22
La mañana siguiente me despierta la luz que entra a raudales por la ventana y el timbre de la puerta está sonando. Tengo la cabeza caliente, como si hubiese estado tendida en el asfalto con una lupa sobre mi rostro; una broma infantil que me gasta Dios. No me molesté en cerrar las cortinas cuando me desplomé en la cama. Lo recuerdo todo en un instante, como si me golpearan la cabeza con un calcetín lleno de piedras. El bautizo, Laurence. No me importa lo más mínimo haberte sacado de la cama anoche, Laurence gana de cajón. El timbre sigue sonando.
—¡No está en casa, papá! —oigo decir a una voz de niña debajo de mi ventana. Kylie. O quizá Kris, que todavía no ha cambiado la voz.
—Sí que está. Insiste —te oigo gritar desde el otro lado de la calle.
Gruño al abrir los ojos e intento adaptarme a la luz blanca. Tengo la lengua como papel de lija, miro si hay agua en el armario de la mesita de noche y veo una botella de vodka vacía. Se me revuelve el estómago. Esto se está volviendo demasiado frecuente y de repente sé, justo ahora, que no volverá a suceder. Ya no lo aguanto más. Deseosa de estar fuera de mi cuerpo, voy y me encuentro fuera de mi cuerpo. Quiero regresar enseguida. El despertador me dice que son las doce y me lo creo, el sol de mediodía me enciende las mejillas.
Tropiezo al bajar la escalera y me agarro a la barandilla. El corazón me palpita del susto, pero me da el toque de atención que necesito. Abro la puerta y dos niños rubios y Monday me miran, los niños observando mi aspecto desaliñado de arriba abajo, y Monday con una expresión guasona. Les cierro la puerta en las narices en el acto y los oigo reír.
—Eh, chicos, ¿qué os parece si le concedemos un momento para que se arregle?
Entreabro la puerta para que entre él y corro escaleras arriba para darme una ducha y humanizarme un poco. Vuelvo a bajar sintiéndome refrescada pero frágil. Me duele todo, la cabeza, el cuerpo…
—¿Una mala noche? —pregunta Monday, ligeramente divertido por mi estado—. ¿O sigues enferma?
La segunda pregunta suena enojada y hago una mueca de dolor.
Apenas puedo mirarlo, me siento muy culpable por no haberme presentado a la entrevista pero, sobre todo, por no haber tenido el valor de avisarlo de que no acudiría. Ha preparado café, va vestido de manera informal, no puede esconderse detrás de la coraza de su imagen profesional. De repente me siento culpable por lo de Laurence, como si hubiese traicionado a Monday, aunque nunca haya habido nada entre nosotros. Él es cazatalentos y yo una desempleada y nunca hubo nada más, ni siquiera una insinuación, pero la decepción que siento me dice que había algo. Y, por supuesto, ha sido preciso que me acostara con otro para que me diera cuenta.
—Monday. —Le cojo la mano, cosa que lo pilla por sorpresa—. Lamento mucho lo de la semana pasada. Por favor, no creas que fue una decisión que tomé a la ligera, porque no lo fue. Quiero explicártelo todo ahora mismo y espero que lo entiendas.
—O sea que no estabas enferma —dice rotundamente.
—No.
Me muerdo el labio.
—Dudo que tengamos mucho tiempo para hablar —dice, mirando su reloj, y se me cae el alma a los pies.
—Si puedes, quédate, por favor, te lo explicaré todo…
—No, si no me voy —dice. Se apoya en el mostrador de la cocina, cruza los brazos y me mira.
Estoy confusa, pero no puedo sostenerle la mirada sin sonreír. Monday hace que me ablande, me hace papilla. Finalmente sonríe y niega con la cabeza, como si lo hiciera contra su voluntad.
—Eres un desastre, ¿sabes? —dice con delicadeza, como si fuese un cumplido, y como tal me lo tomo.
—Lo sé. Lo siento.
Observa mis labios y traga saliva y me pregunto dónde demonios va a ocurrir, o sea, creo que realmente va a ocurrir, quizá debería decir algo, dar el primer paso para besarlo, pero suena el timbre y se sobresalta, asustado, como si nos hubieran pillado.
