Lección 2
Natalia no sabía cómo reaccionaría cuando volviera a verlo.
Estaba dudosa de entrar, casi igual a la vez anterior. Sin embargo estaba allí, tenía muy claro que quería estar ahí, seguir con el tratamiento y ver a dónde la llevaba todo eso.
De otro lado, le temía a su propia reacción cuando viera a David, después de lo que había pasado en la sesión anterior.
Era una tonta. Él solo hacía su trabajo y ella, como la perfecta ingenua que era, se lo estaba tomando personal.
Sin duda estaba haciendo su trabajo maravillosamente. De otro modo no habría podido experimentar aquellas magníficas sensaciones. Su cuerpo jamás se había sentido así. Nunca antes la había invadido ese calor interno que se iba esparciendo por toda ella, ni esa sensación en la piel, ni mucho menos esas inquietas mariposas en su estómago de las que hablaban todos y que a ella siempre le parecieron una exageración y una mentira.
¿Y qué decir del beso?
El toque a su cuerpo había sido bonito. Más que bonito, había sido magnífico. Pero el beso, había sido sensacional, fabuloso, y otro montón de palabras que seguro no existían todavía para definir algo así. Nunca antes se había sentido así con un beso, nunca su cuerpo había reaccionado de esa manera con el mero contacto de la boca de un hombre y su abrazo.
Pero eso no significaba que para él hubiera sido lo mismo. Claro que no. Hasta el momento, David le había demostrado que era un verdadero profesional en lo que estaba haciendo, y tanto el toque como el beso habían sido parte de lo que estaba haciendo por ella.
No sabía mucho del tema, pero estaba plenamente convencida de que los avances eran significativos. De no sentir nada, a experimentar ese cúmulo de sensaciones maravillosas, era un salto enorme, así que allí estaba de nuevo. No debía temer, lo mejor era ir dispuesta a continuar con la exploración de su cuerpo.
Entró y saludó a la recepcionista que le indicó que en la sala cuatro la esperaba David.
No pudo evitar sentir un delicioso cosquilleo en la espalda y en el abdomen mientras caminaba hacia la sala. Él estaba allí, esperando por ella. ¿Sentiría eso mismo su novia cuando estaba cerca de verlo?
Golpeó con los nudillos. Pasaron unos instantes y al notar que no había respuesta volvió a golpear. David abrió.
—Hola, David —saludó ella con una bonita sonrisa. Al terminar la sesión pasada, después del beso no se había sentido capaz de mirarlo a la cara, pero después de sus razonamientos se dijo que era una tonta, que debía actuar como la mujer madura que era.
—Hola, Natalia —dijo él observando la hermosa cara de la muchacha. El cabello castaño estaba un poco más alborotado y le gustó. Los labios se veían más rojos y le gustó. Los ojos se veían más felices y definitivamente le gustó. Esa mujer le gustaba—. Entra.
Natalia pasó y observó que el ambiente era muy parecido al de la ocasión anterior.
—Pensé que no estabas —dijo ella.
—Sí, es que… —es que no sabía qué tontería cometería al verte después de lo que sucedió la vez anterior, no sabía si me recriminarías o estarías enfadada, y no sabía si podría controlar las ganas de abrazarte y volver a besarte—. Es que… estaba terminando una llamada, lo siento.
—Ah, no, lamento haber interrumpido.
—No te preocupes, estábamos despidiéndonos —mintió.
Ella estaba allí, frente a él, todavía con esa sonrisa un poco más abierta y confiada que la vez pasada. Quizás ella se estaba tomando esto con más profesionalismo que él. Sintió vergüenza por sus reacciones. ¿Quién era él? No tenía ningún derecho. Lo que tenía que hacer era efectuar su trabajo con seriedad, tal como lo hacían los otros.
—Bien, Natalia. Esta vez quiero que vayas detrás de ese biombo y te pongas esto —dijo entregándole una bata.
A Natalia le extrañó que no fuera como la de los hospitales. No era azul clara, en papel, con una abertura en la espalda que era terriblemente incómoda. No.
En realidad parecía una de esas batas que hacían juego con un piyama de lencería. Era de seda color negro. Se notaba que no era muy larga, y cuando la tomó se dio cuenta de que la tela era delgada.
Natalia miró a David con una clara interrogación en su mirada.
