XI

Pete Douglas hizo retroceder el cronomóvil a unos minutos más tarde de la partida al tiempo precedente.

—¿Han oído ustedes? —dijo Elyn, indignada.

—A las mil maravillas —contestó el científico.

Jake estaba sumamente preocupado.

—¿No dice usted nada? —le preguntó Elyn.

—Estoy preguntándome adonde podrán ir esos dos tipos —respondió Jake.

—A buscar a un criptógrafo, claro —dijo Douglas.

—¿Y dónde pueden hallarlo mejor que en la Embajada de Lroimos?

Era Elyn la que había hablado. Jake volvió los ojos hacia ella.

—¿Usted cree que si Uno y Dos actuasen por cuenta de la embajada, no tendrían ya el problema resuelto, sólo con llevar sus seis séptimas partes de clave al gabinete de cifra?

—¡Es verdad! —exclamó la joven.

—Entonces, buscarán un criptógrafo particular —dijo el científico.

—No los hay, no es una profesión como la de médico o abogado —manifestó Jake—. Que yo sepa, todos los criptógrafos trabajan para el gobierno. Siempre ha sido así…

—Pero ellos no van a buscar a un criptógrafo terrestre para que les traicione —alegó Elyn.

—¿Es que no ha oído la forma en que le pagarán cuando haya descifrado la clave?

Elyn asintió.

—Buscarán a un criptógrafo y le pagarán lo suficiente para tentarle y que les haga el trabajo en sus horas libres. Luego… —murmuró sombríamente.

—¿Y no hay un modo de impedirlo? —preguntó Douglas.

Jake reflexionó unos momentos.

—Tenemos que seguirles —respondió al cabo—. Douglas, no podemos hacer nada por evitar que hagan lo que ya está hecho, pero sí evitar lo que quieren hacer.

—Comprendo. ¿Cómo lo conseguiremos?

—Volviendo al punto en que terminaron de estropear el trabajo y siguiéndoles dondequiera que vayan.

—¿Ya podremos ir tras ellos? —dudó Elyn.

—Sí, porque si no me equivoco, su cronomóvil adolecerá del mismo defecto que el nuestro… perdón, el del amigo Pedrito: es decir, lentitud en los desplazamientos espaciales.

—Comprendo —contestó la muchacha.

—Pero con una condición —terció Douglas.

—¿Cuál? —preguntó Jake.

—La persecución se iniciará y se suspenderá lo necesario para que Elyn pueda ser interrogada en el detector de mentiras. Es un tiempo que ha ocupado en un acto que no se puede soslayar, porque podría tener influencias en su futuro.

Elyn miró a Jake.

—Conforme —accedió el joven—. Otra de tus famosas paradojas, ¿no?

—Justamente.

—Y… —Jake hizo un gesto significativo con la mano—, ¿no podrías dar un pequeño rodeo por un ladito de esa línea del tiempo de Elyn?

—No.

Jake volvió los ojos hacia la muchacha.

—No puede —dijo con acento resignado.

Ella sonrió y le oprimió el brazo con gesto cariñoso.

—¡Ánimo! ¡Acabaremos encontrando a esos dos criminales y…!

Mientras hablaba, Douglas se acercaba a su cronomóvil. De pronto, lanzó un agudo grito.

—¡Eh!

Jake y Elyn volvieron la vista hacia el científico. La atmósfera se enturbiaba delante de Douglas.

—¿Qué es eso? —exclamó la muchacha.

Jake se sintió asaltado por un súbito presentimiento. De pronto, el cronomóvil en donde viajaban los dos hombres de Lroimos se hizo visible.

La portezuela se abrió. Jake vio a Uno empuñando una pistola de forma muy rara y aspecto desusadamente grande.

—¡Venga, Elyn! —gritó, tirando de la muchacha.

Casi tuvo que llevársela a rastras, pero su oportuno gesto le salvó la vida. Uno disparó el arma una vez y Douglas, cogido por sorpresa, no pudo escapar.

El cuerpo del científico se convirtió en una ascua de luz dorada, que desapareció casi en el acto. Al extinguirse el resplandor, ya no quedaba el menor rastro de Douglas.

Uno hizo varios disparos en distintas direcciones. Las paredes del barracón comenzaron a arder.

El cronomóvil estalló cuando Uno le dirigió un par de descargas. Jake y Elyn salvaron la vida, escondidos tras una pila de cajones de embalaje, delante de los cuales había uno de los aparatos de control construidos por Douglas.

El aparato se incendió, pero paró las descargas. Uno dejó de disparar cuando vio que el cobertizo era una masa de llamas.

Entonces, Dos puso en funcionamiento el mecanismo de traslación temporal y el aparato y sus dos hombres desaparecieron de aquel lugar en contados segundos.

Jake agarró a Elyn de la mano y echaron a correr. Mientras escapaban del cobertizo en llamas, Elyn lloraba a lágrima viva.

* * *

Jake se paseaba furiosamente por el salón de su casa, mientras Elyn, desmoralizada, se había derrumbado sobre un diván. La inesperada muerte de Douglas había anonadado a la muchacha.

—La culpa fue mía —dijo Jake—. Sabiendo la clase de gente que son esos tipos, ni siquiera se me ocurrió llevar un arma…

Pensó en la pistola de dardos paralizantes, pero se la había dejado después de regresar del edificio donde estaba el detector de mentiras. Además, el cobertizo era muy grande y no tenía la seguridad de que los dardos hubieran alcanzado a Uno.