Suspiro y abro la puerta y entras con tus hijos rubios, mi padre, Zara, Leilah, que pone cara de disculpa, y detrás de ella está Kevin, seguido de cerca por Heather y su asistente de apoyo Jamie. Heather se ve muy orgullosa de sí misma. Tú das la impresión de encontrarlo todo divertidísimo. De pronto Monday me está mirando con preocupación. Se aparta del mostrador y descruza los brazos.
—¿Estás bien?
El cuerpo me ha empezado a temblar de la cabeza a los pies. No sé si la abstinencia tiene algo que ver, pero seguro que la sensación de terror que me ha asaltado por lo que va a suceder contribuye.
Las palpitaciones de la pasión se han esfumado, ahora todo es pavor, ansiedad, nervios. Mi cerebro le está diciendo a mi cuerpo que se eche a correr. ¡De inmediato! Luchar o huir, y huir tiene todas las de ganar. Sé qué es esto, sé lo que han hecho. Deduzco de la orgullosa mirada de Heather que cree que lo está haciendo por mi bien, que me pondré contenta.
Kevin me da un afectuoso abrazo que hace que me quede paralizada con las manos en alto, alejadas de su cuerpo, incapaz de tocarlo.
Te ríes entre dientes, mi vida se ha convertido en tu entretenimiento del sábado este fin de semana de verano sin igual.
Kevin por fin me suelta.
—Heather me pidió que invitara a Jennifer, pero no estaba en casa y he pensado que vendría solo.
Abro la boca, pero no salen palabras.
—¿Eres el jardinero? —te pregunta Kevin, recordándote del día que vino.
Me miras, divertido ante semejante situación.
—Matt es mi vecino. Su hijo me estuvo ayudando unos días en el jardín.
Kevin le clava una mirada glacial.
—Vamos, no me digas que es la primera vez que te cortan el rollo —dices, sonriendo como un gato de Cheshire.
Todos entran en la sala de estar y se sientan, hay quien trae sillas de la cocina porque no hay suficientes asientos. Estás mirando a tu alrededor con una gran sonrisa pintada en la cara, rebosante de entusiasmo. Los niños se sientan juntos a la mesa de la cocina con sus libros para colorear y plastilina. Voy de un lado a otro de la cocina fingiendo que estoy preparando café y té, pero en realidad estoy tramando planes de fuga, excusas, cláusulas redentoras. Monday se retrae, aunque estoy tan absorta que ya no estoy presente.
—¿Estás bien? —pregunta.
Me detengo.
—Quiero morirme —digo con firmeza—. Quiero morirme ahora mismo, mierda.
Baja la mano y mira a la concurrencia, mordiéndose el labio con su diente roto. Parece que esté intentando resolver cómo sacarme de aquí. Me aferro a la esperanza.
Jamie viene hacia la cocina. Oigo las plantas de sus pies pegándose y despegándose de sus sandalias al caminar. Creo que prefiero cuando las lleva con calcetines de deporte.
—He traído unas galletas —dice, dejando un paquete de Jaffa Cakes encima del mostrador.
—Jamie, ¿qué demonios está pasando? ¿Qué significa todo esto?
—Heather quiso organizarlo para ti —contesta—. Es tu círculo de apoyo.
—Joder —espeto, un poco demasiado alto, y te oigo reír en la sala de estar.
—Tomaré café, dos terrones y un poco de leche, querida —gritas.
Entra Caroline, lleva una gafas de sol negras que le tapan casi toda la cara.
—Oh, Dios mío, qué resaca que tengo. Estos bautizos están acabando conmigo. ¡Oh, Dios mío! —Me da una palmadita en el brazo y susurra—: ¡Me han dicho que anoche te acostaste con Laurence!
Quiero desaparecer. Sé que Monday está justo detrás de mí y lo ha oído. Noto sus ojos perforándome la espalda. Tengo náuseas. Lo miro y aparta la vista, haciendo como que está ocupado. Lleva una bandeja con tazas a la sala de estar y se sienta.
—Oh —dice Caroline al percatarse—. Perdón, no sabía que vosotros dos…
—No importa. —Rendida, me masajeo la cara—. Pero sabías lo de esta reunión, ¿no?
Asiente, saca un bote de pastillas para el dolor de cabeza y se toma dos con un trago de agua.
—Tenía prohibido decírtelo. Heather quería darte una sorpresa.
