III
Pete Douglas se paseaba furiosamente por el cobertizo, mientras Jake le contemplaba fumando un cigarrillo con expresión apacible.
El cronomóvil estaba en un lado del cobertizo. Aparentemente, parecía un gravimóvil corriente, salvo sus dimensiones, algo mayores. Pero el cronomóvil necesitaba una unidad propulsora, a fin de poder realizar sus desplazamientos en el campo espacial.
Douglas se detuvo de pronto y miró a su amigo con expresión colérica.
—¡Eso que pretendes es una locura, Jake! —gritó.
—¿Por qué? —preguntó el joven tranquilamente.
—No puedes efectuar un desplazamiento en tu misma línea temporal. Es una paradoja insalvable.
—¿Insalvable?
—Sí, justamente. ¿Cómo vas a querer viéndote a ti mismo, hacer lo que hiciste unos días antes? Si estamos a quince de abril, tú no puedes estar al mismo tiempo en el quince de abril y en el nueve, que fue cuando murió ese Tkimos-30.
—Entonces, tu cronomóvil es una porquería.
—¡No hables así de mi invento! —chilló Douglas.
—Hablo como me da la gana. ¡Pues no faltaría más! —dijo Jake, empezando a perder la paciencia—. Si no puedo ir en el tiempo adonde me dé la gana, ¿para qué diablos me sirve ese trasto?
—Jake, por el amor de Dios, trata de comprender… Retrocedes en el tiempo a lo largo de tu línea temporal…
—Eso sería si quisiera quitarme años y empezar de nuevo. Pero no pretendo tanto, sino solamente comprobar si soy o no un asesino.
—Tienes las pruebas, ¿no?
—Puede que sí, puede que no. El hallazgo de un gemelo bajo la alfombra, legalmente, sólo demuestra que es mío y aun así, si lo reconozco, yo. Hay muchos que usan mis mismas iniciales y es un tipo de gemelo de uso bastante corriente. John Dilling, Jean Dupont, Jan Duklas… miles, millones de personas tienen unas iniciales idénticas a las mías…
—Pero tú dices haber soñado que asesinabas a Tkimos-30. ¿No padecerás sonambulismo?
—Cuando me echo a dormir, es como si cayera una piedra en la cama —aseguró Jake muy serio—. Además, el retroceso temporal será paralelo, no en la misma línea…
Douglas extendió la mano derecha.
—Conforme, pero si algo te ocurre, no te quejes luego —dijo.
—¿Qué puede ocurrirme? —preguntó Jake.
—Que se realice la paradoja temporal.
—¿Y…?
—Sencillamente, volviendo al campo temporal normal, te encontrarías duplicado.
Jake se mordió los labios.
—Habrá un medio de evitarlo, supongo —dijo.
—Sí, uno.
—¿Cuál?
—Seguir mis instrucciones al pie de la letra. Si las desobedeces…
—Habrá dos Jake Díaz.
—O ninguno. Podrías desaparecer como si jamás hubieras existido.
Jake reflexionó unos momentos.
Al fin, dijo:
—Cualquier cosa es preferible antes que pasar por un asesino sin serlo, Pedrito.
—Muy bien. Aguarda un momento. Voy a por una palangana.
—No te hagas el gracioso; no necesitas lavarte las manos —rezongó Jake—. ¡Al cronomóvil!
* * *
La atmósfera vibró con suaves ondulaciones, que alteraban la visión de las cosas. Poco a poco, el ambiente se estabilizó y cesó aquella desagradable sensación, próxima al mareo.
—Creo que hemos llegado en el momento justo —dijo Douglas.
—¿No nos verán? —preguntó Jake.
—No. Estamos en otra dimensión temporal, «fuera» de ellos y de su ambiente y en un plano que podríamos calificar de superior.
—Lo cual significa que observaremos las cosas desde una perspectiva temporal más elevada.
