CAPITULO XII
Matt Blaisdell habíase visto en muchos apuros y situaciones peligrosas en su vida; pero ninguna como la de ahora.
Estaba debilitado por la pérdida de sangre y el dolor de sus heridas, sobre todo la del brazo, inútil para servirse de él y enfrentado con tres o cuatro asesinos enrabiados que sabían no podrían sentirse seguros mientras él viviera.
—Como para sentirte alegre y satisfecho —rezongó entre dientes mientras iba avanzando por las callejas sombrías, sin hacer más ruido que una lagartija sobre roca lisa.
Sin embargo, tenía que hacerlo. Tenía que afrontar a aquellos granujas y matarlos. Tenía que hacerlo porque súbitamente había encontrado a una mujer. Una muchacha hermosa y ahora sola en el mundo, una muchacha valerosa de bellos ojos húmedos y manos tan suaves como seda. Y también porque otra mujer había sufrido y probablemente seguiría sufriendo los ultrajes de aquella gavilla de bandidos.
—Si te lo hubieran dicho esta mañana...
Habría cabalgado acaso más aprisa, pensó. Hay cosas que un hombre no puede dar de mano, y cosas por las cuales lucharía hasta la última gota de sangre. Las dos condiciones se habían juntado aquella noche allí, en Coyote, el pueblo de viejos cobardes donde habían caído seis forasteros como una maldición...
De pronto se pegó velozmente a la pared. Había sentido el leve ruido de un guijarro al ser desplazado por un pie, allí, al otro lado de la esquina muy cercana. Alzó el gatillo y aguardó a que los enemigos apareciesen, conteniendo hasta el aliento...
Pero no aparecieron. Y el silencio siguió igual.
Un minuto, dos, tres... Blaisdell se movió pegado al muro de adobes y alcanzó la esquina. Atisbo por ella con un ojo. Nada...
Pero a unos tres metros se abría otro callejón. Y él había oído avanzar a alguien...
Saltó veloz al otro lado de la calleja. Nada. No llevaba espuelas y el viento frío sobre su desnudo torso era un alivio para los dolores de su herida y el comienzo de fiebre en su cerebro. Llegóse a la otra esquina a tiempo de ver doblar la de más allá: a Lem y a Cam Grogan.
Su cerebro comenzó a funcionar a toda prisa. Aquellos dos andaban buscándole por el pueblo, era indudable. Luego en el saloon habrían quedado otros dos, uno de ellos, Bud Grogan, que estaba malherido. Era la oportunidad esperada para libertar a la señora Dale, a Laffey y, si aún vivía, al sheriff.
Se escurrió hacia atrás. Recordaba perfectamente la topografía de las calles cercanas, y en pocos momentos estuvo a espaldas de lo de Madison. Podía hacer dos cosas; intentar la entrada por la parte delantera y escalar la tapia para hacerlo por el corral. Ambas eran por igual de arriesgadas. Pero cabía la posibilidad de que uno de los dos que quedaban en el saloon estuviera vigilando en el corral...
Y, de ser así, el herido sería quien se encontrara en la parte delantera.
Alcanzó la esquina de la taberna sin novedad. Nadie en la plaza, ningún ruido...
Agazapado, avanzó hacia la puerta del saloon. Si alguien lo estaba aguardando esperaría sin duda su entrada por allí. Esperaría con la pistola preparada. Y él no podría contar con otra cosa que ventaja inicial de la sorpresa, su posible buena suerte y su puntería
Llegó junto a las batientes. Agazapado, conteniendo el aliento, escuchó.
Allí dentro, Bud estaba inquieto, nervioso y molesto por sus heridas. El silencio reinante lo enervaba. Se removió en su asiento para cambiar un poco la forzada postura y gruñó por el dolor que le produjo el movimiento. Muy poco, en tono bajo. Pero ambos sonidos bastaron a Blaisdell.
Enderezándose lentamente, se volvió de costado y se pegó a las batientes. Tragó saliva, alzó el gatillo y saltó, de lado.
El violento empellón abrió las batientes y lo metió dentro del oscuro local. Súbitamente alarmado, Bud Grogan emitió una ronca blasfemia y disparó.
La bala quemó el costado izquierdo de Blaisdell, sacándole sangre como si le hubiesen pegado un latigazo allí. Pero el fogonazo le permitió ver a su enemigo, sentado en una silla y echado ansiosamente hacia delante...
Disparó dos veces en rápida sucesión. Oyó un quejido ronco y luego el ruido de un cuerpo pesado al caer al suelo.
