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Llesho contemplaba cómo se acercaba la costa a medida que el yate de Lord Chin-shi cruzaba la Marea Roja. Al empezar su adiestramiento, solo había pensado en lo que vendría después, llegar al continente y buscar a sus hermanos como un humilde independiente. Pero no había sabido lo aterrorizado y orgulloso que se sentiría al lucir su propio equipo de cuero: la túnica, las espinilleras y los puños para protegerle las muñecas. Aquel era el primer paso en el camino a la libertad y la salvación de su pueblo y su país. Y todo lo que tenía que hacer era matar a otros hombres, esclavos como él, para entretenimiento de sus amos.

Pronto llegaría a eso, lo sabía; mataría o moriría por el dinero de la bolsa; sin embargo, como novato que apenas tenía unos rudimentos de teoría, Llesho no lucharía en esta, su primera competición, sino que participaría en una demostración de posturas de combate armado con el tridente. Pero sabía que le estaba diciendo adiós a la única vida que había conocido desde su séptimo verano, cuando los harn lo habían vendido en el merca-

do. Hasta que había caído bajo el escrutinio del supervisor Markko, la vida de Llesho había sido dura pero no era una mala vida. Había tenido amigos, y trabajo, y la seguridad de una mano que lo guiaba, primero con el ministro Lleck y Kwan-ti la sanadora y luego con el maestro Den e incluso el maestro Jaks.

Ahora todo eso estaba cambiando. Lleck estaba muerto, Kwan-ti había desaparecido. Los buscadores de perlas habían salido al mercado semanas antes, incapaces de ganarse el sustento en los lechos de ostras moribundas. Podía oler la podredumbre que se elevaba de los peces muertos y de los cuerpos de criaturas más grandes que flotaban en la superficie del mar, y rezó con el «Agua que Fluye» en recuerdo de la dragona de agua que le había salvado la vida hacía tanto tiempo, le parecía, aunque había sido menos de un giro completo de las estaciones.

Solo sobre la cubierta pulida de popa, adoptó las posturas que evocaban la tierra para calmarse. Hoy, Lord Chin-shi pondría a sus gladiadores a la venta en la arena. Competirían y Lord Chin-shi se llevaría a casa sus ganancias o las perdería en los torneos pero volvería a la Isla de las Perlas sin sus gladiadores. Algunos de los hombres a los que consideraba sus amigos morirían hoy, y otros se encontrarían vendidos a tierras lejanas. Llesho se preguntó quién tiraría su dinero en un chico sin adiestrar ni la perspectiva de una altura o un peso adecuados por delante. Recordó a la dama vestida de sirvienta, que lo había contemplado mientras él revelaba demasiado de sí mismo con la lanza corta y el cuchillo, y se estremeció. No sabía qué interés despertaba en ella, pero esperaba que no incluyera su actuación en la arena.

—Te irá bien, ya lo sabes. —El maestro Jaks subió de la bajocubierta y se agarró con las dos manos a la barandilla. Miró a tierra para que Llesho no tuviera que encontrarse con sus ojos y añadió—. Ya se asegurará Lord Chin-shi.

—No le entiendo —reconoció Llesho—. No se acostó conmigo aunque quería que los demás lo pensaran.

Le lanzó una mirada furtiva al maestro Jaks, al que no pareció sorprenderle la revelación.

—Fue amable conmigo —cosa que lo había confundido, después de varias semanas siendo el prisionero del supervisor.

El maestro Jaks asintió con sabiduría pero no volvió la cabeza para mirar a Llesho.

—Tan amable como puede serlo un hombre que quemaría a una bruja y que pondría a sus esclavos a luchar y morir en la arena por puro placer.

—Creí que eso era obra de Lady Chin-shi —admitió Llesho. El señor de la Isla de las Perlas le había ofrecido dulces alimentos y lo había metido en la cama cuando se había quedado dormido en el suelo, entre los libros. En su taller no reinaba el olor a muerte que impregnaba las paredes de la casita del supervisor. No podía reconciliar la imagen del hombre que le había mostrado tanta piedad con la del comprador y vendedor de niños en el mercado.

Pero Jaks sacudió la cabeza.

—No cabe duda de que a Lady Chin-shi le interesan los gladiadores—dijo—. Pero no le interesa tanto la arena de combate. Lord Chin-shi quizá no querría que se hiciera daño a sus hombres pero, al igual que muchos hombres buenos, tiene debilidad por la exhibición de las habilidades marciales y demasiada afición a las apuestas.

—¿De verdad le teme a las brujas? —Llesho se preguntaba qué había atraído hacia él la atención de su señor, él, que no tenía muchas habilidades como guerrero y ninguna como mago.

La respuesta de Jaks no lo tranquilizó.

—Creo que su señoría sabe que en el mundo hay malvados practicantes de las artes oscuras y quería proteger su hogar y sus tierras contra ellos. Pero si lo que me preguntas es si pensaba que Kwan-ti era una bruja, creo que no.

