CAPITULO XIV
Linton y sus secuaces habían galopado furiosamente a través de la noche, hacia donde aguardaba la manada del «Bar Diamond». El cruce del Arkansas estuvo a punto de serles fatal, pero pudieron salir con bien del aprieto, y con las primeras luces del alba llegaron al campamento.
Los dos hombres que quedaron guardándola fueron puestos rápidamente al corriente de lo sucedido, y en seguida, todos se dedicaron febrilmente a arrear el ganado hacia el vado de Harper.
Pero una manada no es posible conducirla al mismo ritmo de marcha que un caballo. Y por mucha prisa que tuvieran Linton y los demás en llegar, las reses no tenían ninguna. Estaba ya muy alto el sol cuando salieron a las cercanías del vado, y para entonces, todos iban tan atentos a su retaguardia como a la manada.
Ashley se acercó a Linton cuando los primeros animales no distaban más de doscientas yardas de la orilla.
—¿Ves alguna cosa?
—No. Pero, o mucho me equivoco, o nos vienen pisando los talones.
—Entonces, será mejor abandonar el ganado para huir — sugirió Ashley.
—¡No! Cruzaremos con él. Que me dejen media hora más y estaremos a salvo. Dos tiradores apostados en la otra orilla pueden detenerlos por todo el día.
—No esperarán. Vadearán aguas arriba o abajo.
—Les seguiremos, impidiéndoselo.
—Sigo pensando que lo mejor sería escapar ahora que podemos.
—Nadie va a escapar ahora, Floyd. Nos salvaremos con el ganado, o ya veremos qué se hace. ¡Vuelve a tu puesto!
Ashley estuvo tentado de replicar con violencia, pero lo pensó mejor, y, mordiéndose los labios, obedeció.
Los primeros astados llegaron a la orilla, y se mostraron temerosos de afrontar la ancha corriente. Linton acudió allí, hostigándolos para obligarles. Cada minuto que se perdiera en el cruce, era un aumento de peligro. Y si los perseguidores llegaban antes de que la manada estuviese metida en el río, nada podría salvarlos a él y a los demás, pues quedarían acorralados contra el Arkansas. Una vez en él, el propio interés de Conway les salvaría el pellejo.
Maldiciendo y renegando, los fugitivos, que bien sabían esto, cooperaron a la tarea empujando los animales hacia el agua. El toro puntero ya estaba nadando cara a la corriente, y comenzaban a seguirle los demás, cuando los perseguidores, que habían bordeado las colinas abriéndose en semicírculo para impedir que ningún bandido pudiera escapar, creyeron llegado el momento oportuno para el ataque.
—¡Ahora, compañeros!—gritó Conway—. ¡A por ellos y que no escapen!
El tremendo ruido de la manada impidió en los primeros instantes que la gente de Linton les oyera llegar. Pero uno se volvió casualmente, los vió acercarse y dió el grito de alarma.
—¡Los tenemos aquí! ¡Nos han atrapado!
Todos ellos sabían lo que les esperaba. No podían aguardar otra cosa que una cuerda alrededor de sus cuellos, y tanto el número de los que les atacaban como la forma en que lo hacían, no les dejaba ninguna esperanza de huida, al menos para los cuatro que cerraban la marcha. Comprendiéndolo así, sacaron sus rifles y saltaron a tierra, comenzando a disparar contra los hombres de Conway. Una bala era mejor que la horca, en cualquier caso.
Linton oyó los disparos, vió la larga línea de jinetes que se cerraba sobre ellos y palideció, barbotando una maldición. Lo que temía les había ocurrido. Estaban copados.
Ashley, lívido también, se le acercó, metiendo su caballo en el agua.
—¡Estamos perdidos, Linton! ¡Y todo por tu maldito afán de huir con el ganado!
—¡Cállate y ve a pelear
—¡No lo haré! Aún hay una esperanza de escapar y voy a atravesar el río. ¡Quédate tú si quieres!
El revólver de Linton apareció en la diestra, apuntándole al pecho.
—Tú no vas a ninguna parte, maldito cobarde. ¡Vuélvete y pelea!
Ashley tragó saliva. La muerte estaba allí detrás, pero también en los ojos de Linton. Y ésta era inmediata, mientras que la otra…
—Está bien, no hace falta que te pongas así—murmuró—. Pero eres un imbécil.
—¡Largo! ¡A dar la cara!
Tragándose el miedo y la rabia que lo dominaban, Ashley volvió a la orilla, escogió un lugar medio seguro y se tiró del caballo, parapetándose allí y comenzando a disparar contra los atacantes.
Estos habían frenado la marcha a una señal de Conway, y echando pie a tierra, estrecharon el cerco en torno a la manada, respondiendo al fuego de los bandidos.
—Están desesperados — comentó Bantry—. Saben que no se les dará cuartel y defenderán caras sus vidas.
—Bueno, con eso ya contábamos. Pero no durarán mucho.
Era verdad. Dos de los hombres de Linton estaban ya fuera de combate a los diez minutos de tiroteo. Y aunque los de Conway habían perdido cuatro al principio, la desproporción numérica era demasiado grande para dudar del resultado de la pelea.
—Parece como si el ganado siguiera entrando en el río, Jim…
—Corrámonos a la derecha para ver qué ocurre. Huyen del tiroteo y no nos conviene.
Zigzaguearon al amparo de piedras y matas hasta un punto desde donde podían divisar la corriente.
—¡Mira, Jim! ¡Hay alguien guiando la manada!
¡Ese está loco! Un hombre solo no conseguirá nunca otra cosa que destruirse y…
—Es Linton — dijo sombríamente Conway—. Se sabe perdido y prefiere ahogar a toda la manada antes que yo la recupere. Voy a ver si consigo impedirlo.
