29
—Blake.
Mi voz fue casi un susurro, pero todos me oyeron y se volvieron para mirarlo. Blake recorrió la sala con la vista y enseguida localizó nuestra mesa y después a mí. Cruzamos una mirada; había enfado en sus ojos, y en los míos, un ruego de comprensión.
—¡Entonces el asiento libre era para él! —exclamó Melanie—. ¿Volvéis a estar juntos?
Hubo murmullos de sorpresa, curiosidad y entusiasmo, pero entonces se abrió otra vez la puerta, entró Jenna en el restaurante y todos se volvieron confusos hacia mí. Le lancé una mirada de ira a Adam, suponiendo que había sido él quien había invitado a Blake sin decírmelo, pero su expresión me dijo que estaba tan asombrado como yo. Su amigo también lo había sorprendido. Todos se pusieron de pie para recibir a Blake. Había llegado su héroe.
—No me habías dicho que ibas a venir —dijo Adam, mientras le estrechaba la mano a su amigo con cara de ofendido.
—He venido sólo por esta noche. Adam, te presento a Jenna —dijo Blake, apartándose para que Jenna pudiera recibir los focos de la atención.
Ella pareció abrumada por la situación, e increíblemente incómoda por encontrarse en la celebración de mis treinta años, y con razón. Sin decidirse del todo entre las disculpas y la enhorabuena, me deseó un feliz cumpleaños y me pidió perdón por no haberme traído ningún regalo.
—Lo siento —me dijo en un susurro—. Creí que entrábamos solamente un momento para saludar a alguien.
—Sí. —Me esforcé por sonreír, aunque sentía auténtica pena por ella—. Así suele ser Blake.
Jenna siguió adelante para saludar a los demás, y yo sentí una mano que me apretaba un brazo.
—No me hagas esto —dijo Blake en voz baja.
—Blake, ni siquiera sabes lo que pienso hacer.
—Sé que estás buscando admiradores y necesitas un villano. Sé exactamente lo que piensas hacer, pero te pido que no lo hagas. Podemos encontrar otra manera de arreglar las cosas delante de ellos.
—Blake, no se trata de ellos —respondí con los dientes apretados—. Se trata de mí.
—También se trata de mí, por lo que me parece justo que yo también pueda opinar al respecto, ¿no crees?
Suspiré.
—Parece que vamos a necesitar dos sillas más —dijo Riley, que había asumido el papel de anfitrión e intentaba mantener el ambiente distendido.
Miré la silla vacía a mi lado y eché un vistazo al reloj. Habían pasado más de treinta minutos de la hora indicada. Don no iba a venir.
—No —dije tristemente—. Sólo una silla más. Ésta queda libre.
Todos se movieron un sitio y mi madre vino a sentarse a mi lado.
Blake se sentó a la cabecera opuesta de la mesa, junto a Jenna, quien a su vez quedó situada en una esquina, al lado de Andrew, como dos invitados de repuesto, destinados a simpatizar entre sí.
—Bueno, ¿qué os parece? —exclamó Chantelle, radiante—. ¡Como en los viejos tiempos! Aparte de él, claro —dijo, refiriéndose a Andrew—. En aquella época, yo salía con Derek —añadió, mientras fingía vomitar y Andrew volvía a ponerse colorado.
—¿Me he perdido algo? —preguntó Blake a la mesa, aunque en realidad me estaba mirando a mí.
—De momento, nada —dijo David, aburrido.
—Lucy estaba a punto de contarnos a todos algo importante —le dijo mi vida a Blake, con una mirada cargada de intención—, algo que significa mucho para ella.
—No, no. No era nada —dije yo, en voz baja, sin fuerzas para seguir adelante—. Olvidadlo.
—Muy bien —intervino Blake, aprovechando la ocasión—. Entonces yo os daré una noticia importante. —Todas las cabezas se volvieron hacia él, como en un partido de tenis—. Acabo de enterarme de que han aceptado la propuesta para mi nuevo libro de cocina y mi programa de televisión.
