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DOMINGO, 3 DE ENERO DE 2010
La llamada llegó a las 07:34.
Cuando la molesta señal del móvil la despertó, al principio no sabía ni dónde estaba. Aquella no era su cama.
Anna Eiler se estiró en el sofá para coger el teléfono. Mientras lo buscaba a tientas volcó con el brazo el vaso de agua medio lleno y esta cayó sobre la mesa de madera. Soltó un taco, pero al ver en la pantalla quién la llamaba comprendió que no había tiempo para buscar una bayeta.
Anna se aclaró la garganta para que no pareciera que acababa de despertarse y contestó. Escuchó la escueta orden, se puso la ropa tirada en el suelo y se dirigió a la puerta.
En casa de Julia Almliden el teléfono sonó justo ocho minutos más tarde. Se levantó apresurada en busca del ruidoso aparato.
—¿Sí?
—¡Buenos días, guapa!
Julia estaba convencida de que habría reconocido la voz de Janne Persson entre un millón. Flash, el fotógrafo freelance, tenía la voz más nasal que ella había oído nunca. Sonaba como una vieja gruñona, pero con voz de hombre. Y encima ese acento de Västergötland que haría sonrojar a un político de extrema derecha. «Una mezcla de lo más absurda», pensó frotándose los ojos antes de contestar secamente:
—Flash. Es domingo y no trabajo. Llama a Ing-Marie.
—Es que es tan pesada. Se cree que trabaja para la policía. «Saca eso. ¿Lo tienes? ¿De veras tienes la foto?» Prefiero pasar la mañana contigo.
—Está bien. ¿Qué quieres? —preguntó de mal humor.
—Estoy en la orilla del lago Simsjön mirando cómo los colegas de Karlkvist sacan un cadáver del agua. Mejor dicho, del hielo. Les está costando un poco, porque el cuerpo está atrapado. Si te das un poco de prisa puedes estar aquí antes de que terminen de serrarlo.
—Llego dentro de diez minutos —contestó Julia.
Cuarenta minutos después, cuando tanto Anna como Julia ya se encontraban en Simsjön, sonó un tercer teléfono, en casa de Ing-Marie Andersson. Esta miró la pantalla y al ver el número sintió el inevitable y habitual nudo en el estómago. Debería contestar. No tenía ganas. En ese momento, no. Apagó el móvil.