Capítulo VII

TRES rostros se volvieron hacia el recién llegado. Baxter advirtió que Frisco Bill exhalaba un fuerte suspiro de alivio.

Bobby, el gigante, abría y cerraba las manos con gestos convulsivos. De pronto, el otro hizo un ademán, como si Bobby fuese un mastín.

—¡Adelante! —sonrió—. Duro con él.

Bobby emitió un mugido y cargó hacia adelante, con tremendo ímpetu. En el último instante, bajó la cabeza.

Baxter continuaba junto a la puerta, que seguía abierta. De súbito, con un perfecto cálculo de los tiempos, saltó hacia su izquierda, a la vez que cerraba de golpe con un rápido movimiento de la mano derecha.

El enorme cráneo de Bobby chocó contra la puerta que se acababa de cerrar. Era de gruesas tablas y dos de ellas se partieron con terrible chasquido. Bobby gruñó algo y quedó en el suelo, perdiendo el conocimiento instantáneamente.

—Se lo dije, Tyler, es un tipo duro de pelar —exclamó Frisco.

Baxter avanzó unos pasos, sonriendo alegremente.

—Tyler Camden, supongo —dijo.

—Así me llamo —contestó el sujeto, torvamente. Levantó el revólver—. No dé un paso más o haré fuego.

—¿Sólo para eso me ha hecho venir aquí? —preguntó a Tyler, sin perder la calma.

—Hay algo que me tiene muy intrigado —respondió Camden—. ¿Por qué anda husmeando por ahí y metiendo las narices por todas partes, como si fuese un sabueso?

—Por medio millón de dólares en joyas. ¿Le parece poco?

—¡Maldición, yo no sé nada…!

—Tyler, ¿no estaba usted con Genny cuando Miss Fantasma subió a la terraza con el botín?

—No.

Baxter arqueó las cejas.

—Oiga, no irá a pensar que me creo su respuesta —dijo.

—Lo crea o no, yo no estaba, aunque admito haber tomado parte en el asunto. ¡Diablos! Era un buen golpe, ¿no le parece?

—Si usted tomó parte en el asunto, ¿por qué no entró en el apartamento de la señora Haldane?

—Él nos asignó los papeles a cada uno de nosotros. Debíamos de espiar constantemente los pasos de Etta Halden… Holbrook, por ejemplo, estaba encargado de conquistar a la doncella.

—Millie les dejó el paso libre. Me cuesta trabajo entender que no intentasen aprovechar esa ventaja.

—Pues fue así, aunque no lo crea —contestó Camden, malhumoradamente—. Tower y el jefe subieron a la terraza… y eso es todo lo que sé.

—Todo, no —corrigió Baxter—. Miss Fantasma utilizó su nombre para contratar el helicóptero. Me lo ha dicho el propio Sheen.

—Pues no sé yo nada de eso. La primera noticia que tuve fue que Tower había caído a la calle y que la ladrona había escapado en el helicóptero.

—¿Quién se lo dijo? ¿El autor del plan?

Camden emitió un gruñido.

—Íbamos a forrarnos y nos hemos quedado con un palmo de narices.

—Sí, Miss Fantasma resultó ser más lista que ustedes, aunque alguien la engañó a ella.

—¿Engañarla? ¡Se llevó las joyas!

—Sí, pero en alguna parte le dieron billetes falsos, que fue con los que pagó a Sheen. Tyler, ¿quién pudo darle esos billetes falsos?

Con el rabillo del ojo, Baxter vio que Frisco Bill le hacía un guiño disimulado. Decidió no insistir en la pregunta, ya que Camden no parecía sentir muchos deseos de contestarle.

—Bien, dígame ahora el nombre del autor de ese plan —solicitó.

—No le va a servir de nada —contestó Camden.

—¿Por qué?

—El nombre es Peter Jones. Nada vulgar, como puede comprender —respondió el sujeto, con amargo sarcasmo.

—Un nombre supuesto.

—Sí.

—Dígame qué apariencia tiene.

—Yo diría que unos sesenta años, pero se conserva muy fuerte todavía. Pelo canoso, áspero, estatura mediana, ancho de hombros, y algo estevado…

—Muy bien, Tyler. La conferencia ha terminado. ¿Quiere soltar a Frisco?

Camden vaciló un instante. De pronto, Frisco lanzó un aviso:

—¡Cuidado, ahí viene!

Baxter no perdió tiempo en volver la cabeza. Saltó a un lado, retirándose al suelo de costado, lo que le permitió esquivar el inesperado ataque del gigante. El impulso que había tomado Bobby le llevó a chocar contra Camden con indescriptible violencia.

Los dos hombres cayeron al suelo, en un confuso revoltijo de brazos y piernas. Pese a todo, Bobby fue el primero en levantarse, justo a tiempo de recibir en el cuello los golpes simultáneos de los filos de dos manos.

El hombrón cayó de rodillas, gorgoteando palabras ininteligibles. Baxter lo derribó de un seco rodillazo en el mentón.

