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Un domingo al mes el grupo de apoyo de Heather se reúne. Hemos mantenido estas reuniones desde que Heather era adolescente; en realidad, mamá fue quien organizó todo esto, e incluso cuando estaba sometida a tratamiento seguía asistiendo, por más enferma que estuviera. Incluso cuando yo era adolecente y tenía cosas mejores que hacer con mi tiempo, insistía en que fuera con ella. Aunque en su momento no supe apreciarlo, ahora me alegra haberlo hecho porque cuando mamá falleció supe con toda exactitud cómo organizar las cosas y en qué dirección era preciso que fueran. La planificación personal consiste en un grupo de personas que se reúne regularmente para ayudar a alguien a lograr lo que le gustaría hacer en la vida. Heather se encarga de decidir a quién quiere invitar y de qué quiere que hablemos. Hablamos sobre la PAME de Heather —Planificación de Alternativas para un Mañana Esperanzador—, hablamos sobre sus sueños, sobre cómo podría alcanzar esos sueños, qué está ocurriendo en su vida y cuáles son los pasos siguientes que debe dar. Hablamos sobre hacer realidad sus sueños.

La reunión solía ser semanal cuando Heather hacía planes para el colegio, la escuela de secundaria y lo que quería estudiar en el instituto (que terminó siendo un internado donde aprendió a vivir independientemente, a tomar el transporte público, a comprar comida y demás cosas imprescindibles, nociones de cocina y preparación para el trabajo). Era importante que las reuniones se celebraran regularmente mientras planificaba la dirección que quería que siguiera su vida, pero llegó un momento en que la propia Heather decidió que fueran mensuales.

Las personas que han acudido en el pasado han sido maestros, su asistente de apoyo —a la que entrevistó ella misma—, un profesor del instituto, su orientador profesional, sus patronos y siempre yo. Mi padre ha asistido unas cuantas veces, pero no se maneja bien en estas situaciones. Malinterpreta el objetivo. Se trata de planificar, sí, y se trata de hacer. Pero también se trata de escuchar a Heather para ver qué siente sobre su lugar en el mundo y dónde quiere llegar. Mi padre no tiene la paciencia necesaria para escuchar tales cosas. Si lo que Heather quiere es un empleo, él se lo conseguirá; si es una actividad, la organizará. Pero lo que he aprendido en este proceso es que me ayuda a entrar en la cabeza de Heather. Quiero oír las explicaciones relativas al cómo, por qué y cuándo. Como la vez que anunció que quería dejar su trabajo de llenar bolsas en el supermercado del barrio a pesar de ser un trabajo que había estado planificando durante mucho tiempo. Mi padre estaba presente en aquella reunión y quiso acelerarlo todo, impaciente por sacarla de allí porque era un trabajo que detestaba que hiciera su hija. No captó en absoluto que el motivo por el que Heather quería dejar el trabajo era que otra empleada la estaba tratando mal. La cajera en cuestión iba demasiado deprisa, pisándole los talones, ocupándose de llenar las bolsas ella misma para acelerar el proceso cuando consideraba que Heather no era lo bastante rápida. Estas son exactamente la clase de cosas que necesitamos que Heather nos cuente en las reuniones.

La reunión estaba prevista para las dos de la tarde y, sin embargo, aquí está Heather, a la una en punto, viniendo hacia nosotros, cara a cara con el hombre que encarna todo aquello de lo que tanto he intentado protegerla desde que era niña. No hay palabras para describir cómo me siento en este momento, pero lo intentaré. He vuelto a pasar de sentirme a gusto y reconfortada por tus palabras, consuelo que he buscado deliberadamente en ti —y eso en sí mismo me provoca un conflicto—, a querer proteger a mi hermana de ti. No es de extrañar que no acabes de entenderme.

