Capítulo 12
Fort Meade, Maryland, 05:03 (12 horas, 56 minutos, 20 segundos para la explosión)
Julie entró como una exhalación en la estancia que había antes del despacho de Mathew Mercks, el segundo de a bordo en la NSA, encargado de los «turnos de noche». Era consciente de que el teniente general Mckelleon, el director, no hubiera permitido esa actitud en la joven, pero conocía bien a Mercks, tantas cenas en su casa habían generado ese grado de confianza.
Estaba hecha una furia. Danielle la seguía.
La secretaria de éste, al verla, se levantó de asiento cual rayo, poniendo su cuerpo entre ella y la lujosa puerta corredera de ciprés que daba acceso al despacho del teniente.
—Hawkings, ¿dónde cree que va? —Quiso saber ésta, que no salía de su asombro.
—Necesito ver a Mercks, ahora.
—Lo siento pero no puede ser, el teniente se encuentra reunido y ha pedido expresamente que no lo molesten.
—¿Una reunión a estas horas de la noche? —Quedó unos momentos pensativa— ¡Me importa una puta mierda lo que me cuentes! ¡Nada es más importante que esto!
—No puede ser, tendrá que esperar a que dé por finalizada la reunión.
De repente un sonido fuerte se escuchó al lado de ambas. Danielle había derramado la taza de café que estaba tomando la secretaria, para poder llevar mejor su horario nocturno, encima de unos papeles.
—¡Uy!, perdón. Soy muy torpe.
La mujer hizo un ademán instintivo de ir hacia ellos, eran demasiado importantes como para que una niñata se los jodiera.
Julie aprovechó ese movimiento para abrir de un tirón la puerta y colarse de un impulso en el interior del despacho. Cuando miró a su derecha, Danielle la seguía. No pudo evitar dedicarle una sonrisa, aquella muchacha empezaba a comprender el juego.
Mercks estaba reunido, sí, pero quizá no era una de esas reuniones vitales que pudieran determinar el destino del país.
—Súbete los pantalones, anda. Hay una niña delante —comentó Julie entornando los ojos y mirando hacia Danielle, que no perdía detalle del espectáculo para mayores que había montado.
Todavía no había terminado la frase cuando éste ya se los estaba colocando bien. La señorita de dudosa reputación se incorporó, se arregló a toda prisa el ceñido vestido que no daba lugar a la imaginación y salió del despacho agarrando su bolso de un tirón.
—Hay cosas que no cambian nunca, ¿verdad, Matt?
—Julie —dijo este con el rostro colorado como un tomate—, no quiero que pienses que hago esto con asiduidad. Ha sido un pequeño desliz, no cuentes nada a Rose, te lo pido por la amistad que me une con tu padre.
La agente vio el cielo iluminado gracias a la situación que acababa de presenciar.
—Está bien, no le contaré nada a tu mujer si respondes a unas preguntas. Antes de nada, ésta es Danielle, supongo que ya sabes quién es y por qué está aquí.
Mercks intentó recuperar la compostura y se acercó hasta Danielle con la mano tendida. Esta se lo negó con cara de asco.
—Lo entiendo —dijo éste al darse cuenta del porqué—. Bien, encantado. Jovencita, lo primero usted no debería estar aquí, esos juegos a los que se dedica pueden ser muy peligrosos.
—¿Les jode que haya programado en horas lo que no han sido capaces en años? —Replicó esta.
—¡Danielle! ¿Qué hemos hablando en el avión? Modera tus palabras.
La joven agachó la cabeza, Julie era de las pocas personas en las que había conocido a lo largo de su vida que realmente la intimidaban.
—No pasa nada —Mercks intentó tranquilizar la escena—, lo único claro es que esta chica tiene algo que puede ayudarnos a impedir algo catastrófico. ¿Has traído el PC? —Preguntó mirando a Julie.
—Respóndeme primero a algo: ¿has sido tú el que ha enviado a Frankie a recogernos a Nueva York en avión?
Mercks enarcó una ceja ante la pregunta.
—Por supuesto, sabes de sobra que estoy al mando a estas horas de la noche, ¿quién iba a mandarlo si no?
—Esa no es la cuestión, ¿sabías del polizón?
El teniente puso cara de no comprender nada.
—¿Polizón?
—Nos han atacado dentro del avión, alguien iba oculto en él, lo he conseguido reducir de puro milagro, bueno, en parte también gracias a esta joven. Aparte de eso, en su casa se han colado al menos dos extraños, uno de ellos yacía muerto en el suelo de su vivienda. No se preocupe por eso, ya me he ocupado, ¿Me quiere contar qué coño está pasando?
Mecrks levantó las dos palmas hacia arriba.
—Julie, te juro que no sé nada de lo que me cuentas. Pero si lo que me dices es cierto, estamos muy jodidos. No me hace ni puta gracia que estés en peligro de esta forma, si os han atacado así, es que más gente sabe lo de esta chica. La situación se agrava el doble.
Ambos la miraron. Esta no pudo hacer otra cosa que agachar la cabeza.
—¿Y qué ha pasado con Frankie?
