiero presentarte a un amigo a tu padre que recién ha llegado del extranjero—dijo.

  Su prometido le sonrió y la dejó ir. Era un hombre de temperamento tranquilo, un verdadero caballero. Haberle atrapado había sido toda una hazaña que le había llevado unos pocos meses y lo había logrado. El solterón más codiciado de New Forest y heredero del señorío de Merton estaba en sus manos…

  La joven avanzó con su vestido azul de terciopelo y escote y mangas de encaje con la mirada baja, sabía fingirse candorosa cuando le convenía, así había pescado a su heredero, debía ser uno de los pocos caballeros del condado que la consideraban muy tímida y nada coqueta… Y bella. No dejaba de mirarla, nada más ser presentados se mostró interesado en la señorita Hillton y buscó oportunidades para acercarse y tener una amistad.

  Ella olvidó sus tonteos al instante: debía atrapar a ese pretendiente, Dios santo, sabía que jamás pescaría uno mejor.

   

  Phoebe tenía dieciocho años, todos creían que era muy joven para casarse, sin embargo ya no era una niña, su cuerpo había madurado prematuramente. Todos los hombres se acercaban a la señorita Hillton como moscas, ella despertaba un deseo insoportable, aún a la distancia como en esos momentos.

  Ahora estaba a salvo, pronto sería la esposa de sir Willmond, su madre suspiró, no veía la hora de casar a la más traviesa y hermosa de sus hijas. Pues todo lo que tenía Phoebe de bonita y graciosilla lo tenía de coqueta y pícara. Al menos tenía la certeza de que era virgen todavía, que sus devaneos no habían sido más que besos sin embargo su marido estaba inquieto, no era tonto, la jovencita no era como sus hermanas, le gustaba mucho mirar muchachos y mirarlos sin ropa en el río…

  Lady Hillton se sonrojó mientras recordaba la vez que pescó a su hija espiando a los mozos en el campo, tenía trece años y lloró cuando le dio una zurra diciendo “solo quería ver mamá, ¿qué tiene de malo?” Ella sintió tanta pena, no era una niña malvada, al contrario; era tan dulce y encantadora, solo que había heredado el temperamento especial de cierta parienta suya que le gustaban muchos los muchachos de niña y luego de adulta… Su tía Lidia, que en paz descanse.

  —Madre, debo regresar con Edward—dijo su hija disimulando un bostezo, porque cuando su padre se ponía a hablar de política era un infierno, más cuando encontraba a un viejo amigo con información fresca de América sobre guerras, líderes y demás. Nada la aburría más que oír hablar de ese tema y buscó la excusa perfecta: debía regresar con su prometido.

  Lady Amalia Hillton la vio escabullirse con una sonrisa algo nerviosa. No veía la hora de que esa boda se celebrara y su hija estuviera a salvo en Merton house, para siempre. Adoraba a su pequeña a pesar de estar preocupada por su futuro, todo estaba perfectamente ahora y sin embargo, tenía un mal presentimiento. Porque Phoebe no solo despertaba admiración y deseo en los caballeros, también despertaba rabia y envidia entre sus amigas y en especial esas matronas casamenteras que estaban desesperadas por casar a sus hijas y no hacían más que perseguir al primer hombre soltero de mediana o escasa fortuna que llegara al condado. Sir Edward había sido perseguido sin piedad y jamás demostró interés por ninguna de esas damiselas casaderas hasta que conoció a su hija…

  La jovencita en cambio, ajena a las preocupaciones de su madre disfrutaba la fiesta y conversaba animadamente con sus amigas Ernestina y Camilla sobre su futura boda, cómo sería el vestido, la fiesta,  cuando de pronto lo vio a él: a Malcolm Cavendish y se estremeció. Alto, guapo y con un traje negro, sus ojos también la vieron y sonrió. Una sonrisa cómplice y extraña que le recordaba que habían tenido un flirteo algo intenso.