Hubo exclamaciones colectivas de alegría, sobre todo por parte de nuestros amigos. Mi familia y mi vida no mostraron excesivo entusiasmo, pero fueron corteses (excepto mi vida, que abucheó a Blake, pero de manera que sólo yo pudiera oírlo). El resto del grupo tampoco fue terriblemente entusiasta, pero no creo que Blake lo notara, y si lo notó, no hizo caso de las indirectas para que cerrara la boca y, en lugar de eso, se puso a describir un plato de pescado que había inventado a partir de unas sardinas que había probado en España y que se asaban sobre una piedra caliente, bajo el sol ardiente del verano. Adam pareció un poco preocupado por la interrupción de Blake, ya que a todos les había parecido bastante obvia. Jenna era la única de los presentes que lo escuchaba embelesada. Todos los demás lo atendían por pura cortesía y Lisa parecía a punto de estallar en cualquier momento, no sé si a causa de su incomodidad física o porque Blake no hacía más que hablar de sí mismo. Jamie había renunciado a escuchar y, en lugar de eso, contemplaba codiciosamente los pechos de Lisa, que habían alcanzado la dimensión de melones.
—Este chico no ha cambiado nada, ¿verdad? —me dijo mi madre en voz baja, volviéndose hacia mí.
Por el modo en que lo dijo, comprendí que no era un comentario positivo, y no pude evitar sorprenderme, porque siempre había creído que Blake y sus historias la fascinaban. Quizá sólo había sido atenta y cortés cuando estábamos juntos. Empezaron a formarse islas de conversación en torno a la mesa, a medida que la gente dejaba de prestar atención a las historias de Blake (que parecían sucederse sin solución de continuidad), hasta que finalmente sólo quedó Lisa escuchándolo, y Lisa no se andaba con medias tintas.
Al cabo de unos instantes, bostezó.
—Lo siento, Blake —dijo, levantando una mano—. ¿Podrías parar?
Todas las otras conversaciones se interrumpieron para escuchar la suya.
—No quisiera ser grosera, pero no me importa nada lo que me cuentas. Estoy incómoda, disgustada y no tengo paciencia, así que voy a decirte lo que pienso. Antes de que tú llegaras, Lucy iba a decirnos algo importante, y todos estábamos muy interesados, porque Lucy nunca nos cuenta nada. Antes sí, pero ahora no. No te ofendas, Lucy, pero es la verdad. Ni siquiera nos contaste lo del pirado de tu oficina que te apuntó a la cabeza con una pistola. Me tuve que enterar a través de Belinda «Caradeculo», que vive a la vuelta de mi casa, ¿la recuerdas? Sí, mujer, esa que es madre soltera y tiene tres hijos de tres padres diferentes, y que tiene la cara exactamente como un culo, y se lo merece. No me mire de ese modo, señora Silchester, porque es cierto que se lo merece. De verdad, tendría que ver las cosas que nos hacía cuando estábamos en el colegio. Bueno, en cualquier caso, me contó que el tipo te había apuntado a la cabeza con una pistola, y yo me sentí muy mal, porque ni siquiera lo sabía. Y eso no ha sido lo único. —Lisa volvió a mirar a Blake—. Nunca nos cuenta nada. Nunca.
—Era una pistola de agua —dije yo, intentando calmarlos, mientras ellos insistían en que nunca les contaba nada y desgranaban todos los acontecimientos de mi vida que habían llegado a sus oídos por boca de otra gente, ya que por mí no se habían enterado. Blake los escuchaba, fascinado.
—¡Callaos ya! —dijo finalmente Lisa y, una vez más, el restaurante entero guardó silencio y se volvió para mirarla—. Vosotros no. Se lo digo a ellos —aclaró, señalándonos a nosotros—. Dejemos hablar a Lucy.
El camarero volvió para llenarme el vaso de agua y me miró con una sonrisa petulante. Se tomó su tiempo y pretendió pasar al siguiente vaso, pero yo lo miré fijamente y, por fin, dejó la jarra sobre la mesa y se marchó.