El hombre temía que la muchacha se negara a usarla, o a continuar con toda aquella locura. Cuando le había entregado la bata lo hizo con un gesto serio y completamente profesional, pero ahora que ella lo miraba con esos ojos castaños interrogantes, incluso acusadores, sintió vergüenza.
—Bueno… Es el siguiente paso en el tratamiento, pero si crees que no estás preparada… —le dijo antes de extender su mano hacia la bata para tomarla.
—No —se apresuró a decir Natalia mientras apretaba la pequeña prenda contra su pecho para evitar que David se la quitara. Aunque le parecía un poco extraño ese atuendo, sabía que tenía que hacerlo si quería volver a sentir aquellas estupendas sensaciones de la vez anterior—. No menos caso, es que… Todo esto es nuevo para mí y no puedo evitar preguntarme por todo lo que pasa… perdóname por ser tan tonta.
Estas palabras solo consiguieron que David se sintiera peor. Era él quien realmente estaba haciéndolo todo mal. Quizás debería ir con más lentitud y más paciencia con aquella mujer, no presionarla y mucho menos involucrarse o intentar apresurar una situación para la que ella no estaba preparada.
El hombre se sintió confundido e impotente. Jamás había conocido un caso como el de esta mujer, y dado que jamás había llevado un caso particularmente, se sentía un tanto torpe y hasta inútil.
Sacudió su mente de estos pensamientos y se dijo que debía regresar al profesionalismo que debía tener para este caso.
—Está bien, no te preocupes, mejor vete detrás del biombo y ponte eso… solo eso.
Natalia sabía perfectamente que se refería a que no debía llevar nada más encima. Asintió sonrió antes de desaparecer detrás del biombo y empezar a quitarse su ropa para ponerla doblada sobre una silla.
Titubeó antes de quitarse su panty y su sujetador. Nunca antes había estado desnuda en presencia de otro hombre que no fuera Tom, y saberse tan expuesta ante la recia masculinidad de David le hacía sentir un poco insegura. Su cuerpo estaría prácticamente desprovisto de ropa ante los ojos y el toque de ese hombre que le hacía experimentar sensaciones sorprendentes, y aunque se dijo que debía sentirse avergonzada y tímida su apreciación era netamente estética: se preguntó si le gustaría así, su cuerpo casi desnudo separado del por una fina tela.
La mujer tomó un respiro y lo soltó despacio mientras se quitaba las dos últimas prendas que le quedaban y se reprendía a sí misma por su estupidez. David estaba realizando un trabajo, lo que hiciera y la apreciación que tenía sobre ella era estrictamente profesional. Le había dado aquel atuendo porque era lo propio para el siguiente paso del tratamiento, no por nada más, así que debía sacar cualquier idea fantasiosa o absurda de su mente.
Le gustó la sensación de la suave seda sobre su piel. Se dio cuenta de que la bata, de manga corta, la cubría desde el cuello hasta la mitad de los muslos. La tela rozaba sensualmente sus curvas y sus valles, y quizá como por acto reflejo o rememorando lo que había sucedido allí la vez anterior, sintió un ligero cosquilleo en su interior ante ese leve contacto. Anudó la bata sobre la cintura cubriendo su frente para darse cuenta que el diseño de la prenda tenía unas delicadas aberturas en la parte frontal de cada muslo que llegaba hasta la pelvis. Se movió un poco y se dio cuenta que el caminar se verían sus piernas desde su nacimiento y que si daba un movimiento brusco la tela se movería descubriendo su sexo.
Algo en el interior de su mente le dijo que debía sentirse un poco alarmada por aquella prenda, pero en realidad le gustó. Quizás era la sensación de peligro al saber que si se movía un poco David podría observarla por completo, y esa idea en vez de avergonzarla o atemorizarla, la llenó de una extraña emoción cálida y traviesa.
Sin dar más tiempo a que su mente vagara por caminos absurdos e intransitables, Natalia salió tras el biombo y caminó hacía David que estaba junto al diván.
Lo que ella no se imaginaba es que David estaba igual de perturbado que ella. Cuando la joven desapareció tras el biombo para cambiarse, se concentró en preparar los implementos para lo que haría en aquella sesión. Tendió una sábana sobre el diván. En la mesa de junto, puso una vela aromática de canela y la encendió para que el aire se inundara de su sensual aroma. También puso un pequeño frasquito de aceite aromático, el cual muy seguramente utilizaría.
