Prólogo
Natalia apretó de nuevo las manos sudorosas entre las que tenía una pequeña tarjeta. Estaba muy nerviosa. Por quinta vez se dijo que había sido un error ir a ese lugar. Sin embargo algo muy dentro de ella la urgía a quedarse y no salir corriendo como debería hacer.
Miró a su alrededor una vez más y se dijo que no parecía un consultorio médico o psicológico. No había anuncios de medicinas ni fotografías de enfermeras, de bebés o de madres lactantes. Había unos cuantos afiches con propaganda de preservativos y otros más anunciando utensilios que por más que trataba de identificar, no podía darles nombre, pues jamás había visto nada así.
—En un momento más la atenderemos —le dijo de nuevo la recepcionista que unos minutos antes la había recibido con una sonrisa, la misma que había contestado el teléfono esa mañana para apartarle una cita.
—Gracias —dijo Natalia antes de que la joven se girara y desapareciera nuevamente por un corredor.
Bajó su mirada para observar nuevamente la tarjeta que le había dado Ana, su mejor amiga.
Y otra vez se dio valor afirmando que estaba haciendo lo correcto por ella y por Tom. Sobre todo por Tom.
Sonrió al pensar en su novio, en su amante.
Lo había conocido al entrar a trabajar en aquella agencia de finca raíz. Él la había ayudado a adaptarse al empleo y en poco se habían convertido en amigos. Después de la incesante obstinación del hombre, habían comenzando a salir: era amable, generoso, se preocupaba por ella, la llevaba a todas sus cenas de negocios y al teatro; era sin lugar a dudas un buen muchacho, así que en breve se convirtieron en novios.
Pero las cosas comenzaron a ir mal cuando se habían convertido en amantes.
Tom había sido su primer hombre. Antes de él había tenido un par de novios con los que no había llegado muy lejos porque no había tenido una relación tan estable y sólida como la que tenía con Tom. Además porque no compartía la filosofía actual de irse a la cama con quien primero apareciera. No porque fuera una anticuada o pensara que era pecado, sino simplemente porque consideraba que el sexo era una cuestión que significaba unión y amor entre las personas, y solo podía ser verdaderamente satisfactorio cuando se encontrara una persona con la cual se pudiera compaginar de verdad.
Sin embargo, no había nada más lejos de la realidad.
Natalia sabía que las primeras veces era más incómodo que placentero, así que no se preocupó al principio por no poder responder a la pasión de Tom. Sin embargo, pasaron los días, las semanas y los meses y nunca había sentido placer en su cama.
Y no es que Tom fuera un mal amante… eso creía, aunque no podía asegurarlo mucho porque no tenía con quien comparar.
Pero no, el problema no podía ser Tom. Él era un muy buen hombre, además era paciente y cariñoso, la trataba con cordialidad y afecto y nunca se enfadó porque ella no alcanzara el placer en sus brazos. Solo le besaba la frente con cariño y le decía “otra vez será, querida” antes de girarse y dormirse.
Pero ella sí que se sentía mal. Aunque Tom no reclamaba, aunque su relación de pareja era satisfactoria, ella sentía que le faltaba aquella chispa de placer para ser perfecto, y esa chispa de placer era anulada por su frigidez.
Porque era eso, frigidez.
De nuevo se retorció las manos y la secretaria no volvía. Todo estaba en silencio.
Lo había leído en Intenet. Mujeres que son incapaces de sentir un orgasmo. La mayoría de casos tenían cura. Podía tratar de determinar si la falla era física o psicológica. Por eso estaba allí. De seguro en este lugar le ayudarían con su problema a través de la ayuda médica.
No creía que fuera un mal psicológico. No. Ella era una mujer feliz y normal. No había tenido ninguna experiencia sexual negativa, tampoco tenía prejuicios o repulsión hacia el sexo, así que ese no era el camino.
¿Quizás algo en su cuerpo?
