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Las aguas vuelven a su cauce
Carme Torrents llegó de nuevo al lugar del fatídico accidente. «¿Accidente?», pensó. Cada vez dudaba más que aquella muerte se debiera a una circunstancia fortuita.
No sabía bien qué era lo que buscaba, pero tenía la sensación de que la conversación con Ari Kalu la ponía de nuevo en la dirección correcta. Puede que hasta ahora no hubiera seguido el camino adecuado.
Bajó la ladera de la montaña por donde días antes se había precipitado el coche de Adrián Ripoll. Todavía quedaban restos de vegetación calcinada alrededor del lugar del incendio.
Los rayos de sol se filtraban de nuevo entre las brumas de la noche. Una vez más amanecía. «Algo tan cotidiano y tan milagroso al mismo tiempo», pensó.
Mientras caminaba ladera abajo, Carme no pudo evitar el recuerdo de Pau. Su hijo también había muerto en un accidente de coche. Qué fatídica casualidad. Un mes y medio después de la muerte de Pau, la vida la colocaba a ella en la situación de investigar la muerte de otra persona en un accidente similar. ¿Qué pasó, Adrián? ¿Qué pasó, Pau? ¿Qué pensabas un segundo antes de tomar conciencia de que ibas a morir? ¿Pudiste hacerlo? ¿Tuviste tiempo de darte cuenta? Ni siquiera sabía si darse cuenta era lo mejor. Le dolía no haber podido acompañarle. Le dolía no haber podido protegerle, a él, a su hijo, al que tantos desvelos había dedicado. Pero ahora ella estaba allí, sola, sin esperanza y dedicando su vida a desentrañar otro misterio.
Un fino rayo de luz la deslumbró. Guiñó los ojos. No podía ver. Se protegió con su mano. La luz de un reflejo despuntado la devolvió a la realidad. Un trozo de metal se reflejaba en un resto del espejo retrovisor del coche calcinado y dirigía hacia sus ojos una luz tan intensa que deslumbraba. Pensó: «Es curioso, el exceso de luz te deja ciega».
A unos cincuenta metros del lugar del accidente, ese mismo esplendor insolente reclamaba su atención.
Carme Torrents se acercó a aquel pequeño trozo de espejo. Al agacharse, lo primero que vio fue la imagen reflejada en el espejo de una llave de la que colgaba una chapa con el número 18 grabado en su interior. Se volvió para recoger la pequeña llave que asomaba entre otros restos retorcidos de metal ahumado.
—¡Eh! El número 18 de nuevo, Kalu tenía razón —se dijo sonriendo.
Se podía reconocer con dificultad la forma original de la pequeña llave. Cogió entre sus manos el metal. Observó la chapa y leyó «número 81». Se dio cuenta de que el reflejo en el retrovisor la había confundido. Kalu, o quien fuera a través de Kalu, había leído los números al revés. Su mente saltó automáticamente a otro misterio, este mucho más alejado en el tiempo: «Vivimos el mundo en espejo y en enigma», recordó de sus ya viejos estudios de Filosofía. Sintió una inesperada alegría. Podría ser algo importante para la investigación.
Metió la llave en una bolsa e inició de nuevo el ascenso de la ladera camino de su coche. La pista de Ari Kalu no estaba perdida. El número que se reflejaba en el retrovisor era el 18, pero cuando la mirada era directa, el número se correspondía con el 81. El engaño estaba en el reflejo.
Apretando con fuerza la mano alrededor de la llave, Carme prosiguió el ascenso con una energía que la asombraba.
Aún le quedaba otro pequeño gran descubrimiento. Esperando un nuevo dueño, descansaba en el suelo una alianza de oro. No era un anillo corriente. Incrustado en un lateral asomaba, discreto, un rubí minúsculo. Como si su dueño quisiera notar el roce de la piedra entre los dedos en un ejercicio de intimidad fuera de la mirada de los demás. Al examinar el interior del anillo observó una pequeña inscripción: «Ubi tu Caius, ego Caia». Quizás era la alianza de Adrián, incluso puede que este fuera el anillo del que hablaba el monje.
Carme volvió hacia sí misma. Se fijó en que sus pies se hundían con fuerza en la tierra y se sintió sorprendentemente conectada con ella, formando parte de algo más. Cada paso que daba la llevaba a aceptar el siguiente y a despedir el anterior. Pensó: «¡Qué extraña alegría!». Era como si el hallazgo de la llave significara para ella la gozosa apertura de algo más… aunque aún no conseguía vislumbrar bien qué…