—¿Entonces por qué me llamó? —Llesho sabía por qué quería Lady Chin-shi que llevaran a Madon y Radimus a sus habitaciones y suponía que la mayor parte de los servidores de la casa del señor pensaban que su señoría sentía el mismo interés por él. Salvo que no era así, había hecho algunas preguntas y luego había dejado solo a Llesho, para que se entretuviera solo mientras él trabajaba.

El maestro Jaks le dio la espalda al mar para estudiar los rasgos confundidos de Llesho.

—No lo sé —dijo—. Quizá se ha enterado de que eres más de lo que pareces. Pero si es así, no sé por qué no te vendió a tus enemigos, o por qué no te mató por la amenaza que supones.

Llesho no dijo nada. Sabía lo que le esperaba si los enemigos de Thebin sabían que estaba vivo y que planeaba recuperar su tierra. Si Lord Chin-shi pretendía hacerle daño, o siquiera deseaba sacarle el mayor beneficio posible, había formas más fáciles que meterlo en la arena. Jaks quizá fuera capaz de distinguirlo pero a pesar de todos los veranos que habían transcurrido desde que los harn habían invadido Thebin, jamás había hablado en voz alta de su identidad. Por mucho que sus amos supieran o adivinaran sobre sus orígenes, no podía relajar los hábitos adquiridos y se cuidaba mucho de hacerles confidencias. Así que se asomó al agua y contempló cómo se acercaba cada vez más con cada empujón de la marea y el viento. Cien preguntas le bullían tras la lengua: ¿Cómo llegaste aquí? ¿Cómo sabes tanto sobre mí, sobre Thebin? ¿Qué soy yo para ti, y para la dama que me observaba con tanta atención en la sala de armas? ¿Y quién es esa dama y qué quiere de mí? Pero no podía preguntar. No le quedaba alternativa, que él supiera, así que guardó silencio y esperó el momento de poder sacar las preguntas y examinarlas sin correr peligro.

—La ciudad se llama Costa Lejana —le dijo Jaks, que parecía aceptar que su conversación personal había terminado—. Shan, la provincia principal del Imperio Shan, está casi tan al interior como Thebin. Hace generaciones, cuando el primer emperador extendió sus dominios por la tierra, su dominio terminaba aquí, en este lugar, que llamaron Costa Lejana. Entonces se pensaba que el mundo terminaba en el mar, que debía de continuar para siempre, dado que no había ojos que pudieran ver una costa más lejana. La visión aterró tanto a los ejércitos del emperador que sus generales tuvieron que colocarse detrás de ellos con lanzas y espadas para derribar a aquellos de sus hombres que intentaban huir. Más tarde, claro está, el imperio aprendió a construir barcos que podían atreverse a cruzar los océanos. Pero la ciudad sigue llevando el legado de esos viejos tiempos en su nombre.

—¿Qué distancia hay hasta Thebin desde Costa Lejana? —le preguntó Llesho y Jaks le lanzó, ceñudo, una mirada de advertencia.

—Demasiado lejos. No pienses siquiera en escapar.

Llesho no le dijo que no pensaba en otra cosa y eso desde que el ministro Lleck se le había aparecido en los lechos de perlas. Desde ese día todo parecía conspirar para hacer avanzar a Llesho un poco más por la senda que lo llevaba a cumplir el objetivo de Lleck. No le cabía ninguna duda de que iría a casa y sentía la presencia de los dioses a su espalda, como el viento en las velas del barco, con cada paso que daba hacia su objetivo. Pero seguía preguntándose cuánto duraría el viaje.

—Es como un sueño —comentó al mirar hacia aquella ciudad con tantas gradas. Los techos inclinados y los aleros elaboradamente curvados se hacían más sólidos a medida que se acercaban.

—Shan es más grande —dijo Jaks, y Llesho se preguntó si se daba cuenta de todo lo que revelaba sobre sí mismo con aquellas palabras—. El palacio que hay allí es una de las grandes maravillas del mundo. Pero Costa Lejana tiene el valor de sus contradicciones. Los edificios más altos que ves son sus templos... mira los tejados, que se elevan como paraguas sobre la ciudad para protegerla del poder del mar, mientras que hacia el oeste, la ciudad se acurruca bajo las murallas que la protegen de las invasiones que siempre temen los invasores. Durante todos estos años de imperio, Costa Lejana jamás ha relajado la vigilancia que mantiene sobre el oeste.

Thebin se encontraba al sur mientras Shan, la joya del corazón del imperio, se encontraba al norte. Ambas estaban al oeste de la ciudad más oriental de la expansión imperial y entre ellas estaban los harn. Llesho se preguntó si las murallas de Costa Lejana estaban hechas para rechazar una invasión de los harn o eran un recordatorio para los conquistadores que habían salido del norte. ¿A quién temía más Costa Lejana?