—Dicho con palabras profanas, así es.
Jake movió la cabeza.
Estaban en el despacho donde trabajaba el profesor Tkimos-30.
«Él» también estaba allí.
A Jake le producía una aflictiva sensación verse a sí mismo de una manera muy distinta a como se hubiera visto reflejado en una pantalla cinematográfica. Aquel sujeto que estaba con Tkimos-30 era él… y él estaba viéndose, fuera del tiempo y del espacio en que se movía su otro yo.
—Increíble —murmuró.
Tkimos-30 estaba sentado en un sillón, al cual quedaba sujeto por unas vulgares ligaduras.
Parecía desvanecido, pero su respiración era normal. En la cabeza tenía un casco de forma casi oblonga, de cuyo centro, en la parte superior, partían una docena de cables de varios colores, todos los cuales iban reuniéndose sucesivamente, hasta componer uno de color gris fuerte, que desaparecía en el centro de una gran caja, tamaño maleta, situada a espaldas del sillón.
—¿Qué hace con ese casco? —preguntó Douglas.
—Vaciarle los sesos —respondió Jake.
—¡Eh!
—Bueno, no físicamente, sino mentalmente. Le extraen todos sus conocimientos y…
—¿Y qué?
—Pues no sé más —rezongó Jake—. Los aprovechan de algún modo, eso es cuanto sé.
—Una extraña manera de hipnotismo, ¿no?
—Algo por el estilo.
Pasaron algunos minutos; De pronto, el otro Jake dio media vuelta a un interruptor situado en la maleta y, a continuación, quitó el caso de la cabeza de Tkimos-30.
Guardó el casco en una caja de aspecto similar a la de la maleta, junto con el manojo de cables. Acto seguido, desató a Tkimos-30 y metió las cuerdas en la misma caja.
Sin perder tiempo, cargó con el historiador y lo llevó a su dormitorio.
—Sígueles —dijo Jake.
Douglas hizo funcionar el mando espacial del cronomóvil. Un segundo después, estaban en el dormitorio de Tkimos-30.
—¡Repugnante! —dijo Douglas.
—¡Canallesco! —añadió Jake.
Su otro yo había puesto una almohada sobre la cara de Tkimos-30, tendido en el lecho, y la apretaba con mano firme.
—¿No podríamos intervenir para evitar el asesinato? —preguntó Jake, que sudaba copiosamente al verse a sí mismo dar muerte a otra persona.
—¡Imposible! Ten en cuenta que Tkimos-30 está muerto ya.
Jake asintió tristemente. Era una línea del tiempo que ya no se podía alterar.
—Alguien me hipnotizó —dijo tristemente.
—¿Quién?
—No tengo la menor idea. ¡Y yo que creía que se trataba de una pesadilla! —murmuró Jake con acento de infinita amargura.
Al cabo de unos minutos, el otro Jake separó la almohada. Se inclinó unos momentos sobre Tkimos-30 y le puso una mano sobre el pecho.
—Ya ha muerto —dijo Douglas.
El otro Jake apagó la luz, giró sobre sus talones y salió del dormitorio. Inmediatamente, recogió la caja y la maleta y se dirigió hacia la puerta.
—Síguele, Pedrito —pidió Jake.
El cronomóvil se desplazó en el espacio. El otro Jake abrió la puerta, salió al pasillo y se dirigió hacia el ascensor.
Pero no entró. Dejo las maletas junto a la puerta y luego marchó en busca de la escalera.
—¿Por qué no se lleva los bultos? —preguntó Douglas.
—Hay una razón muy comprensible —contestó Jake—. Alguien tiene que venir a recogerlos. Yo no fui otra cosa que un instrumento en manos de los verdaderos asesinos.
—Pero, ¿por qué no lo hicieron ellos mismos?
—Opino que tal vez quisieron eludir el riesgo de no ser recibidos por Tkimos-30, lo cual habría comprometido el éxito de la operación.
