IV

Elyn Ta vestía un seductor conjunto de color naranja, que realzaba sus formas llenas y juveniles. El bolso y las botas hasta media pierna eran del mismo color, que contrastaba agradablemente con los tonos de su piel y de su cabello.

El conjunto, sin embargo, estaba estropeado por la expresión afligida que aparecía en el rostro de Elyn.

—Usted dijo que podía ayudarme, señor Díaz —manifestó.

—Fue usted la que dijo que podía necesitar de mí, pero es lo mismo. La ayudaré —contestó Jake.

—Gracias, señor Díaz. Cuando me fijé en su tarjeta con más detenimiento y vi que… Bueno, siendo detective privado, puede trabajar para mí.

—Hasta cierto punto. Tengo entre manos un caso interesantísimo.

—Le pagaré bien —aseguró Elyn.

—No es cuestión de dinero, señorita…

—Llámeme Elyn. En Lroimos no usamos tratamientos, Jake.

—A su gusto, Elyn. Pero ya le he dicho que… Bueno, dígame qué le ocurre.

—Mi tía. Ha desaparecido.

—¿Rapto?

—Temo que sí. Es riquísima… y en moneda exterior.

—En la Tierra aún se conserva la desagradable costumbre del secuestro para pedir rescate —admitió Jake llanamente—. Siga.

—Desapareció hace dos días. Debíamos habernos reunido en el Hotel Imperial, pero no compareció.

—¿Venía de Lroimos?

—Ya estaba en la tierra. Había llegado hacía casi dos semanas, poco después que yo. Acordamos una fecha para reunirnos en el Imperial, pero al ver que se retrasaba…

—Conforme. Vino a verme. ¿Se le ha ocurrido preguntar en el astropuerto?

—Mi tía llegó, de eso no hay duda alguna.

—¿Quién le ha sugerido la idea del secuestro?

—Bueno, las costumbres terrestres…

Jake meneó la cabeza.

—Algunas son pésimas, en efecto —admitió—. ¿Ha recibido algún mensaje de los supuestos raptores?

—No, y eso es lo que me extraña. Cuando se secuestra a una persona, se envía una nota con los datos necesarios para el rescate, ¿no es así?

—Teóricamente, sí; y casi siempre ocurre en la práctica. Por lo tanto, mientras no tengamos en la mano esa nota, no podremos hacer nada.

Elyn pareció decepcionarse.

—En ese caso, tendremos que esperar —dijo.

—Es lo más sensato. ¿Ha avisado a la policía?

—No me ha parecido prudente, por el momento.

—Está bien, pero si se pasan más días y su tía no aparece, tendrá que dar cuenta.

—De todas formas, usted podría intervenir, mientras tanto.

Jake reflexionó unos momentos.

Aquella chica había ido a casa de Tkimos-30. Ignoraba que el historiador estaba muerto. ¿Cuáles eran los motivos de su presencia en el domicilio de la víctima?

Sólo por esta razón hubiera aceptado Jake el encargo. Era soltero, pero no misógino, lo cual significaba que iba a intervenir a favor de Elyn por razón de sus posibles concomitancias en el asunto y no por su belleza y su desvalimiento.

Para los negocios, Jake solía dejar el corazón a un lado. Era una regla que observaba inflexiblemente… lo cual no impedía que, cuando la ocasión lo merecía, combinaba sabiamente dos elementos de gran provecho: placer y negocios.

—Conforme, intervendré, pero con entera libertad y a mi modo —respondió por fin.

Elyn respiró aliviada.

—Gracias, Jake. Se lo agradezco infinito.

—Espere a gritar vítores y frases de aliento cuando haya terminado. Mientras tanto, absténgase de elogios —dijo él en tono de buen humor—. Y ahora, por favor, necesito algunos datos.

—¿Cuáles?

—El nombre de su tía.

—Dikreia Krodk.

Jake miró a la joven.

—¿Krodk? —repitió.

—Perdón, quise decir Dikreia-11. Krodk es el nombre, en nuestro idioma, de la cifra-11. Yo me llamo Ta de apellido, pero no es sino la expresión de mi cifra, ya que me resulta más cómoda en la Tierra la sílaba Ta que no decir Un Millón Diez.

—Ya —dijo Jake, contemplándole con aire embobado—. Así que su tía es Once y usted Un Millón Diez.

—Sí, la T significa el millón y la A las diez unidades.

—Pero en el caso de su tía, el Krodk no tiene nada que ver…

Ella sonrió graciosamente.