En dos saltos estuvo junto a Bud, arrodillándose y alistando su arma. Pero sólo hubo un tremendo silencio. Entonces alargó la mano y movió al caído, que presentó una inerte resistencia...
Estaba allí, agazapado en la sombra, cuando sonó una voz ronca, silbante en el suelo y un poco más allá.
—¿Quién está ahí? Soy Laffey...
Era el tabernero. Respirando hondo, Blaisdell avanzó en su dirección y no tardó en tropezar con un cuerpo humano tendido.
—¿Es usted, Laffey? Soy Cameron.
—Bendito sea. ¿Los ha matado?
—Sólo a dos. Pero no parecen haber más aquí dentro.
—Acérquese. Ese es el sheriff. Estoy amarrado y medio muerto de las palizas que me han proporcionado esos asesinos...
Rodeando al inerte sheriff, Blaisdell llegó junto a Laffey. Guardándose el revólver extrajo su cuchillo y procedió a cortar las ligaduras de las muñecas del tabernero, mientras le hablaba en tono bajo.
—Escúcheme, Laffey. Estoy solo contra ellos, pues nadie del pueblo se me ha unido. Tengo el brazo izquierdo roto de un balazo, pero Lena Maxwell me lo vendó. ¿Puede manejar un revólver?
—Maldita sea, no estoy seguro. Me rompieron la boca de una patada y estoy molido, con las manos entumecidas. Pero si me desata y me da uno, trataré de ayudarle. Al menos he de pegarle un tiro a alguno de esos granujas...
Era muy poco, pero era algo. Blaisdell terminó de cortarle las ligaduras al tabernero, retrocedió y palpó el suelo hasta dar con el revólver de Bud Grogan. Sabía que los tres supervivientes de la pandilla no iban a tardar en venir a enterarse de lo sucedido. Al menos tendría guardadas las espaldas...
Volvió con el arma junto a Laffey, que se había puesto penosamente en pie, sentándose en una silla.
—Tome, Laffey. Tiene una bala disparada.
—Bueno, supongo que con cuatro habrá bas...
Allí fuera, al otro lado de la plaza, sonó un disparo de revólver.
Veloz como un gato, Blaisdell extrajo el suyo de la funda y corrió a la puerta, mirando hacia fuera. En el mismo instante, el revólver volvió a disparar. Y vio el fogonazo salir de la ventana de la casa de Lena.
No cabía duda. Los otros estaban cerca, tratando de tomarlo por sorpresa.
Abrió de golpe las batientes y salió al exterior.
Lem y Cal Grogan habían llegado a la plaza por junto al almacén. Y avanzaron hacia el saloon pegados a la pared, bajo la sombra del porche, listos para disparar, pero sin advertir nada allí dentro.
—Si ha matado a Bud debe estar agazapado esperándonos.
—Cuando lleguemos al callejón, tú irás a reunirte con Perkins y entraréis por la parte de atrás. Yo me acercaré a la puerta mientras. Vamos a cogerlo entre dos fuegos.
—Sí...
Más que nunca estaban ellos decididos a acabar con Blaisdell, costara lo que costase. Dos de los cinco que eran al llegar ya estaban muertos. Uno era su hermano y primo. Tenían que vengarlo. Y habían hecho cosas en Coyote que sólo podían pagarse con la soga. Sólo matando a Blaisdell tendrían una oportunidad de escapar hacia la frontera...
Llegaron junto a la esquina. Cal quedó atrás. Lem avanzó un paso, descendió al arroyo...
El disparo que hizo Lena los tomó de sorpresa, desconcertándolos, aunque la bala no les dio. Cal saltó veloz al amparo de la sombra del callejón, mientras Lem corría a parapetarse junto a la esquina de la taberna. Allá enfrente surgió un fogonazo de una ventana y otra bala llegó, aullando. Furioso, Lem Grogan disparó sobre aquella ventana.
Su disparo les impidió a los dos advertir la salida de Blaisdell. Este advirtió en el acto la situación y se pegó a la pared. Allí enfrente, Lena les vio salir de la taberna y contuvo el aliento...
Lem estaba pegado a la misma esquina de la pared. Cal se había ido al otro lado y más atrás. Ninguno de los dos se había repuesto del sobresalto que les provocara la súbita aparición de un tirador en otra parte, ayudando a Blaisdell.
—¡Vámonos! —silbó Cal, nervioso.
—¡Llama a Hoosie! —Lem le contestó de igual manera.