Centro toda mi atención en Heather, camino hacia ella para que no se aproxime más a ti, situándome de manera que seamos dos contra uno, con mi brazo en torno a sus hombros, en actitud protectora. No puedo mirarte a la cara; no quiero ver cómo te mofas, juzgas o analizas, o cómo intentas descifrar otra faceta de mí a través de mi hermana. Solo la miro a ella, le sonrío con orgullo, rezumando amor por todos los poros, esperando que te fijes bien, que recuerdes tu programa, que te sientas fatal al respecto, que te replantees a ti mismo, tu trabajo y tu vida entera. Pongo todas mis energías en ello. Estoy segura de que Heather notará lo desagradable que eres, lo lamentable, injusto, asqueroso y sentencioso que eres. Por más que digas que solo lo haces para mantener vivo el debate, esas palabras siguen pasando entre tus labios, eres la fuente, la raíz, el creador. Heather posee un talento especial para calar a las personas y nunca habrá mejor momento que este para ver esa habilidad en acción. Quiero que le tiendas la mano y que ella la rechace tal como hizo con Ted Clifford. Quiero verte pasar vergüenza con esa cara de sorpresa que pones cuando te hablo bruscamente, cuando te trato con inopinada frialdad.

—Hola —te oigo decir.

—Hola —responde Heather.

Me mira y me da un codazo, dando a entender que quiere que os presente.

—Mi hermana Heather —digo—. La persona más increíble del mundo.

Heather se ríe por lo bajo.

—Heather, te presento a Matt. Un vecino —digo sin más.

Me lanzas de nuevo esa mirada tuya intrigada, curiosa, analizadora. Conoces mi calor y mi frío, mi término medio.

La saludas con un gesto de la mano. Me molesta porque es la conducta correcta para alguien del Círculo Naranja de Saludo con la Mano. Entonces Heather te tiende la mano. Me vuelvo sorprendida hacia ella, pero te está mirando con una sonrisa cortés. Quiero interrumpir esto, este apretón de manos con el demonio, pero no estoy segura de poder explicar a Heather por qué lo hago, sobre todo después del follón en casa de mi padre (de quien todavía no he vuelto a saber nada).

—Encantado de conocerte, Heather —dices, estrechándole la mano—. Llevas una bolsa muy guay.

Lleva la bandolera que le regalé por su cumpleaños hace cinco años. La lleva a diario y sigue pareciendo nueva, asegurándose de limpiarla, sin que quede rastro de una sola lágrima. Es una bolsa retro de disc jockey, sirve para llevar discos de vinilo y un tocadiscos portátil. Puesto que prefiere escuchar sus discos de vinilo, pensé que sería un bonito regalo para que pudiera llevar su música de un sitio a otro. Y lo hace, casi a todas partes. Tiene estampada la imagen de un disco de vinilo, e incluso los días en que no transporta su colección, la usa para llevar el monedero, el almuerzo y el paraguas al trabajo. Siempre esas tres cosas; suplico en balde que también lleve el móvil.

—Gracias. Me la regaló Jasmine. Caben cincuenta discos y mi tocadiscos portátil.

—¿Tienes un tocadiscos portátil?

—Un tocadiscos Audio Technica AT-LP60 negro completamente automático, accionado por correas —dice, abriendo la cremallera de la bolsa para enseñártelo.

—Oye, eso está muy bien —dices, dando un paso adelante pero sin acercarte demasiado—. Veo que también llevas unos cuantos discos de vinilo.

Estás sinceramente sorprendido, sinceramente interesado en ella, sinceramente deseas ver qué lleva en su bolsa de disc jockey.

—Pues sí. Stevie Wonder, Michael Jackson…

Te va mostrando su colección mientras yo observo tu cara.

—¡Grandmaster Flash! —Te ríes—. ¿Puedo…?

Alargas la mano hacia la bolsa y me preparo para que te rechace.

—Sí —contesta Heather alegremente.

Sacas el disco de su compartimento y lo estudias.

—Es increíble que tengas a Grandmaster Flash.

—And the Furious Five —te corrige Heather—. The Message con Melle Mel y Duke Bootee, grabado en Sweet Mountain Studios, producido por Sylvia Robinson, Jiggs Chase y Ed Fletcher. Siete minutos once segundos de duración —agrega.

