II. De los salarios

POR BELLA QUE sea una casa, es sobre todo —antes de que su belleza sea demostrada—, tantos metros de alta por tantos de larga. Así la literatura, que es la materia más inapreciable, es ante todo un relleno de columnas que el arquitecto literario, cuyo solo nombre no tiene posibilidad de proporcionar beneficio alguno, debe vender a cualquier precio.

Hay gente joven que dice: puesto que esto no vale casi nada, ¿para qué esforzarse tanto? Podrían ofrecer una obra mucho mejor; y en tal caso, no les escamotearían más que por la necesidad actual, por la ley de la naturaleza; pero se desvalijan ellos mismos: aún mal pagados, habrían encontrado algo de honor; pero mal pagados, se sienten deshonrados.

Resumo todo lo que podría escribir sobre esta materia, en esta máxima suprema que dejo a la meditación de todos los filósofos, de todos los historiadores y de todos los hombres de negocios: ¡Sólo por los buenos sentimientos se alcanza la fortuna!

Aquellos que dicen: para qué romperse la cabeza por tan poco, son los que más tarde, una vez alcanzado al éxito, quieren vender sus libros por doscientos francos el folletín y que rechazados, vuelven al día siguiente a ofrecerlos a la mitad.

El hombre razonable es el que opina: «Creo que esto vale tanto, porque tengo talento: pero si es necesario hacer concesiones, las haré, para tener el honor de estar entre los vuestros».