AL LECTOR
La necedad, el yerro, la culpa, la codicia,
ocupan nuestro espíritu, minan nuestro cuerpo,
como los mendigos alimentan su inmundicia,
nutrimos nuestros complacientes remordimientos.
Terco es el pecado, cobarde la contrición;
y volvemos alegres al camino de fango
tras hacernos pagar con creces la confesión,
creyendo lavar nuestras faltas con viles llantos.
En la almohada del mal es Satán Trimegisto
quien mece con tiempo nuestro espíritu embrujado,
y nuestra voluntad, un metal rico,
entre las manos de este alquimista se ha esfumado.
El Diablo es quien maneja los hilos que nos mueven.
A objetos repugnantes les hallamos encantos;
cada día al Infierno nuestros pasos descienden,
sin horror, tinieblas que apestan atravesamos.
Tal y como besa y muerde un pobre libertino
el seno martirizado de una puta vieja,
robamos al pasar un placer clandestino
que exprimimos bien fuerte, como naranja seca.
Denso, hormigueante como un millón de gusanos,
se agolpa en nuestro cerebro un pueblo de demonios.
Y la Muerte a los pulmones, cuando respiramos
desciende, río invisible, con gemidos sordos.
La violación, el veneno, el incendio, el puñal,
si aún no han bordado con sus caprichosos trazos
el cañamazo banal de nuestro triste azar,
es porque nuestra alma no se atreve aún a tanto.
De entre los chacales, panteras, perros de caza,
los escorpiones, serpientes, los buitres, los simios,
monstruos que aúllan, gritan, gruñen, que se arrastran
en la infame casa de fieras de nuestros vicios
hay uno más espantoso, más malvado, inmundo
que sin hacer grandes aspavientos, ni gritando,
de un bostezo se tragaría el mundo,
y con gusto dejase la tierra hecha pedazos,
el Aburrimiento, con ojos de llanto espontáneo,
y fumando su narguile, sueña con cadalsos.
Tú conoces, lector, a ese monstruo delicado,
—Hipócrita lector, —mi semejante, —mi hermano.
(Les Fleurs du mal, Charles Baudelaire, versión Alfonso Salazar)
Publicado en L’Esprit public, 15 de abril de 1846