CAPITULO III

Cuatro semanas justas después que Conway fué salvado en el Little Canadian, la manada hizo alto a unas veinte millas al Sudoeste de Hutchinson. El viaje a través del territorio indio y el Sur de Kansas, había sido bastante mejor de lo que podía esperarse, y ya estaban casi a su final, con el ganado en excelentes condiciones. Deuce Harlow se había adelantado por la mañana para encontrar un comprador en la ciudad y se le esperaba de un momento a otro. Los cow-boys, a pesar de su cansancio, no querían aún dormir y se entretenían haciendo cábalas respecto a la ciudad, sus diversiones y lo que iban a hacer en ella con el dinero de sus pagas.

Un poco separada de todos, Kay Rutland parecía algo nerviosa, y no dejaba de mirar hacia el Norte. Conway, que la contemplaba desde el carro, no podía menos que comprender su actitud. Había llevado a efecto una magnífica tarea en la que muchos hombres, incluso él, fracasaban. Y ahora estaba a su final. Dentro de poco vendería su ganado, regresando a su hogar con el dinero obtenido… y probablemente no volverían a encontrarse más.

Esto último dolía a Conway como ningún otro pensamiento. Incluso la pérdida del ganado que le confiaran y la traición de Linton y los otros, había veces que lo olvidaba a impulsos de este extraño e inquietante sentimiento. No volverla a ver…

Durante cuatro semanas se había acostumbrado a verla cada amanecer y cada noche, siempre activa e infatigable, conduciendo su ganado como el más experto capataz pudiera hacerlo. Y este tiempo le había sobrado para enamorarse de Kay Rutland.

Esto era lo peor. Porque él no podía atreverse a pensar en ella… ahora. Por lo menos, mientras no limpiase su nombre recobrando la manada que se le confió, y dando su merecido a los que le traicionaron. Hasta entonces, tenía que callar… y tal vez entonces fuera tarde.

Consciente de su situación, había procurado esconder sus sentimientos a Kay Rutland y todos los demás, rehuyendo a la muchacha en lo posible. Pero no estaba seguro de haberlo conseguido del todo.

Al menos, Kay parecía haberle notado algo. Y por su parte, adoptaba una rara actitud, mezcla de reserva y curiosidad, para con él. Le hablaba en muy contadas ocasiones, pero más de una vez la sorprendió mirándole. Y en tales casos, siempre desviaba la vista, enrojeciendo un poco.

De los demás, dos por lo menos parecían sospechar algo también: «Happy» y Deuce.

El cocinero se limitaba a frases de doble sentido y sonrisas socarronas. Pero Deuce no disimulaba cierta irritación hacia él, que ya iba convirtiéndose en franca enemistad. Y Jim pensaba si no estaría celoso.

Como fuese, todo iba a terminar muy pronto. Una vez en Hutchinson, él tenía que proseguir su camino en busca de Linton y su manada. Kay se quedaría allí, para volver a Texas en seguida… y todo habría terminado. Tal vez, si la suerte le acompañaba, podría él ir un día al condado de Burnet…, pero mejor era no hacerse muchas ilusiones.

El apagado rumor de cascos de caballos que llegó a sus oídos le apartó de tales pensamientos, haciendo moverse también a los demás. Conway se alejó un poco del círculo’ de luz de la fogata, cuando los jinetes aparecieron a la vista.

Kay se adelantó a recibirlos.

—¿Encontraste el comprador, Deuce?

—Así es, Miss Kay. Aquí viene conmigo.

Los dos recién llegados desmontaron. El hombre que venía con Deuce Harlow era un tipo de media edad, algo grueso, de cara colorada un tanto barbuda y boca sonriente, vestido con ropas de ciudad. Jim Conway le conocía… y por eso se había apartado del fuego.

—Este es Floyd Ashley, Miss Rutland — presentó Deuce—Un buen comprador de ganado, como le prometí. A lo que parece, en Hutchinson hay una gran competencia entre los compradores, y por esto Míster Ashley insistió en venir para hacer el primero una oferta.