El yate se abrió camino poco a poco hasta su amarradero en los atestados muelles y Llesho se encontró de repente rodeado de gladiadores que habían subido a la cubierta para ver cómo llegaba el barco a la costa. No se veía a Jaks por ninguna parte pero el maestro Den se movía entre los gladiadores, vestido, para variar, con unos calzones sueltos que le llegaban a las pantorrillas y una camisa blanca igual de suelta cruzada sobre su amplio estómago y sujeta con un amplio cinturón de tela tejido con los colores de la casa de Lord Chin-shi. El maestro Markko, con las largas túnicas de su rango, disponía la primera cubierta para clasificar a sus gladiadores y empezar el desfile hacia la arena; colocó los timbales y los tambores delante y clasificó a los luchadores de los más destacados a los menos, así que Llesho se encontró emparejado con Bixei.

—Buena suerte —dijo Llesho cuando bajaron a tierra firme. Bixei asintió pero no dijo nada.

Él también llevaba su primer equipo de cuero pero hoy Bixei participaría en su primera pelea de verdad en la arena, un combate parejo y designado a primera sangre en lugar de a muerte. Los dos muchachos sabían que ocurrían accidentes en el calor de la batalla y en ocasiones no eran accidentes sino viejas cuentas que se saldaban sobre los cuerpos de los guerreros. Llesho no dijo nada más, estaba muy ocupado intentando mantener los rasgos firmes y la pose fiera que los gladiadores fingían en el desfile para atraer al público más pobre a los asientos superiores. Mientras desfilaban dejaron los almacenes y los muelles atrás y serpentearon entre calles estrechas con casas destartaladas que los prensaban, llenas de habitantes del continente que vitoreaban y abucheaban. Por fin llegaron a una amplia vía que cruzaba la ciudad como una flecha, suave y recta y flanqueada por árboles cargados de fragantes capullos en flor. Bixei le dio un codazo en las costillas con los ojos como platos pero Llesho no podía apartar la mirada de las riquezas extendidas ante ellos en la vía. A cada lado, apartadas como si la carretera no fuera digna de tocar el borde de las suntuosas prendas que había a ambos lados, altas verjas de hierro cerraban altas murallas. Dentro de las barricadas privadas, los ricos de Costa Lejana esperaban a que pasara el calor del día y se defendían de sus propios pobres por la noche.

En los límites de la ciudad más alejados del mar, todavía terminaba en la arena, una plaza abierta de arena y serrín, con gradas de bancos que se elevaban a ambos lados y palcos alineados a cada extremo para los propietarios y los clientes ricos. El palco del gobernador y e. palco del alcalde, en el centro del largo eje del norte estaban cubiertos de empavesados rojos y amarillos y e. lugar entero estaba rodeado de estandartes colocados en sus mástiles como soldados en posición de firmes. Jaks llevó el desfile de la casa de Lord Chin-shi hasta la fila oriental de bancos donde una puerta de madera tan alta como ancha se encontraba abierta para admitirlos. Bajo los asientos, descubrió Llesho, había bancos para los luchadores, barriles de agua y rimeros de vendas. Apoyado en la pared que había al lado de la puerta abierta descansaba un montón de camillas de cuero estiradas sobre largos palos para sacar del campo a los heridos y los muertos de su casa. A Llesho le dio un vuelco el estómago ante esos recordatorios de que la arena era un juego solo para los espectadores: para los hombres que luchaban significaba la vida o la muerte.

Después de guardar sus escasas pertenencias bajo los bancos, el maestro Den los sacó al campo donde se celebrarían los torneos esa tarde. Tras levantar las manos como ofrenda al cielo, comenzó las oraciones y los gladiadores se colocaron en sus sitios y siguieron el ciclo de oraciones al agua, al aire, a la tierra y al fuego, al sol y a la luna, a la lluvia y a la nieve que caía, al mijo que crecía y al arroz que flotaba en las arroceras llenas de agua, al loto que surgía del lodo, al caracol que andaba sobre el vientre y a la mariposa, sagrada entre los gladiadores que al igual que ella crecían en secreto para surgir en toda su gloria por un solo día, y morir.

Cuando terminaron, y el maestro Den los despide con una profunda inclinación, el maestro Jaks los dividió en parejas y equipos para practicar las posturas con las armas. Llesho realizó los ejercicios con su tridente, saltando y acuchillando, haciendo volteretas sobre el eje de la vara de su arma. Después del entrenamiento, el maestro Jaks reunió a los gladiadores para la bendición de los guerreros y luego los volvió a llevar bajo las gradas, donde se había instalado una mesa de caballete cargada con los alimentos más santos para sostener a un hombre en combate. Llesho no tenía hambre. El terror que le inspiraba todo lo que era extraño y nuevo a su alrededor le había cerrado el estómago, pero de todas formas llenó el plato, como los demás, para que nadie supiera que tenía miedo.

Bixei se había sentado solo y contemplaba el campo de combate con un gesto inexorable en las mandíbulas. Llesho habría compartido su plato con el que en otro tiempo había sido su enemigo, pero Stipes ya llevaba una ración extra para su compañero. Así que lo siguió y se sentó a la izquierda de Bixei, dejando el lado derecho para Stipes al tiempo que él se alejaba del objeto de los celos de Bixei.