  La jovencita se sonrojó sin poder evitarlo y cuando él se acercó a saludarla tembló como una hoja y se sintió furiosa por eso, no era una tonta colegiala, y se había besado con otros jóvenes sin embargo su enamoramiento por Cavendish había sido antiguo y las últimas veces…

  —Felicitaciones por su compromiso señorita Hillton—dijo él luego de besar su mano mientras la miraba con intensidad. Había en su mirada una mezcla de deseo y rabia, ¿y tal vez celos? No estaba segura. Cavendish era un hombre extraño, reservado y aunque se habían besado y sabía que ella estaba loca por él jamás se había pronunciado ni había dicho que tuviera un interés serio.

  —Gracias, señor Cavendish—respondió Phoebe entornando los ojos con maliciosa coquetería.

  Él se alejó y la joven suspiró, estaba tan guapo, era el hombre más guapo del condado; malvado, loco, misterioso y besaba tan bien… Porque otros la habían besado antes y sin embargo sabía que los besos de Malcolm le habían provocado un cosquilleo y sensaciones que nunca había sentido. Deseo, un deseo inquietante y desesperado.

  —¡Qué guapo es!—dijo su amiga Camilla con una sonrisa. Phoebe la miró; su rostro pecoso estaba rojo como una fresa.

  —Es el pretendiente más codiciado de la temporada, todas las niñas mueren por él—agregó.

  —Y no es rico, bueno, al parecer necesitan maridos… Mirad, lady Agatha le ha echado el ojo y planea atraparlo… Esa dama está empecinada en pescarle para una de sus hijas—insistió su otra amiga rubia.

  Phoebe hizo un gesto de desdén, fingiendo que eso le importaba un rábano mientras seguía con disimulo los pasos de su antiguo enamorado.

  —Es un Cavendish—dijo Cornelia—Y los Cavendish no son buenos maridos, mi madre dijo (bajó la voz) que todas las damas de esa familia terminan muertas o locas y encerradas en alguna habitación lejana de Coventor. Que son déspotas, crueles y siempre quieren eso.

  Phoebe rió divertida, ¿de veras? Pues a mí no me molestaría, al contrario, me encantaría someterme a diario a los deberes de una buena esposa…” pensó la joven con descaro. Por supuesto que frente a sus amigas se mostró horrorizada por la mala fama de los Cavendish, ella había oído muchas historias sobre esa familia pero no creía que fueran verdad.

  Suspiró sintiendo algo extraño. Le gustaba mucho ese joven, a pesar de saber que no podía casarse con él, sus padres jamás lo aceptarían y en realidad él tampoco se lo había pedido. Solo habían sido unos besos a escondidas, palabras y un tonteo irrelevante.

  La joven sonrió, ahora todo sería distinto, se casaría con un importante lord, así que ¿para qué recordar esas cosas?

  Cavendish atravesaba el salón cuando fue interceptado por una dama rolliza de voz chillona, lady Agatha.

  Estaba ansiosa de presentarle a sus sobrinas, las tres eran niñitas graciosas y regordetas, saludables, el sueño de cualquier hombre ansioso de conseguir una esposa fértil.

  —¡Señor Cavendish!—lo llamó otra dama y él detestaba esas presentaciones, que lo vieran como un partido interesante para una niña tonta casadera. ¿Qué ocurría en ese condado? ¿Es que todas las damas necesitaban un marido y pensaban que él sería el candidato adecuado? ¡Pamplinas! Ningún Cavendish podía considerarse un pretendiente modelo, no eran tan ricos como en el pasado y vivían en un caserío antiguo nada floreciente, lleno de maldiciones, historias tétricas… Muchas damas casadas con Cavendish habían terminado de forma trágica, aunque eso al parecer era un detalle poco relevante. Las niñas casaderas eran demasiadas, y hasta el mismo diablo habría sido un buen partido… Un diablo como él… Porque a pesar de no ser tan importante como los Wellington, era un Cavendish y tenía su herencia…

  El caballero observó a la joven de vestido azul y hermosa cabellera castaña con expresión sombría, no dejaba de mirarla, de seguir sus pasos y espiarla, y preguntarse… Preguntas que él no quería responder. Phoebe Hillton, la hermosa coqueta de New Forest iba a casarse con el tonto y rico heredero de rostro redondo y mofletudo, con cierta tendencia a la obesidad. Allí estaba ese, observándola embelesado, sintiéndose el hombre más afortunado solo porque en menos de tres meses podría…

  La imagen de ese hombre tocándola le provocó náuseas y odio. Estaba furioso y no hacía más que pensar y dar vueltas a ese endiablado asunto.