Me miras estupefacto y luego vuelves a mirarla a ella. No puedo por menos que henchirme de orgullo.

—¡Es asombroso, Heather! ¿Lo sabes todo sobre estos discos?

Y Heather pasa a hablarte de su disco de Stevie Wonder: cuándo se grabó, cada canción del álbum, incluso sabe los nombres de los cantantes y los músicos de estudio. Estás absolutamente impresionado, divertido, entusiasmado, y así se lo haces saber. Luego le dices que eres disc jockey. Que trabajas en la radio. Heather al principio muestra interés, hasta que oye que lo que haces es principalmente hablar. Te dice que no le gusta oír hablar, a ella le gusta la música. Le preguntas si alguna vez ha ido a un estudio de grabación para ver cómo graban sus canciones los músicos y te contesta que no, entonces le dices que podrías llevarla si le apetece. Heather está sumamente excitada, pero yo no puedo hablar, vuestra conversación me ha dejado demasiado aturdida. Esto no es lo que esperaba que ocurriera. Jamás. Comienzo a retroceder, llevándome a Heather hacia casa, me despido con cierta vaguedad mientras vosotros dos, que ya sois amigos íntimos, prometéis manteneros en contacto a través de mí. ¡A través de mí! Una vez dentro de casa, Heather se pone a contar lo que le has prometido y empiezo a enojarme, intentando imaginar maneras de hacerte daño si faltas a tu promesa. Y cuando eso se vuelve demasiado violento, procuro que se me ocurran maneras de conseguir que Heather olvide lo que le has dicho, preparándola para la muy alta probabilidad de que no ocurra, debido a la muy alta probabilidad de que yo no permita que ocurra.

En la reunión de ese día están presentes, aparte de Heather y yo, su asistente de apoyo Jamie, cuya única concesión al guardarropa de invierno son unos gruesos calcetines de deporte que lleva con sus sandalias; Julie, su jefa del restaurante, y Leilah, que acude por primera vez. Lo que me gusta de Leilah es que ni siquiera intenta disculparse en nombre de mi padre; de hecho, ni siquiera lo menciona, cosa que respeto. Lo bueno de Leilah es que nunca se ha metido en nuestros asuntos. En gran medida se debe a que nunca ha habido en qué meterse, pero su presencia es un gesto encantador y me figuro que, para comprender lo que ocurrió la semana pasada en su casa, necesita entender mejor a Heather.

Mientras las demás aguardan en la sala de estar, preparo una tetera y tazones de café. Heather está conmigo.

—Heather… —comienzo, procurando mantener un tono distendido—. ¿Por qué le has dado la mano a ese hombre?

—¿A Matt? —pregunta.

—Sí. No pasa nada, no pongas esa cara de preocupación, pero no lo conoces y tan solo me pregunto… Anda, cuéntamelo.

Reflexiona un momento.

—Porque te he visto hablar con él. Y parecías muy contenta. Y he pensado, es un buen hombre que hace feliz a mi hermana.

Heather nunca deja de sorprenderme.

Me concentro en organizar la bandeja mientras asimilo la conversación entre tú y Heather. Lo que necesito ahora mismo es librarme de ti. Estas reuniones son importantes para Heather y son igualmente importantes para mí.

—Bien, llévate esto, señorita Mayordoma —digo como una cursi presentadora de televisión. Heather se ríe.

—Jasmine —dice, avergonzada, y acto seguido recobra la compostura—. Me gustaría hacer una actividad nueva.

Me mira de un modo determinado y sé que esto tendrá que ver con Jonathan, un nombre que no paro de oír. El corazón me late frenéticamente. Hace ya algún tiempo que Jonathan es amigo de Heather. También tiene síndrome de Down y me consta que Heather está loca por él, cosa que me asusta porque sé que él siente lo mismo por ella. Lo veo cuando la mira. Lo noto cuando están juntos en la misma habitación. Es bonito y me aterroriza.

