Lección 1

 

 

—Por favor siga a la sala cuatro por el pasillo al fondo, David está esperando —dijo la joven recepcionista en cuanto vio entrar a Natalia.

La joven estaba allí, contrariando la firme decisión que había tomado tres días atrás.

Todavía no podía creer que había decidido ir, si se había repetido varias veces que no lo haría, que no podría, que no debía. Pero allí estaba.

Ese día se había levantado más inquieta que nunca. Recordaba las palabras que le había dicho David, pero sobre todo, su cuerpo revivía las sensaciones que él le había hecho percibir con un pequeño toque y un leve acercamiento. Si eso podía lograr con algo tan sencillo ¿qué más podría vivir si seguía el tratamiento que él le proponía?

Después de unas horas de lucha consigo misma, se dijo que debía hacerlo por Tom, por su relación con él. De seguro se sentiría muy contento al ver que ella había superado su frigidez y podía ser una mujer apasionada como cualquier otra. Claro, por Tom. No había nada de malo en que aprendiera a conocer su cuerpo, a saber qué le daba placer y mucho menos cuando todo esto lo iba a compartir con su pareja.

Así que se había duchado, se había puesto una falda corta con botas altas, una blusa un tanto escotada y había ido a Lecciones de Placer.

De todas maneras, no dejaba de sentirse un poco cohibida. Mientras caminaba por el pasillo hacia la sala señalada, se preguntó nuevamente si sería buena idea. No debía olvidar que David era prácticamente un extraño y que él… la tocaría… Pero no, no debía temer, debía recordar a Tom, a su novio y decirse que lo haría por él, claro que sí.

Con decisión se paró frente a la puerta que tenía el letrero Sala 4. Levantó el puño y tocó dos veces de manera muy ligera, tanto que creyó que David no oiría el toque.

Sin embargo lo oyó, porque pasaron unos pocos segundos antes de que la puerta se abriera.

—Hola, Natalia —dijo el hombre con una sonrisa en sus labios.

—Ho… hola… —titubeó ella.

—Sigue —dijo él invitándola a la salita. En cuanto ella entró, él cerró la puerta aislándolos de todo lo demás.

Natalia paseó la mirada por el lugar. Era una sala pequeña, parecida a la sala de consulta de un médico. Había una camilla, no como la de los hospitales, era casi un diván forrado en terciopelo, muy elegante. Junto a él había una pequeña mesa con una vela encendida. Hasta que la vio no notó que la luz era muy baja la cual provenía de una pequeña lámpara junto a un sofá grande al otro lado de la habitación. De alguna parte provenía una música suave y a bajo volumen.

—Siéntate —dijo David señalándole el sofá. Ella fue hacia él se sentó.

David estaba ansioso, muy ansioso.

No sabía qué le pasaba. Jamás se había sentido así.

Esa mañana se había preguntado varias veces si Natalia acudiría. Sabía que la había hecho sentir algo con aquel leve toque, y si de verdad ella se había sentido bien, regresaría. Era una mujer tan curiosa como hermosa y se dijo que muy seguramente ella asistiría a su encuentro. Se había preparado, había pedido la sala cuatro y la había adecuado. Algo suave, la idea no era asustarla con aparatos ni con exceso de sensualidad. Una vela, música y lo demás lo haría él. De pensar en ello, sintió que su cuerpo reaccionaba. Aunque sabía que no debía, no era correcto.

No obstante eso era casi imposible cuando tenía la tentación frente a él. Al sentarse, la minifalda de Natalia se subió un poco mostrando más las preciosas piernas enfundadas en medias de seda. Quiso pasar las manos por la suave tela, aún más, quiso pasarlas por la piel que seguramente sería más suave que la tela misma. De solo imaginarlo, su cuerpo comenzó a reaccionar acalorándose.

Se regañó de nuevo. Era un cretino. Nunca debió tomar este caso. Pero no podía soportar la idea de otro hombre tocando a Natalia. Cuando ella dijo que no era lo que esperaba, debió haberla dejado marchar. Sin embargo la había tentado y la había llevado a aceptar, y allí estaba.

Sin querer darle más vueltas al asunto, fue hacia ella y se sentó a su lado en el sofá.