No lo sabía. Había consultado por internet sobre su problema y había encontrado mucho material pero nada había logrado ayudarla. Desde recetas de cocina a consejos de autoayuda. Todo había sido en vano porque su problema seguía como al inicio.
Una tarde, después de llegar del trabajo se había animado a contarle esa confidencia a su mejor amiga Ana, la chica con quien compartía departamento desde que estaba en la universidad.
—¿Qué? ¿Qué jamás has tenido un orgasmo? —había preguntado su amiga casi gritando.
—Shhh no grites, se van a enterar en todo el edificio —había dicho Natalia—. Tampoco es tan raro…
—¿Que no es raro? —dijo Ana—. ¡Por Dios, Natalia, algo pasa y debes poner atención a ello!
—No pasa nada —dijo ella tratando de quitarle importancia al asunto—. Mi relación con Tom trasciende a lo físico. Nos amamos, nos respetamos, somos compañeros de vida y eso está por encima de todo.
Ana se había sentado junto a ella.
—Amiga, eso que describes puede ser válido para una relación entre amigos o hermanos, pero no en una relación de pareja. Créeme el sexo es muy importante. Con el tiempo, si él… siente que no te hace reaccionar en la cama puede buscarse otra que lo haga sentir hombre y tu perfecta relación terminará.
Natalia se había inquietado con eso. Ana tenía razón. Para los hombres era importante sentirse útiles a su mujer. Tom no era egoísta, y no merecía que ella simplemente jamás sintiera nada con él.
—Mira, conozco un lugar —había dicho Ana—. Es un lugar que… un lugar en el que pueden ayudarte con tu problema.
La joven había ido hasta su cuarto y le había entregado una tarjeta.
—Se llama Lecciones de Placer y estoy segura de que tienen lo necesario para ayudarte.
Natalia se había mostrado un poco escéptica y ansiosa. Por más expertos que fueran no estaban en su piel para conocer su situación. ¿Quién mejor que ella misma para tratar de superar si problema? Además, no le parecía nada agradable ir a ventilar sus intimidades ante desconocidos.
Pero Ana había insistido. Debía ir, debía buscar solución o por lo menos intentarlo, por ella y por Tom.
Eso la había animado: su amor por Tom.
Tom había viajado a otra ciudad hacía un par de días y volvería en mes y medio. Si ella lograba superar su problema de frigidez en ese tiempo, podría sorprenderlo a su llegada mostrándose como una amante más entusiasta y eso seguramente fortalecería del todo su relación.
—Señorita, por favor sígame —dijo la secretaria sacándola de sus pensamientos.
No podía negar que estaba muy nerviosa y su situación empeoró cuando la joven la llevó al interior del lugar, por un pasillo que no se parecía nada al de un instituto de salud.
Al llegar a una puerta, la mujer la hizo entrar. De nuevo no parecía un consultorio médico. ¿Estaría en el lugar correcto? Claro que sí, la joven había verificado los datos de la cita.
—Espere un momento, Fred la atenderá en unos instantes.
Antes de que Natalia pudiera decir algo, la mujer se había ido y la había dejado sola. El lugar era una oficina muy normal. Una silla de cuero tras un enorme escritorio de caoba, otra silla más simple del otro lado del escritorio, un estante con libros de enciclopedia, un computador y unas cuantas plantas era todo el mobiliario del lugar.
Natalia se sentó y esperó de nuevo. Se preguntó una vez más si era sensato estar allí.
De súbito la puerta se abrió y ella se giró en la silla sin levantarse.
El hombre que comenzaba a entrar se detuvo enseguida. Era joven, quizás un poco mayor que ella, y muy alto, con el cabello negro, los ojos azules, la nariz recta, la boca sensual y el mentón fuerte podría hacerse pasar por una estrella de cine o televisión y nadie lo dudaría. Su torso y brazos atléticos estaban envueltos en lujosa camisa de una marca conocida y sus pantalones también develaban una figura poderosa y bien cuidada.
Pero Natalia no era la única que sometía a un escrutinio visual. El hombre también la estaba observando fijamente.
