CAPITULO XII
Ashley y Oaxie estaban esperando en la parte trasera del domicilio del primero las noticias que les permitieran respirar tranquilos.
Realmente era Ashley el único que las esperaba con impaciencia y seguridad de que su plan saldría bien. El pistolero se había mostrado bastante escéptico, pero no temía a Conway ni a ninguno de sus acompañantes. Más bien deseaba poder medirse pronto con el primero para demostrar su superioridad con un revólver en la mano. Así fumaba tranquilamente y jugaba sus cartas con parsimonia, mientras que el comprador ladrón lo hacía nerviosamente y sin fijarse apenas en el juego, con lo que ya llevaba perdidos un par de centenares de dólares.
—Yo de ti, miraría más mis cartas y menos a la puerta, Floyd — le advirtió Oaxie, al terminar una mano—. No vas a adelantar las cosas poniéndote más nervioso que una lagartija.
—Ya deberían estar aquí. —Sacó del chaleco un gran reloj de oro, mirando la hora—. Son las dos y media.
—¿Y qué? Pueden haberse retrasado, puede haberles salido mal la cosa. Conway no es tan tonto que duerma desprevenido, conociéndoos como os conoce a ti y a ese Linton. A lo mejor les estaba esperando…
—¿Quieres callarte? Me crispas los nervios con tus suposiciones.
Oaxie alargó la mano hacia la botella que tenían sobre la mesa, y se sirvió una buena dosis de licor. Con el vaso junto a los labios habló burlonamente.
—Eres un zorro astuto, Floyd, y nadie mejor que tú sabe cómo desplumar a esos ganaderos estúpidos. Mas para poder triunfar del todo en estas tierras, te falta una cosa.
—¿Qué cosa?
—Reaños.
Frunciéronse las cejas de Ashley con hosca expresión.
—No vuelvas a repetir eso, Glenn.
—¿Por qué? Estamos los dos solos y ya sabes que es verdad lo que te he dicho. Frente a mujeres y vaqueros idiotas con ganas de emborracharse y juerguear, nadie te gana la mano. Pero cuando hay que plantar cara como los hombres… entonces lanzas a otros para que te cubran.
—Para eso les pago. ¿Es que ya no te gusta trabajar para mí?
Oaxie bebió un trago de licor y se encogió de hombros, displicente.
—Ni me gusta ni me disgusta. Es un trabajo como otro cualquiera… y confieso que pagas bien. Lo haces porque no eres tonto, Floyd, y sabes bien que sólo puedes ir adelante mientras tengas hombres de verdad prestos a sacar la cara y jugarse la piel por… digamos por lo que les pagas.
Ashley tiró las cartas con un gesto de cólera.
—¿Se puede saber a qué viene eso?
—¡Oh, a nada! Es una mera observación. Desde que Conway ha llegado no se te quita el miedo del cuerpo. Fué un gran error tuyo limpiar esa manada a Miss Rutland después que él te advirtió. Y otro mayor no haberlo liquidado antes que tuviera oportunidad de aliarse con los del «R-7».
—Puede. Pero a estas horas ya estarán reparados esos errores.
—Tal vez, sí… y tal vez, no. Ese Conway es listo y no será el primer zorro que escapa de una trampa.
—Veo que le tienes simpatía. No será por el bien que te hizo quedar la otra noche.
—Peor quedaste tú. Y sí, se la, tengo. Te digo que me alegraré de que salga sano de la trampa. Floyd. No es hombre para morir como una rata y…
Un galope apresurado de caballos acercándose, cortó sus palabras. Ashley se levantó de un salto, y Oaxie puso el vaso sobre la mesa, añadiendo con media sonrisa:
—Bien, aquí tienes a tus asesinos. Ahora veremos qué te cuentan.
Los caballos frenaron junto a la casa, se oyeron voces excitadas, pasos y alguien llamó fuerte. Ashley corrió a abrir nerviosamente… y fué empujado hacia atrás con violencia por los recién llegados
Girando en la silla, Oaxie tuvo suficiente con una mirada para ver que la expedición había sido un fracaso completo. Tanto Nick Linton como los cinco hombres que le seguían, eran el vivo exponente de la derrota y el .desaliento. Una raya roja cruzaba la mejilla izquierda del primero, llenando su cara de sangre pegada con polvo a la piel, y tres de los otros venían tocados también.
Ashley recuperóse lo bastante para preguntar:
—¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo fué la cosa?
—Lo peor que podía haber ido — fué la hosca respuesta de Linton.
—¿Que…? ¿Y los demás?
—En el infierno, supongo.
Mientras Ashley, lívido de la impresión, buscaba nuevas palabras, Nick se acercó a la mesa y agarró la botella, bebiendo un trago largo. Luego se la alargó a uno de sus compañeros y sentóse en la esquina de la mesa.