—¿Cómo has estado? —preguntó él.

Deseosa de verte de nuevo. Natalia se sorprendió al pensar en esta respuesta que nunca le diría. Era verdad. Había pensado mucho en David en estos días, y muy en el fondo había querido volver a verlo. Lo entendía ahora que lo tenía frente a ella. Tan guapo a pesar del sencillo traje parecido al de los enfermeros. ¿Acaso había sido por eso que había decidido ir? No, claro que no, lo hacía por Tom, por salvar su relación con su novio. Solo por eso.

—Bien… yo… decidí venir porque… —comenzó ella.

—Sh —dijo él interrumpiéndola—. Los motivos son lo de menos. Lo realmente importante es que estás aquí.

La sonrisa que él le dedicó estuvo a punto de derribarla… o de hacerle sentir lo mismo que el toque de la vez anterior. ¿Por qué era tan atractivo, tan masculino? Pocas veces se conocía un hombre como él, así que quizás eso era lo que le llamaba la atención. Natalia no pudo evitar responder también con una sonrisa.

Entonces el deseo se multiplicó en el cuerpo de David. Su pene ganó la batalla contra su mente, la misma batalla de había estado peleando desde que la vio llegar. David hizo acopio de todo el dominio propio que le quedaba y doblegó a su travieso miembro para que le obedeciera y se calmara.

—Te explicaré. Hoy vamos a probar con algo muy básico. Trataremos de descubrir cuáles son tus zonas erógenas y cómo incitarlas —dijo él tratando de parecer lo más profesional posible.

Ella solo asintió. David notó que todavía había algo de duda y temor en su precioso rostro.

—No te preocupes por nada. Si en algún momento no te sientes cómoda o quieres que me detenga, solo debes decírmelo. Todo lo que se haga aquí debe hacerte sentir bien y sobre todo tranquila. ¿Está bien?

Ella asintió de nuevo, dejó ver una suave sonrisa en sus labios y se relajó un poco.

—Dame tu bolso, lo colgaremos por aquí —dijo David tomando el bolso de la mujer y llevándolo hasta un perchero junto a la puerta—. Ahora ven acá —la llamó para que se dirigiera al diván.

Antes de que ella llegara, él presionó unos botones debajo del mueble y este se levantó un poco.

—Tú te sentarás aquí —le dijo y ella obedeció.

—¿No debo cambiarme de ropa o algo así?

—No, no por ahora, así estás perfecta —dijo él.

Era verdad que en algunas sesiones el cliente solo llevaba bata o incluso iba desnudo, pero no en la primera, y menos con Natalia que todavía no parecía muy segura de esto. Además, no confiaba en sí mismo, sospechaba que su cuerpo actuaría con una irrefrenable voluntad propia si la veía desnuda.

—Ahora lo que quiero es que te relajes —dijo él, poniéndose justo frente a ella, que sentada en el diván alto estaba justo frente a él.

David le tomó las manos estaban un poco frías y las masajeó para que entraran en calor.

Natalia sintió las manos grandes y cálidas de ese hombre tomando las suyas. Le gustaba la sensación que le daba, una sensación de protección. Sintió que los brazos se relajaban, que su espalda se aflojaba y sus piernas dejaban la tensión que hasta ahora descubrió que tenía.

—Eso es —dijo él con voz suave sintiendo lo que pasaba en el cuerpo de la muchacha—. Cierra los ojos, Natalia.

Ella obedeció.

Las manos de David siguieron el suave masaje a las suyas. Primero frotaron las palmas. La sensación era maravillosa. El roce de las palmas cálidas de él contra las suyas le hacía sentir un cosquilleo fabuloso no solo allí, sino también en su estómago. ¿Cómo era eso posible? Después David tocó sus muñecas. El dedo pulgar se apoyaba en la cara interna mientras que los otros cuatro dedos masajeaban la cara externa. Lo hizo por varios minutos. Natalia jamás se imaginó que ese sería un lugar poco adecuado para un masaje, pero estaba equivocada. Era espléndido sentir ese ligero toque. A esas alturas el hormigueo en su veinte se había convertido en toda una revolución de mariposas sueltas y agitadas que la quemaban con sus alitas de fuego. No pudo evitar soltar un tenue gemido.

