CAPITULO XIV
Lem y Cal habían conseguido entrar en el hotel, y, sin atreverse a encender otra luz que la de algunos fósforos, llegaron a la habitación de estar de la viuda, habitación que daba a uno de los callejones laterales. Allí rebuscaron hasta dar con lo que necesitaban y con ello se fueron a la cocina, donde mal que bien, Cal vendó a su primo la mano destrozada.
El proyectil había pegado de lleno en la mano, inmediatamente debajo de los dedos índice y corazón, rasgando la mano, chocando con la culata del revólver y dejando un gran boquete. Los huesos y músculos que servían a tres dedos estaban afectados y, prácticamente, la mano inutilizada para siempre. Era algo que Lem advirtió, y le hizo prorrumpir en maldiciones hasta que el dolor de la herida y la cura lo insensibilizó, dejándolo inconsciente.
Cal lo vendó lo mejor que pudo y también la herida más alta y menos grave en lo alto del brazo. Luego, sudoroso y jadeante, contempló a su primo desvanecido.
De cinco que eran al llegar quedaban dos. Y Lem inutilizado. Blaisdell, en cambio, no sólo no había huido, ni parecía estar malherido, sino que había encontrado un aliado por lo menos, con lo cual eran dos contra dos. Quizá más contra él solo, si Blaisdell y su amigo habían logrado despertar el fuego combativo en los habitantes de Coyote...
Cal Grogan era cobarde en el fondo, como todos los de su calaña. Ahora, pasados en gran parte los efectos del whisky, la borrachera de licor, la sangre y la lujuria que le había dominado, se vio solo, en medio de la noche, en una población hostil donde era culpable de la muerte del sheriff y de cosas aún mucho peores. No podía contar apenas con su primo, no tenían caballos ni rifles...
Se encaminó a la parte delantera y oteó la plaza, descubriendo luz en el interior del saloon. Se mojó los labios con la lengua en nervioso gesto. Allí debían estar Blaisdell y su aliado. Habrían desatado a Laffey, con lo cual serían tres, aunque el tabernero debía estar medio muerto por la paliza recibida. Habrían encontrado a la dueña del hotel y ya sabrían lo que ellos le hicieron...
La idea brotó en su turbado cerebro. Una idea tan ruin como él mismo. Huir, escapar ahora que podía...
Huir él solo, desde luego. En alguna parte dentro del pueblo había caballos. Los habían oído mientras rondaban en busca de Blaisdell. Ahora debía aprovechar la oportunidad, buscarlos, tomar uno y salir corriendo. Antes de que. apuntara el sol podía encontrarse a muchas millas...
Regresó a la cocina y vio que su primo seguía inconsciente. Una torva expresión desencajaba el rostro' de Cal. Tenía que escaparse ahora, sin más...
Avanzó cauteloso, salió al corral y luego saltó a la oscura calleja. Encogido, pistola en mano, se puso a buscar caballos.
Diez minutos más tarde encontró lo que buscaba. Dos animales dentro de un corral de tapias altas. Había un portillo cerrado. Era cuestión de saltar, tomar uno de los animales, ensillarlo aprisa y salir corriendo.
Estaba disponiéndose a trepar por el muro cuando Blaisdell apareció a cierta distancia, doblando una esquina, y lo vio.
Rápido, Blaisdell hizo fuego. La bala pegó contra la cartuchera de Cal Grogan, rompió un cartucho, resbaló, haciéndole un surco doloroso, y fue a clavarse finalmente en un adobe.
Loco de terror, Cal giró, vio a Blaisdell que avanzaba y echó a correr como un gamo sin acordarse del revólver que llevaba metido en la funda, donde lo pusiera poco antes para trepar a lo alto del muro.
A su espalda, Blaisdell abrió fuego de nuevo, una, dos veces. Pero Cal corría agazapado y zigzagueando, el callejón estaba oscuro y ambas balas fallaron el blanco, aunque por poco. Luego, Cal dobló la esquina de unos adobes y siguió corriendo a toda prisa, seguido de Blaisdell con alguna mayor precaución.
Mientras huía, Cal se acordó de su arma y la empuñó, sin por eso dejar de correr. Alcanzó así la plaza por junto a la oficina del sheriff. Vio que se había apagado la luz en el saloon y conjeturó que si allí quedaba alguien estaría al acecho. Pero por detrás venía Blaisdell y era aún peor...