  Phoebe se estremeció al sentir la intensidad de su mirada y se sonrojó, no entendía por qué Cavendish la buscaba, le hablaba, si jamás la había tomado en serio. Bueno, le había dicho preciosa y la había besado y ella había respondido a sus besos no como una jovencita inexperta a decir verdad.

  —¿Qué tiene señorita Hillton? ¿Se siente usted bien?—preguntó de pronto su prometido.

  Ella asintió en silencio y poco después notó que Cavendish se había marchado como hacía siempre. Iba a las fiestas solo para verla un momento y luego… Desaparecía.

  No había reñido con Cavendish, simplemente se había alejado pues otro caballero de más edad y mejor posición se había fijado en ella: sir Edward Bentham.

  Sí, la coqueta Phoebe había tenido la astucia de atraparle, y ahora, en poco tiempo se convertiría en la señora de un hombre noble, y en la dama de una mansión espléndida… Cavendish era parte del pasado y lo sabía, sin embargo, cada vez que se encontraba con su antiguo enamorado sentía cierta incomodidad. Bueno, en realidad ella había sido su enamorada, él solo la había besado algunas veces y poco más…

  Sus ojos azules miraron hacia abajo y sus labios rojos se torcieron en una mueca.

  No sentía nada más que aprecio por quien pronto se convertiría en su esposo y eso era lo ideal según su tía Amelia, no era correcto perder la cabeza ni enamorarse locamente antes de la boda, eso solo ocurría en las novelas.

  Sir Edward la había besado algunas veces y en esos besos castos Phoebe había notado que su prometido la deseaba. Estaba loco por ella, por hacerle el amor y sabía que jamás la habría tocado antes de la boda. Era todo un caballero y le doblaba la edad, un hombre serio, de cabello oscuro, alto y porte militar y fríos ojos grises. Conversaba mucho con su padre sobre asuntos del parlamento y también sobre los peligros de quienes viajaban a América en busca de hacer fortuna y morían en manos de esos salvajes llamados indios.

  Su padre se acercó nuevamente y ella suspiró, se aburría terriblemente cuando hablaban de indios, o de cuestiones políticas complicadísimas.

  Suspiró y luego de que su prometido se alejara, Phoebe fue a comer un bocadillo, estaba hambrienta y aburrida, sin Cavendish la fiesta había dejado de ser atractiva.

  *******

  Phoebe volvió a ver a Cavendish días después, en casa de una amiga de su madre.

  Sus padres lo detestaban y al verle entrar casi soltaron un respingo.

  “Ese caballero es el diablo Phoebe, aléjate de él por favor. ¡Esos Cavendish matan todo lo que tocan!”  Había dicho su madre dramática tiempo atrás al enterarse del flirt.

  Porque para su madre no era más que un flirt, un tonteo sin más, de haber sabido que el tonteo incluía besos y caricias en el jardín a escondidas, pues le habría dado un infarto.

  En esa ocasión al ver aparecer al joven Cavendish, simplemente palideció y lo miró con una leve sonrisa mientras temblaba, estaba tan guapo con su sobrio traje oscuro de levita.

  Se saludaron y conversaron, no recordaba de qué porque de pronto deseó que la besara, que la llevara a los jardines y…

  La llegada aún más inesperada de su prometido puso fin a esos pensamientos. Era la hora del baile y unas parejas se acercaron al centro del salón.

  —Me concede el honor de esta pieza señorita Phoebe?—le preguntó sir Edward con tono pomposo mientras sus ojos recorrían con deseo el escote y los apartaba luego avergonzado de sus propios impulsos. Se moría por besarla, por acariciarla, y mientras bailaban se esforzó por mantenerse apartado, sintiendo que su piel ardía y su corazón latía loco, desesperado, mientras todo su ser clamaba por poseerla. Hacía tiempo que no tenía intimidad con una dama, pues luego de que su primera esposa falleciera de gripes hacía años había tenido una amante viuda muy apasionada que visitaba una vez por semana. Luego de prometerse consideró innecesario volver a verla, pronto tendría esposa… Una esposa hermosa y voluptuosa, una virgen con cuerpo de mujer…

  Estaba temblando, estaba loco por esa damisela, y se preguntó si sería muy indiscreto adelantar la boda con una dispensa especial.