Tengo pánico. Quiero irme corriendo, de verdad que quiero, pero me basta una breve mirada a Heather —que está sentada presidiendo el círculo, vestida con su mejor blusa y pantalones, tan orgullosa, sonriente, confiada y entusiasmada por lo que ha conseguido— para saber que ahora no puedo darle la espalda. Debo resistir.
Me siento en el sillón que han dejado libre para mí, nadie me quita los ojos de encima. Los tuyos brillan de júbilo, te alegra verme incómoda y vulnerable, menudo buitre estás hecho. Los de Monday son duros y fríos y miran fijamente la pata de la mesa de café, cualquier interés que pudiera haber tenido por mí ahora está muerto y enterrado. Los ojos de Caroline están inyectados en sangre y rechaza el plato de Jaffa Cakes como si fuese una bomba de relojería.
Kevin me mira fijamente, inclinado hacia delante con los codos en las rodillas, intentando dirigir sus buenos, felices, positivos y depravados pensamientos hacia mí. Resulta inquietante. Los dedos peludos de sus pies con chanclas, que asoman por debajo de sus ceñidos pantalones de pana marrón, son inquietantes. Todo él es inquietante, punto. Leilah tiene miedo de mirarme, me consta; no para de morderse el labio y mira en torno a sí preguntándose por qué no se casó con un hombre que tuviera una familia menos complicada. Papá está a un lado de ella, escribiendo despacio un mensaje de texto con sus gruesos dedos. Monday está apretujado al otro lado de ella.
—¿Ya os han presentado? —pregunto, y ambos asienten a la vez. Monday sigue sin mirarme a los ojos.
Jamie comienza.
—Gracias a todos por venir aquí hoy. Heather ha dedicado buena parte de su tiempo a ponerse en contacto con cada uno de vosotros, ha reflexionado mucho para organizar esto y os damos la bienvenida a todos. Tu turno, Heather.
Doblo las piernas encima del sillón y las abrazo, protegiéndome el cuerpo. Procuro recordar que estoy haciendo esto por Heather, que para ella es un ejercicio, que lo ha organizado ella y, por más condescendiente que parezca, eso me ayuda a mantener la compostura. Pero en cuanto oigo su voz me entran ganas de llorar de tan orgullosa como me siento de ella.
—Gracias a todos por venir. Durante quince años, mi hermana Jasmine ha estado acudiendo a las reuniones de mi círculo de apoyo y eso me ha ayudado tanto que ahora quiero que ella viva la misma experiencia. Sois el círculo de apoyo de Jasmine, su círculo de amigos.
Los mira a todos satisfecha.
Miro a la gente que ha venido y me siento patética. Me guiñas el ojo, te metes una galleta en la boca y tengo ganas de hacerte daño físico. Y te lo haré.
—Queremos demostrarte que te amamos y que te apoyamos y que cuentas con nosotros —dice Heather, y se pone a aplaudir.
Los demás se suman al aplauso, algunos con entusiasmo, Caroline en sordina porque con el ruido le duelen los oídos. Tú das un aullido. Papá te mira como si quisiera darte un puñetazo. Es como si Monday no estuviera aquí, aunque sé que está, pues noto su energía cada vez que está en una habitación, mis ojos se sienten atraídos por él cada vez, toda yo deseo acercarme a él.
—Mi hermana pequeña Jasmine siempre estaba ocupada. Ocupada, ocupada, ocupada. Cuando no está ocupada, cuida de mí. Pero ahora no está ocupada y ya no tiene que cuidar de mí. Tiene que cuidar de ella.
Se me saltan las lágrimas. Me tapo con los brazos, las piernas, las manos, toda yo doblada diciendo «Cerrado».
Todos me miran fijamente. Yo. Quiero. Morirme. Ahora mismo.
Carraspeo, dejo de esconderme detrás de mis piernas y las bajo al suelo. Las cruzo.
—Gracias a todos por venir. Seguro que todos sabéis que esto es una sorpresa, de modo que no estoy preparada, pero te doy las gracias, Heather, por haberlo organizado. Me consta que quieres lo mejor para mí de corazón. —Voy a ser comedida. Les daré algo pero nada, no dejaré entrar a nadie pero haré como que les sigo la corriente. Aceptaré las críticas constructivas con una sonrisa. Les daré las gracias. Avanzar. Esta es la estrategia—. Perder mi empleo en noviembre fue realmente duro. Me encantaba mi trabajo y estos últimos seis meses lo he pasado muy mal porque al levantarme por la mañana no conseguía sentirme… útil. —Carraspeo—. Pero ahora me estoy dando cuenta, o me he dado cuenta, de que mi situación no es tan mala como pensaba.