Se escurrió tan veloz como pudo hasta la otra esquina del edificio, jadeando, esperando un balazo a cada instante. Y, al no recibirlos, cuando llegó a un punto desenfilado en parte, salió corriendo. Entonces brotaron dos disparos de revólver de la puerta y la ventana del saloon, disparos que tampoco le dieron, pero que aumentaron su velocidad.
Finalmente se escabulló por otro de los callejones.
* * *
Lem volvió de su desmayo al sonar el primer disparo de Blaisdell. Levantándose, llamó a su primo. No obtuvo respuesta, pero escuchó dos nuevos disparos. Y entonces intuyó la verdad.
—Maldito cobarde... —masculló entre dientes. Estaba a oscuras. Con la mano izquierda, y como pudo, sacó las cerillas, rasgueó una y dio luz.
Viose solo en la cocina. El revólver de Perkins se encontraba sobre la mesa, pero de su primo no había ni rastro. La botella de whisky que habían encontrado también estaba allí. Y aún quedaba algo de licor...
La tomó y lo apuró de un solo trago. Luego tomó con la mano izquierda el revólver. No le cabía duda de dos cosas. Su cobarde primo le había abandonado a su suerte, tratando de escaparse solo y había sido sorprendido por Blaisdell, que probablemente le había dado lo suyo. Ahora, Blaisdell le estaría buscando a él. Y debía saberlo malherido. De cinco que fueron, quedaba solo contra el terrible enemigo, el hombre que había llevado a la horca a su padre, que había matado a su hermano...
Lem Grogan era menos cobarde que su primo. Y el dolor le irritaba como las espuelas a un potro joven. Decidió que no lo cogerían allí dentro, como a una rata en su madriguera. Y con esa decisión se encaminó hacia el exterior.
De todos modos, oteó la plaza antes de salir. Entonces vio a su primo aparecer por la esquina de la oficina del sheriff y escurrirse hacia el otro lado. Tenía que ser su primo, porque casi al instante sonaron disparos en el saloon y le vio salir corriendo para perderse al instante por una calleja.
Habían hecho fuego dos personas. Eso significaba que Blaisdell había encontrado ayuda. Y la cobardía de
Cal los colocaba a ambos en la obligación de luchar solos contra el enemigo, incluso en la probabilidad de balearse mutuamente al encontrarse cara a cara...
El no iba a quedarse allí, de todas formas. Empuñando el revólver con fuerza, regresó a la parte de atrás, buscando la puertecilla que llevaba desde la cocina a la calleja. La abrió y salió al exterior.
Todo estaba ahora de nuevo en silencio. Pero la situación había cambiado. Horas antes eran cinco, luego, cuatro, luego tres, luego dos... Ahora él solo. Y Blaisdell, que había sido solo, tenía ahora varios aliados, no podía saber cuántos. Cal era un sucio cobarde, pero estaba en lo cierto cuando dijo que debían huir. Habían hecho cosas que les acarrearían la muerte colgados si les echaban mano.
Apresuróse por la parte de atrás del hotel, buscando el campo libre. Si conseguía llegar a alguna de las granjas cercanas tal vez pudiera agenciarse un caballo. Lisiado como estaba, pretender buscarlo ahora en el pueblo era locura. Allá se las ventilara su primo con Blaisdell. Después de todo, se lo había buscado al dejarlo abandonado...
Fue mera casualidad que mientras él iba avanzando hacia las afueras por un callejón, Blaisdell lo hiciera en dirección contraria por otro paralelo. Sólo un par de “adobes” separaban ambas callejas. Fueron suficientes para que ninguno de los dos hombres se diera cuenta de la cercana presencia del otro.
Blaisdell iba persiguiendo a Cal y preguntándose qué habría sido de Lem. Alcanzó así el costado de la taberna, justo por el lado opuesto a aquel que había servido para que Cal se escabullera. Llamó desde junto a la ventana a los de dentro y le contestó Lena.
—¿Está usted bien?
—Sí. ¿Contra quién dispararon?
—Contra uno que salió corriendo por delante de la oficina de mi tío. No le hemos dado.
—¿Vio si llevaba la mano derecha vendada o alta?
—No me pareció.
