Capítulo 5
Pub Mortimer’s (New Jersey). 01:12 (16 horas, 47 minutos, 48 segundos para la explosión)
Bebió un nuevo sorbo de su copa.
Ni siquiera sabía qué coño era lo que estaba tomando, había olvidado el raro nombre que le había dicho el camarero. Pero cumplía a la perfección con su cometido, desde luego.
La pelea que había mantenido con Stephanie hacía tan solo unas horas todavía le martilleaba la cabeza. Casi con toda seguridad fue la última que ambas mantendrían. Esta había echado de un puñado sus pertenencias en un par de bolsas grandes de plástico y se había largado pegando un portazo.
Ese portazo todavía le dolía.
Se habían dicho de todo, nada bonito, ya no había vuelta atrás. Maldijo una y otra vez su afilada lengua, el hecho de no poder tragarse jamás su orgullo hacía que ninguna relación llegara a consolidarse. En esta ocasión le dolía más que otras, esa chica le gustaba de veras, se estaba comenzando a enamorar.
Además, nunca le había sido fácil encontrar compañera de cama e intimidades. Era algo difícil de entender, pues Julie mostraba al mundo una belleza rompedora. Si a eso le añadía un refinado cuerpo que le encantaba vestir de acuerdo a lo espectacular del mismo, la mezcla era un cóctel explosivo que conseguía que hombres y mujeres la desearan por igual. Pero luego estaba su lengua. Esa lengua que era incapaz de permanecer quieta en las situaciones que más se requería. Muchas veces había intentado fingir ser quién no era para poder gozar de una buena compañía en los bares de ambiente a los que solía acudir. Fue en uno de ellos, en el Midtown Gallery, uno de los más famosos de New Jersey, donde conoció a Stephanie. Julie siempre fue consciente que el importante estado de embriaguez de la que ahora era su ex, contribuyó sobremanera a que esta se quedara a conocerla un poco más a fondo una vez la atracción física hizo su trabajo. Aunque restaba importancia a ese dato. A Julie también le había atraído físicamente. Tal fue la química que había surgido entre ambas que, una vez Stephanie volvió a la sobriedad a las pocas horas, decidieron dejar el tema de acostarse para cuando se conocieran un poco más a fondo. Estaban seguras que aquello podía ir a más.
De hecho lo fue.
Durante semanas afianzaron una relación en la que Julie andaba con pies de plomo por miedo a perder algo tan bonito como parecía que estaba surgiendo. Hasta que comenzó a sacar su carácter a flote. Eso acabó con todo. Como siempre acababa pasando.
Sacudió su cabeza e intentó no pensar más en Stephanie. Tenía que centrarse en nuevas metas que tendría que proponerse ahora, aunque también reconocía que esta última había conseguido que por un tiempo dejase de lado aquel asunto de Irak.
Sin poder evitarlo tuvo un fugaz recuerdo de aquello. Consiguió que sus tripas se revolvieran y un fuerte pinchazo hizo acto de presencia en su estómago.
Trató de borrar esa imagen de su cabeza.
Para ello quizá lo mejor fuera pedir otra copa. El vaso volvía a estar vacío. Puede que fuera eso lo que hacía que pensara esas cosas.
Metió la mano en su bolsillo para sacar el dinero. Se percató que había gastado todo lo que había traído encima. Tenía más en su coche, dentro del bolso. Había decidido dejarlo para no llevar ningún estorbo mientras se dedicaba a olvidar.
Decidió ir a por él.
Caminando hacia la salida pasó por delante de un espejo. Su aspecto no era tan lamentable como ella se sentía. Llevaba el pelo perfectamente alisado y peinado. Su pelo rubio encajaba claramente con unos ojos tan claros como el día. Sus labios no eran ni finos, ni gruesos, quizá el tamaño exacto que debían tener, a todas les fascinaban. O al menos eso le decían. Acto seguido echó un vistazo hacia abajo. Si quería conseguir copas gratis, y no le costaba demasiado conseguirlas, el escote que mostraba ese jersey de lana fina que llevaba ayudaba, desde luego. No abultaba demasiado, pero sí tenía lo que tenía que tener en su sitio. Muchas de sus amigas la envidiaban por lo bien que llevaba sus treinta y tres años, aparentaba no pasar de veinticinco.
Justo cuando llegaba a la puerta para salir, se tropezó con el imbécil de Fowler. De todos los pubs de New Jersey había tenido que elegir precisamente ese, sobre todo teniendo en cuenta que él residía en Washington. Trató de esquivarlo para evitar cualquier tipo de confrontación, pero como era habitual, con Fowler no se podía.
—Vaya, vaya, ¿quién tenemos aquí? —Preguntó este con sorna.