¿Decirles que disfruto con ciertos aspectos de ella como jamás pensé que podría hacerlo sería revelar demasiado? Miro tu rostro entusiasta, después a Kevin, tan comprometido, a Monday, que en el acto baja su cara de póquer hacia la pata de la mesa de café, y decido que no tienen por qué enterarse de lo terapéutica que me ha resultado la jardinería. Contarles cuánto me está ayudando equivaldría a admitir que necesitaba ayuda, y hasta ahí podríamos llegar.
—Bien —digo dirigiéndome a Heather, visto que es su preocupación lo que ha conducido a que se celebrara esta reunión y, por consiguiente, si dejara de preocuparse podría poner fin a esta reunión de inmediato—. El plan es cumplir los seis meses de baja por jardinería que me quedan y después buscar un empleo, de modo que gracias a todos por vuestra ayuda en el pasado y vuestro apoyo ahora, y por venir hoy aquí.
Termino mi discurso mostrándome alegre, animada y positiva, sin dar motivos de consternación o alarma. Jasmine está la mar de bien.
—¡Hala! —Rompes el silencio—. Eso ha sido conmovedor, Jasmine. Muy profundo. La verdad es que ahora creo que te entiendo mejor —dices, rezumando sarcasmo. Te metes una Pringle en la boca. El olor a nata agria y cebolla llega hasta mí y se me revuelve el estómago.
—Vaya, ¿y cuál es tu plan para después de tu baja por jardinería, Matt? Cuéntanos.
—Eh, este no es mi círculo de amigos —contestas, con tu típica sonrisa de suficiencia.
—Tampoco el mío, obviamente —replico.
—Seamos positivos —dice Kevin con su voz de sacerdote, levantando las manos. Las baja lentamente, como hipnotizándonos para que nos tranquilicemos, o como si fuese un número de baile de un grupo de chicos de los noventa.
—Estoy tranquilo —dices, cogiendo otra Pringle.
Tendrías que haber ganado peso con tanto picotear y comer entre horas como vienes haciendo desde que dejaste de fumar, pero no has engordado. Estás más esbelto, más en forma, más lozano que antes, aunque se debe a que no bebes alcohol.
—Creo que no me equivoco al decir que, aparte de Peter y Heather, yo soy quien conoce a Jasmine desde hace más tiempo. —Kevin me mira y sonríe. Me estremezco—. Por eso considero que soy quien la comprende y conoce mejor.
—¿En serio? —dices, volviéndote hacia él—. Entonces sabrás decirnos cuál de los tres empleos es más adecuado para ella.
Nos pones en un buen aprieto a Kevin y a mí. Ninguno de los dos tenemos la menor idea. Por distintas razones, por supuesto.
—¿Tres empleos? —dice Caroline, enojada.
Monday levanta la cabeza de golpe para mirarme con el ceño fruncido, intentando comprender a esta gran mentirosa que ha aparecido en su vida. Hablar de los otros dos empleos con él carecía de sentido puesto que el único que estaba considerando seriamente era el que me ofrecía él. Pero este punto que tan amablemente has sacado a colación me hace parecer una traidora redomada.
Tiene su ironía que seas tú quien me conoce mejor de entre toda esta gente y quien hace la pregunta más tendenciosa que quepa hacer, porque las tres personas que me han ofrecido esos empleos están aquí y esencialmente no saben nada unas de otras. Las tres me están mirando y aguardando una respuesta. Echas de menos sembrar cizaña en las ondas y por eso utilizas mi vida para divertirte.
Caigo en la cuenta de que te estoy mirando fijamente, llena de odio, prolongando el silencio.
—¿Cuáles son las tres opciones? —pregunta Kevin, mirándome con una amable, tierna y comprensiva sonrisa como si me estuviera echando una mano—. ¿Eh?
No me gusta su manera de mirarme. De repente rompo la tensión diciendo:
—Monday, no sé si ya conocías a mi primo.