Aunque realizaba las acciones tratando de concentrarse en sus movimientos, no podía evitar escuchar el roce de las prendas de la mujer que se encontraba a tan pocos metros de él. Imaginaba cada una de las prendas cayendo de su precioso cuerpo, y la imagen de él mismo ayudándola atormento su mente y su pene.
—Estoy lista —dijo la mujer cuando llegó a escasos dos pasos de donde él se encontraba de espaldas a ella.
Cuando David se giró para verla, poco le faltó para caer desmayado. Ella no era una mujer, era una diosa del amor, la misma Venus personificada.
La suave tela caía por su cuerpo demarcando sus curvas, retratando cada milímetro de la espectacular figura. La piel sedosa de sus muslos escapaba por las aberturas laterales de la prenda, no solamente revelando un trozo de aquellas maravillosas piernas, sino que además tentaban al observador con lo que podría encontrarse si tan solo la tela se corriera un poco hacia un lado.
Como ya era costumbre, su pene tembló y empezó a revivir en los confines de sus bóxers, levantándose curioso ante tanta belleza. Parte de su mente trató de luchar contra su cuerpo para hacerlo regresar a su cálido nido, no obstante otra parte de su cerebro quería deleitarse con esa belleza e invitar a su pequeño amigo a disfrutarla también.
—Ven —le señaló el diván, moviéndose rápidamente para que la muchacha no notara el efecto que había tenido sobre él y sobre su cuerpo—. Hoy debes acostarte sobre este diván y relajarte.
Natalia sintió un poco de desilusión al darse cuenta de que su inminente desnudez no tenía ningún efecto en aquel hombre. Esto debía haberla tranquilizado, pues le aseguraba que David era un verdadero profesional que solamente quería brindarle la ayuda para la que ella lo había buscado. Sin embargo, un instinto secreto y femenino sintió un hondo pesar al saber que le era completamente indiferente.
Caminó hacia donde él le indicó, se subió al diván y se recostó tal y como él le dijo. Acomodo la prenda para que sus muslos no escaparan de sus límites.
—Bien, comenzaré en donde me quedé ayer —dijo David mientras le tomaba sus manos entre las de ella y comenzaba masajearlas nuevamente, en réplica exacta de lo que había sucedido el día anterior—. Necesito que te relajes, que cierres los ojos y te concentres en lo que va sintiendo tu cuerpo.
Una vez más, Natalia sintió unas magníficas sensaciones allí donde las manos masculinas se tocaban con su piel, primero en las manos, después en los brazos hasta donde marcaba el límite de la tela. La suave presión de aquellas manos, los suaves y sensuales círculos, empezaron a relajar su cuerpo y hacerla disfrutar del pequeño cosquilleo que volvía apoderarse de su vientre. No pudo evitar sonreír y soltar un pequeño suspiro de placer.
—¿Te gusta? —Preguntó David.
—Si—respondió ella sencillamente.
Entonces el hombre pasó de las caricias de los brazos, a las piernas. Nuevamente toco los pies, esta vez sin la delgada barrera de las medias, y se deleitó en la perfección de aquellos pies pequeños. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no agacharse y tomarlos con su boca, para no besarlos, lamerlos o mordisquearlos. Eran unos pies preciosos. De súbito se imaginó utilizándolos para darle placer a su pene. Pasaría toda su longitud por la planta, después por la curva y por último masajearía la cabeza en cada uno de los pequeños dedos.
El órgano tembló y cobró más dureza al ser invocado por la mente de David. Era una completa locura y él lo sabía perfectamente.
Pasó a las preciosas pantorrillas, allí las acarició nuevamente ejerciendo una suave presión para pasar a las rodillas y subir poco a poco por los muslos.
Cuidó de tocar eróticamente las zonas erógenas que había descubierto el día anterior. No se equivocó, los gemidos de sensual placer escapaban de los labios de Natalia con cada uno de los toques. Era evidente que al igual que el día anterior, Natalia se estaba excitando.
Aunque a decir verdad, ella misma no podía reconocerlo, porque nunca antes había sentido algo así. Solo sabía que las sensaciones eran más fuertes y poderosas que las que había vivido la vez anterior. Le agradaba demasiado, los gemidos no paraban de salir de su boca.
—¿Te gusta?
—Sí.
La pregunta de David y la respuesta de Natalia sobraban, sin embargo con aquellas palabras afirmaban más lo que hacían las manos.
—Natalia, ven, dame tus manos.
