26
—¿Perdona? ¿Qué es lo que tengo que hacer?
Por el modo en que me estaba mirando, supe que había oído perfectamente lo que acababa de decirle. No me pedía que se lo repitiera por un problema de audición, sino para hacerme saber que de ninguna manera pensaba hacer semejante cosa. Fue entonces cuando nuestra ruptura amistosa, o nuestra no renovación amistosa de la relación, se volvió un poco menos amistosa.
—Quiero que sepan que no fui yo la que rompió —le dije, tratando de mantener un tono despreocupado pero firme, para que la situación resultara lo menos conflictiva posible.
—¿Quieres que los llame y diga: «¡Hola! Ah, por cierto…»? —Terminó la frase mentalmente y meneó la cabeza—. Ni lo sueñes.
Cambió de posición en la hierba, se le notaba incómodo.
—No es necesario que los llames uno por uno, ni que hagas una gran representación dramática, Blake. De hecho, ni siquiera es necesario que les digas nada. Se lo diré yo. Dentro de dos días cumplo treinta años y vamos a cenar juntos. Puedo contárselo entonces. Ni grandes palabras ni fuegos de artificio. Simplemente, se lo diré, y si no me creen, como probablemente pasará, entonces es probable que te llamen, y ahí es donde necesito que tú me apoyes.
—No —dijo de inmediato, con los ojos fijos en la lejanía—. Pasó hace años; es historia. Dejémoslo así. A nadie le importa, créeme. No sé por qué te empeñas en removerlo.
—Me empeño por mí. Para mí es importante, Blake. Están convencidos de que yo te engañaba. Creen que…
—Les diré que no. ¡Es ridículo! —exclamó, en tono protector—. ¿Quién ha dicho eso?
—Todos, excepto Jamie, pero eso es lo de menos.
Noté que se le tensaba la mandíbula, mientras pensaba.
—No me engañaste, ¿verdad?
—¿Qué? ¡Claro que no! Blake, escúchame. Creen que soy el malo de la película, que te destrocé el corazón, que te arruiné la vida, que…
—Y tú quieres que el malo de la película sea yo —replicó él, enfadado.
—No, desde luego que no. Sólo quiero que sepan la verdad. Es como si me culparan a mí por todo lo que ha cambiado en nuestras vidas. Pero no son todos. Es sobre todo Adam.
—No te preocupes por Adam —dijo Blake, más sereno—. Es mi mejor amigo; es la persona más leal que existe en el planeta. Pero ya sabes cómo es: apasionado, intenso… Le diré que deje de meterse contigo.
—Hace comentarios todo el tiempo. El ambiente siempre se corta con cuchillo cuando estamos él y yo, y también Mary, claro, pero eso no me molesta tanto. Me pone las cosas muy difíciles. Si supiera que está mal informado, entonces dejaría de acosarme. Puede que incluso se disculpara.
—¿Quieres que se disculpe? ¿Eso es lo que quieres? Hablaré con él, le diré que se tranquilice. Le diré que nuestra relación murió poco a poco, de muerte natural, y que tú tuviste la fortaleza de reconocerlo y ponerle punto final. Le diré que yo lo acepté y que me pareció bien, le diré que…
—¡No, no, no! —lo interrumpí, sin ninguna intención de quedar atrapada en otra mentira—. No. Quiero que sepan la verdad. No es preciso decirles por qué dijimos lo que dijimos. Les diremos que teníamos nuestros motivos privados y que no queremos volver a hablar al respecto. Pero al menos, sabrán la verdad. ¿No crees?
—No —respondió él con firmeza, mientras se ponía de pie y se limpiaba la hierba de los vaqueros—. No sé qué habéis venido a hacer aquí tú y él, quizá a demostrarles a mis amigos que yo era el villano en esta historia, pero no pienso caer en la trampa. No voy a hacer nada de lo que me pides. El pasado, pasado está. Tenías razón. No tiene ningún sentido tratar de recuperarlo.