David tuvo que controlarse para que ese quejido no repercutiera en la erección que estaba pugnando por hacerse presente debajo de su pantalón. No era adecuado. Ella era su cliente. Le debía respeto. Sin embargo, ese gemido le hizo saber que Natalia era sensible en las muñecas, así que tomó nota mental de ello.

Después él puso las manos más arriba, en los antebrazos. De nuevo se dedicó a masajear un poco. Subía y bajaba lentamente, algunas veces presionando más fuerte, otras relajando el agarre, haciéndolo casi un mero roce. De tanto en tanto hacía unos cuantos círculos con los dedos que buscaban incitar un poco.

De repente, un suave suspiro entrecortado salió de la boca de la chica. Cuando él miró el rostro, notó que seguía con los ojos cerrados, con el gesto relajado, pero ahora sus mejillas mostraban un rubor que ella no había tenido cuando llegó. Así que eso le gustaba. Fue justo cuando hizo unos cuantos movimientos circulares sobre la piel debajo del codo, en la cara interna. Volvió a repetir el movimiento y notó que la muchacha se agitaba. Le gustaba verla así. Y más le gustaría verla totalmente excitada.

Y le gustaba mucho. Natalia no sabía por qué su cuerpo iba reaccionando tan raro. Desde que David había tocado sus manos, ella se había sentido relajada y confiada. Nunca antes le había pasado con nadie. La verdad era que Tom había sido el único hombre que la había tocado, nadie más. Jamás se imaginó que un desconocido pudiera ser tan suave con su cuerpo, ni mucho menos de pudiera incitar las reacciones que ahora sentía.

Era grandioso.

El aleteo de las mariposas de su abdomen ahora parecía multiplicado por millones, y parecía recorrer ahora la piel que él tocaba. Había también un calor que crecía desde dentro. Sabía que tenía la piel caliente. Algo nuevo estaba pasando en ella y no sabía qué era. Tampoco quería estudiarlo mucho por miedo a perderlo, prefería disfrutar lo que estaba pasando.

Y a cada instante el deleite era mayor. Ahora David subió por sus brazos hasta los hombros. De nuevo ese masaje sensual y delicado, a veces un poco más fuerte a veces más suave, y de todas maneras le encantaba. Lo mejor era que ahora él estaba más cerca, así que percibía el calor y el olor de su cuerpo masculino. Olía a limpio y también a una loción muy masculina pero no hostigante ni penetrante sino un aroma que llegaba a ella igual que sus movimientos: varonil, suave y sensual.

No pudo evitar estremecerse ante el tratamiento que estaba recibiendo. Esas manos cálidas sobre sus brazos, el calor masculino envolviéndola y el olor de él deleitándola.

David interpretó que el masaje que le estaba dando a sus hombros era otra de las zonas del cuerpo de Natalia que debía tener en cuenta. Esas manos entonces siguieron hacia la espalda de la muchacha, acariciando con cuidado, pues no quería hacerle cosquillas sino mimarla y descubrir más su cuerpo.

No estaba siendo para nada fácil.

Bueno, para Natalia sí, porque se notaba que lo que él le hacía le gustaba y mucho. Para quien no estaba resultando nada fácil era para él. Cada vez que ahondaba en las caricias al cuerpo de la hermosa mujer, estaba más cerca de ella, más en contacto. Así que pudo notar con más detalle la perfección de su cuerpo.

La figura era delgada, pero no flaca ni desgarbada. Eso sí, era llenita donde debía serlo. Testigo de ello eran los pechos altos y turgentes que parecían estar muy duros debajo de esa blusa. Parte de ellos se veían por el escote y supo que los pechos eran naturales. ¿Usaría algún tipo de sujetador para elevarlos, o eran así, altos y firmes, por sí solos? Se moría por averiguarlo. Deseó poder tocar la piel suave del pecho, sentirla estremecerse y después liberar los dos frutos del placer para deleitarlos.

Se regañó por sus pensamientos. Estaba pensando en sí mismo, en lo que quería ver y hacer con el cuerpo de ella, no por ella sino por él. Y ese no era el sentido de lo que estaba pasando.

Pero es que era muy difícil concentrarse en aquel cuerpo hermoso.