David tomó las manos de Natalia y las puso sobre los muslos de la muchacha. Las palmas de él se apoyaban sobre los dorsos de las de ella, y entonces le enseñó a masajearse.
—Tus manos también te pueden dar mucho placer —le dijo en un susurro ronco mientras guiaba la muchacha a tocar sus muslos acariciando suavemente su piel—. Así, lento, en círculos, suavemente.
Las palabras de David solo lograban aumentar el deleite que estaba sintiendo la joven mientras descubría que sus palmas sobre su cuerpo también eran una fuente de placer.
El hombre la guió por los muslos hacia arriba, por encima de la seda hasta sus pechos.
—¿Sientes tus pechos, Natalia? —le dijo mientras la guiaba para masajear en suaves círculos los preciosos montículos de carne que se escondían bajo la suavidad de la seda.
—Sí —respondió Natalia mientras abría los ojos y observaba sus propias manos acariciando sus senos siendo guiadas por las fuertes manos de David.
No sabía que le parecía más placentero, si el toque que estaba recibiendo de aquellas cuatro manos, o el hecho de poder observar esas poderosas manos fuertes y masculinas casi en contacto con sus pechos. Si ella quitaba sus manos las de él caerían suavemente sobre ella y podría sentir aquel calor que ya conocía también sobre su cuerpo.
Todo aquello hizo que su cuerpo se sintiera todavía más excitado. Sentía la piel ultrasensible no solamente donde era tocada, si no en todo su cuerpo. El calor que la inundaba desde adentro la llenaba por entero haciéndola anhelar algo que todavía no conocía pero que intuía sería maravilloso. Un ligero destemplamiento se apoderó de su vagina llenándola de un fuego líquido que la inundó y comenzó a salir por sus pliegues empapándola. Los pezones comenzaron a erigirse duritos, como si quisieran alcanzar las palmas de sus manos a través de la tela.
En un movimiento reflejo, Natalia movió las piernas haciendo que los labios de su sexo se friccionaran y que la tela se corriera hacia un lado revelando una pequeña porción de su pelvis.
David no podía decir qué lo estaba enloqueciendo más: si el sentir las curvas de los senos a través de las manos de Natalia, percibir su creciente excitación a través de sus gemidos que no cesaban de salir por sus labios, o la visión de aquella pequeña parte del vello púbico que alcanzaba vislumbrar gracias a la tela que se había ido hacia un lado. Tenía ganas de caer sobre ella para besarla ardorosamente, arrancarle la bata, deshacerse de su propia ropa y poseerla por completo: una verdadera locura.
Así que hizo que algo de la racionalidad que todavía le quedaba volviera su mente para concentrarse lo que era realmente importante.
—Eso es, Natalia, muy bien —susurró David tratando de que su voz no revelara su estado—. ¿Qué te parece si nos deshacemos de aquella tela que se interpone entre tus manos y tus pechos?
Las palabras no eran comprensibles para el cerebro de Natalia quien se encontraba sumida en la nube sensual que la envolvía. Solo sintió que las manos de él abandonaron las suyas para abrir la bata por el frente y dejar descubiertos los hermosos pechos.
La visión de esos dos perfectos montículos de carne coronados por preciosas areolas oscuras y pezones duros como piedras, fue suficiente para hacer que ha David se le hiciera agua la boca y que su pene tomara todavía más firmeza. Sintió unas tremendas ganas de posar el mismo sus manos sobre ellos, o mejor, bajar sus labios para tomar un pezón y succionarlo o sentir su suavidad y su calor contra su lengua.
Natalia observó a David mientras él miraba fijamente sus pechos. A pesar de que sabía que tenía que sentir muchísima vergüenza al tener un hombre de pie junto a ella, casi desnuda y con los senos expuestos, lo único que podía hacer era desear que al hombre le gustara lo que veía.
Cuando hacía el amor con Tom, él le sobeteaba pechos rápidamente, posando sus manos sobre ellos y presionando ágilmente para abandonarlos en pocos movimientos. Se había dicho que quizás a él no le gustaban, que tal vez sus senos eran demasiado grandes, o sus pezones demasiado oscuros, y que por eso los evitaba al máximo en el acto.
No obstante, la mirada de David era distinta: los observaba fijamente con las pupilas dilatadas.
—¿Te gustan? —la pregunta salió de los labios de Natalia sin siquiera pensarla primero.
—Son magníficos —susurró él con una voz ronca que ha Natalia le pareció absolutamente sensual—. Eres una mujer muy hermosa.