—Te irá bien, Bixei. Los cocineros dicen que hoy competiremos contra la casa de Lord Yueh. —Stipes se dedicó a comer durante un momento—. Lord Yueh perdió a muchos de sus mejores hombres por culpa de una enfermedad la temporada pasada. Desea hacerle varias compras a Lord Chin-shi y ha apostado en cada combate solo a primera sangre, ya que no quiere que la mercancía esté demasiado dañada. —Observó el rostro taciturno de Bixei y añadió—: Por supuesto, como novato, las reglas de tu competición ya exigían solo sangre. Pero eso significa que yo no tengo que ganar mi asalto para conservar la cabeza.

Bixei mordisqueó su pan pero al final lo tiró asqueado.

—Lord Yueh no es el único comprador que ha venido, y necesita luchadores experimentados para reconstruir sus filas, no un novato recién salido de su primera pelea. —Dio un profundo suspiro—. Sabía, incluso antes de que Lord Chin-shi perdiera su fortuna que podrían vendernos a uno u otro o que en algún asalto futuro uno de nosotros podría tener que ver morir al otro. Pero el maestro Jaks decide todos los asaltos de su señoría y nunca ha enfrentado a viejos compañeros en la arena. Se sabe que Lord Yueh lo hace para aumentar la diversión.

—Jamás te mataré en la arena, muchacho. —Stipes rodeó con una mano la nuca de Bixei y le dio un apretón amistoso—. Y tú nunca serás lo bastante bueno para acabar conmigo, así que no podemos estar más seguros.

Bixei no entró al trapo, se limitó a abandonar el plato, se levantó y se acercó a la puerta para ver cómo entraba el público. Llesho lo contempló irse, tan volcado en la tensión que se derramaba por cada músculo que olvidó a Stipes hasta que este le dio una palmada en los hombros.

—Todo irá bien —dijo, pero Llesho se dio cuenta por el ceño preocupado que el gladiador no se creía sus propias palabras. Encima de sus cabezas, el sonido de pasos apresurados y los bancos que se ajustaban marcaba la presencia de una multitud cada vez mayor.

—Lord Yueh quiere comprar al maestro Jaks —dijo Stipes—. Debe de creer que los preparadores de Lord Chin-shi son mejores que los suyos. Tenemos que demostrarle que lo son.

Con esas últimas palabras de ánimo, dejó su plato medio vacío en la mesa de caballete y fue a reunirse con Bixei ante la puerta abierta. Discutieron durante un momento y luego se alejaron juntos hacia las sombras.

Llesho los miró marcharse, luego dejó su plato en .i mesa y salió fuera para ver cómo entraba la multitud Muy pronto, el contraescalón que había delante de cada banco estaba lleno de pies que pateaban mientras la multitud aplaudía y exigía a gritos que empezaran los juegos.

De repente se hizo el silencio y una docena de trompetas en la entrada de la arena anunciaron la llegada del gobernador. El maestro Markko llamó a Llesho para que ocupara su lugar en el gran desfile alrededor de la arena, la última oportunidad de la multitud de ver a los competidores antes de que se cerraran las apuestas. Respondió sumido en el aturdimiento. Thebin no tenía juegos así y Llesho no había visto en toda su vida tanta gente reunida en un solo lugar para nada. Pronto formaría parte de todo ello. Ocupó su lugar al final de una hilera. Al sonar un tono que el maestro Markko había estado esperando, los gladiadores de la casa de Lord Chin-shi salieron con paso firme al sol y el serrín.

Un grito surgió de la muchedumbre y se agitaron coloridos estandartes. A una orden del maestro Markko, todos los gladiadores levantaron la mano derecha y agitaron los puños en el aire mientras rodeaban la arena. Las casas de los señores de Costa Lejana que también competían hicieron lo propio, algunos marchando en su misma dirección y otros desfilando en la contraria. Las dos líneas se encontraron en el centro de la arena y se distribuyeron una frente a otra. Sonó de nuevo una fanfarria y los gladiadores se agacharon y se saludaron humildemente, una profunda reverencia que inclinó sus rizos hacia el polvo y formó un paseo vivo de espaldas ofrecidas al látigo del amo. Al pasar, el gobernador chasqueaba la vara ceremonial de sauce sobre los luchadores con palabras como «valiente», «animoso» e «impávido» para exhortarlos en sus batallas. De esta manera el gobernador se abrió camino hasta el palco oficial, con su consorte tras él.

Por tradición, el gladiador más joven que derramaría su sangre ese día recibiría el favor de la consorte del gobernador. Por consiguiente, la dama levantó a Bixei y con una sonrisa depositó su cinta sobre la espada que llevaba en la mano derecha y un beso sobre sus labios.

—Gana hoy por mí —dijo.

Llesho reconoció la voz y cuando levantó la vista de la reverencia, una mujer con un rostro frío y unos ojos mucho mayores que los años de su dueña, le ofrecía una sonrisa solo nominal a Bixei, que se sonrojaba ante tanta atención. Era la mujer que había examinado a Llesho con la lanza y el cuchillo en la sala de armas de la Isla de las Perlas. No dio ninguna señal de reconocer a Llesho sino que volvió al lado de su marido, que invitó al público a levantarse y conocer a su nuevo héroe, Bixei, de la casa de Lord Chin-shi. El gobernador se inclinó elegantemente ante el joven campeón de su dama, que le ofreció la mano. Bixei rozó con la frente los dedos de la dama, la promesa ceremonial de luchar con valentía para defenderla. La pareja se inclinó ante el alcalde y sus invitados y subieron por los contraescalones alfombrados hasta el palco oficial. Juntos, el gobernador y su dama ocuparon sus lugares bajo una sombrilla de seda con varios niveles que simbolizaban su alto rango.