Camden parecía aturdido. Baxter desató a Frisco, quien se puso en pie, frotándose las muñecas doloridas.

—He pasado un mal rato —confesó.

—Vámonos —dijo Baxter, secamente.

Abandonaron el almacén. Eddie empezaba a levantarse. Baxter y Frisco lo dejaron en el mismo sitio.

—Me obligaron a llamarle —manifestó Frisco.

—Ya lo he visto.

—¡Oiga!; no irá a pensar que todo ha sido un truco mío… Francamente, creo que esos tipos no sabían lo que querían.

—Frisco, yo tampoco acabo de entender las cosas. Pero me parece recordar que me hiciste un guiño, cuando pregunté por los billetes falsos. ¿Quién se los dio a Miss Fantasma?

—Leslie Arrowhead. Le gusta mucho reproducir las estampitas del gobierno.

Baxter pensó que no tenía sentido alguno que Miss Fantasma fuese en busca de un falsificador para pedirle dinero hecho en casa. Miss Fantasma, se dijo, debía de tener los fondos suficientes para pagar informes sin necesidad de comprometerse con moneda falsa. Pero, había tantas cosas raras e incomprensibles en aquel asunto…

—¿Alguna noticia más, Frisco? —preguntó, cuando ya se disponía a abrir la portezuela de su coche.

—Por ahora, eso es todo.

—Llámame cuando averigües algo más, Frisco.

—Descuide.

* * *

Abrió la puerta y miró con ojos relucientes al hombre que aparecía en el umbral.

—Adoro los hombres puntuales —dijo.

—Tenía que venir a verte —contestó Baxter—. No podía permitirme el imperdonable pecado de retrasarme un solo segundo.

Belle se echó a reír, a la vez que se apoderaba del brazo de su visitante.

—Entra y hablaremos —propuso.

La camarera se había puesto un salto de cama demasiado transparente.

—¿Qué quieres tomar? —preguntó.

Baxter hizo un gesto ambiguo. Ella puso whisky y hielo en un vaso y se lo entregó.

—Siéntate.

Baxter obedeció. Ella, desenvueltamente, se sentó en sus rodillas. Con plena deliberación, acercó sus senos al rostro del hombre.

—Tengo buenas noticias para ti —dijo.

—Estoy ansioso de oírte —contestó Baxter.

—Sé dónde vive la sorda.

—Magnífico. ¿Dónde…?

Ella le quitó primero el vaso. Luego le cogió la cara con ambas manos y estampó un fuerte beso en su boca.

—Sé que es muy probable que no volvamos a ver— nos —jadeó—. Por eso quiere aprovecharme, ahora.

Le miró con ojos brillantes. Luego volvió a besarle.

Al cabo de un buen rato, lánguidamente, dijo:

—La sorda vive en los apartamentos Pennyson. No sé cuál de ellos es el suyo, pero si sabes el nombre, podrás encontrarlo en el indicador del vestíbulo…

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Baxter, sobre cuyo brazo derecho estaba apoyada la cabeza de Belle.

—¡Oh, no fue difícil…! Ha venido un par de noches… He tratado de ganarme su confianza; le dije que estaba cansada de este trabajo… y le pregunté si ella no conocía un empleo mejor… Dijo que tal vez encontraría un buen empleo… y me dio su dirección para que fuese a visitarla.

Belle se volvió hacia su acompañante y quedó encima de él.

—¿Lo he hecho bien? —consultó con avidez.

—Demasiado bien, estupendamente bien —contestó Baxter. «Demasiado fácil», pensó. Sería cosa de visitar a Tony Sanders.

Pero ya era tarde. Y estaba con Belle, que era una joven muy amable y ardiente. Cuando la boca de Belle buscó la suya, decidió despreocuparse por el momento de todos los problemas.

* * *

Tony Sanders estaba ausente, aunque el conserje de los apartamentos Pennyson informó a Baxter que tal ausencia sería muy breve, un par de días a lo sumo. En vista de que el primer objetivo del día había fallado,

Baxter decidió hacer una visita a Leslie Arrowhead, el hombre que había facilitado a Miss Fantasma los cinco mil dólares en billetes falsos.

La residencia de Etta Haldane estaba en su camino y decidió visitarla.

Millie, la doncella, le recibió con una amistosa sonrisa.

—La señora está en el baño —informó—. ¿Quiere tomar algo, mientras tanto?

—Café, gracias. Millie, ¿cómo van las cosas por aquí?

—No puedo quejarme. La señora me ha subido el salario.

—Tiene un genio de todos los diablos, pero es muy buena.

—Sí, señor.

Baxter iba por la segunda taza de café, cuando apareció Etta atándose el cordón de la bata.

—No sé adónde diablos voy a ir a parar —se quejó—. Las carnes se me desparraman. Cada día estoy más gorda… Sólo me falta echar bigote…

—Mujer, todavía estás muy bien —rió Baxter.