Varias personas habían dicho a Natalia que era bonita, incluso algunos hombres que querían obtener más favores de ella, la habían agasajado con frases halagüeñas, incluso con versos propios o tomados de algún poeta. Pero ninguna de aquellas lisonjas le había llegado tanto el alma como aquella sencilla frase proveniente de los labios de aquel hombre. Sintió una extraña punzada en su vagina que aumentó el anhelo que se había instalado allí.
Un tanto turbada por la reacción que podía provocar unas palabras tan simples, cubrió sus pechos nuevamente con sus palmas.
Inicialmente, David creyó que Natalia iba a volver a las suaves caricias que había probado hacía unos instantes, pero al ver que sus manos se quedaban quietas sobre sus pechos, se dijo que quizás su ávida mirada sobre ella y sus palabras la habían cohibido.
—Natalia, acaríciate los pechos, como lo estabas haciendo antes.
La muchacha se sintió hipnotizada por aquella voz que la invitaba a volver a disfrutar de sus propias caricias. Sin dudarlo ni un segundo, comenzó nuevamente el masaje, esta vez sintiendo directamente el contacto de su piel sobre sus palmas, el calor de su cuerpo, la dureza de sus pezones, y entonces las sensaciones se multiplicaron por mil.
—Ahora toma tus pezones entre los dedos y hálalos un poco —le susurró David.
La inexperiencia de la joven era un obstáculo para que ella pudiera hacerlo con libertad y de manera correcta, así que con torpeza tomó sus pezones y los haló un poco fuerte lo cual le trajo algo de dolor en lugar de excitación.
—No, Natalia. Te enseñaré —le dijo David antes de poner sus manos sobre los pechos de la joven.
Si el roce de su propia mano le había traído excitación y placer, sentir ahora las palmas de David, calientes fuertes y vigorosas sobre sus senos, era en realidad el paraíso. El calor en su vagina y el cosquilleo en su estómago aumentaron, si es que eso era posible, cuando esas palmas tocaron gentilmente la piel delicada para después apoyarse un poco más abajo, en donde se unen los pechos con el abdomen. Enseguida, ambos pulgares masculinos se posaron delicadamente sobre cada uno de los pezones para iniciar con un masaje circular sobre ellos, alternado con uno similar sobre las areolas.
Ser tocada de manera tan espectacular por aquel hombre estaba siendo demasiado para ella. Su pecho subía y bajaba, la respiración era entrecortada y de sus labios escapaban gemidos inagotables. La sensación de humedad en su sexo iba en crecimiento, a tal punto que sentía que el líquido emanaba de la cueva para humedecer los pliegues.
La situación empeoró cuando los dedos índice y pulgar de David tomaron los pezones entre ellos para oprimirlos un poco, solo un poco, de manera más gentil y dulce que en la que lo había hecho ella anteriormente, y posteriormente halándolos levemente hacia arriba.
—Así, eso es. Te gusta, ¿verdad? —preguntó sensualmente el hombre al darse cuenta del efecto que esta caricia producía en la mujer, cuyo gemidos ahora eran más sonoros—. Ayúdame, hazlo en uno de tus pechos mientras yo lo hago en el otro.
David dejó libre uno de los pechos de la mujer para tomar una de las manos de ella y ponerla sobre el seno, guiándola en los movimientos que todavía realizaba en el otro montículo. Le enseñó cómo tomar el pezón, cómo acariciarlo, cómo halarlo y cómo darse placer.
Natalia era una alumna aplicada, pues en pocos movimientos comprendió perfectamente lo que tenía que hacer. Replicaba en uno de sus pechos lo que David hacía en el otro. Si él acariciaba, ella acariciaba; si él halaba, ella halaba.
Con la mano que le quedó libre, David comenzó a acariciar uno de los muslos de la muchacha, iniciando arriba de su rodilla y ascendiendo poco a poco. Sintió que la joven se crispaba por el placer que estaba sintiendo, y que instintivamente comenzaba a abrir sus piernas a medida de que iba ascendiendo. La tela de la bata volvió a moverse y vislumbró un poco más de aquel precioso pubis cubierto por una tenue mata de pelo castaño. Le picaron los dedos por pasar sobre ella, por probar la suavidad de aquel vello, por saber si estaba húmedo con los fluidos que emanaban de su vagina.
—Dame tu otra mano, Natalia —indicó tomando la mano que ella tenía libre.
