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Los desasistidos

Ari Kalu no imaginaba que en ese preciso momento Carme Torrents estaba en el templo con la esperanza de encontrarlo. Pero el monje no había acudido esa tarde a la práctica de la meditación. Su tarea de guía a través de los bardos absorbía cada instante de su día.

Ari Kalu recordaba lo que el lama le había anticipado. Él, Ari Kalu, un humilde monje, tendría la certeza de que Adrián Ripoll había alcanzado la clara luz cuando él mismo encontrase la paz en su interior. Esa misma paz que le había abandonado desde que fuera testigo del accidente hacía ya dos semanas. Y que seguía sin recobrar.

Es verdad que ya podía conciliar el sueño y disfrutaba como siempre de los paseos por los senderos del bosque vecino, pero todavía no conseguía librarse del todo de una sensación opresiva en el pecho… una sensación parecida a la que deja una tarea pendiente.

El lama le había advertido que, ante la más mínima duda, era aconsejable seguir recitando sus plegarías hasta estar plenamente seguro de que el espíritu de Adrián Ripoll había conseguido atravesar el bardo y entrar en el otro estado.

—Así lo haré —se dijo Ari Kalu con resolución.

Esta vez estaba decidido a empujar a Adrián Ripoll si hacía falta. Pero, al mismo tiempo que se decía esto, surgió, con preocupación, el recuerdo de que en las últimas ocasiones ya no conseguía visualizar a Adrián Ripoll con la misma nitidez que al principio. Era verdad que cuantos más días pasara en el bardo más difícil sería conectar con él. Así que Ari Kalu se puso manos a la obra y se concentró:

—¡Os lo ruego, rescatad a AR de los peligrosos y estrechos pasadizos del estado intermedio y conducidlo hacia las tierras puras! Y que gracias a esta práctica, AR y los demás seres desasistidos que vagan por los estrechos y oscuros pasadizos del bardo puedan, al fin, alcanzar las tierras puras. Om Mani.

Ari Kalu recitó cientos de veces el Om Mani Pedme Hum como en una letanía.

Cuando hubo terminado, una multitud de cuerpos mentales llenó el espacio de la habitación en la que Ari Kalu se encontraba. Cientos de cuerpos erraban por la estancia atravesando muros y muebles sin hallar en ellos ningún obstáculo. Sorprendido, Ari Kalu comprobó que Adrián Ripoll ya no estaba entre ellos. ¿Qué significaba aquello?

Una luz radiantemente blanca lo inundó todo. Ahí estaban ellos… los desasistidos… los que no habían tenido guía, los que aún vagaban por los oscuros y resbaladizos pasadizos del bardo… Eran muchos… Ari Kalu agradeció que su plegaría hubiera sido escuchada, que les hubiera llegado… como una cuerda que rescata del mar a una multitud de náufragos… Estaban pasando… Ahí iba una mujer cercana a los setenta que, con un perrito en sus brazos, entraba en la matriz verde… Y ahora veía a dos ancianos con las manos entrelazadas que sonreían al dirigirse hacia una tenue luz transparente, cuando, bruscamente, un gato siamés se cruzó presuroso ante ellos buscando con ansiedad entrar en la tierra de los espíritus ávidos, donde estaría expuesto a las terribles penurias del hambre y la sed…

Ari Kalu siguió recitando:

No muestres ni atracción ni repulsión. En cuanto se te aparezca una puerta de matriz pura, no sientas ninguna atracción, y en cuanto veas una puerta impura, no sientas ninguna aversión. Sin apoderarte de lo bueno y sin rechazar lo malo, tienes que permanecer en la gran ecuanimidad desprovista de afectos y aversiones. Si no puedes liberarte del apego y la aversión, toma refugio en Buda, en el Dharma y en la shanga… Deja de odiar o de amar a los allegados que dejaste tras de ti y a todos tus seres queridos.

A un lado de la numerosa multitud, un muchacho llamó su atención. No tendría mucho más de dieciséis años. El joven miraba a Ari Kalu como si lo hubiera conocido en una vida anterior. Ari Kalu no lo recordaba, aunque también se sorprendió de lo familiar que le resultaba su aspecto. Un mechón lacio y rubio caía despreocupado encima de la frente, ocultando parcialmente el marrón suave de su ojo izquierdo. Le impresionó su serenidad. Le impresionó también la armonía de sus pasos mientras se acercaba a una nueva matriz, a la matriz azul de los hombres… quizás incluso hacia unas tierras donde se difundía el Dharma… El chico se volvió sonriendo hacia Ari Kalu mientras le hacía un gesto suave juntando las dos manos ante su pecho e inclinando su cabeza al pasar, un gesto que parecía significar, a la vez, despedida y agradecimiento.

Ari Kalu sintió un impacto en el pecho. Algo le había alcanzado. Como una bala directa al corazón. Se asustó. Era una experiencia nueva, no la podía reconocer en ninguna otra anterior de su vida. Un nudo se deshacía en su interior y lo dejaba, al fin, libre.