  Ella lo miró con una sonrisa muy recatada, en ocasiones le gustaba mostrarse así.

  “No, no sería decoroso adelantar la boda para saciar su lujuria, además la jovencita parecía tímida, tan inocente, y sin embargo, era seductora como un demonio, su piel tan suave y su olor dulce, femenino lo volvía loco. Sus labios, su mirada azul tan tierna… Era tan afortunado de tenerla, de que fuera su prometida y muy pronto su esposa…

  Cuando se separaron pensó ¿y por qué no habría de tener una dispensa? Todo hombre soltero necesita una esposa y Merton la necesita, su familia entera también. ¡Herederos!

  Dejó escapar un respingo al ver que la jovencita se alejaba. Tres razones lo habían impulsado a fijarse en la señorita Hillton: su juventud, su belleza lozana y su modestia. No soportaba a las muy delgadas o poco agraciadas y mucho menos a las de mala reputación. Las coquetas lo sacaban de quicio y luego de ser perseguido durante años sin piedad por las niñas casaderas de todos los colores y tamaños… Pues sintió alivio de conocerla porque reunía todo lo que siempre había deseado encontrar en una esposa y luego de tratarla un tiempo y enterarse de que su dote era aceptable, su familia importante y era además sana y no había sombra alguna sobre su reputación…

  No muy lejos de allí Phoebe conversaba con unas amigas, totalmente ajena a los planes de su prometido; sus ojos buscaban a Cavendish una y otra vez, no podía evitarlo. Maldita sea, todavía lo amaba, siempre lo había amado, desde que era una niñita y se escapaba en su pony luego de escuchar el aburrido sermón del reverendo Richardson para verle pasar por el camino que llevaba a Coventor.

  Y él también la miraba desde el otro extremo del salón sin que se diera cuenta, la miraba con una mezcla de deseo furioso y rabia, despecho, porque se había prometido al heredero más codiciado del condado y pronto sería su esposa.

  Se alejó antes de que otra niña casadera quisiera bailar con él, no estaba de humor, ni siquiera para conversar, él no bailaba, prefería agarrar su caballo y correr. Odiaba las fiestas y las tonterías, era un Cavendish, una mezcla de hombre y demonio, un salvaje que hacía sus propias reglas. Esos salones atestados de damitas casaderas y tontos petimetres de cabello enrulado lo enervaban.

  ¡Solo había ido a verla a ella, diantres! Estaba preciosa con su vestido blanco, como un ángel, una ángel malvado. Porque ella no era la niña inocente que todos creían, le gustaba espiar y se besaba con él en los jardines y también… bueno, no eran besos de niños, eran besos de amantes…

  Estaba a punto de marcharse cuando la vio bajando la escalera con su traje beige de raso y encaje, que realzaba su belleza castaña. Sus ojos lo miraron retadores, desafiantes y sus labios se abrieron provocativos. Fue demasiado para él, se acercó y le susurró que quería verla en los jardines para conversar.

  Phoebe lo miró sorprendida por lo atrevido de la invitación.

  —No puedo verle en los jardines señor Cavendish, no sería correcto—respondió en voz apenas audible.

  Él sostuvo su mirada y ella miró a su alrededor vacilante. No era correcto. ¡Oh diablos, quería ir…!

  Se reunieron en secreto, escondidos y antes de que pudiera hablar la atrapó y le dio un beso salvaje, apasionado. Ella fingió resistirse…Pero lo disfrutó sintiendo su olor  a madera, el olor de su piel, de su cabello… Adoraba el olor Cavendish y mientras la besaba fue llevándola lentamente contra su cuerpo de una forma indecorosa. ¿Estaba loco? Tal vez, aunque le agradaba esa locura… Y cuando sus besos resbalaron por su cuello y escote sintió que se humedecía y su corazón enloquecido palpitaba sin parar.