—Así es, Miss Kay — afirmó el comprador, con voz untuosa—. Y puedo decirle que no encontrará a nadie en la ciudad que pague tanto como yo.

—Pues entonces…

—¡Hola, Floyd! — dijo entonces Conway, acercándose al fuego.

Ashley se volvió veloz y quedóse mirándolo, con no muy alegre expresión.

—¡Oh…, hola, Conway! — contestó, desganadamente—. Creí que eras de la gente del «Bar Diamond».

—Lo soy. Pero tuve un pequeño accidente allá abajo, en el Little Canadian. Puede que infortunado para ti.

—¿Para mí? — Ashley se encogió de hombros, pero resultaba claro su nervosismo—. No es cosa que me importe lo que pueda haber pasado, Conway. En nada puede interesarme.

—Tal vez no… y tal vez sí.

Ashley se volvió hacia Miss Rutland.

—¿Es este su capataz, señorita?

—No… Él…

—Nosotros lo encontramos medio muerto junto al Little Canadian — terció Deuce, con rudeza—. Y según me parece, está metiendo las narices donde no le importa.

Conway se encogió de hombros, notando cómo aumentaba la cólera del otro.

—Ciertamente yo nada tengo que ver en los negocios de Miss Rutland, Deuce. Nada, aparte mi deseo de ver a un coyote atrapado… y esto para pagar en parte la deuda que tengo con Miss Rutland y su gente.

—¿De qué demonios estás hablando? — inquirió Deuce, ásperamente.

Los demás hombres del equipo se habían acercado, interesados.

—He estado antes un par de veces en este camino — manifestó Conway, con firmeza—, y estoy enterado de cómo son las cosas en Hutchinson. Hay compradores… y compradores… El amigo Floyd, que está aquí, es de los últimos — agregó, y miró a los ojos de Kay Rutland—. Si yo fuera usted, Miss Rutland, andaría muy despacio en este negocio con Floyd Ashley… porque en Hutchinson también hay compradores honestos.

Deuce Harlow dió un paso al frente con rostro congestionado por la cólera. Y su hermano se puso a su lado.

—¿Estás sugiriendo que mi amigo Ashley no es un comprador leal, Conway? — casi gritó.

—Nada estoy sugiriendo — repuso Conway, fríamente—. Y no sabía que fuera tu amigo.

—¡Pues lo es! ¡Y vas a explicar…!

—Vale más que le pidas a él las explicaciones. ¿Acaso no notas cómo se impresionó al verme? Bueno… pues se impresionó, y mucho. ¿Por qué no le preguntas el motivo?

—¡Yo preguntaría, en lugar de eso, qué motivos tienes para entrometerte en esto! — explotó a su vez Ted Harlow—. ¿Qué es lo que sabemos acerca de tu persona? Es posible que seas lo que dices, pero también es posible que no. Y si crees que vamos a confiar; en la palabra de un nadie como tú contra nuestra propia opinión, estás loco. Lo mejor que puedes hacer es ocuparte de tus propias cosas!

—Yo creo que debo a Miss Rutland…

—¡A nadie debes nada aquí! — interrumpió Deuce, colérico—. Todo lo que hemos hecho por ti lo habríamos hecho por un indio en las mismas circunstancias. Todo lo que aquí pasa es cosa nuestra. ¡De modo que ya estás cerrando el pico y metiéndote en tus asuntos!

—¡Sí!

Sin replicarle, Jim se encaró con Kay Rutland, a la cual no parecía satisfacerle la situación.

—¿Es esa su opinión también, Miss Rutland? Aquí es usted la dueña, y la principalmente interesada.

La muchacha se removió, molesta.

—Yo…, yo no sé qué pensar… Usted es un desconocido para nosotros, y Deuce afirma que Mr. Ashley…

—Ya… — repuso Conway, con amarga sonrisa—. Con otras palabras: no fía en lo que digo.