David sabía que casi siempre su oficina era invadida por sus trabajadores para su primera cita con los clientes. Así que supuso que esta debía ser una de ellas. Sin embargo se sorprendió ¿esa mujer preciosa tenía un problema sexual? No podía creerlo. Con esa impresionante cabellera negra ondulada cayendo por su espalda, esos enromes ojos castaños, esa boca redonda y roja, y ese cuerpo de infarto no era posible. A pesar de que estaba sentada pudo notar bien los pliegues y valles de su hermosa figura. Los pechos eran abundantes mientras que el abdomen y la cintura eran pequeños. Las piernas eran llenitas y supuso que el trasero también sería despampanante. Hacía mucho que no se sentía tan afectado a primera vista por una mujer hermosa y por supuesto su cuerpo comenzó a reaccionar. Mentalmente reprendió a su pene que comenzaba a levantarse dentro de los bóxers.
Caminó un paso al frente para tratar de hacer ceder el deseo impúdico de su cuerpo y evitar que la mujer lo notara.
—Hola —dijo ella poniéndose de pie.
Eso fue peor para David. Aunque la mujer no era muy alta, de pie se veía soberbia. Sus curvas se marcaban mucho más y su voz suave hizo que su pene tercamente se empecinara en hacer notar su urgencia.
—Hola… ¿tú eres?
—Natalia —dijo ella estirándole la mano.
David sabía que por educación debía tomarla, pero de seguro ahondaría el estado de su cuerpo. Y así fue. Tener esa pequeña y cálida mano en contacto con la suya hizo que el deseo fuera más fuerte. Eso sumado a que imaginó cómo sería tener esa mano acariciando su firme erección, fue devastador.
—Yo soy David. ¿Estás aquí por primera vez? —dijo él después de soltarla y refugiándose en su silla. De seguro que si se sentaba ella no notaría su estado—. Por favor, siéntate.
Natalia se sentó y asintió con algo de timidez.
El estado de Davis empeoró. ¿Acaso no sabía ella lo transparente que era? Estaba nerviosa y lo revelaba en la forma en que arqueaba las cejas y la tensión de la preciosa boca. ¿Acaso sabía ella lo hermosa y deseable que se veía haciendo eso?
—¿Y por qué estás aquí? —preguntó él.
La muchacha se removió un poco en su silla y bajó los ojos. Era notorio que le costaba hablar de sus problemas.
—Yo… es que…
Antes de que pudiera continuar la puerta se abrió y un hombre casi tan alto y joven como David pero más delgado entró en la oficina.
—David… no pensé que estabas aquí… ah tú debes ser Natalia —dijo el hombre acercándose a ella—. Podemos ir a la salita de reuniones para no importunarte, David.
—Fred, déjame con ella —dijo David de súbito—. Este caso lo atenderé yo.
David vio la sorpresa reflejada en el rostro de Fred, pero eso no era nada comparado con su propia sorpresa. ¿Por qué había dicho eso? ¿Por qué quería atender ese caso?
—¿Tú? —preguntó Fred—. Pero si nunca…
—Fred, me quedaré con este caso. Ya había comenzado a hablar con Natalia así que puedo tomarlo sin problemas.
Todos en Lecciones de Placer sabían que David nunca tomaba un caso. Como dueño del lugar solo se encargaba de ser el cerebro operativo, de dar las instrucciones, de asesorarse con los mejores y de encargarse de que todo marchara bien, pero nunca tomaba ningún caso él mismo.
—¿Estás seguro? —preguntó Fred.
—Muy seguro —mintió David. No tenía ni idea qué estaba haciendo. Jamás, por más atractiva que fuera una mujer, se había interesado en un caso. Siempre lo llevaban sus trabajadores. Hombres y mujeres serios que podían hacerlo desde el plano netamente profesional y objetivo, dejando la mayor complacencia en los clientes que siempre terminaban satisfechos.