  —¡Déjame, Cavendish! ¿Qué te has creído? Estoy a punto de casarme con sir Edward—dijo de pronto la joven recuperando su sentido común, porque sensata nunca había sido, le encantaba que la besaran y le dijeran que era hermosa, y le gustaba en especial cómo besaba ese hombre, no era un novato, sabía besar, y también acariciarla sin que se sintiera incómoda o…

  —Tú no lo quieres ¿verdad?—dijo entonces su antiguo enamorado—Te casas con él para vivir en Merton como una dama importante.

  Parecía celoso y ella lo disfrutó.

  —Yo no necesito una boda para sentirme importante Cavendish, tú nunca me pediste que fuera tu esposa ¿no es así? Solo quieres aprovecharte de mí—le respondió Phoebe acomodándose el vestido y el cabello.

  Él la atrapó y volvió a besarla.

  —Estás prometida a ese tonto porque es rico, no me engañas. Eres una coqueta, jamás me casaría con una coqueta como tú—le dijo.

  Esas palabras provocaron un raro brillo en sus ojos, sentía deseos de abofetearlo. No lo hizo, no se atrevió, era un hombre grande y le temía.

  —Vete al diablo Cavendish, yo tampoco me casaría con un loco Cavendish golpean a sus esposas y las encierran en la torre hasta que mueren—estalló.

  Él rió divertido y no la dejó en paz.

  —Suéltame o van a vernos y arruinarás mi reputación—estaba tan furiosa que sintió deseos de llorar, ella no era una coqueta.. No la clase de coqueta que él decía, tenía sentimientos, tenía corazón… Además solo se había besado algunas veces con algunos muchachos, no eran tantos, eso no la convertía en una jovencita sin honor ni en una odiosa coqueta que jugaba con todos los hombres.

  —Tranquila pequeña, deja de resistirte y dame un beso. Besas muy bien, no eres tan tímida como antes, te besé cuando tenías catorce años ¿lo olvidas? Tu primer beso y te gustó ¿verdad?

  Ella se sonrojó al recordar, no podía entender a ese hombre, jugaba con ella, la besaba y le exigía que se reunieran en el jardín y luego decía que jamás podría desposarla porque era una coqueta.

  —Sí, lo recuerdo, me diste un susto espantoso Cavendish ¿y sabes qué? No soy una coqueta y no volverás a besarme, no creas que luego podrás buscarme, me casaré con un caballero y no quiero arruinarlo todo, ni permitiré que tú lo hagas.

  Hablaba con firmeza y él la dejó ir con expresión pensativa. Era preciosa la pequeña coqueta, tenía una sensualidad, respondía a sus besos de una forma…Imaginaba que no sería una novia gazmoña sino que estaría ansiosa de probar la intimidad para la que parecía más que preparada. Tantas veces había deseado arrastrarla a la cama y hacerle el amor y se había detenido sabiendo que no podía hacerlo pues a pesar de ser tan osada todavía era virgen. Era atrevida. Mas   no lo suficiente para dormir con él, ella siempre se negaba, lo detenía a tiempo como si supiera que excitarlo más era peligroso. Porque él era un caballero, jamás habría forzado a una dama a pesar de que esa coqueta se merecía un buen susto por jugar con él y luego prometerse a otro.

  Phoebe regresó con prisa al salón temiendo que alguien notara que había ido a lo más escondido del jardín, ninguna jovencita decente iba a los jardines… Algunas lo hacían sí, arriesgándose a perderlo todo… Una joven sin reputación solo le quedaba esconderse en su casa y dedicarse a cuidar los sobrinos o… Irse del condado hasta que el escándalo se olvidara o… Pues no quería ni pensar en eso ahora, estaba asustada, fue una imprudencia ceder a los requerimientos de ese loco Cavendish. Loco y malvado, que no era poco, llamarla coqueta, decirle que jamás se casaría con ella. ¿Por qué diablos no la dejaba en paz entonces? ¿Qué buscaba ese hombre? ¡Jamás volvería a besarse con él! No, no lo haría aunque la obligara, pensó mientras entraba en el salón y se reunía con su prometido.

  Cavendish tenía otros planes y no se cansó de perseguirla, de aparecer en las fiestas o reuniones a las que iba, de seguir sus pasos desde la oscuridad y espiarla… Siempre la espiaba y ella no lo sabía.