—Muy bien, de acuerdo. ¿Me permites, Blake?
—No es necesario que le pidas permiso —dijo secamente Chantelle—. Ya hemos oído suficiente sobre sardinas por esta noche.
Jamie sonrió irónicamente.
Blake cruzó los brazos y, bajo su duro exterior, pareció nervioso.
—Sólo quiero decir que esto lo hago por mí y que no quiero convertir a nadie en el villano de esta historia. Blake tuvo su parte de responsabilidad, pero la culpa de todo lo demás es enteramente mía. Yo soy la responsable, y no él.
Blake pareció satisfecho.
—Así que, por favor, no lo ataquéis. —Hice una pausa—. Tengo que deciros… —empecé lentamente— que yo no rompí con Blake. Me dejó él.
Se quedaron boquiabiertos, mirándome en silencio, atónitos. Después, las expresiones pasaron del asombro al desprecio y las caras se volvieron hacia Blake.
—¡Eh, eh, eh! ¿Recordáis lo que he dicho? ¡No ha sido culpa suya!
Con los dientes apretados, todos volvieron otra vez la vista hacia mí, excepto Adam, que siguió mirando a Blake en busca de una respuesta, y al ver que Blake no le devolvía la mirada, dedujo que reconocía la verdad de lo dicho y de la estupefacción pasó a la rabia.
—Yo era muy feliz en nuestra relación. Estaba totalmente enamorada. No me daba cuenta de que tuviéramos problemas, pero evidentemente no debí de prestar suficiente atención, porque Blake no era feliz. Fue él quien quiso terminar, por sus propias razones, a las que tenía todo el derecho del mundo —dije con firmeza, intentando sofocar la rebelión.
—¿Por qué nos dijiste que te había dejado ella? —le preguntó Melanie a Blake.
—Lo decidimos los dos, porque yo no sabía qué hacer —respondí yo—. Estaba confusa, me preocupaba lo que fuerais a pensar, y como no tenía respuestas, pensé que si simplemente decía que no era feliz y que había decidido dejarlo, entonces todo sería mucho más sencillo. Blake sólo quiso ayudarme. Intentó que todo me resultara más fácil.
Blake tuvo la decencia de parecer avergonzado.
—¿Y de quién fue la idea? —preguntó Jamie.
—No lo sé —respondí yo, tratando de restarle importancia al asunto—. Da lo mismo. Lo importante es que esa decisión puso en marcha una cadena de acontecimientos en mi vida que…
—Pero ¿quién fue el primero en sugerir la idea? —insistió Mary.
—Da igual. Ahora estoy hablando de mí —dije yo, egoístamente—. Me pareció que sería más fácil para mí, pero me equivoqué, porque todos os pusisteis en mi contra y pensasteis que había engañado a Blake. —Miré a Adam—. Te aseguro que no fue así.
—¿Y tú? —le preguntó airadamente Melanie a Blake.
—¡Eh! Os he pedido que no lo ataquéis. Estamos hablando de mí.
Pero nadie me prestó atención.
—¿Recuerdas quién fue el primero en proponerlo? —le preguntó Jamie a Blake.
—Escuchad. —Blake suspiró, se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en la mesa, con las manos entrelazadas—. Puede que la idea fuera mía, pero no lo hice para eludir ninguna culpa, sino para facilitarle las cosas a Lucy…
—Y a ti —dijo mi madre.
—¡Mamá, por favor! —intervine yo en voz baja, turbada al ver que los temores de Blake se estaban cumpliendo.
—Entonces ¿fue idea tuya? —quiso confirmar Riley.
Blake suspiró.
—Supongo que sí.
—Continúa, Lucy —me indicó Riley, dándose por satisfecho.
—Bueno, el día que él…, el día que rompimos, os dije a todos que lo había dejado yo. Estaba muy confusa. Muy triste y muy confusa. Tenía el día libre. Había pedido un día libre en el trabajo, ¿recuerdas, Blake?, porque íbamos a recoger fresas silvestres con tu sobrina, en… —Miré a Blake y vi que parecía verdaderamente triste—. En cualquier caso —dije, cambiando de tema—, bebí algo de alcohol en casa. Bebí bastante.