Y ese era el problema. Que David no sabía si podía llevar esto desde lo profesional. Todavía no se explicaba por qué quería llevar el caso. Tal vez porque le desagradaba la idea de esa mujer en manos de Fred o de cualquier otro.
—Como quieras —dijo Fred antes de despedirse cortésmente y dejarlos solos de nuevo.
—¿Me decías, Natalia? —preguntó David de nuevo.
La breve conversación entre los hombres la había puesto más nerviosa. Su caso lo llevaría un hombre. Ella prefería una mujer que entendiera su punto de vista femenino.
—Yo… este… una pregunta ¿no podría atender mi caso una mujer? —se animó a decir Natalia.
David sintió que su ánimo se iba al suelo. ¿Ese era el problema de este bombón? ¿Qué no le gustaba los chicos sino las chicas? Sintió la desilusión que lo invadía. Pero en últimas ¿qué le importaba a él? Si acaso su problema era que le gustaba las mujeres y no podía expresarse libremente con ellas, también Lecciones de Placer tendría que ayudarle, y quizás en ese evento una chica sería lo ideal para ella. Qué lástima. De todas maneras no era su problema, lo único que le tenía que importar era que el negocio funcionara como debía, por supuesto.
—¿Tu problema es con tu tendencia sexual? ¿Te gustan las mujeres y te cuesta acercarte a ellas? —preguntó David al fin.
—¿Qué? —preguntó ella sorprendida—. Claro que no. No soy lesbiana.
David sintió una profunda alegría en su interior porque notó que la chica era sincera. No pudo evitar sonreír ampliamente. Así que le gustaban los hombres. Esa noticia lo llenó de ánimo.
—Bueno… como dijiste que querías que una mujer…
—Solo lo hice porque me inhibe un poco hablar de esto con un hombre —dijo ella comenzando a sonrojarse.
Ese sonrojo le parecía delicioso. ¿Se sonrojaría igual cuando llegaba al orgasmo?
—No te preocupes, en este lugar todos somos unos profesionales que atendemos muchos casos al día, así que no te sientas cohibida ni temerosa. Puedes confiar en mí —dijo David.
Natalia se sonrojó un poco más y esta vez por vergüenza genuina. ¿Qué estaría pensando ese hombre de ella? Quizá que era tan ignorante que no sabía que los profesionales estaban para ayudarla.
La joven sonrió y David se dijo que ahora sí estaba en verdaderos problemas: esa mujer era encantadora. Cuando sonreía se le hacían unos hoyitos en las mejillas que le parecieron adorables.
—Gracias… lo lamento… es que estoy nerviosa… —dijo ella a manera de disculpa.
—No tienes por qué estarlo. Vamos, cuéntame —dijo David sonriendo.
Natalia tomó aire y después de unos segundos de silencio comenzó a hablar.
—Tengo un novio. Desde hace cuatro años. Nuestra relación es normal. Yo lo amo y él me ama. Pero… cuando nosotros… bueno, ya sabe… cuando Tom y yo… hacemos… cuando estamos juntos, yo… no puedo sentir nada.
David la miró en silencio por unos instantes. ¿Podría ser cierto lo que ella le decía?
—Te refieres a que no logras llegar al orgasmo con él —concluyó David.
Ella de nuevo asintió con timidez.
—Mmm ¿y antes sí llegabas? Me refiero a si lo lograbas cuando hacías el amor con tus anteriores parejas.
De nuevo Natalia se sintió cohibida.
—Yo… nunca hubo nadie antes de Tom. Él es mi primer amante.
—Veo. ¿Y él? ¿Qué opina al respecto?
—Nada.
—¿Nada?
—Bueno, no se enfada. Dice que quizás después lo logre. Él me entiende.
¿Enfadarse? ¿Entenderla? El deber de un hombre era asegurarse de que su pareja obtuviera tanto placer como él mismo, pero parecía que eso no pasaba en ese caso. De hecho, esta ingenua criatura se sentía aliviada porque él no se enfadaba y la entendía. Con esto que le decía no dudaba que ese pelmazo era el único amante que había tenido esta preciosidad.