Yo también me puse de pie.
—Espera, Blake. Sea lo que sea lo que estás pensando, te equivocas. Esto no es una especie de sabotaje, sino más bien todo lo contrario. Quiero arreglar las cosas; más concretamente, quiero arreglar mi vida. Pensaba que para eso tenía que encontrarte a ti, y en cierto modo tenía razón, pero no ha sido exactamente como lo esperaba. Es muy sencillo. Verás. —Hice una inspiración profunda—. Hace unos años dijimos una mentira. Pensamos que era una mentira pequeñita, pero no lo era. A ti no te afecta, porque siempre estás fuera. Viajas todo el tiempo y no tienes que vivir con esto. Pero yo tengo que vivir todos los días con esta mentira, todos y cada uno de los días de mi vida. ¿Por qué tuve que terminar algo que era perfecto? Me lo preguntan todo el tiempo. Pero yo no busqué que terminara. La verdad es que tú me lo arrebataste, y ya no quise tener nunca más nada perfecto. Quise tener cosas corrientes, cosas que no me importaran demasiado, para no tener que perder nunca más algo que amara de verdad. Ya no puedo vivir con esta mentira. No puedo. Necesito seguir adelante pero, para eso, necesito que tú me ayudes solamente en esto. Podría contarlo yo misma, pero es preciso que lo hagamos los dos. Por favor, Blake, necesito que me ayudes en esto.
Estuvo un buen rato pensando, con la mirada fija en una pila de barriles, la mandíbula apretada y una gran intensidad en los ojos. Después, se agachó, recogió de la hierba su jarra de cerveza y me miró, pero sólo un segundo.
—Lo siento, Lucy, pero no puedo. Tendrás que seguir adelante a partir de ahí, ¿de acuerdo?
Me dejó y desapareció en el agujero negro del pub, tragado por las canciones, los gritos y los aplausos.
Yo me derrumbé, exhausta, en el montículo de hierba donde habíamos estado juntos unos momentos antes, y repasé mentalmente varias veces toda la conversación. No se me ocurrió nada que hubiese podido decir de otra manera. Había oscurecido y a mi alrededor se extendía la penumbra de una noche de verano, cuando las formas y las sombras son como amenazas de cosas más siniestras. Me estremecí. Oí pasos a la vuelta de la esquina, procedentes de la animación de la terraza. Entonces apareció mi vida, que se detuvo al verme sola. Se detuvo y apoyó un hombro contra la pared.
Lo miré, con cara de tristeza.
—Hay una persona que se marcha dentro de cinco minutos. Si quieres, podemos pedirle que nos lleve al hostal.
—¿Qué? ¿Y no quedarnos hasta el final? ¿Crees que no he prestado atención a tus enseñanzas?
Me dedicó una pequeña sonrisa, como para felicitarme por el esfuerzo.
—Jenna se marcha a su casita. Está pensando en mudarse.
—¿De la casita? Me alegro por ella.
—No. De Irlanda. Vuelve a Australia.
—¿Por qué?
—Creo que las cosas no le han salido como esperaba —me respondió, con una mirada cargada de intención.
—Bien. Estaré lista dentro de cinco minutos.
Se acercó a mí y gruñó como un anciano, mientras se agachaba para sentarse en la hierba. Entrechocó su botellín con mi vaso.
—Sláinte —me dijo, «¡Salud!», y levantó la cabeza para mirar las estrellas.
Guardamos silencio un momento, mientras las palabras de Blake aún resonaban en mi cabeza. No tenía sentido ir a buscarlo al interior del pub para un segundo asalto. Sabía que no era posible hacerle cambiar de idea. Miré a la vida. Noté que sonreía, mientras contemplaba las estrellas.
—¿Qué?
—Nada —contestó, sonriendo todavía más.
—Vamos, dímelo.
—No, no es nada —dijo, tratando de reprimir la sonrisa.