Monday se espabila al oír su nombre, no puedo imaginar cómo se sentirán todos los que han sido convocados aquí, pero yo estoy incómoda, así que ellos deben de estar peor.
—¿Conoces a mi primo? —insisto.
—Bueno, en realidad no nos… —interrumpe Kevin.
—Es mi primo —digo—. Kevin, te presento a Monday.
Se dan la mano por encima de la mesa de café y tú sonríes con suficiencia, sabiendo exactamente qué estoy haciendo.
Silencio.
—Bien, la razón por la que menciono a Monday es que trabaja para Diversified Search International y me ha ofrecido un empleo en David Gordon White.
Papá se inclina hacia delante y mira a Monday como si de pronto fuese alguien a tener en cuenta.
—Pero ese empleo se ha ido al garete, de modo que, Monday, si te apetece irte ahora, nadie se ofenderá —digo, sonriendo nerviosa. Quiero que se vaya, no quiero que el hombre que adoro oiga lo embrollada que estoy en este círculo de terror, y después de lo que ha oído decir a Caroline, noto que le hierve la sangre. Que se vaya.
—¿Por qué ya no puedes optar a ese empleo? —pregunta papá.
Miro a Monday. Papá le ha puesto en bandeja la oportunidad de vengarse, pero no dice palabra.
—Mmm. Falté a la entrevista —contesto en su lugar.
Papá suelta una palabrota.
—¡Peter!
Leilah le da un codazo y Heather abre los ojos como platos y me mira sorprendida.
—Bien, ¿por qué faltaste a la entrevista? —pregunta papá, exasperado.
—Estaba enferma —dice Monday finalmente, aunque no tengo la sensación de que me esté defendiendo. Su voz sigue siendo inexpresiva y carente de… Monday—. Creo que deberíamos saber cuáles son los otros empleos —agrega—. No sabía que tuvieras otras opciones.
La manera en que dice otras opciones hace que me pregunte si no está hablando de trabajo, si se está refiriendo a Laurence. Hay muchas cosas que quiero explicarle cuando esto haya terminado; aunque solo a él. No me importa lo que piensen los demás. En cuanto a ti, eres el único que ya está enterado de todo.
—Y un bledo, enferma —murmura papá, y recibe otro codazo de Leilah.
—¿Estabas enferma, Jasmine? —pregunta Heather, muy preocupada—. ¿Estabas enferma en Cork?
—Un momento, ¿estuviste en Cork? —pregunta Jamie, adelantándose en su asiento—. Pensaba que habíamos acordado que Heather iría sola. ¿No fue lo que dijimos?
Mira a Leilah, que también había asistido a la reunión.
Leilah me mira, claramente apurada, sin querer ofender a nadie. Puedo ver la batalla que libra en su cabeza.
—¿Y bien? —le pregunta papá.
—Sí —contesta, como si le hubiesen dado una colleja—. Pero estoy convencida de que Jasmine tuvo una buena razón para ir.
Jamie se dirige al círculo.
—Era la primera vez que Heather se iba de vacaciones con su novio, Jonathan. Los miembros del círculo de apoyo de Heather estuvimos de acuerdo en que era más que capaz de ir sola, y que cualquier acto contrario sería hacerle un flaco favor…
—Muy bien, Jamie, gracias —espeto. Me froto la cara, agotada.
—Pues ¿por qué fuiste? —pregunta Jamie, en un tono menos estridente.
—Estaba preocupada por ella —dice Kevin por mí—. Es evidente.
—¿Cuándo te fuiste, Heather? —pregunta Monday, solícito.
—Del viernes al lunes —contesta Heather, y sonríe.
Monday asiente, asimilando el dato.
—¿Lo pasaste bien?
—¡De fábula!
Monday me mira con una recién descubierta ternura. Igual que todos los demás excepto papá. Papá niega con la cabeza y se concentra en su teléfono, esforzándose por no soltar lo que piensa. Esto no pinta bien. Me escuecen los ojos. No puedo llorar.
—Yo solo… ella nunca… era la primera vez que ella… además, con un… —Suspiro, todos los ojos están puestos en mí. Oigo cómo me tiembla la voz. Finalmente miro a Heather—. No estaba dispuesta a dejar que te fueras.