—No me extraña —dijo Lisa, mirando con enfado a Blake.
—Entonces, llamaron de mi oficina y me pidieron que fuera al aeropuerto a recoger a un cliente. Y yo fui.
Mi madre me miró, estupefacta.
—Por cierto, papá sabe todo esto. Por eso discutimos. Y a ti, Riley, todo lo que te ha contado Gavin acerca de lo que pasó aquel día es cierto. Y a propósito, es mentira que Gavin engañe a su mujer con un hombre. Perdí el trabajo y me retiraron el carnet de conducir, pero no pude contárselo a nadie.
—¿Por qué no? —preguntó Melanie.
—Porque… Bueno, en realidad, yo lo intenté. ¿Recuerdas, Chantelle?
Chantelle puso cara de venado sorprendido por los faros de un coche.
—No.
—Te llamé y te dije que me había emborrachado terriblemente el día anterior; me preguntaste por qué, y yo te dije que porque estaba triste, y entonces tú me dijiste que por qué demonios estaba triste, si era yo la que había dejado a Blake.
Chantelle se tapó la boca con las manos.
—¡Lucy! ¿No sabes que no hay que tomarme en serio? ¿Ahora la culpa es mía?
—No —dije, negando con la cabeza—. No es culpa tuya en absoluto. Pero tu reacción me hizo comprender que estaba atrapada en esa mentira y que iba a tener que mantenerla. Vendí el coche y empecé a desplazarme en bicicleta. Necesitaba urgentemente un trabajo, porque me hacía falta el dinero, y el único que encontré fue el de Mantic. Querían a alguien que supiera español y yo dije que sabía. ¿Qué podía importar una pequeña mentira, si había contado otras mucho más grandes? Pero entonces tuve que pedirle ayuda a Mariza, porque de lo contrario habría perdido el trabajo, y no pude decírselo a nadie. Después, alquilé un apartamento del tamaño de esta mesa y no dejé que ninguno de vosotros me viniera a visitar, porque sentía vergüenza de que todo se hubiera venido abajo y de que mi vida fuera un desastre, mientras que a vosotros os iba todo tan bien. Me daba vergüenza, eso es todo, aunque después empezó a gustarme mi vida y empecé a sentirme cómoda en esa burbuja donde sólo yo sabía la verdad. Pero entonces recibí una carta de mi vida, de este hombre sentado a mi derecha, que me ayudó a comprender que yo misma me había enredado en un nudo enorme y que la única manera de zafarme era deciros la verdad a todos vosotros, porque todo está conectado. Cada pequeña verdad estaba conectada con una gran mentira, de modo que si quería contaros alguna cosa, tenía que deciros toda la verdad, y no podía hacerlo. Entonces, no contaba nada, o contaba más mentiras, y me arrepiento de haber mentido tanto. En cuanto a ti, Blake, siento mucho haberte envuelto en esto, pero tenía que hacerlo. No se trata de ti, ni de que te conviertas en el villano de la historia; se trata de mí y de que todo vuelva a ser como debe ser.
Asintió, lleno de comprensión, con aspecto de estar triste y arrepentido, todo a la vez.
—No imaginaba nada de esto, Lucy. Lo siento. Sinceramente, en su momento pensé que era lo mejor.
—Para ti —repitió mi madre.
—¡Mamá! —la reprendí yo, molesta.
—¿Algo más? —preguntó mi vida y yo reflexioné un momento.
—No me gusta el queso de cabra.
Lisa se quedó boquiabierta.
—Ya lo sé, Lisa. Lo siento.
—¡Pero te lo pregunté cinco veces!
Se refería a una cena en su casa, dos meses antes, durante la cual me había preguntado por qué tardaba tanto en terminarme el queso de cabra.
—¿Por qué no lo dijiste?
