X

Jake llenó una taza de café y se la entregó a la muchacha.

—Así que sin la máquina no puede recordar el tema de la conversación —dijo.

Elyn denegó con la cabeza.

—Me resulta absolutamente imposible. Incluso le diré que sé que hablé con mi tía, porque lo hemos averiguado «a posteriori», pero no porque lo recuerde.

—¿Es bruja su tía?

—¡Jake! —protestó ella con vehemencia.

Jake sonrió.

—No lo dije en sentido peyorativo, sino porque me figuro que está hipnotizada para que no recuerde el tema de la conversación… y la séptima parte de la clave que usted lleva en su mente.

Elyn le dirigió una mirada inquisitiva.

—¿Está seguro?

—Apostaría diez a uno a que es así, Elyn.

La muchacha se quedó pensativa.

—Eso explicaría muchas cosas, Jake. Pero no la muerte de Tkimos-30.

—Tkimos-30 murió porque ya le habían sacado su séptima parte de la clave, que era la número seis.

—Y la mía es la número siete.

—Justamente.

—Lo cual quiere decir que, cuando la hayan obtenido, tendrán acceso a la caja de caudales. ¿Qué contiene, Jake?

—Me siento en la más completa ignorancia acerca del tema —contestó él.

Apuró el contenido de su taza y dio dos pasos por la habitación de su casa, donde se habían dirigido después del fracaso con el detector de mentiras.

—Pero lo que más me preocupa es la forma que tuvieron de estropear también la máquina —añadió.

—Previeron que iríamos allí y se anticiparon a nosotros —contestó ella.

—De día no pudieron hacerlo, Elyn —objetó Jake.

—Entonces, lo hicieron de noche.

—¿Y el centinela? ¿Lo paralizaron también? ¡Todavía estará durmiendo, Elyn!

La chica guardó silencio.

—En tal caso, no hay más que una explicación, Jake —dijo luego.

—¿Cuál?

—Han usado un cronomóvil y llegaron antes que nosotros.

Jake la miró de hito en hito.

—¿Disponen ellos de un cronomóvil? —exclamó.

—Pues… no podría asegurarlo, pero tampoco lo negaría. Yo creo haber visto a mi llegada a la casa de campo —ya empezaba a recobrarme—, un aparato parecido a un gran medio huevo transparente, con una plataforma interior y dos sillones… pero puede que sea sólo una sugestión debida a la droga hipnótica…

Jake chasqueó los dedos.

—No ha podido ser otra cosa —dijo excitadamente—. ¡Un cronomóvil! Igual podrían haber llegado antes que nosotros; tuvieron tiempo de sobra, pero especularon con el hecho de que no podrían interferir la máquina durante las horas de trabajo. Sencillamente, se esperaron a que se fuera el último técnico y…

—Nos ganaron por algunos minutos —dijo Elyn tristemente.

—Sí, pero eso tiene un arreglo.

Jake se fue hacia el visófono y marcó un número.

La cara soñolienta de Pete Douglas apareció momentos más tarde en la pantalla.

—Estoy durmiendo. Buenas noches…

—¡Despierta! ¡Un asesino corre a tu casa, con un puñal en la mano!

—¡Eh! —respingó Douglas—. ¡Que yo soy un hombre pacífico!

Sonó una alegre carcajada. Jake miró a Elyn y le guiñó un ojo.

—Esa broma tiene muy poca gracia —refunfuñó Douglas al darse cuenta del engaño.

—Era para que te despertases —contestó Jake—. Os necesitamos.

—¿A mí?

—A ti y a tu cronotrasto.

Douglas apretó los labios.

—Adiós, me voy a dormir.

Y cortó la comunicación.

Jake no se inmutó.

—No debí habérselo dicho por visófono. Vamos, Elyn.

La muchacha se levantó en pie. Al pasar delante de un espejo, se atusó el cabello.

—¿Tiene un peine a mano? Estoy hecha una facha…—se quejó.

Jake tiró de su brazo.

—Usted está guapa siempre —rezongó—. Andando.

Momentos después, aterrizaban en el patio de la casa. Las luces estaban apagadas.

—Se ha vuelto a dormir —dijo Elyn.

—Le despertaremos.

Jake dio la vuelta a una esquina y encontró la ventana del dormitorio de su amigo. Levantó el bastidor y gritó truculentamente:

—¡Pete Douglas! ¡Vengo a matarte!