—Con reproches, no conseguirá nada, Jake —manifestó Elyn—. Usted hizo lo que pudo y su conciencia debe estar tranquila.

—Sí, pero mi pobre amigo murió por mi culpa. ¡Si yo no hubiese ido a buscarle!

—En tal caso, la culpable fui yo, por buscarle a usted. Pero si no me hubiese dado su tarjeta de visita en el apartamiento de Tkimos-30, no le habría visitado y… Oh, Jake, dejémonos de pensar en lo ocurrido. Hagamos algo en lugar de estar aquí hablando de tonterías que no resuelven nada.

Jake la miró con cierta admiración. Elyn parecía haberse recobrado del duro trancé sufrido.

—Usted conoce mejor que yo las costumbres de la Tierra —siguió ella—. Uno y Dos no pueden recurrir a los servicios de cifra de la embajada, luego tienen que hacerlo por medio de un criptógrafo terrestre. Y, según dijo usted, no son hombres que abunden.

—Pero tampoco son conocidos. Sin embargo…

Jake se mordió los labios.

—Puede haber una solución —añadió de repente—. ¿Quiere venir conmigo?

—¿Adonde? —preguntó Elyn.

—A ver a un tipo que, en cierta ocasión, me organizó el más hermoso jaleo que me he visto en los días, de mi vida. ¡Corramos!

El tirón que Jake dio de la mano de Elyn casi la arrancó del suelo. A ella no le desagradó en absoluto el vehemente comportamiento del terrestre.

Albert Öpp miró con sorpresa y recelo a la pareja que entraba por las puertas de su estudio. El recuerdo de lo ocurrido le hizo temblar.

—Le aseguro que me asusté… Por supuesto, usted no es un asesino, señor Díaz…

—Déjese ahora de excusas, Albert —cortó el joven secamente—. Mi amigo Peter Douglas me dijo que usted poseía una retentiva fabulosa.

—Bueno, lo corrientito…

Jake sacó un fajo de billetes de a mil solares exteriores y lo arrojó sobre una silla.

—Deje todo lo que tenga entre manos y reprodúzcame inmediatamente las caras de aquellos dos individuos a quienes vio en mi despacho —pidió imperativamente.

Öpp miró alternativamente a Jake y a Elyn y terminó por asentir.

—Conforme.

Eligió una hoja de papel blanco, la colocó sobre un tablero y empezó a dibujar.

La mano de Öpp se movía con una rapidez mágica. Quince minutos más tarde, quitaba la hoja del tablero y la ponía delante de los ojos de la pareja.

—¿Qué les parece?

Jake movió la cabeza admirado.

—Ni que hubiera-tenido delante al modelo —dijo.

Öpp se señaló la frente.

—Está aquí —sonrió—. Dentro de un cuarto de hora tendrán al otro.

Volvió al trabajo. Mientras, Jake descubrió un visófono en un rincón del estudio.

—¿Puedo usarlo?

—Claro —contestó el artista.

Jake se fue hacia el aparato y buscó en el indicador automático de números. Una vez tuvo el que deseaba, lo marcó y esperó unos instantes.

El rostro de una rubia gorda y madura apareció ante sus ojos.

—Jake, muchacho —exclamó la rubia—. ¿Dónde te has metido todo este tiempo?

—Trabajando, Nina —contestó el joven—. Necesito pedirte un favor.

—Lo que quieras, chico. ¿De qué se trata?

—¿Conoces a «El Lince»?

La rubia soltó una estridente risotada.

—Más que a mi papada —contestó con excelente humor—. ¿Qué le digo?

—Sólo una cosa: que me espere todo el tiempo que sea. En cuanto le veas aparecer, díselo. Añade que también hay dinero en perspectiva. Honrado, ¿entiendes?

La rubia hizo una mueca.

—Tú no te lo ganarías de otra forma, Jake —contestó—. Está bien, se lo diré. ¿Hoy mismo?

—Aunque sean las doce de la noche, y si a esa hora no he llegado, que siga esperando.

—Vamos, que acampe en mi bar.

—Justamente. Gracias y hasta luego. Nina.

—Hasta luego, chico.

Jake cortó la comunicación. Elyn preguntó:

—¿Quién es esa mujer?

—Se llama Nina Frank y es la dueña de «El Pelícano Dorado», un bar de, a decir verdad, no muy buena reputación.

—¿Y «El Lince»?

Jake sonrió sibilinamente.

—Uno y Dos se han sobrevalorado a sí mismos —contestó—. Como yo, en cierta ocasión, confié demasiado en las máquinas, olvidándome de que, por ahora, el factor humano es insustituible.

—¿Y…?

—Sencillamente, vamos a trabajar en colaboración con el hampa de la ciudad. —Jake meneó la cabeza—. Los tiempos cambian, pero aún estoy por ver una gran ciudad, sea donde sea, que no disponga de su correspondiente sector poco… bueno, de los barrios bajos, ¿comprendes?

Elyn se estremeció.

—En Lroimos no existen en ninguna ciudad —contestó.

—Lroimos es otro mundo —dijo Jake.

—Será una experiencia fascinante —murmuró Elyn.

—Para mí, las experiencias han sido de muy distinto modo. —Jake se acordaba de la pelea que había tenido consigo mismo y sintió escalofríos.

Por nada del mundo deseaba volver a pasar por un trance semejante.