—El idioma de Lroimos es muy enrevesado y tiene unas peculiaridades capaces de volver loco al más reputado lingüista. Como yo tengo la cifra un millón, la de decena se expresa por una simple letra… hablando en lenguaje terrestre, por supuesto. Así, en el caso de mi tía, Krod es la decena y K la unidad. Pero si otra persona, por ejemplo, tiene la cifra cien como inicial de su numeración…

—Basta ya, por favor —cortó Jake, mareado por aquella absurda construcción del lenguaje de Lroimos—. Dejemos a un lado la semántica y la sintaxis. Así que usted es sobrina de Dikreia-11.

—Sí —contestó Elyn.

—¿La ha visto después de su llegada a la Tierra?

—No. Quedamos en…

—… reunirse en el Imperial, lo sé. Y teme que la hayan secuestrado.

—Sí.

—Escuche bien esto que la voy a decir y luego sea franca por completo. ¿Me ha entendido?

—Sí, Jake.

—¿Usted sospecha que la han secuestrado a causa de las «costumbres» terrestres… o por otra causa que no tiene nada que ver con la anterior? Medite bien la respuesta antes de darla, Elyn —pidió Jake.

Ella no vaciló un solo instante.

—¿Por qué otra cosa iba yo a sospechar del secuestro? —contestó.

—¿Ha hablado alguna vez con su tía de los siete claveros de Lroimos?

—¿Qué son los siete claveros?

Hubo una pausa de silencio.

—Elyn-dijo Jake al cabo—, quizá no le guste, pero si quiere que siga adelante, he de someterla a la prueba de la verdad.

—Haga lo que guste. Le he sido absolutamente sincera.

—De todas formas… Venga, por aquí.

La muchacha se puso en pie.

Jake era un detective científico en todos los aspectos, lo cual no excluía dar un par de buenos golpes si era necesario. Pero mientras podía, desechaba el uso de la fuerza.

El zumbador del visófono sonó de pronto.

—Perdóneme, Elyn —dijo Jake.

—No faltaría más.

Jake dio el contacto y la pantalla del visófono se iluminó de inmediato. La figura de su amigo Douglas apareció en el rectángulo de vidrio deslustrado.

—Hola, Pedrito —aludo el joven.

—Buenas noticias, Jake —contestó Douglas.

—Me alegro. ¿Has localizado al hipnotizador?

—Dos, Jake. Eran dos los que te hipnotizaron.

—Vaya, parece que actúan por parejas. ¿Y…?

—Les hice una fotografía…, bueno, una cuantas, desplazando el cronomóvil ligeramente, a fin de tomarlos desde distintos ángulos. Llegaré en seguida.

—Espérate un poco, Pedrito. Voy a someter a una cliente a la prueba del detector de mentiras y tu llegada podría causar alguna perturbación en los circuitos de mi máquina o viceversa.

—Comprendo. ¿Diez minutos?

—Mejor quince. Hasta luego y gracias, Pedrito.

Jake cortó la comunicación.

—¿Quién es Pedrito? —preguntó Elyn.

—¿Pedrito? se llama Pete Douglas y es un científico amigo mío que colabora conmigo en un caso… Pero siéntese aquí, por favor.

Jake condujo a la chica hasta un cómodo sillón, que casi se transformó en una litera, mediante el adecuado empleo de unas ruedas y unas palancas. Sujetó brazos y piernas con unas abrazaderas de metal y luego le colocó un casco en la cabeza.

—Voy a estropearle el peinado —dijo.

—No importa. Adelante.

El casco tenía un grueso cable, que se unía a una consola de mandos, en la cual se veía una pantalla circular. Jake empezó a tocar una serie de teclas y botones, con el resultado de que la pantalla se encendió en rojo a los pocos segundos.

Entregó un micrófono de cable a la muchacha.

—Hable pausadamente y con los labios cerca. Si duda, medite, pero dé la respuesta que cree es exacta.

—Comprendo —dijo Elyn.

—Ahora, relájese y deje la mente libre, receptiva. Despreocúpese de todo.

—Sí, Jake. Cuando quiera.

Jake tomó otro micrófono análogo y se sentó en un taburete con ruedas, frente a la pantalla roja. En el centro de la misma y en sentido horizontal, se divisaban dos líneas negras, atravesadas verticalmente por una serie de líneas más pequeñas a modo de graduaciones de una escala de medida.

—¿Ha oído hablar alguna vez de los siete claveros de Lroimos, Elyn? —preguntó.