—¡Atrévete y te lleno el cuerpo de perdigones!

Jake se dejó caer al suelo en el acto.

—Demonios, con el cazador. ¡Eh, Pedrito, que soy yo!

—Ya lo sé —contestó el científico—. Y porque eres tú, no he apretado los dos gatillos de la escopeta, pero si no te vas de inmediato…

De pronto, sonó un agudo grito:

—¡El cobertizo! ¡Está ardiendo!

Jake levantó la vista y vio unas llamas. Douglas corrió hacia la ventana.

—¡Fuego! ¡Fuego!

—¡Maldición! —juró Douglas, tirándose a través del hueco. Descalzo como estaba, atravesó el patio y se encontró con un manojo de periódicos cuyas llamas se apagaban ya por sí solas.

—¿A quién se le ha ocurrido esta broma estúpida? —rugió.

—A mí, señor Douglas —contestó Elyn, a sus espaldas—. Lo siento, pero necesitamos su cronomóvil.

Jake llegaba en aquel momento. Douglas le miró furiosamente.

—Siempre has de salirte con la tuya —masculló.

—Bueno, ¿pero para qué quieres el cronomóvil? ¿Para adorno o para que tus gallinas pongan encima sus huevos?

Douglas dejó caer las manos a los costados.

—Está bien, pero yo no…

—Sí, sí, lo de la palangana —cortó Jake sarcásticamente—. Anda a vestirte. Te esperamos aquí.

Douglas se alejó hacia la casa, regresando unos minutos después. Abrió el cobertizo y dio la luz.

—¿Adónde vamos ahora? —preguntó.

—A un edificio del gobierno, a impedir que se cometa un estropicio.

—¿Está hecho ya?

—Sí.

—Sabes que no se pueden variar los hechos, Jake —dijo Douglas severamente.

Jake calló un momento.

—Tienes razón —suspiró—. Pensaba ir, quitar el circuito que van a estropear, poner uno falso y luego cambiarlo por el bueno.

—Pues si el circuito ese está estropeado —empiezo a figurarme lo que ha sucedido—, ya no puedes evitarlo.

—¿No me das ninguna solución? —pidió Jake plañideramente.

—Como máximo, te concederé que veas cómo lo hicieron. Pero no puedes lanzar a esa chica a una paradoja temporal, como la que te ocurrió a ti. ¿La has interrogado ya en la máquina del gobierno?

—Sí.

—Y se ha estropeado igual que pasó con tu máquina.

—Sí.

—Bien, si ahora hicieras el trueque de circuitos, regresar después al tiempo del interrogatorio en la máquina, te expondrías a que hubiese otra Elyn Ta.

—¿Y qué? Me daría la respuesta que espero… Cambiando el circuito antes de que lo estropeen…

Douglas sacudió la cabeza.

—No lo comprenderías. En tu caso fue distinto. Tú marchaste y regresaste a través de la línea del tiempo y ello provocó la paradoja, pero luego Jake I y Jake II volvieron a confluir en uno solo. Con Elyn no ocurriría así.

—¿Por qué? —quiso saber Jake.

—Porque lo tuyo fue una acción meramente física, pero la mente de Elyn podría quedar influenciada por estos desplazamientos del campo temporal interno de la máquina al externo, no en los momentos de tránsito, sino al utilizar la detectora de mentiras. ¿Tienes ganas de que se convierta en una idiota?

—¡Diablos, no!

—Entonces, vamos si quieres ver cómo lo hicieron. Podremos escucharles y averiguar sus propósitos. Así estaremos en condiciones de parar sus golpes.

—Pero eso será influir también en sus decisiones.

—Influirás en las que tomen después de vuelto al tiempo normal, es decir, en lo que hagan a partir de ahora, por ejemplo, o luego mañana, pero no podrás hacer nada desde que estropean el circuito hasta este momento, porque lo que han hecho en ese plazo, ha pasado ya y no se puede desvirtuar.

—Comprendo. —Jake suspiró—. Bien, del mal el menos. Elyn, no ¿se le ocurre ninguna idea para solucionar este problema?

—Hipnotismo —contestó la chica.

Jake reflexionó unos momentos.

—Podría intentarse, pero todo depende de la influencia que su tía continúe conservando sobre su subconsciente.

—Hay drogas —apuntó Douglas.

