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Ing-Marie se encontraba en la cama de un hotel escuchando el agua de la ducha. Quizá debería entrar y meterse debajo del chorro de agua caliente. Hacer compañía a aquel cuerpo desnudo. Pero no tenía fuerzas.

Miró su teléfono y pensó si debería encenderlo. No tenía fuerzas.

Pensó en la tarde. En cómo sería estar en una ciudad desconocida en la que nadie sabía quién era. Debería arreglarse. Pero no tenía fuerzas.

Cerró los ojos y se cubrió el cuerpo y la cabeza con el edredón. Se quedó bajo el esponjoso edredón de plumas aspirando profundamente el perfume del detergente del hotel. La consumía llevar una doble vida. Estaba agotada. Deseaba que terminara pronto. Pronto terminaría.