—No, nunca.

Una línea de vivo color amarillo cruzó lenta y rectamente por el espacio situado entre las dos negras y desapareció por el lado opuesto.

«Respuesta sincera», pensó Jake.

—¿Su tía no le ha mencionado jamás ese asunto?

—No.

—Sumérjase en lo profundo de su mente. Trate de recordar. ¿Es cierto que su tía no le ha hablado jamás de los siete claveros?

—No, Jake.

La línea amarilla continuaba siendo recta.

—En Lroimos, ¿no se comenta entre el pueblo dicho asunto?

—Yo nunca he oído nada al respecto. Usted es el primero que me lo menciona. ¿Qué son los siete…?

—¡Por favor! —cortó él bruscamente—. Ahora estoy haciendo yo las preguntas, Elyn.

—Discúlpeme, Jake —rogó ella con humildad.

—Discúlpeme usted. Me he portado como un bruto. Sigamos, Elyn.

—Cuando quiera, Jake.

—He podido deducir que aprecia mucho a su tía.

—Sí.

—Un viaje a la Tierra, desde Lroimos, no está al alcance de cualquiera. Pero me parece más lógico haberse reunido aquí con su madre… o sus padres…

—No los tengo. Murieron cuando yo tenía cinco años… terrestres, por supuesto. Mi tía me recogió y…

—Vivió siempre con ella. Una historia completamente terrestre. Así se comprende el cariño.

—La quiero mucho, Jake.

—Su tía es una mujer afortunada.

—Pero ahora la han secuestrado.

—Lo sé, y empiezo a creerla. Dígame, ¿recuerda usted si en alguna ocasión permaneció ausente de su casa una larga temporada?

Elyn dudó unos instantes.

—No. Al menos, no lo recuerdo. ¿Por qué lo pregunta?

—Era una posibilidad… Dejémoslo, Elyn. ¿Qué hizo usted antes de venir a la Tierra? Hicieron el viaje separadas, ¿no?

—Sí.

—¿Por qué?

—Yo estaba terminando mi licenciatura de Historia Pangaláctica y ello me retrasó unos días. Mi tía tenía ya el billete adquirido y no encontró cancelación para el siguiente viaje.

—Comprendo. Ahora, dígame una cosa. ¿Recuerda si, antes del viaje, uno, dos o pocos días antes, su tía y usted estuvieron hablando confidencialmente en su… casa de Lroimos?

Hubo una pausa de silencio.

—Espere —dijo Elyn—. Me parece recordar… ¡Sí! ¡estuvimos hablando de… de…!

¡CRAASH!

Algo saltó de repente con gran estruendo.

Elyn chilló y tiró el micrófono. Jake, por su parte, hizo lo mismo al ver que se rompía el vidrio de la pantalla, sin causa aparente que lo justificara.

El humo empezó a salir por las junturas de la máquina. Temeroso de que la muchacha pudiera sufrir algún daño, Jake le quitó el casco y lo lanzó a un lado.

Luego cortó la corriente por el interruptor general.

Soltó las abrazaderas y Elyn se puso en pie, pálida y visiblemente asustada.

—¿Qué ha pasado, Jake? —preguntó.

El joven tenía la cara contraída.

—Ha debido de ser un falso contacto —mintió—. Pero para usted, sin consecuencias, por fortuna.

—Me he llevado un gran susto —confesó Elyn.

—Nos lo hemos llevado —corrigió Jake—. Así que antes del viaje, usted y su tía estuvieron hablando confidencialmente.

—Sí, aunque no puedo recordar ahora de qué, Jake. Es curioso, cuando estaba tendida en el diván, creía conocer el tema de la conversación, y se lo iba a decir, pero al romperse la máquina, perdí la memoria…

—En determinadas condiciones, la máquina estimula al subconsciente —declaró Jake.

—Si es así, podemos comprar otra —dijo Elyn con gran vehemencia—. ¿Juzga usted muy importante conocer el tema de la conversación?

—Por supuesto, pero, en cuanto a comprar otra máquina… Bueno, me costó años obtener la autorización para poder tener una. Las cosas se han simplificado ahora un tanto, pero, de todas formas, antes de seis meses no la tendría aquí. Las máquinas de la verdad son una cosa en la que interviene el gobierno y muy seriamente, créame.

El rostro de Elyn expresó decepción.

—¿Y qué haremos, Jake? —preguntó.

En aquel momento, llamaron a la puerta.