Las trompetas volvieron a tocar su fanfarria y los directores de los asaltos se encontraron entre los dos simulacros de ejércitos para asignarle a cada hombre su enemigo ya determinado. Llesho solo tuvo un momento para ver cómo alejaban a Bixei y lo enfrentaban a un muchacho de edad y constitución parecida pero que llevaba una pica.

«Lucha dentro de su espacio», pensó Llesho para sí, pero entonces lo llamaron para que acudiera a su propia demostración. Realizaría los movimientos de un asalto mientras su adversaria hacía lo mismo. Pero por su juventud y preparación limitada, sin embargo, no se atacarían con las armas sino que llevarían a cabo los ejercicios que mostrarían su nivel de habilidad a una distancia de unos cuantos pasos.

Su adversaria cogía el cuchillo y la espada de forma muy diferente a como lo hacía Llesho durante el adiestramiento pero pronto cogió el ritmo y se movió para contrarrestar y atacar con el tridente. Era buena y Llesho se preguntó de nuevo por qué Lord Chin-shi no adiestraba luchadoras. La chica avanzó hacia él, un poco más cerca en el pase siguiente y él vio que la muchacha sabía que él se había distraído y eso la molestaba. «Como un baile», pensó él y encontró el tempo de sus movimientos, recibiendo la siguiente estocada de la chica con un movimiento que había diseñado él y que había practicado hasta perfeccionarlo, utilizando la vara del tridente para sostener el salto, brincó muy por encima de la espada de la chica y aterrizó con ligereza detrás de su balanceo. La muchacha había dejado el lado derecho expuesto a las hojas del tridente que puso en posición con la rapidez de un rayo.

Una ola de aplausos siguió el movimiento y Llesho miró a su alrededor para ver quién había asestado tan admirado golpe entre los luchadores más experimentados, pero su oponente ya mostraba su respeto por el movimiento con una reverencia antes de ponerse de nuevo en posición. Esta vez la chica entró dentro de su espacio y le colocó con suavidad el cuchillo en el gaznate.

—No es un movimiento tan bonito —admitió ella—. Pero estarías muerto y no solo herido si quisiera aprovecharme de esta ventaja. —La chica puso un poco más de presión tras el cuchillo y Llesho se quedó paralizad: inmovilizado por la sorpresa y el miedo a que de verdad le rebanara la garganta si se movía.

Pero el brazo de la muchacha pareció combarse un poco, así que él le apartó la mano sintiendo el escozor cuando la punta del cuchillo le arañó toda la garganta y cuando sintió que el metal se apartaba de su cuerpo, levantó el tridente, decidido a atravesarla con las tres afiladas hojas. Cuando dio un paso atrás para salir del alcance de ella, ella lo siguió; la chica se retorció, se metió bajo su arma y barrió con un pie un círculo bajo que derribó a Llesho. Él recuperó de un salto la posición antes de que ella pudiera inmovilizarlo con la espada, dando las gracias por las lecciones que le había dado el maestro Den en el combate sin armas. Se dio cuenta de que las posturas que se adoptaban en el cuerpo a cuerpo funcionaban igual de bien combinadas con el adiestramiento que había recibido con armas.

Su asalto se detuvo cuando un monitor tocó el silbato. Llesho analizó el asalto como le habían enseñado. Su oponente aspiraba el aire con aspereza, en jadeos quebrados, mientras Llesho seguía respirando con normalidad, si bien quizá un poco más rápido de lo que lo haría descansando. Estaba claro que si el monitor no hubiera detenido el asalto, habría ganado él gracias a su capacidad thebin de controlar la respiración. Pero en un asalto de verdad, los resultados habrían sido menos seguros. Él habría sido el primero en derramar sangre cuando la cogió por sorpresa al saltar sobre el tridente pero ella se habría llevado el premio en una lucha a muerte.

Pensó que, de igual manera que él la había engañado a ella con un movimiento que nunca había visto, la joven también lo había engañado a él con su sexo. No esperaba que una mujer fuera capaz de luchar y no había previsto que su forma de luchar sería diferente de la de un hombre, que se decantaría por un golpe rápido en lugar de agotar y herir al contrincante durante el curso de un asalto más extenso. La estrategia de la joven tenía sentido, pero sabía que él tendría que trabajar duro para compensar sus carencias si quería sobrevivir en competiciones a muerte. Y sus planes exigían que se mantuviera con vida el tiempo suficiente para conseguir la libertad.

Se inclinó como muestra de respeto hacia la habilidad de su adversaria, y del mismo modo ella se inclinó ante él. Entonces le dio un susto de muerte cuando se volvió hacia el monitor y dijo:

—Me lo llevo. Lord Chin-shi puede cobrar su precio; que lo aseen y lo entreguen antes del banquete de la victoria de esta noche.