Una vez la tomó la condujo hasta el pubis. Luego puso su palma sobre el dorso de ella y le incitó a adentrarse un poco más en su anatomía femenina.
—Siente tu cuerpo, explora tu feminidad —le dijo mientras lograba que los dedos de la joven empezaran a bajar hacia la pequeña abertura oculta entre las piernas—. Ábrete, Natalia. No tengas miedo de descubrir la mujer apasionada que realmente eres.
La muchacha no lo dudó. Flexionó una de las piernas hacia arriba mientras la otra la dejó caer por un lado del diván, exponiendo así su cueva más secreta.
Desde donde él estaba, no podía observar directamente el sexo de la mujer. Simplemente lo imaginaba allí, rosado y ávido de caricias. Mientras seguía su masaje a uno de los pechos, guió la mano de ella por entre los pliegues para que pudiera tocar el centro de su placer.
La respiración de la joven cada vez se hacía más entrecortada, su pecho subía y bajaba mientras sus labios se habrían para emitir gemidos de deleite.
Repentinamente, ella quitó rápidamente su mano, tan rápido que la mano de David cayó naturalmente sobre la pequeña abertura que marcaba la entrada a la vagina de la muchacha.
Él sabía que debía retirar la mano inmediatamente, que quizás ella no estaba preparada para la exploración de aquella parte de su cuerpo, pero no pudo, no quiso. Movió lentamente los dedos sobre aquel pliegue cubierto de fino vello, tan lentamente que quizás ella no lo había notado.
Pero lo notó, y le gustó tanto sentir aquel roce tan mínimo, que movió sus caderas hacia arriba para aumentar la presión, a la vez que acariciaba más fuerte su seno y emitía un gemido más prolongado y profundo. Entonces David comprendió que aquella mujer lo necesitaba.
Con mucha delicadeza, todavía acariciando uno de sus pechos, introdujo su dedo índice entre aquellos labios e inmediatamente encontró el pequeño botón del placer. Pasó la yema de su dedos suavemente, presionándolo un poco, notando cómo el cuerpo de Natalia se estremecía ante aquel contacto. Repitió el movimiento un par de veces más obteniendo el mismo resultado. Después hizo que sus dedos descendieran un poco más, hasta encontrar la pequeña abertura. El dedo índice se aventuró un poco hacia adentro, notando que la vagina se habría para darle paso, así que se adentró un poco.
Era simple y sencillamente magnífica. Estaba completamente húmeda y absolutamente caliente. Sintió cómo las paredes estrechas resistían un tanto a la entrada, presionando su dedo. Imagino su propio pene entrando en aquella cavidad, siendo apretado por aquellas paredes húmedas y calientes dándole una gloriosa bienvenida.
Su sexo estaba a reventar. Ya no podía controlar la enorme erección que presionaba los bóxers. Hubiera querido liberarla y darle lo que tanto le estaba pidiendo, pero no se trataba de su placer sino del de Natalia.
Sacó el dedo de la cavidad lentamente, mientras notaba el deje de desilusión en el suspiro de la mujer al sentirse abandonada. La recompensó volviendo a penetrarla, pero esta vez con los dedos índice y medio. Ahora pudo sentir más la presión de aquella cavidad sobre sus dedos, el calor y la humedad que los envolvía. Cuando los tuvo profundamente enterrados en ella, se quedó quieto, quería que el interior de la joven se acostumbrara a ellos. Mientras tanto, se las arregló para que su dedo pulgar encontrara nuevamente el clítoris a fin de comenzar a masajearlo en seductores movimientos circulares.
Natalia ya no podía más. Las manos de David y una de sus propias manos estaban tocando las zonas más íntimas y femeninas de su ser, y éstas estaban a punto de explotar por el deleite que estaba sintiendo. Sin poder evitarlo, empezó mecer las caderas contra aquella mano que invadía su interior. El toque leve juguetón y tierno David ya no era suficiente, lo quería por completo, lo quería todo.
El hombre entendió inmediatamente lo que ella necesitaba. Así que no la hizo esperar más y empezó a mover sus dedos dentro y fuera de ella, a un ritmo que fue creciendo cada vez más, mientras su dedo pulgar se seguía encargando de su clítoris, y su otra mano seguía galardonando dando su precioso pecho y su pezón.
