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MUCHOS AÑOS ANTES

La fiebre se ha adueñado de su cuerpo y está tiritando.

Oye a su madre ahí fuera. Está limpiando la cocina y viene a su habitación con frecuencia, le pone la mano en la frente, le acaricia la mejilla.

Su padre no está en casa. Su trabajo de instalador de moquetas le ha llevado a Helsingborg.

No tiene fuerzas para comer ni para beber. Se siente mareada y procura alejar la niebla de la fiebre durmiendo.

Después de unas horas le despierta el crujido de la cama. Gira la cabeza embotada y ve a su padre sentado al pie de la cama. Su padre, que no podía venir a casa hasta el fin de semana.

Él le sonríe.

—¿Estás enferma, mi pequeña Linja?

Linja.

A veces él la llama así. Cuando está contento. Entonces ella es la Linja de papá. No sabe de dónde viene ese apodo, pero le gusta.

—¿Estás en casa? —le pregunta con la voz seca y ronca.

Él vuelve a sonreír.

—Me llamó mamá y me dijo que estabas enferma. Me dio tanta pena que vine a verte y te compré esto.

Le acerca una cesta. Es de mimbre trenzado pintado de blanco. En la cesta hay un tiesto con un rosal pequeñito en flor. Los diminutos capullos son de color rosa. Su color favorito.

Es el regalo más bonito que le han hecho en su vida.

Su padre coloca el rosal en la mesilla. Después la arropa y sale de la habitación. Ella lo oye hablar con su madre en la cocina y piensa en el viaje tan largo que ha hecho para verla.

No sabe exactamente a qué distancia se halla Helsingborg, pero está segura de que se encuentra muy lejos. Se imagina que su padre tendrá que conducir toda la noche para estar de vuelta en Helsingborg al día siguiente por la mañana. Pero lo hace con agrado. Para ver a su Linja.

Mira el rosal.

Él la quiere.

Ella es la pequeña Linja de papá.

Se duerme con la cabeza llena de imágenes del padre más bueno del mundo, que la quiere más que a nada.