Cal no se hizo rogar. Corrió hacia atrás mientras su primo le guardaba las espaldas, llegó junto a la tapia del corral y llamó a su compinche.
—¡Hoosie, ven! ¡Aprisa!
Perkins había pasado una guardia muy mala, especialmente desde que oyó el tiroteo dentro del saloon. Ahora, al oír la excitada voz de Cal, se apresuró a reunírsele, a la carrera.
Blaisdell estaba ya a tres metros de la esquina donde se parapetaba Lem. Lena podía verle avanzar lentamente. Y como sabía que eran dos sus enemigos, trató de ayudarle.
Hizo fuego de nuevo, por dos veces. Y sus proyectiles entraron aullando, inofensivos, por el callejón.
Lem alargó la diestra y apretó de nuevo el gatillo.
Blaisdell vio surgir la mano y el arma. Rápido, hizo fuego a su vez. Y los dos estampidos se confundieron en uno.
Su bala pegó de lleno en la mano derecha de Lem Grogan, destrozándosela. El bandido aulló de dolor, soltó su revólver y se echó atrás. A sus espaldas, Cal y Perkins oyeron su aullido. El primero miró, le vio echarse fuera de la pared, tambaleante, y comprendió que había sido herido. Entonces apremió a Perkins, que no se hizo rogar.
Sujetándose la destrozada mano derecha con la otra,
Lem Grogan se hizo atrás lentamente, con una mueca de odio, dolor y miedo en el rostro desencajado. Sabía lo que le esperaba.
Pero al ver que Blaisdell tardaba en aparecer por la esquina, giró sobre sus talones y salió corriendo en demanda de sus dos compinches.
Perkins saltó al otro lado del tapial. El y Cal no esperaron la llegada de Lem para correr en demanda de la esquina más próxima. Blaisdell apareció, por fin, listo para hacer fuego. Le quedaban tres balas y vio correr a tres hombres a cierta distancia. Parado en la esquina, disparó una, dos, tres veces en rápida sucesión.
Perkins recibió un balazo entre los omoplatos y se estirajó, con un aullido escalofriante, soltando su revólver y doblando las rodillas para caer luego hacia atrás, con las manos engarabitadas. Cal sitió cómo una bala, le raspaba el cuello, produciéndole una dolorosa quemadura, saltó como una rana y alcanzó el amparo de la esquina. Lem corría con la cabeza gacha, mareado por el dolor. Recibió un nuevo balazo, ahora en la parte carnosa del brazo derecho, gruñó, se cayó de rodillas, miró hacia atrás, vio a Blaisdell y consideró su muerte segura.
Pero Blaisdell se había quedado con el arma vacía y lo sabía. Cuando Cal ya a seguro, se volvió a dispararle, saltó de nuevo tras de la esquina, escondiéndose. Y comenzó a recargar su revólver penosamente.
Cal comprendió lo que le ocurría. Y le gritó a su primo:
—¡Coge el revólver de Hoosie y ven! ¡Está recargando el suyo! ¡Yo te cubro!
Aunque mareado y rabiando de dolor, Lem comprendió lo acertado del consejo de su primo. Tambaleándose llegó junto al arma que dejara caer su compinche, la tomó y llegó junto a Cal, pegándose, jadeante, a la pared.
—¿Dónde te ha dado?
—Me destrozó la mano, así se lo coman los buitres. Mira...
Cal miró. Su cerebro estaba trabajando muy aprisa.
—Hay que vendarte en seguida. Vámonos antes de que nos persiga. Ha conseguido ayuda y nosotros ya somos sólo dos. Tenemos que escapar cuanto antes.
El dolor y la rabia estaban dando valor a Lem Grogan.
—¿Cómo vas a escapar, andando? Hay que seguir aquí, matarlo, cobramos todo el daño que nos ha hecho. Vamos a por él.
—Ve tú, si quieres. Yo no estoy loco.
Por un momento, ambos primos se midieron con la mirada. Lem estaba malherido. Cedió.
—Está bien... Pero vamos a curarme cuanto antes.
—Vamos al hotel. Allí habrá algo...
Los dos se apresuraron por la calleja, mirando de vez en cuando hacia su espalda...
CAPITULO XIII
Cuando hubo recargado su revólver, Blaisdell tomó a mirar hacia la calleja. Sólo vio el bulto inmóvil y ominoso de Perkins caído en medio de ella, al otro extremo.