Sin darme tiempo a evitarlo, me cae una lágrima y la seco antes de que me llegue a la mejilla, como si no hubiese sucedido.
Heather se sonroja y habla con timidez.
—No me voy a ninguna parte, Jasmine. No te voy a abandonar. ¿Faltaste a la entrevista de trabajo por mí?
Al oír esto, me cae otra lágrima. Y otra. Me las enjugo enseguida, bajando la vista, no quiero ver cómo me observan.
—¿Me disculpáis un momento? —digo, pareciendo una niña.
Nadie contesta. Nadie se considera con autoridad para decirme sí o no.
—Hola, Monday. Me han hablado de ti —dice Caroline de repente, como si se le hubiera pasado la resaca, interviniendo para salvarme—. Soy Caroline, amiga de Jasmine.
—Hola.
—Tengo una idea para una web y Jasmine me está ayudando —prosigue Caroline.
Aprieto los dientes y me muerdo la lengua.
—¿Qué te pasa, Jasmine? —pregunta Kevin, escrutando mi semblante.
—Nada —contesto, pero lo digo muy secamente y mi nada suena como un todo—. Bueno, es que no es exacto decir que estoy ayudando. La estoy desarrollando contigo, que es a lo que me dedico, desarrollo, implementación… ayudar suena… ya sabes…
Caroline casi se rompe el cuello por la brusquedad con la que se vuelve hacia mí.
Me mira de esa manera en que lo hace cuando está ofendida. Un único pestañeo, la frente tensa y brillante —aunque eso también se debe al Botox—, y normalmente me batiría en retirada porque es amiga mía, aunque en los negocios perseveraría, cosa que me dice que estamos condenadas.
—Y después está lo de mi padre —digo, para avanzar deprisa.
—Espera un momento —dice Kevin—. Creo que deberíamos seguir con esto.
—Kevin, esto no es una sesión de terapia. —Sonrío forzadamente—. Solo es una charla. Y creo que ya estamos llegando al final.
—Me parece que para que saques el mayor provecho de esto deberías…
Interrumpo a Kevin.
—Ahora no es momento de…
—Por mi parte, encantada de esclarecerlo.
Caroline encoge los hombros con un gesto de absoluta despreocupación, pero su lenguaje, por no mencionar su lenguaje corporal, dice todo lo contrario. No tengo ganas de esclarecer nada con ella.
Todos nos miran a ella y a mí. Te adelantas en el asiento, apoyas los codos en los muslos. Solo te falta un cuenco de palomitas. Agitas el puño en el aire y gritas en voz baja:
—¡Pelea, pelea, pelea!
Te ríes entre dientes.
—No vamos a pelear —te espeto—. Muy bien. —Carraspeo, sonrío a Heather para centrarme—. Considero que podría serte más útil de lo que me estás permitiendo serlo.
No ha sido en absoluto malo. Sin embargo, Caroline tuerce tanto el gesto que pienso que va a echárseme encima como un muñeco de resorte.
—¿Y eso? —grazna en un tono chillón.
—Has recurrido a mí para que contribuya a desarrollar la idea, pero en realidad nunca aceptas ninguna de mis sugerencias.
—Tú tienes experiencia en montar empresas. Yo no tengo ni idea.
—Sí, pero no se trata solo de que te pase mi lista de contactos, Caroline. Cuando monto una empresa, participo en el desarrollo de las estrategias y en su implementación. Si no puedo hacerlo de esta manera contigo, no tengo ningún verdadero interés personal en el proyecto. También tiene que representarme a mí —digo con tanta amabilidad como firmeza.
Todos guardamos silencio mientras Caroline me mira en una especie de estado de aturdimiento retardado.
—¿Cuál es la tercera opción? —pregunta entonces Kevin, y me alegra de que haga avanzar las cosas.
—Su padre —dices tú, y todos te miran primero a ti y luego a papá.
Seguramente más que harto de la reunión, va directo al grano.
—Directora de cuentas de una imprenta. Equipo de ocho. Cuarenta mil. Si el empleo sigue estando disponible.
—Lo está —me dice Leilah, cosa que fastidia a papá.
—Podría hacerlo con los ojos cerrados —dice mi padre a la concurrencia, mirando el teléfono que sostiene en la mano como si estuviera leyendo algo—. Suponiendo que se presente a la entrevista.