El volumen de los pechos se acentuaba por la estrechez del abdomen y de la cintura. Era hermosa. De seguro la piel de allí sería tan suave y firme con la de sus brazos. Seguro que sería así toda su piel. Se moría por tocarla.

Nuevamente se regañó porque sus pensamientos estaban alentando la incipiente erección que había logrado colarse en su pene. ¿Qué le pasaba?

Estaba loco por Natalia, debía admitirlo. Desde que la había visto había empezado a actuar irracionalmente. Sabía que debía dejar el caso en manos de otro especialista, uno que no mezclara lo personal, cualquiera de sus empleados lo haría perfectamente. Pero aquel pensamiento en vez de aliviarlo lo hacía sentir celoso. Si había alguien que llevara a Natalia a descubrir su sensualidad, ese era él y no otro.

Pero eso debía controlar lo que sentía cada vez que estaba cerca ella o que la tocaba. En lo único en que debía concentrar su atención era en hacer que esta preciosa mujer descubriera el placer de su cuerpo para ella misma… para su novio…

Cuánto odiaba a ese hombre, no solo por tener el regalo de Natalia sino también por ser tan egoísta y no asegurarse de que su mujer saliera tan satisfecha de sus encuentros como él.

Eso cambiaría. Él se enseñaría a esta preciosa mujer a disfrutar de su cuerpo. No era justo que tan joven y con tanta belleza no pudiera gozar al máximo de su sensualidad.

Ahora tenía que concentrarse. Ella estaba totalmente relajada. La cabeza se había ido suavemente a un lado y podía ver como su rostro se suavizaba con una sonrisa involuntaria en sus labios. En esos preciosos labios redondos y rojos. Esos labios dulces que parecían pedir que los besaran.

Una vez más se recordó que esto tenía que hacerlo por ella, no por él. Así que se concentró en el toque que estaba aplicando a esos bonitos hombros.

Pasaron unos minutos y David seguía con la suave caricia. A Natalia le gustaba mucho lo que estaba pasando. Era algo difícil de definir: era sensual y erótico, pero a la vez era muy respetuoso y delicado. ¿Quién podría pensar que un simple masaje en los hombros era algo tan maravilloso?

Entonces David dejó los hombros de la muchacha y se alejó un paso.

La joven abrió los ojos con una interrogación en su bonita mirada al verse privada de tan deliciosas caricias.

—Creo que es suficiente con tus brazos. Quiero dedicarme ahora a tus pies y a tus piernas. Claro, si estás de acuerdo —dijo David para responder la pregunta no formulada.

—Sí, claro que sí —dijo ella tratando de no mostrar mucho entusiasmo. Aunque a esas alturas ella habría dicho que sí a cualquier cosa que David le propusiera.

Ese hombre era muy guapo. Ahora que lo veía, allí sentándose en una pequeña butaca frente a ella, le parecía una combinación del macho seductor y del hombre consentidor. Pensó que la novia de este hombre sería una chica muy afortunada. Tenerlo para ella sola, para que al llegar a casa después de una dura tarde de trabajo la mimara y la masajeara con esas manos que hacían cosas raras en el cuerpo y en la piel, para recorrer cada milímetro de su ser, para jugar a descubrir su cuerpo, para besarse…

¿Por qué pensaba en eso?

Quizás era una reacción natural a lo que él le estaba haciendo a sus pies. ¿Qué mujer no se sentiría incitada con una caricia tan perfecta?

Le había quitado las botas. Ahora, los bonitos y pequeños pies enfundados en las medias de seda estaban sobre sus manos gentiles. Al igual que hizo con las manos de ella, las tocó primero la planta, masajeando suavemente. Después, tocó dedo por dedo, jugueteando con ellos entre los suyos.

Natalia no pudo dejar de estremecerse un poco. Si alguien le hubiera dicho que sentir las manos de un hombre sobre sus pies sería placentero, de seguro no lo habría creído. Pero así era. Era maravilloso sentir pies en esas manos calientes, en ese toque suave y seductor. Su cuerpo experimentaba una sensación indescriptible, única, y por supuesto nunca antes vivida.