—Comprendo. ¿Y cuando te masturbas, logras obtener placer?
—¿Qué? Cuando… yo… yo… yo no… nunca he…
—¿Nunca te has tocado para obtener placer?
Ella negó con su cabeza. Jamás había sentido el deseo particular de hacerlo. ¿Para qué? El placer sensual debía de nacer de dos personas que comparten sus cuerpos y sus mentes. ¿O no? Eso era lo que le decían las monjas del colegio donde había estudiado: según ellas, masturbarse era una perversión sexual.
—¿Y cómo describirías tu nivel de excitación? —preguntó David dejando de lado aquel asunto que parecía ser un completo tabú por aquella dama—. ¿Logras excitarte fácilmente?
Ese era otro problema. Nunca había sentido un deseo poderoso por hacer el amor, no como lo describían los demás. Tom era amable y cuando decidió que era hora de intimar con él lo hizo porque era lo que continuaba en su larga relación.
—Yo… bueno… claro que amo a Tom, es mi novio… pero nunca he sentido eso que los demás llaman deseo.
David no lo podía creer. No podía creer nada que lo que le había pasado desde que entró en esa oficina. Una mujer preciosa buscaba ayuda porque decía que sufría de anorgasmia, su único amante se desentendía, ella jamás se tocaba y además no sentía deseo. ¿Existía en realidad esa mujer? ¿Era acaso una ilusión óptica? ¿Era quizás una broma de sus amigos? No, nadie se prestaría para una broma así, además ella era transparente y se notaba que le decía la verdad en cuanto a todo.
—¿Es muy grave lo que tengo? —preguntó ella con visible preocupación.
Bastante grave en opinión de David. Con la belleza que tenía esa mujer que había logrado cautivarlo desde el primer vistazo, no era justo que no pudiera disfrutar de su sensualidad y de los placeres que ofrecía la pasión.
—No tanto, tu problema se puede arreglar —dijo él con sinceridad.
—Que bueno. Yo pienso que es algo físico —continuó ella—, porque nunca he tenido una mala experiencia o algo que me haya generado repulsión o algo por el estilo. Quizás algo no está bien en mi cuerpo.
David no pudo evitar recorrer su figura con los ojos. No había nada mal en el cuerpo de esa preciosura, de eso estaba seguro. Era en su novio insensible, en el descuido con el que la habían inducido a los encuentros físicos y una relación basada en los motivos equivocados que ni siquiera la hacían sentir deseo. Se dijo que debía ayudar a esa bonita joven, ella se merecía vivir su vida sexual de manera plena.
—Claro que te podremos ayudar —dijo él—. Yo te puedo ayudar.
Natalia esbozó una leve sonrisa.
—¿Me harán exámenes médicos para ver si estoy bien? —preguntó ella.
—¿Exámenes médicos?
—Claro que sí —dijo ella—. Supongo que ese es el primer paso para saber que todo está bien conmigo. ¿O no? Después de eso me medicarán o se seguirá el tratamiento.
David frunció el entrecejo.
—¿De qué hablas? —preguntó.
—De la ayuda que me prometes. ¿No es esto un consultorio médico especializado en estos asuntos?
—¿Consultorio médico? Claro que no —dijo él. ¿Acaso ella no sabía de qué se trataba este negocio?
—¿No? ¿Entonces cómo pueden ayudarme?
Natalia estaba sorprendida. Desde que entró notó que este lugar no era para nada parecido a un consultorio médico, pero entonces ¿qué era?
—¿Qué sabes de Lecciones de Placer? —preguntó David—. ¿Cómo te enteraste de este lugar?
—Por mi mejor amiga, ella solo dijo que podrían ayudarme.
—¿No te dijo nada más?
—No, nada más.
La situación se complicaba para David. Este era un caso totalmente atípico, siempre que un cliente nuevo llegaba, sabía de qué iba la ayuda que brindaban.