—Estaban aguardándonos — dijo con voz ronca y sin mirar a nadie—. Llegamos junto al campamento y lo rodeamos en silencio. Ranson se cargó fácilmente al centinela. Vimos sus bultos durmiendo junto al fuego
—Y ellos estaban entre los árboles — le interrumpió Oaxie, despectivo—. Una vieja treta que un chiquillo de pecho habría tenido en cuenta.
La hosca mirada de Linton se clavó en él unos momentos.
—También la tuvimos nosotros. Pero el centinela no habría estado tan descuidado… Eso nos engañó.
—¿Qué pasó luego?—pudo decir Ashley, al fin.
—Ranson, con otros tres, debía encargarse de apuñalar a los que dormían junto al fuego. Los restantes rodeamos el seto y avanzamos por él, para impedir que escapase nadie. Estábamos ya todos cerca del campamento cuando ellos empezaron a disparar. Ranson y dos más se hallaban junto a los que parecían ser durmientes. No pudieron escapar. Nosotros sostuvimos largo rato el tiroteo y es seguro que dimos cuenta de varios, pero seguramente recibieron refuerzos, pues de pronto nos atacaron por el flanco. Entonces escapamos, convencidos de que quedarnos de nada serviría.
—¿Y cuántos hombres habéis vuelto?
—Ya lo ves. Yo he perdido cinco. De los tuyos, cuatro. Puede que no todos hayan muerto.
—En cuyo caso, Conway los colgará de los álamos luego de hacerles cantar.—Oaxie se levantó, mirando con desprecio .al abatido grupo de asesinos y al aturdido Ashley—. La habéis hecho buena entre todos. Ahora no nos queda otro remedio que largarnos de la ciudad a toda prisa, antes que nos coloquen de adornos en los árboles de la plaza.
Linton se picó.
—¿Lo habrías hecho tú mejor?
—Seguro. En primer lugar, yo no asesino a traición. ¡Quieto, imbécil! A no ser que quieras morir pronto.
Mirando como hipnotizado el negro revólver que le apuntaba al estómago, Linton tragó saliva y separó la mano de su propia arma.
—Esas no son maneras de tratar a un amigo—barbotó.
—¿Y quién te ha dicho que lo eres mío? Esa debe ser otra de tus suposiciones gratuitas, Linton. Yo escojo mis amigos mejor.
'—¡Basta ya!—chilló Ashley—. Dejaos de disputar y vamos a buscar una solución a esto. ¡Es preciso hacer algo!
—Exacto. Ya te lo he dicho. Coge tus cosas y todo el dinero que tengas a mano, ensilla un caballo y procura estar bien lejos de Hutchinson antes de que amanezca. Eso es lo único sensato que puedes hacer.
—¿Y el ganado? ¿Tengo que perderlo, acaso?
—Puedes escoger. Él o tu pellejo.
—Aún habrá alguna salida… Nadie puede probarme nada, y…
—No te hagas ilusiones. Si Conway es la mitad de listo que supongo y estos idiotas han dejado alguno vivo en sus manos, como de seguro habrán hecho, se preocupará de hacerle cantar tu participación en el negocio. Y o mucho me equivoco, o lo llevará consigo al sheriff para que repita bien alto lo que sepa. ¿Cuánto crees que tardarán en salir entonces en tu busca?
Ashley pareció impresionado por la argumentación. Pero Linton metió entonces baza.
—Todo eso está muy bien. Pero yo y mis hombres hemos traído hasta aquí el ganado del «Bar Diamond» corriendo muchos riesgos, nos hemos jugado la vida, perdiéndola algunos, para sacar a Ashley las castañas del fuego, y no vamos a perderlo todo por su culpa.
Oaxie le miró con desprecio.
—Eso allá vosotros. A mí me tiene sin cuidado lo que hagáis, y no me enfadará veros pender de un árbol en la plaza. Ashley es quien me paga y a él doy mi consejo.
—No puedo perder todo ese ganado, Glenn.
—Si tiene para ti más importancia que tu propia piel…
—¡Un momento, Oaxie! Aun no nos has dicho qué es lo que tú piensas hacer.
Volviéndose a medias para mirarle, el pistolero replicó, con sarcasmo:
—Voy a quedarme en Hutchinson, para llevar a cabo yo solo, en la primera oportunidad, lo que tú y tu pandilla de asesinos no habéis podido hacer esta noche.
Ashley se enderezó.
—¿Vas a desafiar a Conway?
—Sí. Pero no hoy, ni mañana. Hacerlo así equivaldría a meter en la horca mi pescuezo. Necesito esperar unos días, hasta que el revuelo armado por éstos se calme, y Conway deje de ser una especie de héroe popular. Entonces saldaré cuentas con él.