Movía su cabeza de un lado a otro en plan Fiebre del sábado noche. Además, el corte de pelo de ese idiota contribuía a esa patética imagen mental. Julie pensó que Tony Manero lo mataría con sus propias manos si lo viera hacer eso. Deseó por unos instantes que ese anhelo se convirtiera en algo real.
—No tengo tiempo para tus mierdas, Fowler. Tengamos la fiesta en paz —contestó a la vez que intentaba zafarse de este, que se había puesto en medio. No lo consiguió, pues él realizó el mismo movimiento para seguir impidiéndole el paso.
—¿Qué prisa tienes? ¿Te has dejado algo en Irak?
Julie apretó los puños, quería estamparlos en la cara de aquel gilipollas, pero sabía que aquello podía acarrear una sanción grave aunque no estuvieran en Langley en esos momentos. Debido a su especial situación en aquellos instantes, no podía permitirse algo así. Tenía que intentar pasar de provocaciones, aunque vinieran de Fowler.
—¿O acaso has quedado con alguna lamecoños como tú? —Insistió Fowler— ¿Vas a ducharte con ella como cuentan que te duchaste con Lilith en el gimnasio del Cuartel General?
Aquello era la gota que colmaba el vaso. Necesitaba romper la nariz de un cabezazo a ese pazguato. Aun así decidió respirar y salir de aquella situación con calma.
—Fowler, creo que te equivocas conmigo —su tono de voz era dulce, eso desconcertó a su rival—. Se habla mucho de mí sin motivo, es verdad que me he acostado con alguna mujer, pero eso no significa nada. No creo que todavía sigas pensando en aquel episodio que tú y yo tuvimos. Aquella noche bebí mucho y dejé escapar algo que seguro me hubiera vuelto loca. ¿Sabes? Precisamente, en las duchas he dejado que hombretones como tú me hagan de todo. ¿Quieres saber lo que más les gusta? —Acercó su cara a la oreja de Fowler, no quería que la música que sonaba le impidiera oír lo que iba a decirle. Este no podía disimular el creciente nerviosismo que se apoderaba de él— Juguetear con el aro que llevo en el pezón, eso les vuelve locos.
Él tragó saliva. Hacía tiempo que nadie lo ponía tan cachondo como lo estaba haciendo esa chica, y eso que tan solo le estaba hablando al oído. La deseaba con todas sus fuerzas, no pudo evitar imaginarse esa escena relatada tan sutilmente por Julie y sentir que una enorme erección venía de camino.
Ella comprobó que ese era su momento. Decidió rematar la faena.
—¿Quieres que vayamos hasta mi apartamento y nos demos una ducha? —Preguntó ella con el tono más erótico que pudo encontrar.
Él separó un poco su cara, tragó saliva de nuevo muy nervioso y asintió despacio.
—Cuando te recuperes, cariño —añadió al mismo tiempo que le guiñaba su ojo derecho.
Fowler puso cara de no entender nada, pero el rodillazo que recibió en la entrepierna le dejó bien claro cuáles eran las intenciones de la agente de la CIA. Cayó de bruces al suelo, retorciéndose de dolor y gritando como un niño pequeño. Todos los que había alrededor dentro del pub se giraron bruscamente para ver qué había pasado. Tan solo vieron como un hombre ridículamente peinado lloraba como un niño de cinco años mientras agarraba su miembro. Si muchos hubieran sabido que era uno de los mejores y más letales agentes de la CIA, hubieran cambiado su opinión sobre este organismo al instante.
Julie no miró atrás mientras caminaba sonriente. Sabía que Fowler correría a llorarle al jefe, no sería la primera vez, pero al menos podría alegar que dentro de sus venas había una considerable cantidad de alcohol.
Aunque sabía que eso no impediría una descomunal reprimenda.
Una vez fuera, trató de recordar dónde había aparcado. Al parecer esa mierda que había bebido era de efecto retardado y ahora estaba empezando a sentir las consecuencias. Dejó que la suave brisa que corría le golpeara la cara. Lo necesitaba.
No fue suficiente. Necesitó sentarse sola en un portal mientras luchaba contra una sensación de mareo que cada vez era más evidente.
Casi media hora después, en la que estuvo a punto de quedarse dormida en unas cuantas ocasiones, un flash en su mente le indicó dónde había dejado el coche. Se levantó con algo de dificultad pero un poco más aliviada y se encaminó hacia él. Al llegar abrió el maletero y buscó el bolso. Lo había escondido a conciencia por si algún listillo decidía hacer de las suyas e intentar robar lo que hubiera dentro del vehículo.
Al extraer su bolso se percató que se había dejado también el teléfono móvil en su interior. Al ver las casi cincuenta llamadas perdidas desde un número oculto, sus piernas comenzaron a temblar.
Sabía de sobra de dónde venían. Había cometido un error de novata, como si ya no tuviera bastante.
Marcó rápidamente un número que sabía de memoria y trató de serenar su mente y su habla. Necesitaba fingir no haber estado bebiendo como lo había hecho.