—Verás, Natalia, Lecciones de Placer no es un consultorio médico de ningún tipo.
—¿Ah no? ¿Y tampoco es un centro psicológico?
—Tampoco. En realidad Lecciones de Placer es un club para ayuda de personas que experimentan algún tipo de problema sexual que no está relacionado con ninguna enfermedad.
—¿Qué clase de club? —preguntó Natalia aún sin entender lo que el hombre le estaba diciendo.
David se removió un poco incómodo en su silla. Se suponía que todo el que llegaba a su negocio lo conocía a la perfección, así que no sabía cómo explicárselo.
—Un club en el que, por sesiones, aplicamos ciertos métodos para hacer las personas conozcan y exploren su sexualidad. La cantidad de sesiones la determina el experto que esté llevando el tratamiento y este finaliza en cuanto el interesado haya conocido plenamente el placer.
Natalia estaba confundida. Frunció el entrecejo mientras intentaba de darle algún significado a lo que este hombre le decía, pero realmente no podía entender.
—Me temo que no comprendo muy bien —dijo ella—. Cuando hablas de métodos, ¿a qué te refieres exactamente?
David notó que en realidad no estaba siendo claro. No podía ser, jamás le avergonzaba ni se cortaba al hablar de su establecimiento con nadie, ¿por qué ahora venía a cohibirse con esta muchacha?
—Lecciones de Placer es un lugar que reúne expertos en masajes y en el cuerpo humano, pero sobre todo en placer y cómo conseguirlo. A través del toque y masajes en ciertas partes del cuerpo, así como otros estímulos como los visuales, auditivos y olfativos logramos que las personas aprendan a disfrutar de su cuerpo y conocer el placer que este puede proporcionarles.
La mujer nada respondió. ¿Ese hombre le estaba diciendo que la tocarían y le harían sabrá Dios qué cosas para curarla?
—¿Se refiere a que alguien me… tocará?
—Bueno, eso es parte del tratamiento.
Natalia se levantó de la silla de manera rápida, y David la imitó.
—Mmm, me temo que no es el lugar que estoy buscando, te agradezco por la atención, pero mejor me marcho —dijo antes de girarse y dirigirse a la puerta.
—Espera —dijo él alcanzándola y bloqueándole el paso a la salida—. No quiero que te lleves una impresión equivocada. No es un lugar de prostitución, tampoco es algo ilegal. Nuestros profesionales son expertos, y claro, muy respetuosos, jamás se aprovecharían de un cliente ni mucho menos tratarían de intimar con él. En ocho años que lleva el negocio jamás hemos tenido ninguna queja por ello, créeme, selecciono muy bien el personal. Somos conscientes de las necesidades de las personas y pensamos hasta en el menor detalle para que se sientan cómodas y satisfechas.
David sentía un auténtico impulso de hacerle saber que este no era un lugar vulgar. Aunque ya antes había tenido críticas e incomprensiones sobre Lecciones de Placer nunca antes había sentido el deseo de que la imagen de su negocio y de sí mismo quedaran en limpio.
Eso sonaba bien, se dijo Natalia, pero no estaba dispuesta a dejar que otro hombre distinto a Tom la tocara o… quien sabe qué más. No, lo mejor era salir de allí.
—Gracias por la explicación, pero aun así…
—Aun así sientes desconfianza.
—No, no es desconfianza —mintió—. Es que… no sé… no me sentiría bien que alguien me tocara…
—Se hará con el mayor respeto, siempre teniendo consideración por lo que sientas y por supuesto respetando los límites para sentirte cómoda y a gusto.
Natalia lo miró. David parecía resuelto a convencerla. Al parecer por el tamaño de las instalaciones el lugar era concurrido y si llevaba tantos años de seguro no infringía ninguna norma legal. Sin embargo no le seguía sonando, ese sitio era bueno quizás para otros, no los juzgaba, pero no para ella.
—De todas maneras, prefiero buscar ayuda más convencional. Te agradezco tu tiempo. Adiós.