Monday no secunda a papá en esa pulla, que es lo que él esperaba. Deja de sonreír.
—No quiero un trabajo que pueda hacer con los ojos cerrados —respondo sonriente.
—Por supuesto que no. Tú quieres ser diferente.
El comentario me sorprende. A ti te encanta, pero no del mismo modo que los comentarios de antes. Vuelves tu inquisitiva mirada hacia él. Kevin, por descontado, se ofende profundamente en mi nombre.
—Vamos, Peter. Creo que debes una disculpa a Jasmine por ese comentario.
—¿Cómo dices? —le espeta papá.
Heather está sumamente incómoda.
—Siempre has sido igual, desde que éramos niños —dice Kevin, empezando a enojarse—. Cada vez que Jasmine no ha querido hacer lo que tú querías que hiciera, la has rechazado.
Es verdad. Miro a papá.
—Jasmine nunca ha hecho lo que yo quería que hiciera. Nunca ha hecho lo que cualquiera que no fuese ella misma quería que hiciera. ¿Por qué crees que se ha metido en este lío, para empezar?
—¿No es positivo que quiera seguir su propio camino? —pregunta Kevin—. ¿No debería alegrarte que sea una mujer independiente? Su madre murió cuando ella era muy joven. Estuvo años enferma antes de fallecer. No recuerdo que tú estuvieras muy presente, salvo cuando aparecías para decirle lo que tenía que hacer y cuando pensabas que se equivocaba.
Y en ese instante me inunda el recuerdo de todas mis conversaciones con Kevin. Todas las preocupaciones, los temores, las frustraciones de mi adolescencia se agolpan en mi mente. Las charlas con Kevin en el columpio hasta bien entrada la noche antes de que me besara, en fiestas, camino del colegio. Siempre me escuchaba. Le confiaba todas las inquietudes de mi vida. Es como si yo hubiese olvidado todo aquello, pero es evidente que él no.
—Con el debido respeto —dice papá sin el menor atisbo de respeto—, esto no tiene nada que ver contigo. Francamente, no sé qué pintas aquí.
Kevin conserva la calma, como si hubiese deseado decir esto durante años, como si estuviera hablando de sí mismo.
—Su madre le enseñó a tomar sus propias decisiones. A cuidar de sí misma. A seguir su propio camino. Pronto tendría que hacerlo porque su madre no estaría a su lado. Montó sus propias empresas…
—Y vendió cada una de ellas.
—¿Tú no has vendido la tuya?
—Me jubilé. E intentar vender su último negocio fue lo que le valió el despido.
Papá se ha puesto colorado. Leilah lo toma del brazo y le dice algo en voz baja, pero él no le hace caso, o no la oye, y continúa el tira y afloja con Kevin. Me abstraigo.
Larry trataba su negocio como si fuese su hija. Se negaba a desprenderse. Mi madre me crio sabiendo que tendría que desprenderse de nosotras.
Se me ocurren ideas y las vendo.
No quiero tener hijos. Mamá no quería abandonar a Heather, ahora yo no puedo desprenderme de Heather.
Nunca terminas lo que empiezas, oigo decir a Larry.
Estoy mareada. Tengo demasiadas cosas en la cabeza. Conversaciones que mantuve tiempo atrás vuelven a mi memoria, mis propias creencias me miran extrañadas, divertidas, casi canturreando «lo sabíamos desde el principio, ¿verdad?».
Criar hijos y dejar que se vayan.
Kevin me dijo que iba a morir.
Montar empresas para venderlas.
Aferrarme a Heather porque mamá no pudo hacerlo.
—¿Y a ti qué te importa? —Papá levanta la voz y Heather se tapa los oídos con las manos—. Tienes un problema con todos los miembros de esta familia. Siempre lo has tenido. Excepto con ella, por supuesto. Siempre conchabados o lo que quiera que estuvierais…
—Porque ninguno de los dos nos sentíamos parte de esta demencial, controladora…
—Cierra el pico y vuelve a Australia. Guarda tus palabras para tu terapeuta…
—Lo siento, pero no lo haré, y este es precisamente el motivo por el que ella y yo…
—¿Estás bien, Jasmine?
Eres tú. Me estás mirando y por primera vez no sonríes. Has dejado de reírte. Tus palabras suenan remotas.
Mascullo algo.