El monitor hizo una profunda reverencia y la joven se alejó, no hacia los estrados que había bajo los bancos, sino que subió los escalones alfombrados y entró en el palco del gobernador, donde tomó asiento detrás del gobernador y su consorte. Llesho vio que todavía respiraba con dificultad y que se pasaba el brazo por la frente para limpiarse el sudor que la perlaba, pero el gobernador no hizo ningún comentario, solo levantó una ceja sardónica al verla y se inclinó sobre la balaustrada para examinar su compra. Llesho se los quedó mirando como un estúpido hasta que el monitor de su asalto se lo llevó del brazo.

—Vamos, muchacho, aquí estás en el medio —le dijo y lo empujó con suavidad hacia la puerta que lo llevaría a los estrados que había bajo los bancos orientales—. Espera con tu propia casa; ya bajará alguien a buscarte muy pronto.

El olor a sangre bajo los bancos casi ocultaba el olor a sudor y a los humores corporales de la lucha que descargaban sus vapores en la piel de los gladiadores Bixei yacía sobre la mesa de caballete. Una venda le rodeaba ya la frente, con una gasa más gruesa sobre el ojo derecho y un trozo de cuero apretado entre los dientes. Hacía muecas mientras el maestro Den le vendaba alegremente una herida que tenía en el muslo.

—Esa cara bonita se curará con toda limpieza — comentó el maestro Den mientras le vendaba el muslo—. Pero tu nuevo amo disfrutará mucho jugando a «encuentra la cicatriz» con esta. Y tengo entendido que da muy buenas propinas.

Stipes, que no parecía herido, miraba furioso al maestro Den pero antes de terminar con los vendajes, un guardia asomó la cabeza por la puerta abierta para anunciar la llegada de Lord Chin-shi con Lord Yueh. Este entró con el contoneo jactancioso de un hombre que juzga su valor y habilidad por el éxito de sus gladiadores y que, por tanto, ha demostrado ser el ganador. Lord Chin-shi lo seguía con la mirada desesperada de un hombre que lo ha perdido todo por el capricho de una moneda y que ahora se pregunta cómo pudo haber sido tan tonto de apostar contra una casa de tramposos.

Los seguían sus dos consortes, muy diferentes entre sí: Lady Chin-shi examinaba sin vergüenza a los gladiadores en sus varios estados de desnudez, cubiertos de vendas varias, mientras Lady Yueh, mucho más joven, temblaba en la estela del grupo, con los ojos tristes y bajos y las mejillas rojas de vergüenza. Llesho pensó que parecía una esclava recién traída al mercado, avergonzada de su recién adquirida posición en la vida y no muy segura de lo que esa posición le daría. Su marido señalaba a los gladiadores de Lord Chin-shi. El maestro Markko había ocupado su lugar al lado de su señor para apuntar las ventas.

—Madon, por supuesto. —Lord Yueh señaló al gladiador, que estaba sentado con el peso apoyado en la mesa. Todavía no se habían ocupado de la herida que tenía en el pecho; dejaba un rastro rojo por el torso desnudo, pero él no parecía notarlo—. Es mío según las reglas del combate —añadió Lord Yueh con una sonrisa satisfecha. Parecía disfrutar con el desconcierto de Lord Chin-shi.

Madon se quedó mirando a su nuevo propietario con una expresión agresiva y depredadora estampada en la mandíbula, el hedor a lucha y sangre aferrado a sus magullados músculos, Llesho se permitió un pequeño estremecimiento. Las reglas de un combate de gladiadores eran claras. Si en un combate solo a primera sangre, un competidor matase a su adversario, tenía derecho a su persona el señor ofendido, cuya propiedad le había sido arrebatada en un combate injusto. En esos casos, el propietario primero tenía derecho a castigar a su esclavo por el daño causado al honor de su casa y por el coste en el que incurría la casa por la carne y la habilidad del gladiador. No era inusual que el gladiador culpable muriese a consecuencia del castigo y su cadáver se presentase ante el titular como pago de la deuda de sangre.

No tenía sentido. Madon, según se rumoreaba, se había negado a participar en todo combate a muerte desde que un señor con demasiadas deudas de juego había cambiado el orden de sus propios gladiadores para enfrentar a Madon a muerte con su antigua amante. Ambos eran buenos y la amante no había muerto rápidamente de sus heridas. Al cabo de varios días, cuando Madon se dio cuenta de que la chica no podría recuperarse, se había infiltrado en el campamento que tenía su adversario a las afueras de la ciudad y le había rebanado la garganta mientras ella se agitaba a causa de las pesadillas que le provocaba la fiebre que le abrasaba el cerebro. Madon había vuelto medio loco, se susurraba en los barracones y se había ido recuperando poco a poco. Había jurado no volver a matar de nuevo y se decía que Lord Chin-shi había respetado ese juramento. Por lo poco que conocía a Madon, Llesho estaba seguro de que no había roto su juramento de forma deliberada. Lord Yueh, al parecer, había encontrado una forma de romperlo. Y ahora Madon pertenecía a Lord Yueh.