La mujer pasó junto a él para poder alcanzar la puerta, pero antes de lograrlo, sintió que unas manos la tomaban por la cintura y la acercaban a un pecho cálido y musculoso. Las manos de ella se posaron naturalmente sobre ese pecho y al levantar los ojos vio que a menos de quince centímetros estaba la boca sensual de ese hombre, una boca redonda, bonita, llena. De súbito sintió que la temperatura del lugar había subido, extraño porque no tenía calefacción.
David sintió que la excitación lo invadió al tenerla tan cerca. A su nariz llegó el perfume de su cabello y eso unido al calor que emanaba de su cercanía, lo estaba volviendo loco, su pene se moría por levantarse, ¿cuánto podría soportar? No podía explicarse por qué se comportaba de esa manera, solo podía desearla. Las manos masculinas se ubicaron en la espalda de la joven, por encima de la cintura y comenzaron con un masaje suave en círculos.
De súbito, Natalia sintió que una corriente eléctrica comenzaba a originarse en sus piernas y subía hacia su vientre. Una extraña calidez invadió su estómago y más abajo, su vagina. A la vez, un ligero picor sorprendía sus pezones. No sabía qué era, jamás lo había sentido, pero le gustaba y mucho. Deseó que esa sensación se hiciera más fuerte, porque la estaba llenando de deleite. Y a la vez sabía que no era lo único, que podría venir algo incluso mejor.
—¿Ves que no es nada malo? —dijo David al notar que el sutil masaje surtía efecto en la joven. Ella se había sonrojado por la naciente excitación y había dejado escapar de sus labios un pequeño suspiro mitad de sorpresa y mitad de placer que delataba su estado.
David no pudo evitar acercar el rostro a ella. El aire que había salido de su boca en forma de suspiro había sido casi una invitación a besarla, a probar esa boca deliciosa que le había parecido una tentación desde que la vio.
Natalia no sabía qué hacer. Le gustaba lo que él hacía, notar el calor de ese hombre, sentir su poderoso cuerpo sosteniendo el de ella, sus cálidas manos masajeando su espalda de esa manera tan persuasiva y dulce. Cuando él acercó su rostro al de ella, supo que la iba a besar. Esa idea le gustaba extrañamente, pero también la llenaba de miedo. Ella no era así, no buscaba aventuras en cualquier lado ni con cualquier hombre. Eso no estaba bien. Debía irse.
—No… yo… —dijo liberándose del abrazo y alejándose un poco, evitando el beso que llegaba—. Me tengo que ir.
—Yo mismo seré quien lleve tu caso.
Natalia sintió que su estómago tembló. Todavía no asimilaba la experiencia que acababa de vivir: el sentirse en sus brazos y acariciada de esa manera, casi besada. Era tentador, verdaderamente tentador, aun así sabía que no era lo más prudente.
—En serio, me tengo que ir, gracias. Adiós.
—Te espero dentro de tres días a esta misma hora para la primera sesión. Piensa en lo que acaba de pasar —dijo él.
Natalia salió del lugar con dos certezas sobre lo último que le había dicho ese hombre. Por un lado, estaba convencida que pensaría en lo que acababa de pasar. Con unas leves caricias y un leve acercamiento ese hombre le había hecho sentir cosas extrañas y maravillosas. ¿Cómo iba a olvidarlo? Por supuesto que pensaría en eso.
Por otro lado, también sabía que no iría a esa sesión. Claro que no. Ella no necesitaba nada así, prefería algo convencional, algún tratamiento de tipo médico. Y mucho menos si con unas pocas caricias había logrado esas extrañas sensaciones. No, claro que no iría.
Una vez más, mientras iba por la calle, se estremeció al recordar la cercanía de ese hombre. Pero lo mejor era olvidarlo, llevarlo al último rincón de su memoria y dejarlo allí para que el tiempo se encargara de borrarlo. Sí, eso era lo que tenía que hacer.