Las sensaciones fueron creciendo cada vez con mayor fuerza. Como cuando una tormenta tropical crece hasta convertirse en un huracán. Eso era lo que sentía Natalia en su interior, un huracán. Un gigantesco huracán de placer que en breves instantes estalló en su vagina con grandiosos espasmos que apretaban los dedos de David en ardorosas y agitadas contracciones que retumbaban en el interior de su vagina, en su clítoris que ascendían hasta sus senos y continuaban hasta el resto de su ser.
Los espasmos de placer continuaban infinitamente, recorriendo su cuerpo, haciéndola mecerse y gemir, en un acto de placer y sensualidad en el que por primera vez encontraba su cuerpo y su pasión.
—Así, así es, Natalia, disfrútalo, es para ti —susurraba David, complacido por las sensaciones que habían asaltado el cuerpo de la mujer.
Poco a poco, la calma y la quietud iban regresando al cuerpo femenino, cuya respiración se hizo más laxa. Los dedos de David la abandonaron para acomodar la ropa sobre ella, cerrando nuevamente la bata sobre sus pechos, y estirando el faldón para cubrir nuevamente su sexo.
El gesto era bastante respetuoso y considerado, sin embargo a Natalia le pareció muy distante. No podría ser de otro modo; mientras para ella es experiencia había sido la más perfecta y sensual de toda su vida, para él era un simple trabajo, algo que estaba acostumbrado a hacer, algo que tomaba con el mayor profesionalismo y respeto posible.
Natalia no podía estar más lejos de la verdad. El pene de David estaba a punto de estallar. Nunca en su vida había pasado por algo así: tener una mujer entre sus brazos, llenarla de toques sensuales y de placer, y quedarse con las ganas de poseerla, con el ansia que le carcomía su sexo y su cuerpo entero. Lo único que podría hacer para sosegar su avidez, era tomar distancia, tratarla de manera fría, como si no le importara lo que acababa de pasar.
—¿Estás bien? —Le preguntó David sin mirarle la cara cuando notó que la joven había vuelto a la normalidad.
—Mejor que nunca —respondió ella incorporándose del diván, luego poniéndose de pie para quedar frente a él—. Yo nunca… jamás había sentido algo así… siempre que la gente habla de esto, pensé que eran exageraciones… pero ahora… fue maravilloso…
David fingió indiferencia mientras apagaba la vela aromática y recogía el frasquito de aceite que finalmente no tuvo que utilizar. Eso era más de lo que él podía aguantar, no solamente verla obtener su pasión sino además escucharla hablar de aquello con tanto asombro y alegría.
—Muy bien, por hoy hemos terminado. Ve detrás del biombo y ponte tu ropa.
A Natalia la hirió un poco el tono serio y distante que notó en la voz de David. Le dolía que después de lo que le había hecho sentir, después de la manera tan sensual en la que la había tocado, ahora se estuviera dirigiendo hacia ella en esa forma tan fría.
Se giró para caminar hacia el diván y obedecer, pero entonces, un impulso la obligó a regresar sobre sus pasos, tomar a David del brazo para halarlo hacia ella, y cuando lo tuvo al frente, echar los brazos al cuello del hombre, apretar su torso contra el de él, levantar el rostro y besarlo.
La boca de ella no tuvo que insistir mucho para obtener una respuesta. Los labios de David se abrieron para recibir la lengua aterciopelada y femenina en su cavidad, y así poder tocarla con la propia y envolverla en una danza de sensualidad. El beso era mucho más erótico que el que se habían dado la última vez. Con este beso, Natalia le estaba demostrando lo feliz que la había hecho, lo complacida que estaba por haberle enseñado lo que era un orgasmo y lo mucho que le gustaba haber tenido aquella experiencia con él.
David disfrutó de aquella boca como nunca antes había disfrutado de un beso. Succionó la lengua de ella, la acarició, invadió su boca, y se deleitó en el exquisito sabor de aquella mujer que acababa de tener el orgasmo más explosivo que había visto en su vida. Sintió unas enormes ganas de envolverla en sus brazos, de atraerla hacia su pecho, de hacerle sentir su calor y sus ganas de ella, pero sabía que era una locura. Así que suavemente disminuyó la intensidad del beso hasta que la muchacha lo dejó.
—Gracias —susurró ella antes de correr hacia el biombo y vestirse.
Mientras lo hacía, su mente recordaba. No solamente aquel delicioso placer que había obtenido de las manos de David, sino de ese exquisito último beso. Absurdamente se dijo que aquel beso había sido mucho más íntimo que lo que había sucedido antes.