—Jonathan tiene un empleo como profesor adjunto en una clase de taekwondo —explica Heather a las demás. Yo ya lo sé porque fui con ella una vez a verle enseñar a niños de siete años y Heather no me permitió susurrarle una sola palabra por miedo a perderse uno de sus movimientos—. Me gustaría aprender taekwondo.

Jamie y Leilah se portan de maravilla al mostrar sincero interés y le hacen un montón de preguntas. Mientras lo hacen, mi preocupación va en aumento. Heather tiene treinta y cuatro años y desde luego no es ágil, del mismo modo en que yo ya no soy tan ágil como una vez lo fui, y por eso me preocupa esa clase. No obstante, al parecer soy la única que recela, de ahí que termine estando de acuerdo en que pruebe una clase el próximo sábado por la mañana en lugar de asistir a la clase de cerámica y pintura, de la que ya se ha cansado después de dos años.

—Tengo una idea —dice Leilah—. Por si no te gusta el taekwondo, o si no te va bien por el motivo que sea, podrías asistir a una de mis clases de yoga. ¿Quizá podría enseñaros a Jonathan y a ti a la vez?

Heather sonríe radiante ante esta propuesta y yo también. Me gusta la idea: si pasa tiempo a solas con Jonathan en compañía de Leilah me quedo tranquila, y Heather comienza a planificar las clases de yoga y taekwondo en su apretado calendario semanal. Tomo notas en mi agenda y reparo en que sus actividades llenan mis páginas en blanco.

—Siguiente —digo, y Heather se echa a reír otra vez.

—A Jonathan y a mí nos gustaría ir juntos de vacaciones —dice de sopetón, y se produce un silencio de asombro que ni siquiera Jamie sabe muy bien cómo romper. Todas me miran. Quiero decir que no. No, no, no y no; pero no puedo.

—Vaya. Bien. Eso es… Entendido. Bien. —Bebo un sorbo de té—. ¿Adónde os gustaría ir?

—Al apartamento que tiene papá en España.

Leilah me mira abriendo mucho los ojos.

—¿Papá te ha dicho que podíais ir?

—No se lo he preguntado. Hoy no podía venir —dice Heather.

—Bueno, o sea, no estoy segura de que esté libre. ¿Está libre, Leilah?

—No lo sé —contesta Leilah despacio, sin gustarle que la haya puesto en un aprieto con un asunto tan importante, y sin darse cuenta de que quiero que diga que no, o dándose perfecta cuenta y no queriendo mentir.

—Ni siquiera os ha dicho las fechas —dice Jamie, sin disimular lo poco que le gusta cómo está yendo esto.

—En primavera —dice Heather—. Jonathan dice que en verano hace demasiado calor.

—Jonathan tiene mucha razón —digo, mientras las ideas se agolpan en mi mente. Ahora sé cómo se sintió papá cuando le dije que iba a irme de vacaciones con mi novio por primera vez. También recuerdo cómo me sentí al plantearle el asunto, y miro a Heather y por fin me relajo—. Heather, tú y Jonathan nunca os habéis ido juntos, y España queda bastante lejos para un primer viaje. —Pongo énfasis en las últimas palabras para que no piense que me estoy cerrando en banda—. ¿Por qué no os vais primero una o dos noches a algún bonito paraje de Irlanda que no conozcáis? Podéis tomar un tren o un autobús y estar lejos de casa pero no demasiado.

Parece dubitativa. Ella y Jonathan ya han ahorrado para el billete de avión y Heather tiene su ilusión puesta en España. Hacerla desistir de tan gran decisión requiere mucho tacto y persuasión, pero Heather escucha, nos escucha a todas, siempre lo hace, es una mujer inteligente y le interesa conocer la opinión de todo el mundo.

Durante las últimas semanas se me había ocurrido llevar a Heather a Fota Island, que está en la bahía de Cork y alberga la única reserva natural de Irlanda. Le propongo ese destino porque no se me ocurre ningún otro ahora mismo. Se convence de inmediato. España queda olvidada. A Jonathan le encantan los animales. Le encantan los trenes, es un plan perfecto. No puedo evitar entristecerme porque el lugar al que tantas ganas tenía de llevarla lo compartirá con otra persona.