Creo que todos en la mesa entendieron por qué no lo había dicho. Hasta una cabra se habría comido aquel queso, y Lisa me habría comido a mí si yo lo hubiera rechazado. Pero eso no era suficiente para explicar por qué había seguido pidiéndolo cada vez que cenábamos fuera, en un esfuerzo por demostrarle que verdaderamente me gustaba. Con tanta insistencia, lo único que había conseguido era aborrecerlo todavía más.
—¿Algo más? —volvió a preguntarme mi vida.
Pensé un poco más.
—¿Quieres que cuente que he estado cuidando al hijo invisible de mi vecina? ¿Es eso? ¿No? ¡Ah! Ya sé. Tengo un gato. Lo tengo desde hace dos años y medio. Se llama Señor Pan, pero creo que prefiere que lo llame Julia o Mary.
Todos me miraban con expresiones de asombro, intentando asimilar lo que acababa de contarles. Hubo un largo silencio.
—Bueno, así es mi vida, en pocas palabras. ¿Qué os parece? —pregunté con nerviosismo, temiendo que se marcharan todos en tromba o que me arrojaran la bebida a la cara.
Adam se volvió hacia Blake y le dijo en tono airado:
—Entonces ¿tú dejaste a Lucy?
Suspiré y aparté la ensalada a un lado, porque se me había ido el apetito.
—¿Qué pasa? —preguntó Melanie, con los ojos muy abiertos—. ¿También era mentira que te gustara la ensalada?
Las dos nos reímos juntas de nuestra pequeña broma, mientras los demás se volvían hacia Blake y lo acosaban con los reproches que llevaban tres años haciéndome a mí.
—Perdón, ¿podéis guardar silencio un momento? —dijo Jamie finalmente y todos los demás se callaron—. Aunque no hace falta decirlo, voy a hacerlo de todos modos. Creo que hablo en nombre de todos, bueno, de casi todos —añadió, echando una mirada a Andrew—, porque es evidente que a ti nunca te ha gustado Lucy. —Todos reímos, mientras Andrew volvía a sonrojarse—. Hablo en nombre de todos, Lucy, cuando digo que me resisto a creer que no pudieras contarnos nada de eso hasta ahora. Nuestra opinión de ti no habría cambiado en lo más mínimo. Siempre hemos sabido que eras un desastre, dijeras lo que dijeses.
Todos se echaron a reír.
—No, de verdad, Lucy. Habríamos seguido siendo tus amigos, sin importar el trabajo que tuvieras o el sitio donde vivieras. Nos conoces lo suficiente para saber que no nos fijamos en nada de eso.
Parecía auténticamente ofendido.
—Supongo que sabía todo eso —contesté—, pero la mentira fue creciendo y al final tuve miedo de perderos a todos, si os enterabais de que yo era una psicótica mentirosa.
—Es una buena razón —dijo Jamie con expresión sombría—, pero eso no va a pasar.
—Y yo lo confirmo —lo secundó Melanie, y todos los demás se sumaron a las protestas de amistad, excepto Andrew, Jenna y, por supuesto, Blake, que estaba demasiado ocupado sintiéndose más incómodo que nunca.
Mi vida nos observaba en silencio, tomando notas mentales para llenar la próxima carpeta en su nueva oficina. Crucé una mirada con él y me hizo un guiño, de modo que pude relajarme, por primera vez en dos años, once meses y veintitrés días.
—Y ahora, pasemos a lo importante —intervino Riley—. ¿Alguien más ha oído lo mismo que yo? Lucy, ¿has dicho que tienes una vecina con un hijo invisible? ¿No será, por casualidad…?
—Eso es lo de menos —lo interrumpió Lisa—. ¡Ha dicho que no le gusta el queso de cabra!
Dispuestos a aceptar cualquier castigo que Lisa quisiera imponerles, todos se echaron a reír. Y después de una pausa que se nos hizo larguísima, Lisa también soltó una carcajada.