David de nuevo apuntó para sí que esta parte del cuerpo de Natalia que parecía responder tan bien a las caricias. No podía negar que tenía unos pies hermosos. Eran delgados, elegantes, con dedos pequeños y uñas bien recortadas. Además respondían muy bien a sus caricias, algo que no siempre encontraba en las mujeres. Se preguntó cómo sería besarlos y lamer esos dedos pequeños, mordisquearlos un poco para después recorrerlos con los labios. Abandonó los pies cuando su mente quiso transitar por caminos peligrosos y subió lentamente para tomar los tobillos.

También eran bonitos. Los masajeó y notó que Natalia se estremecía. Parecía que una de las zonas erógenas más potentes de esa mujer eran sus pies.

Después de un leve toque, subió por sus pantorrillas. Eran tan bellas como el resto de ella. Tocó y acarició, arriba y después abajo. Justo cuando llegó a la parte trasera de su rodilla, ella se estremeció y David pudo notar que esta parte del cuerpo también le daba gran placer a Natalia.

Era irónico. Esa mujer tenía un cuerpo perfecto y dispuesto para el amor, pero su ignorante amante no había sabido descubrirlo y mucho menos había podido despertarlo. No lo podía creer. ¿Qué haría él si tuviera una mujer como esta para sí? Sin lugar a dudas exploraría cada milímetro con ella, descubriendo y disfrutando del proceso. Sería una delicia también mostrarle qué le gustaba a él y juntos hallar cómo disfrutar mutuamente de un instante de pasión y placer.

¿Acaso no podía dejar de pensar en sí mismo? ¿Cuántas veces tendría que regañarse por estos pensamientos tan impropios? De nuevo tuvo que obligarse a recordar que aquí lo importante era ella, no él, ni mucho menos aquel nosotros en el que pensaba pero que realmente no existía.

David levantó su vista hacia la cara de Natalia. Tenía de nuevo los ojos cerrados, la cabeza un poco ladeada, el cuerpo ligeramente inclinado hacia atrás, apoyándose de las manos. Esta mujer estaba disfrutando el masaje que le estaba dando. Le gustaba.

Tenía que admitir que el cuerpo de esa mujer era un diamante sin pulir, una perfecta joya que no necesitaba al joyero más experto sino a uno bien dispuesto. En ese caso él.

Las manos de David subieron por los muslos, llegando justo hasta donde delimitaba el borde de la pequeña falda. No quería ser abusivo ni mucho menos irrespetuoso.

Tenía unas piernas preciosas. Pero no debería asombrarse. Esa mujer era toda perfección.

Natalia sentía que aquella sensación tan rara y a la vez tan placentera iba creciendo dentro de su cuerpo. Era como un extraño calor que se iba apoderando de ella sin que pudiera evitarlo; aunque tampoco quería hacerlo, pero de querer detenerlo no sabría cómo. La asustó un poco. No podía evitarlo, siempre se sentía algo de miedo por aquello que es desconocido por más placentero que fuera. Pero en ese momento no quería analizarlo. Ya tendría tiempo de hacerlo después. Ahora lo que quería era sentir plenamente esas manos en sus muslos, subiendo y bajando. Le hubiera gustado sentir esas manos directamente en su piel y no a través de la seda de sus medias, así como los había sentido en sus brazos. De todas maneras era espectacular, y el calorcillo interno que la había tomado desde el inicio parecía aumentar y concentrarse en su vientre y en sus pechos.

David escuchó un pequeño jadeo que salió de la bella boca de Natalia. Sí, lo estaba logrando. Volvió a concentrarse en las piernas y las vio tan bellas que ya no pudo refrenar la idea que llegó a su mente, la imagen de esas preciosas piernas desnudas, aferrándose a él por la cintura mientras su miembro se hundía en la cálida suavidad de su sexo.

La imagen parecía tan real y tan vívida, que David solo pudo dejar las piernas de la muchacha. Luchó para repeler el deseo intenso que se iba adueñando de su pene y hacerle entender que esa fantasía nunca se haría realidad por más que doliera.

—¿Hemos terminado? —preguntó ella abriendo los ojos, observando a David con algo de duda pero al mismo tiempo con un brillo en su mirada que él no había visto antes en ella, pero que sabía qué era.