—No digas tonterías. —De pronto, Etta se abrió la bata y quedó desnuda hasta más abajo de la cintura—. ¡Mira! Cuando nos conocimos, eran redondos, duros como piedras; tuviste ocasión de comprobarlo, ¿no? ¿Qué ves ahora? Dos bolsas de grasa, caídas, fláccidas… y no te enseño más, para que no eches a correr…

—Etta, tú has sido siempre una mujer muy intemperante —dijo él, con acento persuasivo—. Eso se puede corregir con cirugía estética, pero el peso es cosa tuya exclusivamente. Comes… devoras, mejor dicho.

—No lo puedo remediar, Budd.

—Tienes que poner algo de tu parte, un poco de dieta, menos azúcares, féculas y grasas y algo de ejercicio. Naturalmente, lo otro es cuestión de un buen cirujano… aunque también deberías visitar a un buen endocrinólogo…

—Sí, algo de eso tendré que hacer —suspiró Etta—. A mis treinta y nueve años no puedo seguir pareciendo una ballena bípeda. Bien, pero ¿qué me dices? ¿Hay algo de nuevo?

—Tengo un montón de pistas, pero parece como si todas acabasen al pie de un muro liso e inescalable. Creo que la clave está en Miss Fantasma.

—Es Thea von Kappera —exclamó ella.

—No estoy tan seguro. Tengo informes de que no ha llegado al país, y a menos que haya entrado ilegalmente… aunque puede que hoy mismo averigüe algo sobre el particular.

—¿Cómo, Budd?

Etta formuló la pregunta mientras se servía una generosa dosis de whisky. Baxter se acercó a la consola y le quitó el vaso y la botella.

—El licor también contribuye a la elaboración de grasas —dijo.

—¡Budd, por todos los diablos! Si ahora que tengo pasta en abundancia, no voy a poder darme caprichos, ¿entonces…?

—Tienes el dinero para disfrutar, pero no abusar, y ese dinero puede servirte para recobrar aquella figura de la que tan orgullosa te sentías diez años atrás.

Baxter volvió al diván. Etta lanzó una maldición.

—Está bien, procuraré moderarme… Oye, acabas de decirme que tienes una pista.

—En realidad, son dos. Hombre y mujer.

—La mujer será joven y bonita, claro.

—No está mal, aunque por el momento se halla ausente de la ciudad. Pero sé dónde vive y trataré de verla en cuanto regrese.

—Tengo curiosidad por conocerla…

—No te diría nada. Se llama Tony Sanders y debe de tener unos veinticinco años.

—¡Sanders! —dijo Etta explosivamente.

Baxter la miró muy interesado.

—Diríase que la conoces —murmuró.

—Tony Sanders, la hija de Edgar el Hurón… Era una chica muy avispada, inteligente, ágil… parecía un muchacho… y también una cabra montés. Yo la he visto trepar por lugares inverosímiles… A veces, se me ponían los pelos de punta, pero su padre se echaba a reír y decía que Tony tenía vocación de mosca. Acabamos llamándola así, La Mosca, ¿comprendes?

Baxter movió ambas manos, a fin de contener su verborrea…

—¡Un momento, por favor! —gritó—. ¿Dónde diablos conociste a los Sanders?

—En Picoya City, naturalmente, allá, en la sierra californiana. Él era un buscador más, pero, como todos, escasamente afortunado, hasta que un día se hartó y me dejó los títulos de propiedad de las cuatro parcelas que poseía, como pago de las deudas contraídas en nuestra tienda-cantina. Luego, cuando en lugar de oro resultó que había uranio y mi pobre marido falleció y yo me quedé dueña de todo, El Hurón trató de pleitear conmigo, pero mis abogados le hicieron desistir, porque el traspaso de la propiedad se había hecho de forma absolutamente legal.

—De modo que tenemos un buscador fracasado, que, además, se sintió despechado, y hay una hija capaz de trepar por cualquier parte…

—Así es, muchacho —confirmó Etta—. De modo que ya sabemos quién es la que me robó las joyas. Para vengarse, naturalmente.

Baxter se rascó la mejilla con el pulgar.

—Etta, puede que haya un fondo de verdad en lo que dices, pero, a pesar de todo, creo que hay todavía algunos puntos oscuros que aclarar.

—¿Cuáles, por favor?

—Primero, el piloto vio verdaderamente a Thea von Kappera y de ello no se puede dudar. Se debe tener verdadera imaginación para describir a la alpinista austríaca de un modo tan realista, que la foto robot resulte prácticamente igual a la auténtica. Y, segundo, ¿de dónde diablos sacó Miss Fantasma cincuenta billetes de a cien, falsos? Suponiendo que fuese la auténtica, no tenía necesidad de emplear moneda falsificada; sus anteriores golpes le han proporcionado dinero en abundancia, ¿comprendes?

Etta sonrió.

—Lo único que comprendo es que todo esto es incomprensible —contestó divertidamente.