Rodilla en tierra, apuntó su rifle hacia el bandido y comenzó a enviar balas en su dirección. Pero la distancia era demasiado larga para acertarle a no ser con un tiro de suerte, y lo único que consiguió fué matar dos o tres animales, con lo que los otros se desviaron algo aguas arriba, y Linton aprovechó su oportunidad cubriéndose con la masa bovina.
—Así no vas a conseguir nada, Jim. Hay casi media milla. Es mejor que nos corramos hacia el río y procuremos adelantar orilla arriba.
—Vamos.
Avanzaron por detrás de la línea de tiradores propios. En aquella parte, sólo dos rifles respondían del lado de los bandidos, y sus balas no resultaban demasiado peligrosas para los dos amigos, que corrían velozmente.
De pronto, Bantry exclamó, excitado:
—¡Eh, Jim, mira! ¿No es ese Ashley?
Conway se detuvo, girando la cabeza. Uno de los dos que disparaban desde aquel lado, el más próximo al río, estaba ahora apuntando su rifle hacia Nick Linton. Unas piedras debían de ocultarle a la vista de los restantes tiradores del grupo de Conway, pero éste y Bantry, más al extremo de la línea podían verle perfectamente.
—¿Qué va a hacer ese hombre?—inquirió Bantry.
—Algo lógico en él. Ahora verás.
Los toros punteros seguían avanzando hacia el centro de la corriente. Cien metros río adentro, Linton les guiaba, sin preocuparse de otra cosa que de meter a toda la manada en el agua. Y así, no vió la acción de Ashley hasta que fué demasiado tarde.
Conway y Bantry le vieron volverse un segundo antes de que Ashley apretara el gatillo, y vieron el gesto desesperado con que procuró eludir la bala. Pero ésta le alcanzó, doblándolo sobre la silla y haciéndole escurrirse de ella al agua. Casi en seguida, los toros que venían a su lado y detrás, empujaron el caballo hacia adelante.
Jim Conway suspiró.
—Ojo por ojo… — murmuró, lentamente—. Lo mismo que él me hizo.
—Sí. Y el traidor asesino busca huir a la suerte que le espera. Fíjate.
Era verdad. Ashley había corrido hacia su caballo tras de haber asesinado a Linton, movido por el loco deseo de escapar a la trampa que se cerraba sobre su cabeza. El hombre cercano a él hallábase demasiado ocupado para fijarse en lo que hacían los demás y no se dió cuenta de su cobarde acción. Montó acuciado por el miedo y espoleó al animal llevándolo hacia el agua.
Entonces, Conway levantó despacio el rifle, apoyándolo en un hombro.
—Aun tienes muchas cuentas que saldar, Floyd Ashley — dijo, mientras apretaba el gatillo.
No apuntó al hombre, sino al caballo. Y su bala dió exactamente donde esperaba.
Tocado en una pata, el animal saltó con un relincho de dolor, y en seguida se derrumbó, apresando al jinete bajo él.
—¡Ya es nuestro, Ed! ¡Vete por dos caballos!
Bantry obedeció, y Conway corrió cuanto podía hacia donde Ashley forcejeaba para sacar la pierna debajo el vientre del caballo. Veinte yardas más arriba, el último hombre de Linton que defendía el flanco de la manada, se estaba desplomando con un balazo en el hombro y otro en la cabeza. Conway pudo correr tranquilamente hacia su enemigo, que, al reconocerle, intentó desesperadamente alcanzar el revólver que aún conservaba en la funda.
—¡No te muevas, Ashley, o te vuelo los sesos!
Pero Floyd Ashley tenía ahora el ciego coraje do una rata atrapada, y no hizo caso. Pudo extraer el arma y la levantó con ansia loca de matar.
Casi sin mover el rifle, Conway disparó, destrozándole el hombro derecho y haciéndole exhalar un alarido de dolor.
—Una bala es cosa demasiado buena para ti, Floyd Ashley.
Los tiros casi habían cesado. Bantry y un grupo de hombres se estaban acercando a caballo y el primero que traía a «Cherokee» de la brida, prorrumpió en feroces exclamaciones al ver a Ashley.
—¡Nada de lincharlo ahora, muchachos!—conminó Conway—. Vamos a llevarlo a la ciudad para que confiese sus crímenes. Y ahora, necesito unos cuantos para reunir mi manada y sacarla del río.
Saltó a «Cherokee» llevándolo aguas adentro hacia la desorientada punta de la manada, que estaba siendo deshecha por la corriente. Logró ponerse delante de los toros guías y los forzó a ir doblando hacia la orilla que acababan de dejar. Por fortuna, las reses aún no habían llegado al centro del río. En seguida tuvo cerca a una docena de hombres ayudándole, con lo que, al cabo de una hora, y no sin esfuerzo, se consiguió tener reunida la manada a una media milla más abajo del lugar de la refriega.
Mojado y sudoroso, pero hondamente satisfecho, Jim contempló al ganado, que los hombres estaban calmando con canciones. Había recobrado la manada que se le confió. John Roswell no podía tener queja de él, en adelante.
Vió llegar a Bantry despacio, y le salió al encuentro.
—¿Y…?
—Asuntó terminado. Cinco de ellos están bien muertos, y otros dos, aparte Ashley, malheridos. Nos los llevaremos para que los cuelguen en Hutchinson. De nuestra parte, tenemos dos muertos y tres heridos.
—¿Se ha encontrado a Linton?
—Bueno…, no. Pero lo hallaremos en alguna parte entre aquí y el recodo. La corriente lo dejará de seguro en la orilla. Y con esto, ya todo está resuelto. Así es que vámonos con tu ganado para la ciudad. Tengo ganas de meterlo en mis corrales de embarque.