Con una dura sonrisa en los labios, se volvió y miró hacia la casa de Lena Maxwell. La joven, al disparar contra los bandidos, le había prestado una gran ayuda, permitiéndole pelearlos con ventaja. Ahora alzó la mano con el revólver y la movió en gesto de saludo que ella advirtió borrosamente. Luego se metió de nuevo dentro del saloon, no sin avisarle a Laffey su presencia.
El tabernero se le aproximó, en la oscuridad.
—¿Acabó con ellos?
—Con uno. A otro le deshice la mano derecha. Sólo quedan dos, y uno malherido. Esto se va arreglando, Laffey.
—Eso parece. Y se lo vamos a deber a usted...
—¿Está ahí, señora Dale? Soy Cameron. Conteste.
Le contestó un gemido proveniente del interior. Laffey dijo:
—La tienen en mi dormitorio...
—Vamos. Encienda algo de luz.
El tabernero se metió a tientas detrás de su mostrador y al poco brilló la luz de una pequeña lámpara.
Una ojeada permitió a Blaisdell descubrir el cadáver de Bud Grogan caído de bruces sobre su propia sangre en un rincón y, un poco más allá, el cuerpo inmóvil del sheriff Martin. Laffey tenía el rostro ensangrentado y tumefacto, la boca deshecha y los ojos casi cerrados por los golpes.
—Me dieron una tremenda paliza cuando usted salió tras humillarlos —jadeó—, Y más tarde, el llamado Cal me pateó la cara cuando nos sacaron de mi cuarto y nos trajeron aquí.
—Ya... Deme el farol y aguarde, vigilando la plaza.
Sospechaba lo que iba a encontrar y no quería que lo viera el tabernero. Tomó la lámpara y se llegó a la puerta de la habitación, mirando.
Vio más, y peor, de lo que había esperado ver. Tragó saliva mientras la mujer lo contemplaba con ojos muy abiertos y luego los cerraba de golpe.
—Lo siento, señora Dale. No lo pude evitar. Y tengo que mirar para cortar sus ligaduras.
—Sí... ¿Los mató?
—Aún quedan dos vivos, un herido. Morirán por esto.
—Tiene que matarlos... Tiene que matarlos...
Dejando sobre una silla la lámpara, Blaisdell sacó su cuchillo y cortó las ligaduras que sujetaban a la mujer. Las muñecas y los tobillos de la viuda Dale estaban ensangrentados, pues las sogas habían mordido casi el hueso cuando ella tironeó y se retorció bajo el ultraje.
—Quédese aquí, no se mueva, descanse. Voy a llamar a Lena Maxwell.
—Ella se salvó... ¿Verdad que se salvó?
—Sí. Y yo la encontré. Pero me habían roto el brazo de un tiro y tuvo que curarme.
—Mátelos. A todos, pero sobre todo al del pelo rubio. Ojalá pudiera yo matarlo —añadió con arranque salvaje.
Descubrió que era su primo
Saliendo, con la boca apretada, Blaisdell se encaró con el tabernero, que se estaba limpiando la cara con un paño mojado.
—La señora Dale queda ahí de momento. Usted va a apagar la luz y a apostarse detrás de la ventana. No se descuide, tire a matar.
—Seguro que lo haré. ¿Qué le han hecho a Sally Dale? ¿La...?
—Sí.
—Malditos perros cobardes...
—Voy a buscar a Lena Maxwell. Regresaré en seguida con ella.
—Bien. Espere, apague primero la luz.
Blaisdell salió, oteó la plaza y luego, sin preocuparse de su seguridad, avanzó veloz a través de ella hacia la casa de Lena. Sabía que los Grogan por fuerza debían estar agazapados en alguna parte curando al que le destrozara la mano. No era probable que estuviesen acechándole. Y, de todos modos, se tenía que arriesgar. La imagen de la señora Dale tendida sobre el lecho, atada y ensangrentada, era algo que no se le borraría fácilmente de la memoria.
Lena se había mantenido alerta tras la ventana. Vio aparecer algo de luz en la taberna y comprendió que Blaisdell había vencido de nuevo. Una gran alegría irrazonada la invadió. Y cuando le vio atravesar la piaría velozmente, en su dirección, a la alegría se le unió el miedo por su vida. Era un loco, viniendo así a buscarla.
Estaba abriendo la puerta cuando él aún se hallaba a diez pasos de distancia.
—¿Qué ha ocurrido? Vi a dos hombres acercarse a la taberna y disparé sobre ellos.
—Me sirvió de mucha ayuda. Vamos para adentro.
Tiene que coger algo de ropa suya. La señora Dale la necesita.
—¿La...?