—Entonces era Cal. Lo descubría cuando trataba de saltar la tapia de un corral donde había caballos, pero no creo haberle herido. Sin embargo, es cobarde y ha escapado.
Estaban hablando en voz baja, él pegado a la pared y vigilando toda la plaza, Lena parada junto al roto cristal por la parte de dentro y viéndole apenas la sombra del perfil..
—¿Qué habrá sido del otro?
—Eso es lo que me pregunto. Y...
Se detuvo. Al otro lado de la plaza, más allá del hotel, a bastante distancia, habían sonado dos disparos casi simultáneos.
Lena inquirió, extrañada:
—¿Qué ha sido eso?
—No sé. Pero... Si fuera, tendría mucho de justicia.
—No le entiendo...
—Cal iba solo cuando le vi. Tal vez abandonó a su primo para tratar de escabullirse por su cuenta. Tal vez decidieron que cada cual lo hiciera a su modo, o se separaron para tratar otra vez de cogerme entre dos fuegos. Y si se han tropezado de modo inesperado en la oscuridad...
—¿Cree que se hayan podido matar mutuamente?
—Voy a averiguarlo. No se muevan de aquí.
Avanzó, veloz, a través de la plaza sin guardar ninguna precaución. Si había ocurrido lo que sospechaba, las cosas se precipitarían favorablemente para él.
Tardó diez minutos escasos en hallar el punto donde se había librado el cambio de disparos. Le fue muy fácil saber cuál era. Allí, a tres pasos más allá del comienzo de la calle entre dos “adobes” y sus corrales, un hombre estaba caído e inmóvil, boca arriba.
Era Lem Grogan. Y estaba muerto, con un balazo en pleno pecho. Muerto o muriéndose, porque rebulló ligeramente y se quejó.
Lem había ido avanzando cautelosamente en demanda de las afueras del pueblo. Mientras tanto, Cal iba dando un amplio rodeo para tratar de encontrar otro corral con caballos que le permitieran escapar. Sin saberlo, ambos primos iban aproximándose uno a otro.
Y en un momento dado enfocaron por las opuestas bocas el mismo corto callejón.
Ambos primos y compinches habían tomado idénticas precauciones antes de entrar en la calleja, o sea, pegarse a la pared y atisbar. No vieron nada, porque no podían distinguirse en la oscuridad a tal distancia. Y casi simultáneamente salieron a la vista.
Su sobresalto fue idéntico. Los separaban escasos veinte metros y la calleja no tenía arriba de tres da anchura. Llevaban las armas empuñadas y no tuvieron a tiempo ni a fijarse ni a reflexionar. Abrieron fuego casi al unísono...
Lem recibió el proyectil de su primo en pleno pecho, gruñó de dolor, se le nublaron los ojos y cayó pesadamente al suelo.
Cal sintió el choque violento y doloroso de la bala contra su cadera izquierda. Gritó instintivamente y se tambaleó. Pero al ver cómo caía su contrario, sintió una tremenda sensación de alivio. Había matado a Matt Blaisdell, él, Cal Grogan.
Avanzó cojeando, el arma lista para disparar nuevamente. Llegó junto al caído y se inclinó para ponerlo boca arriba.
Entonces descubrió que era su primo.
Una sensación de náuseas le invadió, poniéndole a punto de vomitar. No sentía tanto el haber matado a
Lem como el descubrir de nuevo que estaba solo y a merced de su terrible enemigo, que ahora sí sabría que lo tenía así. En cuanto hubiera oído los disparos...
De nuevo le acosó una oleada de pánico. Levantándose, escapó de allí tan aprisa como la herida de la cadera se lo permitía. Corrió jadeando, deteniéndose en los huecos de las puertas, en las esquinas, en todas partes donde podía hallar sombras más oscuras, a escuchar los mil ruidos de la noche tratando de distinguir el de los pasos de Blaisdell y sus amigos. Estaba solo, solo y a su merced...
De repente, sin saber cómo, se encontró pegado a la pared lateral del hotel y cerca de la abierta puertecilla que conducía a la cocina.
No vaciló poco ni mucho. Allí estaría a salvo, de seguro. Por allí salió su primo, allí dentro podría ocultarse y curarse...
Entró y cerró a su espalda.
Cinco minutos escasos más tarde, Blaisdell pasaba por allí camino del saloon sin sospechar que lo tenía tan cerca.