—Está atado y acojonado dentro del avión. Yo que tú mandaba a tus chicos para que se ocuparan del asunto.
—Vale, pero créeme, no tengo nada que ver con lo que me cuentas.
—Está bien, te creeré, pero si alguien sabía que íbamos a tomar ese avión sólo se me ocurren dos hipótesis: que haya un topo dentro de la agencia o que me hayan hackeado el sistema móvil. No sé cómo ni por qué, porque nadie debería saber que yo me estoy ocupando de esta misión.
—Julie, no creo que vivas en un mundo en el que creas que algo puede quedar en absoluto secreto. Tú misma sabes bien que no es así. Alguien se puede haber ido de la lengua. O lo que es peor, haberse vendido. No descartes lo del topo.
La agente sopesó las palabras del teniente. Sabía que tenía razón.
—Y ahora dime tú —prosiguió Mercks—, ¿qué hay del PC?
—Uno de los asaltantes del domicilio, el que se cargó al otro, se lo llevó.
—¡¡¿¿Qué??!!
—Lo que oye, no sé cómo coño ha pasado pero hemos llegado todos casi a la vez. Esto parece una puta película de James Bond.
—¿Pero ahora qué cojones hacemos? Si eso cae en malas manos, tendrán el sistema definitivo de desencriptado e infiltrado, ¡nada se les escapará!
—Y de encriptado, hace el trabajo a la inversa también —intervino Danielle.
Mercks se echó las manos a la cabeza al mismo tiempo que giraba sobre sí mismo. Las malas noticias lo golpeaban como auténticas mazas. Aquello estaba a un paso de convertirse en el caos absoluto.
—Igualmente no deben preocuparse, como le he dicho a la agente tengo el programa íntegro aquí —dijo tocando su frente—. Mi ordenador no podrán utilizarlo, tiene dos sistemas de autodestrucción ideados por mí misma. He colocado dentro del aparato un pequeño electroimán que se activa si en la pantalla de inicio pinchas en mi usuario, el modo correcto es pinchando en la esquina superior derecha; si consigues averiguar eso, cosa que dudo, una sola tecla mal pulsada de mi contraseña y se activa. Si fuera un PC temería porque desmontaran el equipo antes de probarlo, pero el ensamblaje del Mac Mini no es tan elemental como el de los equipos convencionales, por lo que estoy segura de que probará a iniciar directamente el ordenador, seleccionará mal en la pantalla…
—Y entonces se borrará todo —comentó Julie, que comenzaba a entender que la chica en realidad era un genio.
—No. Esa es la creencia común, se desordena todo y se vuelve ilegible. Aunque para el caso es lo mismo.
En algún lugar de Washington DC, a esa misma hora.
Solo, en su apartamento, alguien comprobó cómo lo que decía la joven era verdad.
No llegó a pasar ni del primer intento para loguear. Un error de principiante. Él no solía cometer ese tipo de errores, por lo que le escoció más de la cuenta.
Suspiró hondo mientras maldecía en su mente y miraba hacia el techo. Desconectó con cuidado los cables del aparato. Lo agarró y lo miró con ojos cansados.
Acto seguido lo estampó contra la pared a su derecha. Sabía que no iba a tener problemas con los vecinos pues el apartamento de al lado estaba vacío. El de abajo también.
Tendría que poner en práctica el plan B.
Si hubiese podido lo hubiera evitado pero, ahora, no le quedaba otra.
Fort Meade. Al mismo tiempo.
—Veo que lo tienes todo bien pensado, jovencita. No debería, pero me postro a tus pies. Ahora bien, es de suma importancia que me cuentes qué averiguaste al leer ese mensaje y, sobre todo, que descifremos los otros. El tiempo corre en nuestra contra.
—¿Piensas que en los mensajes se encuentra la ubicación de los explosivos?
Mercks se encogió de hombros. No tenía respuesta para esa pregunta.
—Bueno, no perdamos más tiempo —éste agarró su teléfono móvil y marcó un número, esperó unos segundos y habló—. Tráeme en menos de dos minutos un ordenador con una conexión segura a PurpleRain.
Danielle sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Sólo escuchar el nombre del mítico sistema de programas, hacía que su sistema nervioso reaccionara. Ni en sus mejores sueños hubiera imaginado poder tener acceso al mismo. Al menos un acceso legal. Aunque aquello en realidad parecía más bien una pesadilla.
Justo en el tiempo límite que había dado Mercks apareció una joven con un portátil encendido. Lo colocó encima de la mesa.
—Ahora necesito algo de concentración. Como si no tuviera ya bastante, tengo que programar en esta mierda de Windows. No puedo creer que consideréis que esto es seguro. En fin.
Dicho esto tomó asiento y comenzó a toquetear el teclado.
—Pero primero cuéntame qué has averig…
Julie levantó la mano, interrumpiendo al teniente.
—Yo se lo contaré, dejemos a Danielle hacer su trabajo.
Mercks asintió, estaba ansioso por saber qué había descubierto la joven para que se montara tal alboroto.
Cuando lo supo, su rostro se retorció.