Riley llevó a mi madre a su casa de Glendalough. La pobre había bebido demasiado durante la cena, se había puesto sentimental y, bajo los efectos del alcohol, había marcado el número de mi padre, quien le dijo que volviera de inmediato, en parte porque la echaba de menos, pero sobre todo porque le producía bochorno que ella se mostrara en público en ese estado, especialmente en mi compañía. Los demás me habían insistido para que fuera con ellos al club de Melanie, a celebrar mi cumpleaños y el descubrimiento de la verdad; pero yo estaba agotada, exhausta de tantas revelaciones, y solamente quería volver a casa y pasar el resto de la velada con mi vida y mi gato. Cuando lo dije, Melanie exclamó:
—¿Ni siquiera vas a quedarte hasta el final de tu propia fiesta de cumpleaños?
Con eso me di cuenta de que aún conservaba cierto resquemor por mis horarios de Cenicienta. Blake se había escabullido antes del postre, llevándose consigo a una aliviada Jenna, por lo que sólo quedaba mi vida para acompañar a casa a la chica de la fiesta.
Pensé que íbamos a quedarnos despiertos casi toda la noche, analizando hasta el último detalle la gran revelación. Habían tenido que transcurrir años para que llegara ese momento y ahora que todo estaba hecho y arreglado, casi no sabía qué hacer con el enorme hueco mental que ocupaba el lugar donde antes tenía el estrés. Cuando salí de mi ensimismamiento, me di cuenta de que iba caminando sola y de que mi vida se había detenido bajo una farola, poco antes de llegar a mi portal. Me volví hacia él, sintiendo que el hueco de mi cabeza se estaba llenando rápidamente con una nueva preocupación. Mi vida se metió las manos en los bolsillos. Su actitud tenía todos los ingredientes de una despedida y de pronto sentí que el corazón se me aceleraba y se me encogía, todo a la vez. No había pensado que fuéramos a separarnos cuando lo hubiera arreglado todo, en parte porque no creía que yo pudiera arreglar nada, pero sobre todo porque no soportaba la idea de vivir un solo día sin pasar un rato con él.
—¿No vas a entrar? —pregunté, intentando que la voz no me saliera demasiado aguda.
—No —sonrió él—. Voy a darte vacaciones.
—No necesito vacaciones, en serio. Ven conmigo. Tengo algo así como veinte pasteles y bizcochos, y necesito que alguien se los coma.
Sonrió.
—No me necesitas, Lucy.
—¡Claro que te necesito! ¿No querrás que me los coma todos yo? —repliqué, interpretando deliberadamente mal sus palabras.
—No he querido decir eso —dijo con suavidad y me miró de esa manera, exactamente de esa manera que sirve para decir: «Adiós, amiga del alma. Estoy muy triste, pero es mejor fingir felicidad».
Sentí que el nudo en la garganta cobraba proporciones astronómicas, pero tuve que controlar las lágrimas. Aunque mi madre había quebrantado las reglas de los Silchester, yo no iba a hacer lo mismo, porque entonces habríamos caído todos como fichas de dominó, y el mundo necesitaba gente capaz de controlar sus emociones. Era un imperativo de nuestro ciclo vital.
—De entre todas las personas, te necesito a ti.
Mi vida notó mi desesperación y se portó como un caballero: desvió la mirada para darme tiempo a rehacerme. Miró al cielo, hizo una inspiración profunda y dejó escapar el aire lentamente.
—Es una noche preciosa, ¿verdad?
Yo no lo había notado. Si me hubiese dicho que era de día, le habría creído. Lo observé y en ese momento noté lo guapo y fuerte que era, y la confianza y seguridad que me transmitía, al estar siempre a mi lado, pasara lo que pasase. Sentí un deseo abrumador de besarlo. Levanté la barbilla y me acerqué a él.
—No lo hagas —dijo él de pronto, volviéndose y colocando un dedo sobre mis labios.
—No iba a hacer nada —repliqué yo, mientras retrocedía, turbada.
Guardamos silencio.
—Bueno, sí, iba a hacer algo, pero… Es que eres tan guapo, y has sido tan bueno conmigo, y… —Inspiré profundamente—. Te quiero. De verdad, te quiero.