Su señoría, sin embargo, había continuado adelante después de examinar su premio.

—Ese —dijo señalando a Stipes. Se saltó a Pei y Bixei, pareció no ver a Llesho al principio y señaló con un gesto a Radimus. Clasificó al resto del establo de un modo que parecía irreflexivo pero que lo dejó con los más experimentados del establo de Lord Chin-shi, y Radimus, al que eligió con un destello pensativo en los ojos. De todos los elegidos, solo Madon estaba herido.

Lord Chin-shi examinó la lista y asintió.

—Radimus necesitará más adiestramiento, todavía no está listo para un combate a muerte —dijo—. Ya es adulto pero nuevo en la arena. Madon debería ser un buen profesor, ha estudiado con el maestro Jaks y el maestro Den durante muchos años y conoce bien sus técnicas. Y en términos de habilidad, está a la altura de Jaks y solo es inferior al maestro Den en el combate cuerpo a cuerpo.

—Tengo intención de hacer luchar a Madon en la arena durante al menos uno o dos años más, si sobrevive —dijo Lord Yueh con una sonrisa retorcida y maliciosa. Estaba claro que esperaba que Lord Chin-shi matase al hombre que quizá hubiera arruinado su oportunidad de recuperar su fortuna con el golpe mortal dado en la arena—. Tenía la esperanza de poder comprar al profesor, el maestro Jaks, para sustituir al entrenador que perdí a causa de la fiebre.

Debería habérmelo dicho antes —Lord Chin-shi -e inclinó a modo de disculpa—. Otro postor hizo una oferta y ya se ha firmado el contrato.

—¿He llegado en un momento inoportuno, mis honorables señores? —Un extraño vestido con las suntuosas galas de un señor, pero con una delgada cadena de oro alrededor de la garganta que indicaba su posición de esclavo personal de alguna gran casa, se unió a las negociaciones de los señores.

—En absoluto —Lord Chin-shi le ofreció al extraño una pequeña sonrisa—. Le estaba explicando a Lord Yueh por qué no está a la venta el maestro Jaks.

Lord Yueh hizo una profunda reverencia ante el recién llegado, al incorporarse había empalidecido.

—Lo entiendo totalmente, mi señor.

—En cualquier caso —dijo el extraño mirando con intención hacia Madon—. Hoy parece haberle ido muy bien, Yueh.

—Sí, mi señor. —Ante el asombro de Llesho, Yueh volvió a inclinarse, hasta casi arrastrarse a los pies de aquel esclavo de una casa acomodada.

—¿Quién es? —le susurró Llesho a Stipes, que le respondió:

—Con un poco de suerte, nunca lo averiguarás.

Si se trataba de suerte, pensó Llesho, ya se podía preparar. Lord Yueh, que había hecho caso omiso de él durante su primera caza entre las filas, se había dado la vuelta para mirar a Llesho. Lo miraba ahora con los ojos hambrientos de un lobo.

—Meta también al muchacho y daremos todas las deudas por canceladas —dijo—. No merece el valor de la deuda, claro, pero me atrae.

El extraño le lanzó una mirada descuidada a Llesho, que aguardaba en su esquina.

—Creo que también es mío —dijo y con una última mirada percibió la presencia de Bixei, con las heridas recién vendadas sobre la mesa—. Y me llevo a este con la autorización de su excelencia. Podemos hablar de los honorarios cuando lo desee.

Bixei empezó a levantarse pero el maestro Den lo volvió a echar de un empujón.

—Los muchachos necesitan un mayor adiestramiento antes de que puedan serle de mucha ayuda —dijo Den.

El extraño esbozó una sonrisa suave.

—Y no se caen demasiado bien, ¿verdad?

—No mucho.

—Eso ya lo cambiará el tiempo. —El extraño hizo una reverencia ante el maestro Den pero solo les ofreció una ligera inclinación de la cabeza a los señores, que devolvieron el gesto.

Lord Yueh dudó un momento, como si estuviera esperando que el hombre se fuera primero, pero el extraño esperó paciente. Al final. Lord Yueh volvió a inclinarse.

—Envíeme mi propiedad antes del anochecer —dijo refiriéndose a sus compras. Con una última mirada furtiva a Llesho, salió disparado de la sala que había bajo los bancos y se dirigió al palco, dejando que su consorte lo siguiera como pudiera.

La competición había terminado para Lord Chin-shi, su casa se había derrumbado sobre su cabeza, pero quedaban otras casas que ofrecían apuestas más altas. Lord Yueh era muy conocido por las apuestas que hacía en los combates a muerte.

Cuando Yueh se fue, Madon se apoyó con pesadez en la mesa durante un momento antes de incorporarse y presentarse ante su señor. Cayó de rodillas, con los ojos abiertos y redondos como monedas de cobre por la conmoción e inclinó la cabeza para esperar su destino.

—Se drogó a su hombre para inducirlo a la locura, lo sabes. —El extraño se dirigía a Madon, que no hizo ademán de levantarse ni de responder al extraño.