—¡Julie! ¿Dónde coño te has metido? ¡Llevo casi dos putas horas intentando localizarte! —dijo una voz con un evidente tono de desesperación.
—¿Ha pasado algo? —Se limitó a contestar, tratando de aparentar sobriedad en su voz.
—Hawkings quiere hablar contigo, inmediatamente. Es muy urgente.
A la agente se le torció el rostro enseguida. El jefe quería hablar con ella. Ató cabos con rapidez.
Puto Fowler, pensó. Le había faltado tiempo para ir con el cuento al Director de la CIA.
—Gracias —dijo despidiéndose de la secretaria de Hawkings.
Se asomó al espejo retrovisor, necesitaba asegurase que su imagen era la correcta para hablar con quien iba a hablar. Además, el asunto debía ser muy gordo para que requiriera hablar con ella a esas horas.
Su imagen era perfecta, a pesar de todo.
No podía disimular el nervio en su rostro, su jefe había sido muy claro la última vez que éste le reprendió en su despacho. Una cagada más y a la puta calle.
Antes de montarse en el coche y compartir la conexión a Internet de alta velocidad de su móvil convirtiéndolo en un router portátil, volvió a mirarse en el retrovisor de dentro. Su maquillaje era perfecto. Si conseguía mantener una dicción clara, no tenía por qué enterarse de que había estado bebiendo como una posesa. Intentó serenarse.
Prendió la pantalla táctil del navegador de su coche. Introdujo la contraseña. Seleccionó el programa Skype. Introdujo la otra contraseña. Seleccionó el contacto de Hawkings, oculto bajo el pseudónimo de primo Joseph. Escribió una tercera contraseña.
Aquello empezó a dar tono.
Tardó unos segundos hasta que obtuvo respuesta.
—Tiene diez segundos para contarme dónde cojones estaba —la voz de Hawkings era casi tan oscura como el rostro que se mostraba en pantalla. Estaba enfadado. Muy enfadado.
—Verá, yo… como era mi día libre… he salido…
—¿Acaso ha olvidado cuál es una de nuestras máximas?
—No. Siempre localizables, sea el día que sea, a la hora que sea. Pero ha sido simplemen…
—Déjese de historias —la cortó—, tengo que contarle algo muy importante.
—Si es por lo de Fowler, ha sid…
—No me hable de mierdas ahora —la interrumpió de golpe—, cállese y escuche.
Julie obedeció.
—Algo muy grave ha sucedido —prosiguió—. La necesito en sus plenas facultades. El destino de este país, por mucho que me joda, pasará por su mano.
La agente no pudo evitar levantar una ceja. Si pretendía asustarla, lo estaba consiguiendo.
—Nadie más en toda la CIA, en principio, conocerá su misión —continuó después de su tercera pausa—. Le hablo desde La Sala —Julie no necesitaba más para saber lo grave del asunto—. Abra bien sus orejas pues no puede perder detalle.
Durante los siguientes dos minutos Hawkings se dedicó a explicar los detalles de lo que hasta ahora sabían, la agente no disimuló su sorpresa ante lo increíble de todo.
—¿Alguna pregunta? —Quiso saber el director de la agencia.
—Sí. ¿Están seguros de que una niña de quince años ha podido interceptar y descifrar algo que ni Inteligencia ha podido? Suena raro. Por no decir imposible.
—No me importa como suene. Hasta ahora es lo único que tenemos. Sabe que en la vida la involucraría algo así, sobre todo después de lo de Irak. Pero resulta que tengo dos razones que me joden profundamente: una, que no hay nadie más cerca que usted para ocuparse de este asunto, dos, que no tengo una agente mejor que usted en toda la organización. Localice a la cría y protéjala con su propia vida. Es primordial que llegue sana y salva hasta la NSA. Si ha dado con la clave, necesitamos saber qué coño ha averiguado.
A Julie le seguía pareciendo un plan descabellado, pero ella no era nadie para contradecir al Director de la CIA.
—Está bien, salgo ya mismo. Haga que me carguen los datos desde la NSA hasta mi móvil con la posición exacta. Espero que no estén en lo cierto y sobre todo que seamos los únicos que han supuesto esto que me cuenta.
—Cuento con usted. Hágame saber cualquier cosa. Para localizarme hágalo mediante Rosalyn, mi secretaria, ella sabe cómo hacerlo pues no estaré operativo con este aparato. Es por seguridad. Es la única que sabe algo más aparte de usted. Corto la comunicación.
La pantalla se apagó.
Julie quedó durante unos segundos algo confusa. Si su jefe estaba en lo cierto, aquello era una urgencia máxima y debía resolverlo cuanto antes. Le extrañaba mucho que todavía le quedara algo de confianza después de lo sucedido en Irak, pero como él dijo: No había nadie mejor que ella.
Y quién era ella para contradecir a su padre.