19
Cinco horas más tarde, una patrulla de la policía aparcaba en la calle Kåkinds, delante del edificio marrón de cinco plantas. Göran Hjonåker tenía su consulta en la cuarta.
Anna Eiler quiso subir en el ascensor. Patrik Morrelli insistió en subir por la escalera. Otro bobalicón de Estocolmo aficionado al ejercicio físico.
Anna intentaba recuperar el aliento discretamente mientras miraba por el rabillo del ojo a su nuevo colega, que estaba llamando a la puerta.
«En cualquier caso, es guapo —pensó—, un cuerpo agraciado. Pelo negro, fuerte y brillante. Origen italiano garantizado».
Se preguntó si pegaba a su mujer.
—¿Estás segura de que está aquí?
Anna miró el reloj. Meneó la cabeza.
—No, sólo ha sido por probar. Son las seis. La gente normal ya ha dejado de trabajar a estas horas.
Sacó el móvil, llamó a información y pidió que la pusieran con Göran Hjonåker.
—En Estocolmo un psicólogo tendría un número secreto —comentó Patrik.
—No estás en Estocolmo —replicó Anna mientras oía las señales.
Göran Hjonåker respondió a la tercera. Anna le explicó que estaban en la puerta de su consulta.
—Vaya, lo siento. De haber sabido que irían habría esperado, naturalmente, pero el último paciente se fue a las cinco y acabo de llegar a casa. Les ruego que me disculpen. De hecho pensé que hoy se pondrían en contacto conmigo, tal vez debería de haberme quedado a esperarles.
—¿Ah, sí? ¿Y eso? —preguntó Anna.
—Bueno… —Oyó que el hombre tragaba saliva—. Por el asesinato. Elisabeth Hjort.
Anna Eiler sintió cómo se le retorcía el estómago. Sabía que debería encontrarse con ese hombre cara a cara, y no quería darle la oportunidad de que pusiera ningún pretexto.
—¿Y puedo preguntarle cómo se ha enterado del asesinato de Elisabeth Hjort?
—Me lo contó la periodista que ha venido hoy a hablar conmigo. Qué horrible, nunca pude imaginarme… Pero no le dije nada de mis encuentros con Elisabeth, lógicamente. Me debo al secreto profesional.
Julia.
Maldita Julia.
Tuvo una corazonada. Anna Eiler se apresuró a terminar la conversación. Tenía que avisar a Karlkvist de que la noticia se había filtrado. Se iba a poner hecho una furia. No tuvo tiempo de llamar, el nombre del comisario apareció en la pantalla de su móvil. El nudo en el estómago le llegaba siempre como por encargo cuando intentaba tranquilizar a un hombre dominante hecho una furia.