—Bueno, veremos. No sabemos qué clase de hipnotismo empleó Dikreia-11 con Elyn; hay que tener en cuenta que allí las cosas se hacen de otro modo y pudiéramos dañar su cerebro.

—Eso es cierto —concordó el científico—. ¿Vamos?

* * *

Uno y Dos estaban trabajando en el detector de mentiras.

—¿Te falta mucho? —preguntó Dos.

—Un par de cortes y un golpe de soldador —respondió Uno.

—Estoy nervioso. Ellos disponen también de cronomóvil.

—No creo que vengan. Estarán esperando a más tarde. Nosotros hemos entrado apenas se terminó la jornada.

—Por si acaso, será mejor que te des prisa.

—De acuerdo.

Uno continuó su labor. Jake, Elyn y Douglas les contemplaban a pocos pasos de distancia.

—Ya está —dijo Uno al cabo.

Cerró la tapa y recogió todo cuanto podía delatar su huella en aquel lugar. Luego asió la caja de las herramientas, apenas mayor que una de cigarros y se dispuso a salir.

—Escucha —dijo Dos de pronto.

—¿Qué quieres? Date prisa; el tiempo se nos pasa…

—Se me ha ocurrido una idea. Tenemos seis de las séptimas claves, ¿no es cierto?

—Sí, pero tanto daría que no tuviésemos nada…

—Poco a poco, camarada. Los que no tienen nada son los otros. Nosotros, recuérdalo, tenemos seis partes. Nos falta una.

—Sin la cual-dijo Uno pacientemente—, no podemos hacer nada.

—Porque no sabemos descifrar el conjunto de las seis claves.

—Noticia fresca. Es como una cerradura con siete llaves; mientras te falte una…

—No hablas bien —dijo Dos—. Es como si alguien hubiera fragmentado una llave en siete pedazos y no notros hubiéramos podido conseguir seis. ¿Es que un hábil cerrajero no sabría reconstruir esa llave, mejor dicho, otra igual, entregándole los seis fragmentos que tienes en tu poder?

Uno reflexionó profundamente.

—¿Adónde quieres ir a parar? —preguntó al cabo.

—Muy sencillo. Las claves son otros tantos fragmentos de llave. Ahora bien, cualquier sencillo artesano sabría reproducirte una llave entera con sólo seis séptimas partes. Figúrate que tomas una hoja de papel, la cortas en siete partes, iguales o distintas, como quieras, lo mismo da, y destruyes una de ellas. ¿No te atreverías tú a reconstruir ese rectángulo de papel o uno igual con los seis fragmentos que te quedan?

—Sí, pero esta clave es algo distinta —objetó Uno.

—¡Y tanto que es distinta! Como que se trata de una serie de frases, divididas en siete partes y repartidas en siete mentes. Pero las que hemos conseguido, no lo son por orden sucesivo, es decir el uno, el dos, el tres y así hasta el seis, faltándonos solamente el fragmento número siete, sino que lo fueron por un orden arbitrario… el que nos permitieron las circunstancias.

Uno hizo un gesto de impaciencia.

—No haces más que repetirme cosas archisabidas —dijo.

—Es que quiero que entre la comprensión en tu cerebro —contestó su compañero—. Si tuviéramos los seis primeros fragmentos, el final del conjunto de frases, digamos más bien el párrafo, sería relativamente fácil de completar. Pero el fragmento que nos queda es precisamente el central, el número cuatro y si ya es difícil reconstruir el conjunto de frases en escritura normal, imagínate lo que ocurrirá cuando se trata de una clave.

—Bien, ¿y qué quieres decirme con esto?

—Muy sencillo: necesitamos los servicios de un criptógrafo. Le entregamos las seis claves que tenemos en nuestro poder y que nos lo descifre a lenguaje llano y ordinario.

Hubo una pausa de silencio.

—¿Y después? —preguntó Uno al cabo.

—¿Cómo «después»?

—El criptógrafo sabrá tanto como nosotros.

Dos sonrió torvamente.

—Sabrá lo mismo que sabe ahora el profesor Tkimos-30 —contestó—. Naturalmente, cuando haya acabado su trabajo.

Uno sonrió también.

—Eres un chico listo —dijo.

—Ya lo sé —respondió Dos llanamente—. Por eso ando metido en estos jaleos. ¡Vamos!