—Pero entonces yo habré tenido que…
—Largarte. Ya te lo he dicho. Acabe como acabe la cosa, ya nada tienes que hacer en Hutchinson,
—¿Y nosotros?—inquirió uno de los hombres, que hasta entonces permanecieron callados.
—Vosotros, ya os las ventilaréis como podáis. Eso no es cuenta mía.
Se había vuelto hacia el que preguntaba, y para ello dió espalda a Linton. Tal vez no le dio importancia, despreciándole como enemigo y creyendo, seguro de su propia rapidez, que el otro no se atrevería a nada. Pero se equivocó.
el otro no se atrevería a nada. Pero
se equivocó.
Linton era traidor por naturaleza. Los insultos de Oaxie le habían exasperado y por otra parte, estaba convencido de que habíase metido en un callejón de difícil salida. En estas circunstancias, cualquiera es un mal enemigo. Oaxie debió comprenderlo. No lo hizo… y pagó cara su confianza.
En el mismo instante en que la espalda del pistolero se puso ante sus ojos, Linton vió la oportunidad de vengar sus insultos, eliminando, al mismo tiempo, su enemigo potencial. La única, tal vez, que iba a presentársele.
Su diestra fué veloz al revólver y lo levantó con rabiosa alegría. El sexto sentido que parecen tener los hombres acostumbrados a jugarse la piel y vivir constantemente entre peligros, debió avisar a Oaxie entonces, o tal vez lo vió en los ojos del hombre que miraba. Lo cierto es que se revolvió rápido, llevando las manos a las armas. Pero el revólver de Linton lo fué más.
Dos disparos casi simultáneos retumbaron en la habitación. Oaxie, alcanzado de lleno, y mortalmente, se tambaleó mientras el rostro se le volvía gris. Aún tuvo fuerzas para sacar a medias sus armas y mirar a su asesino a los ojos.
—¡Maldito trai…!—dijo.
Una bocanada de sangre le cortó la voz y rodó a tierra, muerto antes de tocarla.
El drama había sido tan rápido e inesperado que ninguno de los demás tuvo tiempo de hacer nada. Y ahora se encontraron mirando la cara contraída del asesino, su revólver que les cubría amenazador, y el inmóvil cuerpo de Glenn Oaxie.
—¡Dios! — Murmuró Ashley—. ¿Por qué le has matado?
—Era un traidor. Su propósito al quedarse aquí no era matar a Conway, sino salvar el pellejo uniéndose a él para darnos caza. Ya le oísteis que no le importaban nuestras vidas. Y contra él no tenían nada. La otra noche no «sacó» en el «Firefly» para defenderlo, Ashley, dejando que te vapuleara Conway. Y esta noche se negó a acompañarnos. Su juego está bien claro y por eso lo maté.
Posiblemente, los demás tenían sus dudas acerca da las razones que alegaba. Ashley las tenía, de seguro. Pero todos pensaron que no era cosa de discutirlas ahora, máxime estando Oaxie muerto ya. Lo urgente era escapar.
—Bueno, y qué hacemos—inquirió uno—. No vamos a esperar aquí hasta que nos cojan.
—No. Vamos a irnos. Pero no huyendo. Ashley recoge lo que tengas que llevarte. Te vienes con nosotros.
—¿A dónde?
—Donde tenemos el ganado. Con los dos que quedaron guardándolo, somos nueve. Bastantes para arrearlo a través del río hacia Ellsworth o Hays. Podemos cruzar antes que ellos sepan lo hemos hecho, y mientras nos buscan por las colinas sacarles bastante delantera. Luego que lleguemos a Ellsworth, ya no podrán hacernos nada.
Ashley dudó. No se fiaba un pelo de Linton, mas tampoco tenía opción. Si se negaba a secundar su plan le mataría con tan poco escrúpulo como a Oaxie. La leía en sus ojos… Y la vida era muy preciosa para Floyd Ashley.
—Está bien — accedió—. Voy a recoger mis cosas.
—Espera. Hume y yo te acompañaremos. Podía darte la idea de que es mejor escapar solo.
—Poca confianza tienes en mí — replicó Ashley, agriamente.
—Ninguna. Como tú en mí tampoco. Sólo que ahora soy yo quien manda. Vamos, date prisa, no hay tiempo que perder.
Así escoltado, y procurando dominar el temor y la rabia que llenaban su pecho. Ashley recogió cuánto dinero y cosas de valor poseía, haciendo un hato con las últimas y salió a la calle, donde ya se le había preparado su caballo. Cinco minutos después, el grupo galopaba hacia las afueras de la ciudad, camino del Arkansas.