Sonrió y se le formaron hoyuelos en las dos mejillas.
—¿Recuerdas el día que nos conocimos?
Hice una mueca y asentí.
—Te parecí odioso, ¿verdad?
—Más que cualquier persona que hubiera conocido. Me pareciste repugnante.
—Entonces, te he conquistado. Misión cumplida. Te disgustaba estar en la misma habitación que tu propia vida y ahora te gusto.
—He dicho que te quiero.
—Yo también te quiero —replicó él y mi corazón se aceleró—. Tenemos que celebrarlo.
—Pero voy a perderte.
—Acabas de encontrarme.
Sabía que tenía razón. Sabía que por mucho que en ese momento sintiera que él lo era todo para mí, lo nuestro no era romántico, ni era físico, ni era posible, y habría sido tema para un reportaje completamente diferente en aquella revista.
—¿Volveré a verte alguna vez?
—Sí, claro, la próxima vez que estés hecha un lío. Conociéndote, no creo que tengamos que esperar mucho.
—¡Eh! —protesté.
—Es broma. Pasaré a verte de vez en cuando, si no te importa.
Negué con la cabeza, incapaz de articular palabra.
—Además, tú sabes dónde está mi oficina, ¿no? Puedes visitarme siempre que quieras.
Asentí. Apreté los labios, sintiendo que se me asomaban las lágrimas. Estaban a punto de salir.
—Vine a ayudar, y he ayudado. Si me quedara ahora, no haría más que estorbar.
—Tú no estorbarías —dije con un hilo de voz.
—Sí —dijo él suavemente—. En ese apartamento sólo cabéis tú y el sofá.
Intenté reír, pero no pude.
—Gracias, Lucy. Tú también me has ayudado a resolver mis problemas, ¿sabes?
Asentí, sin poder mirarlo. Mirarlo habría significado que corrieran las lágrimas, y las lágrimas eran malas. Me concentré en sus zapatos, sus zapatos nuevos y lustrosos, que no se correspondían con el hombre que yo había conocido el primer día.
—Bueno, esto no es un adiós. Nunca es un adiós.
Me besó en la coronilla, la única parte de mí que dejé a la vista. Fue un beso prolongado, y entonces apoyé la cabeza en su pecho y sentí que su corazón latía con tanta fuerza como el mío.
—No pienso marcharme hasta que estés sana y salva dentro de casa, así que ve.
Me di la vuelta y eché a andar, sintiendo resonar cada paso en el silencio de la noche. No tuve valor para darme la vuelta en el portal. Tuve que seguir mirando hacia adelante, porque sentía que las lágrimas estaban llegando.
El Señor Pan me miró adormilado desde su cama, me reconoció y siguió durmiendo. Pensé que había llegado el fin de la vida que habíamos vivido juntos, los dos en el interior de nuestra burbuja. Iba a tener que irse él, o tendríamos que irnos los dos. Eso también me puso triste, pero el Señor Pan era un gato, y yo no iba a llorar por un gato, así que me contuve y me sentí bien por haber derrotado a las lágrimas, por ser más fuerte que ellas, que sólo pretendían hacerme sentir pena de mí misma, y yo no sentía pena por mí. Solamente quería enterrarme bajo el edredón y no pensar en nada de lo que había pasado esa noche; pero no pude, porque no llegaba a la cremallera de la espalda del vestido. Antes tampoco había podido cerrarla. Mi vida lo había hecho por mí. Sencillamente, no conseguía llegar con los brazos, por muchos ángulos diferentes que probara. Me contorsioné en diferentes direcciones, tratando de llegar a la cremallera, pero no hubo forma. Acabé jadeando, sudorosa y enfadada más allá de toda medida, por la tontería de no poder quitarme el condenado vestido. Miré a mí alrededor, en busca de ayuda o de algo que pudiera servirme. Pero no encontré nada. No encontré a nadie. Entonces me di cuenta de que estaba total y absolutamente sola.
Me metí en la cama, con el vestido puesto. Y me puse a llorar.