—Estás pálida —dices, y estás a punto de levantarte, pero en cambio soy yo quien se pone de pie. Pero lo hago demasiado deprisa. Estoy deshidratada por los excesos de anoche y emocionalmente agotada por este espectáculo, y Monday me sujeta para que no me caiga de rodillas. Me apoyo en el respaldo del sofá, sin apartar la vista de la puerta de entrada. Esta vez no voy a pedir permiso.
—Perdón —susurro.
El suelo se mueve bajo mis pies mientras avanzo hacia el único objeto que se mantiene en su sitio mientras las paredes se mueven a mi alrededor, estrechándose, acercándose a mí. Tengo que salir antes de que me aplasten por completo. Llego a la puerta, a la luz del sol, el aire fresco, el olor a hierba y mis flores y oigo el agua de mi fuente. Me siento en el banco, doblo las piernas contra el cuerpo y respiro profundamente.
No sé cuánto rato llevo fuera, pero finalmente se dan por aludidos. Se abre la puerta y sale Caroline, camina pasando de largo hasta su coche y, sin mediar palabra, se va. La siguen papá, Leilah y Zara. Agacho la cabeza. Huelo la loción para el afeitado de Monday cuando se detiene cerca de mí, pero finalmente se marcha. Después sales tú. Sé que eres tú; no sé por qué, pero en el ambiente hay algo de ti, y entonces los niños vienen a tu encuentro y me lo corroboran.
—Caramba, ha sido muy duro —dices.
No contesto, solo vuelvo a agachar la cabeza. Noto tu mano en mi hombro. Es un apretón tierno pero firme, y lo agradezco. Te vas, pero a mitad de la rampa del garaje dices:
—Ah, y gracias por echar la carta en mi buzón ayer noche. Tienes razón. Quizá ya sea hora de que la lea. Han pasado seis meses y sigue sin dirigirme la palabra. No puede hacerme más daño, supongo. Espero.
Mientras te alejas oigo a Jamie calmando a Heather. Entro en casa corriendo. Kevin está como un pasmarote, sin saber qué hacer.
—Vete, Kevin, ya te llamaré.
No se mueve.
—Kevin. —Suspiro—. Gracias por lo de hoy. Aprecio que hayas intentado ayudarme. Había olvidado… todas esas cosas, pero está claro que tú no. Siempre me diste tu apoyo.
Asiente, me dedica una sonrisa triste.
Le pongo una mano en la mejilla y lo beso tiernamente en la otra.
—Deja de luchar contra todos —susurro.
Traga saliva y se queda pensativo. Asiente una vez y se marcha.
Me siento con Heather en el sofá y la rodeo con los brazos, me obligo a sonreír.
—¿A qué vienen estas lágrimas? —Me río—. No hay motivo para estar triste, tontaina.
Le limpio las mejillas.
—Quería ser útil, Jasmine.
—Y lo has sido.
La estrecho contra mi pecho y la acuno.
Para poder volar, primero hay que quitar la suciedad de las alas. El primer paso es identificar la suciedad. Ya está hecho.
Cuando era niña, tal vez a los ocho años, me encantaba enredar a los camareros. Desde que aprendí el lenguaje mudo de los restaurantes, quise hablarlo. Me gustaba que existiera un código que me permitiera comunicarme con alguien, con un adulto, de modo que ambos estuviéramos en el mismo plano. En uno de los que frecuentábamos había un camarero en concreto a quien atormentaba. Ponía el tenedor y el cuchillo juntos y, entonces, cuando lo veía venir a retirar los platos, enseguida los separaba otra vez. Me encantaba ver cómo salía disparado en otra dirección, a pocos pasos de nuestra mesa, como un misil fallido. Lo hacía varias veces durante una misma comida, aunque no demasiadas para que no se percatara de que lo hacía adrede. También lo hacía con el menú. Cerrado significaba que ya se había decidido qué pedir, abierto significaba que no. Cerraba el mío, igual que el resto de mi familia y en cuanto él acudía con el bolígrafo y el bloc, lo abría de nuevo, torcía el gesto y fingía que todavía estaba decidiendo qué iba a tomar.
No sé qué significa que haya recordado esto ahora. No sé qué revela de mí, aparte de que me ha gustado, desde una edad temprana, enviar señales contradictorias.