—Sí, así es —dijo él tratando de que su voz sonada lo más neutra posible, pues todavía no terminaba de dominar su cuerpo ávido—. Te ayudaré a bajar.

David tomó a Natalia por la cintura y ella echó los brazos sobre los hombros de él. Por un instante ella perdió el equilibrio y se recargó sobre el cuerpo masculino para no caer. David puso su otra mano alrededor de la cintura de ella para sostenerla y entonces quedaron estrechamente abrazados, con sus rostros a pocos centímetros el uno del otro.

Natalia pudo observar la profundidad de esos ojos azules que ahora tenían una expresión que no había visto antes, pero que le gustaba mucho. Su piel se veía brillante, parecía que ella no era la única que tenía calor. No pudo evitar la tentación de mirar sus labios masculinos, tan perfectos.

Por su parte, David estaba igual de afectado. Había imaginado lo placentero que sería tenerla en sus brazos, pero nada lo preparó para el fuego devastador que invadió su ingle y que no pudo controlar esta vez. Ese cuerpo pequeño y cálido entre sus brazos, pegado a su propio cuerpo, era una tentación que no sabía cómo resistir. Su miembro reaccionó de inmediato torturándolo con su ansia.

Lo más difícil ocurrió cuando ella fijó sus bonitos y seductores ojos castaños en su boca y abrió la suya, como si lo estuviera invitando a besarla.

Entonces lo hizo. Acercó su rostro al de ella y su boca masculina se posó delicadamente sobre los labios femeninos. Hizo un poco de presión, no mucha, pero entonces esos labios se abrieron como una flor y no quiso resistir la tentación de profundizar el beso.

Natalia sintió que la cálida lengua masculina entró en su boca incitándola. La lengua danzarina se movió un poco tímida al interior hasta que ella adelantó su propia lengua para recibirlo y compartir la danza sensual de ese beso. Ahora su lengua se movía con la de él, se exploraban juntos, se deleitaban los dos en el mismo placer.

Le gustó el sabor de David y también le gustó el calor que emanaba no solo de su beso sino también de su abrazo. El fuego, el aleteo de mariposas en su vientre y la sensación de su piel cuando él la había tocado no podían compararse con lo que estaba sintiendo ahora que estaba entre los brazos de David, compartiendo ese beso. Un calor líquido taladraba con fuerza su parte más femenina y se esparcía hasta llegar a las puntas de sus senos que vibraban debajo del encaje de su sujetador.

David supo que era una locura cuando la oyó gemir. El placer lo había obnubilado, lo había cegado por completo llevándolo a abandonarse a ese contacto. Su cuerpo ardía por ella, la deseaba en extremo, quería inclinarla sobre el diván, quitarle la ropa y hacerle el amor. Pero todo eso desapareció cuando un jadeo salió de la boca femenina.

No estaba allí para eso.

Con cuidado, David rompió el beso y la dejó en el suelo. La soltó y se alejó un par de pasos fingiendo que le alcanzaba su bolso.

Natalia se sintió abandonada.

Era una tonta. Este era simplemente un trabajo para él, y la sesión del día de hoy había terminado.

Se sentó en la butaca que había ocupado él antes y se puso sus botas.

—¿Cuándo tendré que volver? —preguntó Natalia mientras todavía se acomodaba su calzado.

¿Volver? David estaba sorprendido. Por lo que había pasado lo más seguro era que ella quisiera salir corriendo de allí. Pero ni siquiera había mencionado el beso, y él había tenido la intención de disculparse, pero las emociones en su cuerpo apenas lo dejaban pensar.

—En tres días —respondió sencillamente.

Era una locura. Debía decirle que no volviera. O debía pasar su caso a uno de los especialistas.

No, eso no. Nadie más iba a tocarla. Si ella quería volver, que volviera, pero el tratamiento lo iba a seguir él.

—Entonces nos vemos en tres días. Adiós, David —dijo ella antes de tomar el pomo de la puerta, sin mirarlo.

—Adiós, Natalia.

La muchacha se fue y David quedó solo en el cuarto que había sido testigo de su locura. La música seguía sonando suave al fondo, la vela dando su insipiente luz. Y en su cuerpo un calor que no se apagaría fácilmente.