Ashley creyó llegado el momento de intervenir. Carraspeó, y volvió a hablar.

—Un momento, Miss Rutland. Esto es muy penoso para mí, comprenda… He venido con la intención de hacer una buena compra, y tropiezo con dudas acerca de mi honorabilidad. Yo… no quiero decir más que esto. En Hutchinson soy bien conocido,

—¡Y tanto…!

—¡Cállate, Conway! ¡Ya has hablado bastante!

—Bueno…, como decía, me conocen bien… y Míster Harlow ha podido comprobarlo.

—Así es, Miss Kay. Nada se me ha dicho contra él.

—Me gustaría saber dónde fuiste a informarte… ¿No sería en el «Fancy Saloon»?

El gesto de Deuce demostró que Conway había dado en la diana.

—¿Y qué, si fui allí? Pero lo hice en otros sitios, y todos me respondieron bien de Mr. Ashley. ¿Puedes presentar tú iguales referencias?

Ashley, envalentonado por la ayuda, cometió entonces un error.

—No creo que pueda. Cierto que estuvo en Hutchinson otras veces. Allí se le recuerda como camorrista, mujeriego y…

Conway saltó hacia adelante, y su puño derecho golpeó entero la mandíbula de Ashley, enviándolo de espaldas al suelo. Casi al instante, los revólveres de los Harlow estuvieron apuntados contra él.

—¡Basta ya, Conway! ¡Si vuelves a moverte, lo pagarás caro!

—Sabéis bien que estoy desarmado — repuso Jim con frialdad, mientras Ashley se levantaba limpiándose la boca y mirándole malignamente—. No es muy hazañosa por vuestra parte esa exhibición de artillería.

Imagen

 

—¡Eso es cosa nuestra! Y ya hemos podido ver todos la clase de hombre que eres. Mi amigo Ashley ha aguantado tus acusaciones dignamente, como un hombre de conciencia tranquila, mientras que tú has demostrado en seguida cuán ciertos estábamos en nuestras sospechas.

La sangre hervía en las venas de Conway, pero se abstuvo. Vió en los ojos de Kay Rutland una sombra de disgusto, y aquello le llenó de amargura. También ella dudaba…

—Eres incomparable en tus deducciones, Deuce — dijo sarcástico—. Tanto como por tu penetración.

—Tengo la suficiente para distinguir a un hombre honrado de uno que no lo es.

—¿Y cuál es mi situación, según tú?

—Puedes adivinarlo.

Los ojos de Conway brillaban peligrosamente ahora.

—Es una información muy interesante… para ser hecha revólver en mano a un hombre desarmado, Deuce Harlow.

—¡Basta! — interrumpió Kay entonces, dando un paso adelante—. ¡Deuce, Ted, guardaos las armas! Y usted, Conway, será mejor que calle de una vez y se vuelva a su sitio.

Mientras obedecían ambos hermanos, Jim la miró a los ojos.

—¿Debo entender que está decidida a venderle a Ashley?

Los ojos de ella sostuvieron la mirada, y su boca se plegó en obstinado gesto.

—Así es. Aunque no veo por qué he de hacérselo saber.

—Bien… Yo ya cumplí advirtiéndola. Suyo es el ganado, después de todo.

—Le agradezco que lo reconozca.

Hablaba con ironía, y Conway se dolió al verla predispuesta contra él. No obstante, se dijo que, hasta cierto punto, era lógica su actitud. Él no era más que un desconocido para ella y los demás. ¿Por qué habían de creerle?

Se encogió de hombros, con gesto resignado.

—Allá usted… — Y luego, dando media vuelta, se encaró con Ashley, helando su burlona sonrisa.

—Floy Ashley — dijo desprecio—. Ellos te creen un hombre honrado. Procura serlo por esta vez al menos… porque de lo contrario, te daré tu merecido allá donde te metas.

—¡Vete al infierno con tus amenazas, Conway!

—Allí es donde irás tú muy pronto, si no las tomas en cuenta, Ashley. Recuérdalo.