—La han torturado de una manera bestial. No me pregunte más. Ya la verá. Llévese también material de curas. Laffey está vivo, pero con la cara deshecha a golpes. No sé si aún vive su tío. No tuve tiempo de mirarlo.
—¿Ha matado a alguno de ellos?
—Maté a Bud Grogan dentro de la casa y a otro en la calleja, después que sus disparos me avisaron. A uno de los que venían a cazarme le destrocé la mano derecha cuando disparaba contra usted.
Mientras hablaban se movieron veloces hacia la derecha. En la oscuridad, Lena abrió el armario donde guardaba su ropa y tomó una camisa y un vestido. Luego se encaminó a recoger todo el material de curas de que disponía. Acordándose de una cosa, recogió el revólver y se lo tendió a Blaisdell.
—Tome, guárdelo por si lo necesita. Era el de mi padre.
El la miró a los ojos. Ella enrojeció ligeramente, pero no desvió la mirada.
—Gracias —dijo Blaisdell, tomando el arma y metiéndosela entre el cinto y el pantalón. Se daba perfecta cuenta del significado del gesto de la joven y lo que para él representaba.
Ella tomó todo en un brazado y los dos salieron de la casa, encaminándose a la taberna con paso presuroso, Blaisdell alerta a cualquier movimiento o disparo.
No se produjeron. No ocurrió nada y llegaron a la taberna sin novedad. Laffey le abrió en persona las batientes.
—Pasen. Todo está quieto. Esos malditos tal vez hayan huido.
—Tal vez. Y no deben huir. Ahora, la situación es distinta. Sólo quedan dos, y uno con la mano deshecha. Yo debo terminar lo comenzado. —Prosiguió—: Laffey, voy a salir a buscar de nuevo a esos dos. Le confío la guardia. Mire si está bien cerrada la puerta de atrás y la ventana de su cocina.
—Sí...
Lena había entrado en el dormitorio, cerrando la puerta tras sí. La viuda, al verla, rompió a sollozar con amargo desconsuelo, tapándose la cara con las manos. La joven la contempló sintiendo un nudo atroz en la garganta que le impedía respirar a gusto. Luego se acercó, dejó lo que llevaba y le tomó las manos, hablándole dulcemente.
—Vamos, vamos, señora Dale. Ya ha pasado todo...
La viuda clavó en ella una mirada extraviada.
—Fue horrible, Lena... Me ataron de brazos y piernas y luego...
No pudo continuar, y los sollozos la sacudieron. Acongojada, comprendiendo de que se había salvado casi milagrosamente, la joven la vistió y pidióle:
—Ahora apóyese en mí. Saldremos ahí fuera y la curaré.
Blaisdell se había arrodillado junto al sheriff. Le bastó una ojeada para saber que no había nada que hacer. “Pops” Martin había sido atravesado por los proyectiles, y durante largas horas se había estado desangrando lentamente. Con mucho, aguantaría una o dos mas.
Al ver aparecer a las mujeres, seguidas por Laffey, se incorporó. Y contestó a la muda pregunta de Lena con una lenta negativa de cabeza.
—Su tío está muriéndose. Ni siquiera todos los médicos del país lo podrían ya salvar. Apenas si le queda sangre y pulso. ¿Cómo se encuentra, señora Dale?
—Mejor...
—Siéntese y que la curen. Dele un trago de licor, Laffey. Y póngase de guardia. Yo voy a terminar con mi tarea, Lena, ¿quiere recargarme los revólveres?
La joven no pareció advertir que la había llamado por su nombre. Avanzó y tomó el que él le tendía. Con mano firme lo abrió, sacando las cápsulas gastadas y reponiendo toda la carga concienzudamente. Luego se lo metió en la pistolera, tomó el de su padre del cinto de Blaisdell y lo cargó también, tendiéndoselo. Laffey y la viuda estaban contemplando la escena, olvidados de sus propios dolores.
—Use el de mi padre, Matt.
—Sí. Bien, quédense los tres aquí dentro. Y no hagan tonterías.
Lena le siguió hasta la puerta. Se miraron.
—Cuídese. Nos hace falta.
—Procuraré volver con vida.
Salió de nuevo. Miró a todo alrededor, no vio nada y se encaminó velozmente a la calleja. El revólver de Lem estaba caído en el arroyo. Lo tomó y regresó, tirándolo por la ventana al interior del local.
—Usenlo, si es preciso.
Luego se metió en las sombras de la calleja, otra vez a la caza. Llegó junto a Perkins y lo reconoció...
—Lem y Cal —dijo entre dientes—. Los dos peores...