—Tras sopesarlo —continuó el extraño—, su excelencia decidió que las vidas de dos hombres no podían anteponerse a la paz de las provincias.

Lord Chin-shi le puso la mano en el hombro a Madon pero se dirigió al extraño.

—¿La Marea de Sangre? —Llesho reconoció el tono suave, vio las ruedas dentro de otras ruedas que había en los ojos de Lord Chin-shi y la irónica media sonrisa que acompañó el encogimiento de hombros del extraño.

—La fuente de esa plaga, como la fuente de la fiebre que se produjo en el recinto de Yueh, sigue siendo desconocida para nosotros.

—No fue cosa mía —le aseguró Lord Chin-shi y el extraño sacudió la cabeza.

—Eso pensé. Si así hubiera sido, claro está, se habría roto la paz y estaríamos en guerra, y no compartiendo estos entretenimientos. —Hablaba con tono irónico y los ojos clavados en la nuca de Madon, pero su falsa sonrisa albergaba una advertencia. El gobernador había enfrentado la vida de un gladiador honorable y la fortuna de un señor a la amenaza de una guerra en la provincia y había tomado una decisión. Extendió la mano y en ella Lord Chin-shi colocó la cuerda que serviría para estrangular a Madon.

—Relájate —dijo el extraño y ladeó la cabeza de Madon hacia atrás para que descansara sobre su pierna. Luego, con un movimiento que Llesho apenas fue capaz de seguir, la cuerda había rodeado la garganta de Madon y el ruido seco y duro de la ruptura del hueso cortó el aire como un hacha.

—Lo siento —dijo el extraño y cuando soltó la cuerda, Madon cayó muerto a sus pies—. Que se lo lleven a Lord Yueh con mis saludos.

Se dirigió a la puerta abierta sin mirar el cuerpo que yacía en el suelo pero se volvió hacia el maestro Jaks casi como si se le ocurriera en ese momento.

—Trae a los muchachos —dijo y por un momento no fue nada más que una ausencia de luz en la puerta. Luego desapareció.

—¿Quién es ese? —le susurró Llesho a Stipes en medio del silencio helado que se produjo, pero fue el maestro Jaks el que respondió a la pregunta.

—Se llama Habiba, es el brujo del gobernador.

Lord Chin-shi temblaba envuelto en sus pesadas túnicas. En la esquina, su consorte sollozaba en silencio, rodeando con los brazos el cuello de Radimus.

—Estamos arruinados —gemía contra el cuero sudado que cubría el pecho del gladiador—. Arruinados. Y la culpa la tiene ese tal Yueh.

—No Yueh —la corrigió Lord Chin-shi con cautela, con los ojos clavados en el cadáver que tenía a sus pies—. Sino el destino. ¿Qué hombre puede librar una guerra contra el destino?

—Un hombre de verdad —lo provocó su mujer. Dejó que sus brazos se deslizaran por el cuello de Radimus, sus dedos le buscaron el brazo y bajaron por él hasta que pudo cogerlo de la mano, luego se llevó al gladiador a las sombras más profundas.

Lord Chin-shi no apartó los ojos del cuerpo de Madon.

—Será mejor que te vayas —dijo dirigiéndose al maestro Jaks con un gesto vago de la mano. El profesor se inclinó, aunque su señoría no lo vio, ni a él ni nada más allá de la visión interior que le ofrecían sus ojos mientras se alejaba caminando y salía al resplandor de la arena.

—Maldita sea —murmuró Stipes. Ayudó a Bixei a levantarse y lo sostuvo hasta la puerta, donde el maestro Jaks pidió una camilla de cuero y dos sirvientes para llevarlo. Llesho los siguió a través de un silencio que se había espesado en el aire, como una tormenta a punto de estallar.

Al abandonar los bancos para salir al sol, vio una mancha de seda de brillantes colores arrugada en un charco de color escarlata que empapaba el polvo a toda prisa. Lord Chin-shi yacía muerto, con su propio cuchillo hundido en el corazón. El maestro Jaks no se detuvo, ni siquiera ralentizó el pequeño desfile, sino que pasó al lado de su antiguo señor sin bajar la vista. Llesho tragó saliva y apretó los puños, pero siguió el ejemplo de su profesor. Bixei hizo rechinar los dientes pero se le escaparon las lágrimas de todos modos. Llesho no sabía si lloraba por Stipes, desaparecido de su vida para siempre o por su señor, muerto ahora por su propia mano, o quizá por el destino que les esperaba en la estela del brujo del gobernador.

Llesho casi se sentía culpable por tener todavía al maestro Jaks, su profesor, mientras que Bixei no tenía nada. Pero el ministro Lleck le había enseñado a forjar su rumbo y luego ir paso a paso, centrándose por completo en un paso antes de dar el siguiente. Era gladiador, más o menos, y había salido de la Isla de las Perlas (pasos uno y dos de su camino) pero estaba a un imperio de distancia de Thebin. Antes de decidir cuál iba a ser su próximo movimiento, tenía que averiguar dónde le había llevado el último. Con Lord Chin-shi muerto, desde luego ya no había vuelta atrás.