—Bien —digo, y respiro profundamente—. Las habitaciones.

Me doy cuenta de que a Heather le incomoda esta cuestión, de modo que tomo las riendas.

—Las opciones son: dos dormitorios o un dormitorio con dos camas individuales. O… —No soy capaz de decirlo. Jonathan y Heather son dos personas con deseos y pasiones como los de todos los demás, pero me siento como una madre sobreprotectora cuya hija le ha anunciado que le gustan los chicos. Tomo aire y me obligo a decirlo—: O una cama doble en una habitación, aunque Jonathan a lo mejor duerme en diagonal, ¿quién sabe? —agrego en broma—. Quizás ocupe toda la cama y podrías caerte al suelo en plena noche.

Heather se ríe.

—O quizá ronca —dice Jamie—. Así.

Imita los ronquidos de un cerdo y todas nos echamos a reír.

—O quizá le huelen muy mal los pies —dice Leilah, pellizcándose la nariz.

—Jonathan no huele —dice Heather, haciendo un mohín con los brazos en jarras.

—Oooh, Jonathan es tan perfecto —bromeo.

—¡Jasmine! —chilla Heather, y todas reímos.

La risa decae y la sala se sume en el silencio, a la espera de su decisión.

—Habitaciones separadas —dice en voz baja, y enseguida pasamos al punto siguiente. Mientras Jamie habla sobre la logística para llegar allí, le guiño el ojo a Heather, que sonríe con timidez.

No es la primera vez que Heather se marchará fuera: ya ha viajado con grupos de amigos, pero siempre con su asistente de apoyo u otro adulto que yo conociera. Esta es su primera vez sola, con un hombre, y tengo que combatir la tensión en la boca del estómago, el nudo en la garganta y las lágrimas que me asoman a los ojos.

Pasamos a tratar el asunto siguiente, que es que, si bien está muy agradecida por los tres empleos que tiene durante la semana, su principal afición es la música y ninguno de los tres cubre ese aspecto. Le encantaría trabajar en una emisora de radio o en un estudio de grabación, y cuenta a todo el grupo la conversación que ha mantenido con Matt Marshall. Todas comentan la maravillosa coincidencia de que lo haya conocido precisamente el día que quería hablar de esto.

—Jasmine, ¿qué te parece si invitamos a Matt Marshall a la próxima reunión para valorar las posibilidades? —sugiere Jamie.

Heather está que no cabe de gozo ante tal perspectiva.

Me gusta que estas reuniones siempre sean positivas, de modo que hago acopio de todo el ánimo que puedo.

—Tal vez podríamos planearlo para la próxima vez. Quizás. A lo mejor. Después de que haya hablado con él y vea si puede hacer algo. Si tiene tiempo, aunque en este momento está sin trabajar por motivos personales. De modo que… sí. A lo mejor —digo finalmente.

Leilah me mira con recelo. Doy las gracias al cielo cuando pasamos al tema siguiente.

Cuando termina la reunión cierro la puerta con pesadumbre y subo a mi dormitorio. No estoy celosa de mi hermana, nunca lo he estado. Siempre he querido que tuviera una vida mejor, aun sabiendo que está contenta con la que tiene. Hoy, sin embargo, se me ha ocurrido por primera vez que siempre ha sabido qué dirección quería que siguiera su vida, siempre ha contado con un equipo para ayudarla, aconsejarla, orientarla. Siempre le han allanado el camino. Y a mí no. Yo soy la que de pronto no tiene ni la más remota idea de lo que está haciendo, soy yo quien no tiene ninguna PAME que seguir. Cuando me doy cuenta es como si me cayera encima una tonelada de ladrillos y me falta el aire. No podría contar a nadie mis sueños si me preguntaran ahora mismo, como tampoco mis esperanzas y deseos. Si me pidieran que pusiera un plan en acción, no sabría por dónde empezar.

Me siento absolutamente perdida.