—Es posible —admitió Douglas—. ¿Quieres que lo comprobemos?
—¿Retrocediendo más todavía?
—Sí, por supuesto.
—Espera un momento. Antes de hacer nada, quiero ver la cara del tipo que ha de recoger las maletas.
Pasaron algunos minutos. De pronto, se encendió una luz que indicaba iba a detenerse el ascensor.
—Ahí viene —dijo Jake.
Esperaron con los nervios en tensión. La puerta se abrió.
No salió nadie.
—¿Qué pasa ahí?
—¡Espera! ¡Ocurre algo…! —exclamó Douglas.
La atmósfera se enturbió repentinamente. De pronto, se sintieron inmersos en una espesísima niebla, que no permitía ver al otro lado de la cúpula transparente del cronomóvil.
La niebla duró treinta segundos escasos. Cuando se disipó, la maleta y la caja habían desaparecido.
—¡Abajo, Pedrito! —gritó Jake.
—¿Abajo… o arriba? —contestó Douglas—. ¿Cómo podemos asegurar que no se marcha en gravimóvil por la terraza, o en una cinta rodante a través de alguno de los niveles aéreos o…?
—¡Basta ya! —gruñó Jake, exasperado—. Haz cualquier cosa, pero que sea pronto.
Douglas arrojó una mirada al cuadro de mandos.
—No puedo hacer nada —suspiró resignadamente.
—¿Cómo?
—El tipo que se llevó las maletas vino provisto de un interferidor total: interferidor temporal y de espacio. No hay grabación de su rastro en el tiempo y en el espacio y, por lo tanto, no podemos seguirle.
Jake reflexionó durante algunos instantes.
—¿Quiere eso decir que suponían que podíamos observarles?
—Cubrieron todas las eventualidades —respondió Douglas—. Acaso no se figuren que estamos a bordo de mi cronomóvil, pero evitaron ser reconocidos por algún posible habitante del edificio.
—Entiendo. Se hicieron invisibles.
—Justamente.
Jake reflexionó durante unos momentos.
—Bueno, retrocede en el tiempo. Quiero verme llegando a casa de Tkimos-30.
Douglas manejó los mandos del aparato. Minuto más tarde, se hallaban de nuevo en el apartamiento.
Tkimos-30 estaba escribiendo. De pronto, levantó la cabeza.
—Alguien llama —dijo Jake a media voz.
—Tú —contestó Douglas.
Tkimos-30 se puso en pie y atravesó el salón. Abrió la puerta y se encontró con el otro Jake, quien iba vestido con un mono blanco y llevaba dos cajas en las manos.
—Con su permiso, señor —saludó Jake—. Soy de la compañía de limpieza y conservación del edificio. Entre otras cosas, revisamos instalaciones, limpiamos alfombras, reparamos pequeños desperfectos en el mobiliario… En fin, a la administración le gusta tener los apartamientos en completo orden.
Tkimos-30 sonrió.
—Ah, muy bien —contestó—. Pase usted, amigo.
Jake cruzó el umbral. En el dorso de su mono de trabajo podía leerse:
COMPAÑÍA ACME STAR
Conservación de Edificios
Dejó las cajas en el suelo, se arrodilló y abrió una de ellas, de la que sacó un tubo del tamaño de un cigarro habano.
—Con su permiso, yo seguiré trabajando —dijo Tkimos-30.
—Está muy fatigado —respondió Jake. Apuntó con el tubo a la cara del historiador y le disparó un chorro de gas, que lo derribó instantáneamente.
Unos minutos más tarde, Tkimos-30, sumido en la inconsciencia, quedaba atado a un sillón. A continuación, Jake se quitó el mono y quedó con ropas corrientes.
—Y así empezó la cosa —dijo Douglas.
—No —contestó Jake-la cosa empezó cuando alguien vino a mi casa y me hipnotizó.