Le di un codazo en las costillas.
—¡Ay! —Se dobló sobre el estómago y se sentó a mi lado—. Solamente me estaba acordando de que ha puesto su foto en la tarjeta de visita —dijo, con una risa cada vez más franca.
Al principio, me molestó, pero cuanto más se reía, más ganas tenía yo de reírme con él, y al final me dejé llevar por la situación.
—Sí —dije yo por fin, recuperando el aliento—. Es un poco triste, ¿verdad?
Su respuesta fue un ronquido, una especie de ronquido de cerdo, que nos provocó otro ataque de carcajadas.
Mi vida se había acomodado en la parte trasera del jeep, lo que me obligó a sentarme al lado de Jenna. Parecía apagada. No conservaba ni rastro de la sonrisa enorme con la que nos había recibido esa mañana, aunque tampoco fue descortés. No creo que esa chica tuviera un solo gramo de descortesía en todo el cuerpo.
—Ha sido un día muy largo, ¿verdad? —preguntó mi vida, rompiendo el silencio con un comentario que captaba perfectamente el estado de ánimo reinante en el vehículo.
—Sí —dijimos a la vez Jenna y yo, en tono cansado. Nos miramos y, rápidamente, volvimos a desviar la vista.
—¿Qué es eso que he oído en el pub acerca de Jeremy y tú? ¿Rumores de romance? —Curioseó mi vida.
Jenna se sonrojó.
—Ah, sí. Hubo una fiesta… No fue nada; bueno, fue algo, pero no fue nada. Él no es… —Hizo una pausa y tragó saliva—. No es lo que yo busco…, así que…
Eso explicaba el cambio de estado en su página de Facebook. Hicimos el resto del trayecto en silencio. Se detuvo en el sendero de nuestro hostal, le agradecimos que nos hubiera llevado hasta allí y nos apeamos. Mientras hacía girar el coche en redondo, nos quedamos para despedirla.
Mi vida me miró, como para que hiciera algo.
—¿Qué?
—Dile algo —me dijo por fin, impaciente.
Suspiré, miré a Jenna, una cosita rubia perdida en un jeep enorme, y entonces fui corriendo hasta el vehículo y golpeé el cristal. Ella frenó y bajó la ventanilla. Parecía cansada.
—Me han dicho que piensas volver a tu país.
—Sí, así es. —Desvió la mirada—. Como has dicho, está muy lejos.
Asentí.
—Yo vuelvo a casa mañana.
Levantó la vista, repentinamente ansiosa por saber más.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—Qué pena.
Era demasiado amable para decirlo con ironía, pero tampoco lo dijo con mucha convicción.
—No voy a… —Intenté buscar la mejor manera de decirlo—. No voy a volver —dije por fin simplemente.
Ella me observó, tratando de comprender lo que quería decirle. Al final, lo entendió.
—Quería que lo supieras —añadí.
—Sí, claro. —Me sonrió más que antes, visiblemente empeñada en que la sonrisa no le ocupara toda la cara—. Gracias. —Hizo una pausa—. Gracias por hacérmelo saber.
Me aparté del jeep.
—Gracias por traernos.
Me volví hacia el hostal y oí el ruido de los neumáticos sobre la grava. Me di la vuelta otra vez y vi la ventanilla que se cerraba, la sonrisa en la cara de Jenna y el jeep que se alejaba por el largo sendero. Hizo una pausa a la salida, señaló el giro a la derecha y volvió por donde habíamos venido.
Durante todo ese tiempo, yo había estado conteniendo el aliento, y en cuanto se marchó, lo solté. El corazón me dio un vuelco una vez más y, por un momento, sentí pánico. Quise llamarla de nuevo, desdecirme de todo lo que le había anunciado, ir a buscar a Blake, recuperarlo y volver a vivir con él como habíamos vivido siempre. Pero entonces me acordé.
La costumbre.